Las razones profundas del pensamiento marxista y leninista de Fidel se hallan en su humanismo.
En estos días, la humanidad en su esencia misma -sensibilidad, racionalidad, inteligencia, conocimiento- resulta sistemática y persistentemente impugnada por hechos como el genocidio en Palestina o las masacres en Líbano; una humanidad negada por la oposición de países occidentales en organismos internacionales como la ONU, a adoptar la tradicional resolución contra la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas, o por la persistente y deliberada intención de negar el papel del Ejército Rojo en la liberación de Auschwitz y con ello cambiar la historia, resignificarla en sentido negativo y olvidarla definitivamente en sus más nobles y justas lecciones; una humanidad hostigada por el desenfado y desfachatez con que el recién electo presidente de Estados Unidos Donald Trump expresa ambiciones territoriales, xenofobia, misoginia, racismo, y desprecio absoluto a la cultura, la identidad y el derecho de los pueblos, así como su propósito de imponer la paz a través de la fuerza, es decir, la paz de los sepulcros, infligida por la guerra o la política imperial, basada en las dictaduras económica -bloqueos y supremacía mediante-, tecnológica, cultural, informativa y militar.
Toda esta realidad convulsa fue vislumbrada y denunciada hace ya más de 20 años por Fidel Castro Ruz.
Ante este panorama sombrío recuerdo las acusaciones del líder histórico y Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, cuando la invasión de la OTAN a Yugoslavia. Aquí en La Habana, el 11 de junio de 1999, en la clausura del Primer Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo, consideró que aquella agresión barría, en criminal precedente, el derecho internacional basado en principios fundamentales como la soberanía y la no intervención; entonces, alertaba sobre los nefastos efectos que algo así tendría para el mundo en el futuro. El futuro es hoy. Fidel contraponía a aquellos hechos, la urgencia de “globalizar las ideas: hablar, razonar, pensar, explicar, demostrar”. En pocas palabras, luchar y sembrar conciencia.
Cuando aún caían las bombas sobre los puentes o la televisión en Belgrado, integré el grupo de sus colaboradores. Fidel había expresado interés en conocer más hondamente la historia de Croacia durante la Segunda Guerra Mundial, del campo de concentración de Jasenovac y acerca de la doctrina de los tres tercios aplicada por el fascismo en la nación balcánica, dogma que establecía para la población serbia la asimilación forzosa, la esclavitud o el exterminio. En esa época, recibía libros y materiales desde la biblioteca de Nueva York, los cuales debía analizar y sintetizar en informes cotidianos que entregaba al filo de las madrugadas a la insomne mirada de Fidel.
En su infancia, él había leído historias de grandes contiendas de la antigüedad o de algunas más recientes. Conocía las campañas griegas y romanas y las llamadas invasiones bárbaras. Mencionaba con frecuencia pasajes de la Batalla de las Termópilas, de la naval que tuvo lugar en Trafalgar o las libradas por Napoleón, Bolívar, Sucre, Maceo, Máximo Gómez y tantos otros. No olvidó nunca los reportes noticiosos que repasaba con avidez en los diarios, cuando contaba con diez años de edad, sobre el curso de la guerra civil española o de la invasión italiana a Abisinia. En el verano de 1945, lo impactó la noticia del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Fue cuando se encontraba a punto de comenzar la universidad. Una pequeña plaza en la alta casa de estudios, donde con frecuencia se reunían los estudiantes, llevaba el nombre de Lídice, la aldea arrasada por los nazis en territorio actual de la República Checa. Su anti belicismo tiene una relación directa no sólo con lo estudiado, sino también con lo vivido estremecedor. En su larga vida de estadista y político revolucionario de dimensión universal no se cansó nunca de advertir sobre el peligro de confrontación nuclear, alarma vivida como protagonista de la Crisis de Octubre o Crisis del Caribe, en 1962.
