La operación Diluvio de Al-Aqsa protagonizada por Hamas y otros movimientos de la resistencia palestina el 7 de octubre de 2023, desencadenó la ejecución de una tecnoestrategia de conquista colonial asimétrica fríamente planeada por el régimen sionista de Benjamin Netanyahu −pero realizada en caliente−, que incluye la limpieza étnica como la eliminación del grupo enemigo, masivos crímenes de guerra y genocidio, lo que retrotrae también a Israel al estado de cosas anterior a la paz de Westfalia (1648); evoca la fría barbarie nazi en el gueto de Varsovia y los bantustanes del apartheid sudafricano, y exhibe ahora de manera inocultable ante al mundo entero su naturaleza como un rogue state (Estado canalla) similar a Estados Unidos con su “orden basado en reglas”.
En su lucha anticolonial y de liberación nacional, los grupos insurgentes que protagonizaron el Diluvio de Al-Aqsa revivieron y pusieron frente al mundo a la Palestina olvidada, con sus cuatro dimensiones fracturadas: Cisjordania, Gaza, Jerusalén Este y la que coexiste en los países de refugio y emigración (Jordania, Siria y Líbano). También representó un nuevo comienzo en la larga historia de la resistencia palestina a la ocupación del régimen de apartheid israelí, más allá de si es posible la solución de dos Estados o de un Estado binacional.
Cabe recordar que los tres objetivos principales del Diluvio de Al-Aqsa fueron la creación de un Estado palestino independiente, la liberación de los prisioneros palestinos encerrados en las cárceles israelíes y el fin de las incursiones de colonos supremacistas y los policías israelíes en la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. Casi ocho meses después, la realidad sobre el terreno indica que pese al terrorismo de Estado y la aplicación del clásico genocidio de manual por el régimen de Netanyahu, Israel registra pérdidas estratégicas, ya que no ha logrado exterminar a Hamas ni recuperar a los prisioneros israelíes retenidos por la insurgencia; quedaron gravemente erosionados los mitos sobre la invencibilidad del ejército de ocupación, la inteligencia del Mosad y la capacidad de disuasión israelí como portaviones terrestre de EU en Medio Oriente, y tampoco puede proteger sus barcos y los territorios ocupados del impacto de misiles provenientes de miles de kilómetros de distancia, lanzados por fuerzas irregulares (actores no estatales) de Líbano (Hezbolá), Yemen (hutíes), Siria e Irak (Badr, Kataeb Hezbolá y Asaib Ahl al Haq), que junto con la Guardia Revolucionaria de Irán conforman el eje de la resistencia.
La orgía de sangre y muerte de proporciones bíblicas desatada por Israel como un acto burocrático de “mantenimiento del orden” dirigido a imponer a Hamas la rendición incondicional en una mesa de negociaciones fracasó, y ante el empantanamiento de las tropas del ejército de ocupación ante la guerra de desgaste de las guerrillas palestinas, la administración Biden se vio obligada a cambiar la estrategia en su enclave imperialista en la región, manipulando con fines propagandísticos para consumo público en tiempos electorales, la eventualidad de un Estado palestino, mientras facilita las armas para el exterminio y utiliza su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU.
En la coyuntura, sendos pronunciamientos tardíos de la Corte Penal Internacional (CPI) y la Corte Internacional de Justicia (CIJ), que instaron a solicitar órdenes de detención contra el primer ministro Netanyahu y el ministro de Defensa Yoav Gallant por crímenes de guerra y el cese inmediato de la operación militar en la ciudad gazatí de Rafah, significaron un serio revés para Israel según consignó el Financial Times; a lo que se sumó el reconocimiento como Estado a Palestina por los gobiernos de España, Irlanda y Noruega a partir del 28 de mayo, lo que aumenta el aislamiento político de Israel.
Atrapado en un callejón sin salida y en medio de pugnas de poder internas −incluido el intento de Washington de remplazarlo con el general Benny Gantz−, Netanyahu no puede salir de Gaza porque eso significaría su derrota e iría a prisión por cargos de corrupción, por lo que fiel a la “teoría del loco” –concepto atribuido a Richard Nixon, pero ideado en Israel en los años 50 por el Partido Laborista, según recordó en su diario el expremier israelí Moshe Sharett: “nos volveremos locos (nishtagea) si nos enfadamos”− ordenó intensificar los bombardeos en Rafah.
En ese contexto, y no obstante los atisbos de salir de su autoconfinamiento etnocéntrico respondiendo críticas de Londres y Washington hacia su fallo en una entrevista concedida a The Times, cabe citar el falso equilibrio y el doble estándar utilizado por Karim Khan, fiscal de la Corte Penal Internacional, al librar también órdenes de detención contra los dirigentes de la resistencia palestina Yahya Sinwar, jefe de Hamas en la Franja de Gaza, Mohammed Diab Ibrahim al-Masri, conocido como Deif (comandante del ala militar de Hamas, las Brigadas Al-Qassam), e Ismail Haniyeh (jefe del Buró Político de Hamas), tratando de equiparar los pogromos y crímenes de lesa humanidad continuados de Israel desde 1948 con la “violencia al por menor” (en respuesta a la “violencia al por mayor” de los colonizadores, Noam Chomsky dixit) producida en el marco de la operación el Diluvio de Al-Aqsa. Un falso equilibrio entre el victimario y la víctima que ha sido ejemplificado por Pablo Jofré Leal, con la hipotética detención de los líderes de la resistencia partisana o el maquis francés después de la Segunda Guerra Mundial, para “compensar” la de los jerarcas nazis juzgados en Nüremberg.
Como señala Amos Goldberg, el hecho de que lo que sucede en Gaza no se parezca al Holocausto: no hay trenes de la muerte, cámaras de gas, incineradoras ni fosas de exterminio, no significa que no sea genocidio. Profesor de historia del Holocausto en la Universidad Hebrea de Jerusalén, Goldberg asegura que las “zonas seguras” a las que los militares israelíes han ordenado desplazarse a un millón de gazatíes, se han convertido en trampas mortales y zonas de exterminio deliberado, además de que en esas áreas de “refugio” Israel está matando de hambre a la población como método de guerra. Y recuerda que en la mayoría de los casos de genocidio los autores dijeron que actuaban en defensa propia; igual que Netanyahu ahora.
Fuente: La Jornada