Más allá de lo que llaman la libertad de opinión y expresión, la no discriminación y la igualdad, estos conceptos también han sido cooptados por el poder hegemónico, en un giro cada día más hacia la violencia y la ansiedad de instalar una gobernanza global
Fuente: CAPAC
Ante el resurgimiento de las ultraderechas y el fascismo en el mundo en crisis “el discurso del odio” se ha instalado en la cotidianeidad de la vida y el debate en nuestras sociedades abarca a los sectores académicos, pero también a otras estructuras sociales, en un período histórico donde existe un estado de confusión masiva, que alimenta el caos y la extrema degradación del lenguaje que indica el retroceso cultural a nivel mundial.
Naciones Unidas ha considerado que en el lenguaje común la expresión «discurso de odio» hace referencia a un discurso ofensivo dirigido a un grupo o individuo y que se basa en características inherentes (como son la raza, la religión o el género) y puede poner en peligro la paz social.
La ONU sostiene que a pesar de que esa definición del discurso del odio no es una definición legal, “abarca un sentido más amplio que una instigación a la discriminación, la hostilidad o la violencia» — que está prohibida de acuerdo con el derecho internacional en materia de derechos humanos.
En este sentido el discurso de odio “posee tres características esenciales: se puede materializar en cualquier forma de expresión, incluidas imágenes, dibujos animados o ilustraciones, memes, objetos, gestos y símbolos y puede difundirse tanto en Internet como fuera de él”.
Además, considera que es “discriminatorio” (sesgado, fanático e intolerante) o “peyorativo” (basado en prejuicios, despectivo o humillante) de un individuo o grupo y está centrado en “factores de identidad” reales o percibidos de un individuo o grupo, que incluyen: “su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia o género”. También “se tienen en cuenta otras características como su idioma, origen económico o social, discapacidades, estado de salud u orientación sexual, entre otras muchas”.
Se establece una Estrategia y Plan de Acción de ese organismo para luchar contra el discurso de odio, lo que define como «cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, —o también comportamiento— que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son. En otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad».
Esto va mucho más allá de lo que llaman la libertad de opinión y expresión, la no discriminación y la igualdad. Sin embargo, estos conceptos también han sido cooptados por el poder hegemónico, que en su giro cada día más hacia la violencia y la ansiedad de instalar una gobernanza global entra en serias contradicciones y es un intento tardío. El odio y el terror se han convertido en la obsesión del poder imperial.
Hoy como nunca, en pleno siglo XXI, ante la decadencia imperial y el salvajismo de sus acciones, el discurso del odio se extiende por el mundo gracias a la desmedida concentración de empresas que manejan los medios masivos de comunicación, que a su vez controlan la información a nivel global y se convierten en el más acabado ejemplo del fascismo y en el lenguaje común del terror que lo caracteriza.
La degradación cultural que estamos viendo en una buena parte de la población mundial es otra consecuencia del poder de los medios masivos de comunicación. Sin embargo, mientras este “avance” de las ultraderechas del fascismo, han producido el despertar de millones de habitantes del mundo, cuyos cambios y reciclamiento tampoco pueden ser ya controlados unilateralmente.
Paso a paso comienza a desarmarse, en unos países más fácilmente que en otros el armado contrainsurgente, el poderío militar, ya no está en un sólo lado, y se van deslegitimando las poderosas publicidades y los entretenimientos que consume una buena parte del mundo, pensados minuciosamente por los equipos de psicólogos y sociólogos, que trabajan en los salones del Pentágono estadounidense.
Ya es además conocido que el primer bombardeo en una guerra es la desinformación, la manipulación, la mentira, lo que es básico en la “guerra psicológica” que hoy llamamos de “cuarta generación”, porque han entendido que la palabra mata. Pero para la resistencia la palabra también libera.
Un ejemplo es que el programa de supuesto entretenimiento “Gran Hermano” es una forma de espionaje abierto y permitido. Le ha servido al fascismo imperial para conocer las diferencias entre clases sociales, la cultura, modos de expresiones distintas entre los habitantes de un país y otro, y alienta La aceptación de la humillación y del ridículo para escalar hacia una fama falsa.
Hay que destacar que mediante ese mismo programa se acostumbra a las poblaciones a la invasión en su privacidad, filmando al grupo de “elegidos” que van a conocerse en la casa de Gran Hermano o en otros sitios que deberán compartir sin relación con el mundo exterior. En realidad, es un grupo humano convertido en ratones de laboratorio, escarbando en el morbo y haciendo un curso acelerado de interpretaciones, disfrazado de comedia oscura.
Es una fábrica de “famosos” y “famosas”, en los nuevos códigos de una sociedad que en algunos países están cada vez más colonizada, banalizada y con un lenguaje castrado de todo contenido para deshumanizar a los incautos seres humanos que caen en este juego a ciegas.
El lenguaje determina la cultura de los pueblos, y cuando se degrada afecta a una buena parte de la juventud cooptada por el más feroz individualismo, mediante la competencia desleal, la posibilidad de mostrarse desnudos en su intimidad, abriendo el camino a las concepciones del colonialismo que regresa en estos tiempos, por otros medios.
Las ultraderechas o el fascismo del subdesarrollo no tienen las mismas características de otros tiempos, sino que van cambiando dialécticamente, mientras el progresismo y nuestra izquierda reaccionan muy lentamente, sorprendidos “in fraganti” porque de alguna manera ignoramos la dialéctica, y no registramos los cambios profundos en el escenario mundial, que exigen otros contenidos teóricos, sin vaciarlo de los principios esenciales, consagrados por lo mejor de la humanidad.
Por supuesto hay excepciones, pero en varios países de la región, se ha abandonado el trabajo de concientización de los sectores más olvidados, de los pueblos sumidos en el hambre y en la ignorancia, invadidos por las palabras y los discursos del odio, como también los que intentan producir un genocidio cultural, que transmiten día a día sus falsos “salvadores”, los dueños de todos los medios de comunicación masiva y las redes “sociales”.
La tecnología comunicacional más avanzada es utilizada para la destrucción de culturas, memorias e identidades. Pero también por las nuevas formas de resistencia, que aparecen a veces muy lentamente.
Son millones los trabajadores que no están registrados que constituyen una multitud desorganizada y eso sucede en toda nuestra América, salvo en los países independientes como Cuba o andando el camino hacia la independencia definitiva. Las masas populares están atrapadas por un lenguaje depredador y aterrador. La recolonización tiene los caminos abiertos.
Esto hace necesario que se recupere la memoria activa y liberadora y saber que el fascismo intenta avanzar tardíamente para apoderarse de países y territorios condenando a los pueblos a la absoluta orfandad.