Llámense de izquierda o de derecha, pasando por lo socialdemócrata, la inmensa mayoría de los gobiernos siguen adheridos a la era hegemónica del neoliberalismo, un ente que hace crecer económicamente, pero es inmensamente favorable a las élites dominantes y generador de desigualdad, exclusión y crisis.
Los gobiernos que han luchado contra el predominio de tales élites han sido atacados brutalmente con sanciones, bloqueos y todo tipo de acciones asesinas contra sus pueblos, como en el caso de Cuba, por liberarse de la tutela del Tío Sam, y más recientemente Venezuela, donde el establishment estadounidense aspira a controlar la mayor reserva mundial de petróleo.
Los principales defensores del neoliberalismo son economistas y políticos que creen en la eficiencia del mercado y en la limitación de la intervención estatal en la economía. Algunos de los principales teóricos neoliberales son Friedrich Hayek y Milton Friedman, quienes, realmente, están al servicio de las corporaciones, beneficiarias de la liberalización económica y la reducción de la regulación.
Y es que las grandes empresas tienen un poder considerable para influir en las políticas económicas y en la toma de decisiones.
El teórico mexicano de origen árabe Emir Sader escribió en la habanera La Pupila Insomne la necesidad de recuperar lo que el neoliberalismo ha arrebatado a los pueblos.
De ahí esa tarea ciclópea de “democratizar las sociedades, desmercantilizarlas, transfiriendo la esfera mercantil hacia la pública, la educación, la salud, la cultura, el transporte, el hábitat…”
O sea rescatar como derechos lo que el neoliberalismo impulsa como mercancía.
¡QUÉ DIFÍCIL ES!
Con muy pocas excepciones, la fragilidad de los gobiernos que se dicen demócratas quedó confirmada cuando convivieron con el neoliberalismo y se adaptaron a ese modelo de exclusión social.
La brutal penetración del dinero en todos los poros de la sociedad llegó de lleno a la política con el financiamiento de campañas electorales, con los lobbies en los parlamentos.
Es decir, conviven con modelos económicos neoliberales, de concentración de renta, exclusión social, expropiación de derechos fundamentales, aumento exponencial de la pobreza y la miseria.
De nuevo apelo a una cita de Marx que decía que cuando las constituciones liberales enuncian que todos son iguales frente a la ley, ahí empieza la desigualdad. Pero mientras sea desigualdad económica, social, cultural, el liberalismo las soporta, con tal de que sus cánones para calificar a un país como democrático, sigan vigentes; separación de los poderes, elecciones periódicas, multiplicidad de partidos, prensa “libre”, que quiere decir privada.
La era neoliberal representa el máximo de realización del capitalismo en su afán de transformar todo en mercancía. Libre de las trabas de las reglamentaciones estatales, el capital fluye sin limitaciones, realizando la utopía de que sea un mundo en que todo se compra, y todo se vende, todo tiene un precio.
EN LATINOAMÉRICA
En los países latinoamericanos, el proceso neoliberal, comenzando por el Chile de Augusto Pinochet, transformaron profundamente las sociedades, destruyendo la escasa red de protección estatal, transfiriendo hacia el mercado los ya enumerados al principio derechos a la educación, la salud, la cultura el transporte, la vivienda.
Algunos gobiernos han intentado revertir este proceso, pero son los menos, porque la mayoría fueron defenestrados por poderes que han llegado a la traición, como pasó en Ecuador, y el aprovechamiento de errores inducidos por una deplorable política económica, como está pasando en Argentina, todo respaldado y bajo la influencia de entes imperiales como el Fondo Monetario Internacional.
El neoliberalismo destroza al Estado e impone la opción entre público y privado. Es decir, entre un Estado que ha desarticulado o el mercado que se esconde en lo que llaman espacio privado.
En fin, una sociedad justa se centra en la esfera pública, en la universalización de los derechos de los ciudadanos. Lograrlo es la mayor batalla de la era neoliberal.
Fuente: Cuba Si