Este texto fue leído el lunes 17 de marzo 2025 en la Universidad de La Habana, como parte de las actividades realizadas por el Evento Patria y la celebración de los 20 años del Canal Telesur.

En agosto 2002 llega al gobierno en Colombia el máximo exponente de la nueva oligarquía terrateniente y narcoparamilitar, Álvaro Uribe Vélez. Desde décadas atrás este país vivía un fratricida conflicto interno y este presidente llegaría para aumentarlo.

En Venezuela gobernaba el presidente Hugo Chávez, quien desde su momento de posesión, en 1999, había dicho que Venezuela sería neutral en la confrontación entre el Estado y la guerrilla del hermano país. Paralelo a ello, Chávez había emprendido una serie de transformaciones sociales, políticas y económicas que contrariaban a los intereses del gobierno estadounidense.

Esto fue tomado por los gobiernos colombiano y estadounidense como una afrenta. Sus medios de prensa aumentaron los señalamientos hasta popularizar la palabra «castrochavismo». O sea, Venezuela estaba en camino de ser otra Cuba comunista en el continente. La estrecha relación nacida entre los dirigentes Fidel Castro y Hugo Chávez terminó por «confirmarlo». Esto había que detenerlo.

En febrero 2002 la señora Ingrid Betancourt había sido secuestrada por la guerrilla de las FARC. Rápidamente esto se convirtió en un sonado caso mundial al ser ella también ciudadana francesa. Washington y Bogotá vieron la posibilidad de confrontación sin límites, mientras sus poderosos medios de prensa aprovechaban lo mínimo para señalar al gobierno de Chávez como cómplice de esa retención, estigmatizando su ofrecimiento para mediar en la liberación.

En el 2003, la entonces ministra de defensa de Colombia, Marta Lucía Ramírez, aseguró que la «Venezuela chavista» era un «refugio para las guerrillas», especialmente de las FARC. Cada palabra fue multiplicada por los medios de prensa hegemónicos.

En diciembre 2004, Rodrigo Granda, responsable del trabajo internacional de las FARC, fue secuestrado en Caracas y trasladado clandestinamente a Colombia. Uribe y su ministra estaban al tanto de ello. Este operativo, que violó la soberanía venezolana, demostró la agresividad del gobierno de Uribe.

Ante los ataques terroristas que sufrió la infraestructura petrolera empezaron a llegar los problemas de abastecimiento interno. Y ahí estuvo la prensa para multiplicar esa crisis sin mencionar la raíz del problema, ya que lo esencial era seguir enlodando la imagen del proyecto bolivariano.

No existía un día donde el presidente Chávez no fuera tratado de «populista», «déspota», «dictador», «caudillo», y hasta «gorila militar». Lo importante era desvalorizar su liderazgo, dentro y fuera del país.

La estrategia para desestabilizar a la República Bolivariana continuaba su marcha, donde la gran prensa actuaba como un bombardero: ablandaba, moldeaba y preparaba los cerebros para que una invasión fuera bien recibida. El diseño llegaba de Washington y Colombia servía de principal peón.

En mayo 2004 más de 100 paramilitares colombianos fueron detenidos en una finca en las afueras de Caracas. Tenían la finalidad de asesinar al Presidente Chávez. Se conoció que el entonces Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, que dependía de la presidencia colombiana, estaba atrás de ello. No sería la única tentativa.

Para el 2005 no existía un medio de prensa que tuviera una mediana difusión nacional o internacional que contara otra versión de los hechos. Que no tuviera un lenguaje guerrerista hacia Venezuela y demostrara la existencia de una guerra mediática.

Y es cuando dos inmensos hombres, de esos que nacen cada cien años, tuvieron la idea de crear un canal alternativo latinoamericano de referencia mundial: Fidel Castro y Hugo Chávez. El 24 de julio 2005 lanzaron Telesur, justo el día del natalicio del libertador Simón Bolivar.

Y aunque en ese momento era más «un proyecto en una hoja de papel», donde «todo estaba por hacer», como ha dicho su actual directora Patricia Villegas, apenas queriendo gatear tuvo que enfrentar toda aquella agresividad política y mediática, que no solo se suscribía a Venezuela sino que se extendía a los gobiernos progresistas que en esos momentos surgían en varios países de la región y atendían el anuncio de Chávez de construir la integración latinoamericana, la Gran Patria.

