La lucha por los mercados y las diferencias en la concepción de las relaciones internacionales dan lugar a una ruptura del equilibrio mundial que se expresa, fundamentalmente, en un incremento cualitativo de la carrera armamentista.

Para poder comprender lo que algunos analistas y dirigentes políticos llaman la Nueva Guerra Fría, hay que remitirse a la década de los 80, en la que tanto George H. W. Bush como Mijaíl Gorbachov, acordaron que la confrontación entre los dos bloques finalizaría sin ganadores ni perdedores; contrario a eso, Bush se declaró triunfal en 1992: «América ganó la Guerra Fría».

Estados Unidos y las potencias europeas, contra toda lógica, apostaron por la política de «el ganador se lo lleva todo», y no solo incumplieron los acuerdos, como el de no extender la OTAN hacia las fronteras de Rusia, sino que se lanzaron como buitres sobre las riquezas de los antiguos países socialistas –principalmente sobre la gran Rusia–, se apropiaron de mercados importantes, destruyeron literalmente a la competencia e intentaron convertir a la otrora superpotencia en un país pobre y dependiente.

Esta política de «vencedores en tierra ocupada» jugó un papel importante en la reacción nacionalista de una nación que no podía admitir el despojo y la humillación de los que se suponían aliados en la construcción de la «democracia» y la «libertad», el sueño de la Liberty americana se transformó en pesadilla para muchos.

Estamos en presencia de una lucha por los mercados, por la hegemonía mundial y en ese enfrentamiento, Rusia y China constituyen un obstáculo serio para las pretensiones estadounidenses.

El analista político ruso Vardán Bagdasarián afirmó al portal Pravda.ru que además de la crisis económica, es una crisis de valores lo que realmente afecta a EE.UU., y agregó que es posible que alguien controle esta crisis persiguiendo ciertos fines políticos.

«Creo que la salida a la crisis económica ya está bien planeada. Y es un conflicto militar, ya que el conflicto militar atrae inversiones, refuerza la industria, algo que pasó durante la Segunda Guerra Mundial», indicó Bagdasarián.

La idea de que EE.UU. sale siempre fortalecido de las guerras -como en las dos primeras Guerras Mundiales– es manejada con suma inteligencia por los medios masivos de comunicación. Enraizada en el imaginario estadounidense es utilizada, además, para justificar el incremento de los gastos militares y la reducción de los gastos públicos: más producción de la industria militar es igual a más empleo, más riqueza, fórmula vendida por los gurúes del complejo militar industrial. James Lewis, vicepresidente del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un think tank con sede en Washington, asegura que una nueva ronda de la carrera armamentista nuclear ya ha comenzado, aunque la opinión pública aún no es consciente de ello. Las armas nacidas de la nueva carrera nuclear parecen salidas de historias macabras de ciencia ficción. Los misiles nucleares Trident, por ejemplo, son lanzados por submarinos estadounidenses y pueden multiplicar por seis el poder destructivo de la bomba lanzada sobre Hiroshima.

El nuevo df-31 de China es capaz de causar mucho más daño que los misiles balísticos intercontinentales estadounidenses, idóneos de barrer ciudades enteras; el poder destructivo de 50 megatones del misil ruso rs-28 Sarmat y del df-31 de China tienen una capacidad destructiva que permitiría eliminar todo Texas o Francia con un solo lanzamiento.

La bomba B53 de Estados Unidos, diseñada para ser lanzada por el sigiloso B-2 Spirit, es capaz de provocar un daño apocalíptico, su impacto causaría la muerte de millones de personas en la primera media hora de la explosión.

El sistema naval ruso Status-6 ha sido calificado por funcionarios de defensa estadounidenses como el «arma del Día del Juicio Final». El Status-6 es en realidad un dron sumergible equipado con una cabeza nuclear masiva de cien megatones. La explosión resultante de la detonación causaría, además de energía destructiva, una gigantesca ola en forma de tsunami, acompañada por una lluvia radiactiva.

Estados Unidos, según su nuevo plan de rearme nuclear, apuesta al desarrollo de nuevas y más pequeñas bombas atómicas. El Pentágono sostiene que el desarrollo de estas armas de menos de 20 kilotones, menos poderosas, pero muy devastadoras, serviría para disuadir a los enemigos.

«Usar armas nucleares no es una herramienta de disuasión, es un suicidio global», afirmó el meteorólogo Alan Robock, una de las figuras más prominentes en el estudio de estos efectos ambientales y climáticos en un escenario actual.

La Nueva Guerra Fría o Paz Caliente, como prefieren llamarla algunos expertos, puede convertir al planeta tierra en un infierno y esta vez sí terminaría, sin ganadores ni perdedores. Detener la espiral de la locura armamentista nuclear debe ser una tarea prioritaria de la humanidad.

No importa cuán lejos ocurran los impactos de estas armas, su efecto es global y afectaría a todos, sin importar quién pulse el botón. La consecuencia es el fin de la vida. Sirvan estos datos para reflexionar y se impongan, ante todo, la racionalidad y el sentido común.

Fuente: Cuba en Resumen

Por REDH-Cuba

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