El jueves 17 de octubre en la tarde, en el Encuentro con, tan “deleitosamente” conducido por Magda Resig, descubrimos que existió otro Abel.

No hace falta agregar el apellido, porque ese solo nombre podría tener, para muchos cubanos, las dimensiones casi bíblicas de un redentor de la cultura nacional.

El Abel devenido en un cruzado contra la colonización cultural en el siglo XXI, cuando algunos la menosprecian como una atrofia del pasado y no como un dron —por su precisión y alcances— de la ofensiva ideológica, desintegradora y desmovilizadora global, fue en su niñez un devorador voraz de los famosos comic norteamericanos.

Estas “tiernas golosinas” de la penetración cultural y otras de su especie servirían de inspiración, por mucho tiempo, al pequeño dibujante que nunca llegaría a consagrarse.

Ese recorrido accidentado desde la infancia hasta el intelectual lúcido que es hoy le hace tener la convicción, dicha con esa gracia cubanísima con la que logra imantar sobre los temas más hondos, que es posible la “conversión”, para seguir hablando en términos bíblicos.

Tenemos la oportunidad de salvar, y de salvarnos, hasta cuando hemos llegado a grados que parecerían irremediables de adicción y de consumo de la muy sofisticada industria del consumo y la manipulación cultural capitalista.

En el caso de Abel esa salvación vendría de la mano de dos seres muy especiales en su existencia y su formación: sus padres, ambos maestros, que también le revelaron los encantos de la lectura.

Devorar literatura, desde Alan Poe, pasando por las aventuras de Salgari y todo lo que valía y brillaba en las creaciones del momento, a la misma vez y con la misma fruición de los “muñequitos” yanquis, iría poniendo el contrapeso para no sucumbir para siempre a las tentaciones del “maligno”.

No es casual entonces que este recién honrado con el Premio Maestro de Juventudes de la AHS, una de las razones de la invitación  al Encuentro con,  no descanse en denunciar la creciente futilidad de muchas de la apetencias culturales y espirituales del mundo dominado por las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones e invite a dominar, y hasta “colonizar”, a estas últimas para ponerlas, con todos sus recursos —desde los más simples hasta los más sofisticados— en función de formar una conciencia humanista, a la vez que crítica, sin la cual seríamos presas fáciles de la sibilina industria cultural imperialista y de su más repugnante, aunque al parecer atractiva criatura, las corrientes políticas neofascistas y sus acompañantes simbólicos.

Por ello, aquella profecía de Fidel, de los años no menos dramáticos que siguieron al desmerengamiento de los modelos socialistas de la URSS y Europa del Este, sigue alumbrándonos como un karma de la redención humana: “lo primero que hay que salvar es la cultura”.

Abel lo repitió esta tarde, como lo repite y lo vuelve a repetir siempre, con la misma pasión que reivindica el ideario de ese martiano mayor que sigue guerreando junto a nosotros contra todas las colonizaciones.

Y la cultura, libre, sanadora y auténtica, subrayó en esta ocasión que fue como un elíxir en medio de tantas contingencias, nunca podría fecundar de la imposición, mucho menos de los dogmas y los autoritarismos, contra los que siempre se reveló ese eterno y peculiar dialogante que fue Fidel.

Abel pudo percibirlo desde las propias limitaciones que a veces imponen los padres, hasta las que vivió y todavía lamenta de sus años de estudios universitarios, cuando algunos de sus amigos o compañeros cercanos terminaron por romper hasta con su patria por las estigmatizaciones y dogmas.

Provocado por Francisco Rodríguez, el Paquito de Cuba de las redes y vicepresidente de la Upec, entre los asistentes al encuentro junto a los líderes de la AHS y partidistas, Abel ejemplificó con la enorme capacidad de flexibilidad y de diálogo político del líder de la Revolución, quien tendría, incluso, hasta la delicadeza de llamarle para conocer si estaba de acuerdo en que se pusiera, en la televisión nacional, el fragmento de una controversia que habían sostenido en un evento nacional.

El episodio, como relató Paquito, circula casi con toques de leyenda sobre la personalidad de Abel, cuando esté le dijo a Fidel que una broma suya podría acarrear consecuencias…

Sólo las consecuencias que siempre tendría que arrostrar un revolucionario y un humanista consecuente. El niño colonizado que se convirtió en Abel Prieto, el descolonizado, el descolonizador.

Fuente: Cuba Periodistas

Por REDH-Cuba

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