Al final de año abunda el balance, pocas veces la reflexión, pero se declaran los deseos y las esperanzas. Espero que…, te deseo que…son palabras habituales en medio de una guerra quizás definitiva para nuestra especie.

No soy catastrofista, al contrario, tengo Esperanza. En singular y concreta. Pero no es fácil expresar deseos profundos. No puedo decir a mis vecinos que deseo ver colgados en cada plaza del planeta –y después de ser juzgados por un inmenso tribunal popular- a los asesinos que se benefician de este sistema podrido y criminal, no puedo decirlo así y por lo tanto me callo y como no, les deseo “feliz año”.

Vivo en un edificio antiguo, las calles están llenas de gente que carga bolsas con comida, regalos, ilusiones variadas y en el barrio nos conocemos. Por eso al cruzarnos es casi obligatorio decir “feliz año” y escapar enseguida antes de que te inviten a celebrar cualquier cosa, menos la Esperanza concreta.

Son días nefastos y la mueca de frágil alegría me descompone bastante el ánimo.

Son días en los que una se siente absolutamente fuera del tiempo (histórico) que se derrama por la calle mientras la niebla va diluyendo las esquinas.

Había un poco de niebla, pero en lo alto del edificio un hombre nos llamaba y todos íbamos a reunirnos. Es posible que el megáfono fuera rojo como el mío aunque la niebla lo agrisara.

A través de ese megáfono decía algo que no terminaban de escucharse con claridad, pero la reiterada palabra Reunión se escuchó con una cercanía especial y desde todas las calles, las esquinas neblinosas, los edificios, las tiendas, los garajes salían gente y se iba acercando al edificio. Lentamente formaron un gran círculo.

Yo estaba allí. Pero al mismo tiempo no veía la escena desde la vereda sino desde la altura. Mi ojo sobrevolaba la ciudad y estaba a más de cien metros sobre la cabeza del hombre del megáfono si bien simultáneamente mis pies andaban entre la gente y mis ojos que deberían estar mirando hacia arriba veían hacia abajo en un círculo muy extenso, como la curva del planeta cuando atardece sobre el mar.

La multitud se fue congregando y sólo quedó libre un pequeño semicírculo, una especie de plaza frente al edificio. Nadie invadía ese espacio. El orden era extraño porque parecía trazado con una línea si bien en el suelo no había ninguna línea.

Imposible calcular cuántos, una inmensa cantidad de gente llenaba las calles adyacentes y llegaba hasta los barrios más alejados del semicírculo, pero la palabra Reunión llegaba a todos. Hubo una nota larga y alta de flauta que cesó enseguida.

Un hombre delgado no muy alto se adelantó y caminó hasta el centro del semicírculo.

El silencio era total y desde lo alto aunque su voz llegaba débil se entendía que estaba nombrando pueblos y ciudades, dando cifras espeluznantes de asesinados en el último año, el año que acababa justamente ahora. Todavía no podemos calcular lo que encontraremos bajo los escombros dijo, pero aquí están los nombres de los cincuenta mil que ya hemos registrado. Los leyó en medio de ese silencio en el que solo se escuchaba respirar. La enumeración tardó casi medio siglo.

Cuando el hombre terminó, el del megáfono dijo, ahora nombra a los criminales con su nombre y apellido. Están detenidos, tienen derecho a defenderse y abrimos la sesión.

Desde lo alto parecía que el hombre delgado y pequeño no terminaba de secarse la cara. Viéndolo desde adentro de la multitud y desde abajo estaba claro que había llorado mientras leía la larga lista. Nadie se movió. Y el hombre siguió callado.

Un joven levantó el brazo y se acercó al hombre, lo abrazó y le dijo algo al oído. El hombre le señaló el centro de la plaza y el joven abrió una hoja de papel y empezó a leer con cierta lentitud.