El académico mexicano John Saxe Fernández, en su artículo «Fidel: la gran travesía humana al futuro», recuerda la expresión con que Juan Bosch calibró a Fidel en su dimensión histórica y ancestral: “una inmensidad histórica cubana, caribeña y latinoamericana”. Al mismo tiempo, Saxe Fernández coloca a Fidel a la cabeza de una avanzada del pensamiento universal que define al colapso climático antropogénico como lo que es y también como capitalogénico, en su interpretación política y social, desde el discurso que el dirigente revolucionario pronunció en la Cumbre de la Tierra organizada por la ONU en Río de Janeiro, en 1992, en el que mostró -nos dice Saxe: «la alta capacidad para usar preponderantemente palabras y expresiones, como exigió Juan Rulfo, `que sean mejor que el silencio´».
Ustedes se preguntarán por qué traigo a colación temas tales en un Congreso de Pedagogía. Para Fidel, además del surgimiento de un mundo multipolar, donde no imperen los hegemonismos imperiales y se hagan efectivas la descolonización, la independencia, la justicia y el desarrollo, la educación constituía antídoto y al mismo tiempo lucha imprescindible por salvar a la humanidad de los inminentes riesgos que corría y corre. En la mencionada Cumbre de la Tierra expresó: entre otras ideas:
Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.
Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo.
Es necesario señalar que las sociedades de consumo son las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medioambiente. Ellas nacieron de las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad.
Y señalaba un poco más adelante:
Si se quiere salvar a la humanidad de esa autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre.
Y concluía:
Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo.
En aquella reunión, Fidel preguntaba por qué, si no existían ya las supuestas amenazas del comunismo, los fondos asignados al armamentismo no se destinaban al desarrollo de los países del Tercer Mundo y la ecología. ¿qué era lo que lo impedía?
Algunos años después de esa cita en Río, en marzo del año 2005, se realizó en La Habana un singular encuentro titulado «Conferencia Mundial Diálogo de Civilizaciones. América Latina en el Siglo XXI: Universalidad y Originalidad». Aquel evento contó con la participaron de casi 300 científicos e intelectuales, representantes de organizaciones sociales y medios de comunicación, políticos y personalidades religiosas de 29 países, quienes, según recordaba Fidel, se reunieron con el propósito esencial de responder a las teorías sobre el choque de las civilizaciones, fundamentadas en el carácter excluyente de la globalización neoliberal y la dominación hegemónica de occidente. A tal situación se contrapuso como propuesta la promoción del diálogo entre pueblos, culturas, confesiones y Estados, con el fin de hallar respuestas comunes a los retos claves del mundo contemporáneo.
Fidel participó en la clausura, donde, a partir de la información recibida de cada una de las sesiones del encuentro (entre los redactores de los resúmenes recuerdo a los doctores Ismael Clark, Osvaldo Martínez, Abel Prieto y Miguel Barnet) dialogó con los participantes, hizo un recuento histórico desde la antigüedad hasta nuestros días, en el cual lo primero que desarrolló fue una visión crítica del concepto civilización, pues en nombre de algunas civilizaciones se aplicó sin derecho alguno, la barbarie y el genocidio contra otras de igual valor e incluso más avanzadas que las primeras, en determinados aspectos, y señaló desde una perspectiva actual:
Cuando yo escucho esa frase “Diálogo de civilizaciones”, a la mente me viene la idea de una suma de valores, sumar los valores de todas las civilizaciones, como cuando se habla de alfabetizar, es inculcar a los ignorantes aquellos valores que no han podido conocer porque no tuvieron un maestro, porque no tuvieron una escuela.
Cuando se habla de alfabetizar se piensa en eso, trasmitir valores; pero debemos preguntarnos una cosa: ¿Qué valores trasmitimos? ¿Qué valores?
Escuché con emoción las palabras que se pronunciaron sobre decirle adiós al chovinismo, decirle adiós al nacionalismo estrecho, decirles adiós a los odios, decirles adiós a las intolerancias, decirles adiós a los prejuicios, y es trayendo todo lo que tienen de bueno todas las culturas y todas las civilizaciones y todas las religiones, educarlos en una ética universal, verdaderamente necesaria en este mundo neoliberal globalizado, que comenzó por globalizar el egoísmo, globalizar los vicios, globalizar las ansias de consumo, globalizar el intento de apoderarse de los recursos de los demás, de esclavizar a los demás.