Un periodista y escritor colombiano estuvo cuando el proyecto Telesur empezó a ser idea, aportando su experiencia de 40 años de andar y cubrir el sangriento conflicto de su país: Jorge Enrique Botero. Aportó reflexiones para que la labor de Telesur fuera una alternativa a los medios hegemónicos internacionales que monopolizaban el mensaje y manipulaban o desconocían a la verdad. Los que anulaban o folclorizaban el acontecer latinoamericano.

Al ir en contravía era lógico, entonces, que Telesur naciera rodeada de todo tipo de enemigos. Y uno de ellos, el principal, ha sido el Estado colombiano debido a la forma en que ha cubierto al conflicto armado en Colombia.

El primer corresponsal que tuvo Telesur en ese país, de abril 2006 hasta abril 2008, William Parra, fue detenido y acusado de ser un experto en explosivos de las FARC. La prensa colombiana no perdió la oportunidad para relacionar su caso con Telesur. Después de una larga lucha judicial, en 2014 la Corte Suprema de Justicia reconoció que era inocente. Parra en Telesur había denunciado las masacres de campesinos a manos de militares y sus paramilitares. Seguramente era una advertencia para Telesur.

En diciembre de 2007, la FARC entregaron a una delegación del presidente Chávez varios rehenes, entre ellos Clara Rojas, excompañera política de Ingrid Betancourt, su hijo Emmanuel y la congresista Consuelo González. Chávez y la senadora colombiana Piedad Córdoba habían mediado previamente. Telesur grabó y transmitió todo ello, convirtiéndose  en fuente de los medios del mundo.

No fueron los únicos rehenes de la guerrilla entregados a delegaciones del presidente Chávez y donde Telesur informó en detalle. Aunque se tenía autorización del gobierno uribista para la entrega, la gran prensa no se ahorró en señalamientos: Chávez, Telesur y la senadora Córdoba estaban muy cercanos a las FARC. Nunca quisieron ver, y menos contar, que se hacía como un aporte a la paz en Colombia y que la guerrilla confiaba en la palabra de esos personajes y de Telesur.

El primero de marzo 2008, casi en exclusiva, Telesur presentó un especial sobre el asesinato, en un bombardeo, del miembro del secretariado de las FARC y uno de los principales negociadores para la liberación de Ingrid Betancourt, Raúl Reyes, Luis Edgar Devia. El mundo conoció por Telesur que el bombardeo había sido sobre territorio ecuatoriano, en un violación flagrante de la soberanía. Esto trajo una grave crisis diplomática entre el gobierno del presidente Rafael Correa y el colombiano. Con la prepotencia que le daba el tener el apoyo de Washington, Uribe dijo que lo mismo haría con Venezuela, de ser necesario, abriendo otra crisis de relaciones.

El 26 de mayo 2008 la cadena difundió en primicia un video donde las FARC confirmaban la muerte de su número uno, Manuel Marulanda, sucedida dos meses antes. Esto trajo la ira de Bogotá, en especial del ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos, cuyo resultado lo expectó la prensa: Telesur había tenido que ver con la filmación.

Quizás la acción más grave que el gobierno colombiano ha realizado contra Telesur sucedió al momento del rescate de la señora Ingrid Betancourt y otros rehenes, el 2 de julio 2008. El ministro Santos reveló, con sonrisas, que entre el equipo de militares hubieron quienes simularon ser un «periodista y un cámara» de la cadena. Telesur, en cabeza de su directora Patricia Villegas, emitió un comunicado en el que rechazaba «enérgicamente» la utilización de su nombre para «hacer de la verdad la primera baja de la batalla». Estimaba que “semejante irresponsabilidad constituye un peligro para la vida de profesionales inocentes, precariza su seguridad y atenta contra el derecho universal a la información”. A pesar de la gravedad, Santos consideró poco después “irrelevante ofrecer disculpas” por el uso ilegal de Telesur: “la verdad es que no le dimos ninguna trascendencia a lo de Telesur.