Nombró a los que estaban ya detenidos y aclaró no estaban todos, pero sí los depredadores más importantes. Al terminar de leer la larga lista que encabezaban Biden, Obama, Netanyahu, los Clinton, Nuland, Blinken, Von der Layen, Stoltenberg, Zelenski, Johnson…una larga lista de macabros personajes y también algunos anteriores como Kissinger y Brezinsky ya muertos, pero señaló que aunque muertos y por lo tanto juzgados en ausencia, su lista llegaba hasta Churchill y su alianza con los nazis, hasta la primera guerra mundial y mucho más lejos todavía porque no solo son individuos, son verdaderos asesinos en serie sistémicos. Hay una continuidad. Un sistema criminal. Una mafia que ha operado durante mucho tiempo.

Hizo una enumeración precisa que duró quinientos años.

Un listado largo y minucioso, pero desde arriba, a cien metros de altura sobre el hombre del megáfono no consigo reproducirlo completo, aunque puedo suponerlo porque los conocemos los hemos sufrido hasta hoy, justo hasta hoy cuando estamos por fin en el Gran Juicio y al inicio de un tiempo absolutamente nuevo.

Una mujer se adelantó y se acercó al joven y al hombre. Levantó el brazo y habló.

-¿Tenemos que juzgarlos como individuos o como sistema?- preguntó. La ciudad entera vibró con la pregunta que se hicieron todos al mismo tiempo.

-El sistema tiene cuerpo, estos son y han sido sus operadores- contestó el joven.

-Según nuestra experiencia hay que juzgar al sistema, pero empezaremos juzgando a sus más claros representantes. A los autores del crimen, a los delincuentes mayores- dijo el hombre.

-Pero- dijo la mujer- ellos se reproducen. Vencimos a los nazis, pero no acabamos con ellos, se reorganizaron y llegaron al poder disfrazados de demócratas, son el poder criminal.

-Lo fueron hasta hoy, es verdad, por eso hay que acabar con todos. Ir a la raíz. Y la raíz es el sistema capitalista que ellos manejan, son gerentes de la muerte- dijo el joven.

La multitud en la ciudad onduló como una ola. Desde abajo se sintió el calor intenso y desde arriba la ola golpeó las orillas.

Todos habían comprendido hacía ya mucho tiempo que el sistema, la barbarie tiene muchas formas de prolongarse, que muta y permanece y es la muerte disfrazada. Los nazis la cultivaron como “muerte embarazada”.

Desde arriba todos los brazos se levantaron por segunda vez para apoyar al joven.

-Estos son los principales responsables, sabemos que son sólo la punta del iceberg, pero hemos de acabar con ellos para siempre. Por respeto y amor a nuestros millones de muertos.

Los brazos se levantaron otra vez y votaron con una especie de respiración única que llenó el aire, como si una libélula gigante estuviera volando.

-Matar a los señores de la muerte es cuidar y proteger la vida. Matar a la muerte es nuestra obligación-dijo la mujer.

La plaza onduló otra vez. Cada cicatriz, cada herida, toda la memoria del dolor y de la lucha vistas desde arriba vibraron en la niebla.

El hombre que había sido el primero en hablar los miró y solo abrió los brazos como si pudiera tocar a todos. Después miró hacia arriba, hacia donde estaba el hombre del megáfono que en ese momento decía otra vez Reunión, y después

Justicia sin que desde allí se escucharan sus últimas palabras porque empezaron estallar fuegos artificiales cruzados por el vuelo lento de libélulas azules a las que sin querer seguí y me distraje, pero yo creo que dijo algo así como que es la gran reunión de la victoria, porque en estaba naciendo el tiempo nuevo, el tiempo humano.

Quizás por eso el sueño fue tan vívido, tan claro, tan sanador.

Solo sé que me desperté con energía, dispuesta a sobrellevar mucho mejor mi decidida e inconmovible Esperanza de que un día serán juzgados y condenados y que todas las panoplias en las que perdemos tanto tiempo tratando de ocultar la ferocidad de estos criminales llegaran a su fin, entonces con toda claridad, después de condenarlos y acabar con ellos y siglos de robo y explotación seremos por fin humanos.

Mientras tanto toda supuesta justicia no es más que una máscara vulgar de nuestra impotencia y nuestro miedo, nuestros cortos deseos, nuestra mediocridad que recita el viejo y cínico feliz año.

Por REDH-Cuba

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