Leyéndolo hoy, recuerdo aquella novela de Ernest Hemingway que tanto le impresionó: Adiós a las armas.
Más adelante aseveró que “nunca hemos cultivado el odio ni promovido ningún tipo de chovinismo, ni fatalismo, ni fundamentalismo. Ellos son los fundamentalistas de la guerra y la violencia”, recalcó y al hablar de la pretensión de agredir a 60 o más países del mundo, mencionó la palabra ignorancia como una de las causas de tales políticas. Ya para entonces, tempranamente, hablaba de lo que hoy conocemos como guerra cognitiva. Especificaba que no era lo mismo no estar informado que no tener la capacidad de pensar, por la influencia malsana de la publicidad y el control de los medios de información por quienes, en el orbe, concentran cada vez más la riqueza y el poder. Había comenzado a meditar sobre estos asuntos, en la Sierra Maestra, cuando por la radio escuchaba los anuncios publicitarios que proponían elegir entre uno u otro dentífrico y aquella disyuntiva le parecía algo alucinante y lejano.
En resumen, hace ya muchos años, Fidel adelantó algo de lo que vivimos:
La ignorancia a que me refiero es no saber nada de nada, y mal anda el mundo cuando la superpotencia más poderosa que jamás ha existido, con capacidad de destruir diez veces o veinte veces el planeta, esté dirigida por personas que no saben nada de nada. Es como para morirse del corazón anticipadamente, si no tuviéramos fuerte el corazón, si no tuviéramos fuerte las conciencias.
Fue al abordar ese tema que expresó: «Les decía que la humanidad debe ser salvada. Pienso que solo la conciencia es el arma con que esa humanidad puede ser salvada».
Y al preguntarse ¿por qué para nosotros la educación es lo fundamental? Respondió que el hombre nace lleno de instintos y la educación es la inculcación de valores positivos creados por el ser humano. Consideró la importancia de ser dueños, más que de los medios técnicos, de los conocimientos y de la información que permiten el intercambio de ideas entre seres de cualquier remoto lugar del planeta. Destacó la importancia de la alfabetización de las poblaciones y se refirió a las vías que podrían hacerla realidad en todas partes. También ponderó que había que practicar no solo la alfabetización escolar, sino también la de cultivar y aplicar la alfabetización política de forma que los pueblos comprendieran el mensaje que un evento como aquel proponía, un mensaje por la vida en el planeta, por la preservación de la humanidad, por la solidaridad, la justicia y una paz justa.
Las razones profundas del pensamiento marxista y leninista de Fidel se hallan en su humanismo. En 1975 reconoció que, siendo una persona nacida en una familia acomodada, se había hecho revolucionario precisamente por los caminos de la sensibilidad y los conocimientos. De ahí la importancia de los maestros, los profesores, la educación y la cultura en la persistente lucha por sembrar ideas y conciencia.
(Palabras pronunciadas por la autora en el XIX Congreso Internacional Pedagogía, 2025: Educación, Ciencia e Innovación por un Desarrollo Humano Sostenible).
Bibliografía
Castro Ruz, Fidel. El derecho internacional no puede ser barrido. Discurso en la clausura del Primer Congreso Internacional de Cultura y Desarrollo. La Habana, 11 de junio de 1999. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado de la República de Cuba, 1999.
Castro Ruz, Fidel. El diálogo de civilizaciones. Introducción por el autor. Discurso pronunciado en Río de Janeiro en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, el 12 de junio de 1992. Discurso pronunciado al clausurar la «Conferencia Mundial Diálogo de Civilizaciones. América Latina en el siglo XIX: Universalidad y Originalidad», La Habana, 30 de marzo de 2005. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado de la República de Cuba, 2007.
Saxe Fernández, John. «Fidel: la gran travesía humana al futuro». En: Yo soy Fidel. Pensamiento y Legado de una inmensidad histórica. John Saxe Fernández (Coordinador). Prólogo de Roberto Fernández Retamar. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), Buenos Aires, Argentina, 2018.