El 17 de septiembre de 2014, Uribe siguió con sus falacias. En medio de un debate que se realizó en el Congreso aseguró que Telesur y Canal Capital (independiente) eran “medios de comunicación serviles al terrorismo.» Ya el presidente era Juan Manuel Santos, pero esas palabras impactaron debido a la alta popularidad de Uribe. Poco antes había usado el término «TeleFarc». Esto siguió afectando la imagen, la percepción de Telesur entre importantes sectores de la población colombiana y latinoamericana, que también escucharon de políticos referirse al canal como «Telechávez.»  Algunos presuntos investigadores llegaron a decir que «su programación principal hace resonar el estalinismo.»

El conjunto del estamento de poder en Colombia, incluidos sus poderosos medios de prensa, llegaron a odiar a Telesur tanto como a Chávez. Y no solo era por diferencias ideológicas: por primera vez se contaba en varios países sobre la cruel violencia política en Colombia, que llegaba desde el Estado; la estrecha relación de políticos, empresarios, mandos militares, oligarquía y hasta instituciones estadounidenses con el paramilitarismo y el narcotráfico; y la complicidad de sus medios de prensa.

Como lo dijo Patricia Villegas, conocedora directa de la violencia en su país, el pecado de Telesur ha sido mostrar «la cruda represión y violencia con la que históricamente el Estado ha dado respuesta a cualquier tipo de movilización o posición digamos contestataria […]  Una violencia de tantas décadas que la han vuelto parte del paisaje, que está en el adn de nuestra historia.»

La misma violencia que cae sobre quienes intentan mostrar la real cara del stablishment, convirtiéndose en un peligro, por tanto se debe silenciar. Y en Colombia es, regularmente, con el asesinato. Por ello casi desde un comienzo la labor de sus reporteros en Colombia ha sido, y es, desafiante y peligroso. Su manera de cubrir el conflicto interno armado, que ha puesto las cámaras del lado de las víctimas, se considera hasta un acto subversivo por la institucionalidad colombiana, quedando, por «lógica», en la mira de las Fuerzas Armadas y sus grupos paramilitares.

Lo mínimo que ha podido pasarles ha sido la marginalización profesional y/o social: hasta los colegas de otros medios los señalan: es de Telesur; trabajó para Telesur, como si fuera portador de la peste.

Además de haber sido ministro de Defensa de Uribe, Juan Manuel Santos también es uno de los propietarios del principal imperio periodístico, El Tiempo, y  gran representante de la oligarquía tradicional, esa que a comienzos del siglo XX llevó la violencia al campo para apoderarse de las tierras. Santos asumió la presidencia entre 2010 y 2018. Al comienzo de su mandato trató de mostrar un alejamiento de la beligerancia uribista hacia Venezuela y Telesur. Le duró poco.

Ante la muerte del Comandante Chávez, marzo 2013, se instala un estado de guerra permanente contra Venezuela y su revolución, siendo el bloqueo económico impuesto por Washington lo principal pues arrecia la crisis. Es cuando Santos demuestra lo que siempre había sido: un enemigo. Como otro peón de Washington apoyó las sanciones internacionales y acogió a «líderes» de la oposición venezolana. Santos sentó las bases para la intensificación de la hostilidad bajo su sucesor, Iván Duque.

En agosto de 2012, Telesur fue el primer medio en revelar la existencia de un acuerdo histórico entre el gobierno de Colombia y las FARC para iniciar diálogos formales de paz. Esto no le gustó a Santos y menos a sus medios de prensa, por haberse adelantado a contarlo y de manera detallada. Aunque siempre lo negaba o callaba, en ese momento el gobierno no tuvo alternativa que confirmarlo.

Durante todos los años de negociaciones en La Habana, siendo Venezuela y Noruega parte de los países garantes, Telesur demostró gran profesionalismo. Su información jugó un destacado papel con la verdad, lejos de la manipulación de la casi totalidad de medios de prensa. Una demostración de su continuo aporte a la búsqueda de paz política en Colombia.

Como en múltiples ocasiones lo había hecho en diferentes regiones del continente, Telesur contextualizó esas negociaciones y el conflicto dentro de la realidad latinoamericana para su mejor comprensión: lo que ahí sucedía no era una isla, aunque sí muy particular por su grado de violencia.

Con la llegada de Iván Duque al poder, 2018 – 2022, la hostilidad del estado colombiano hacia la revolución bolivariana tuvo su punto máximo. En realidad fue una confrontación directa, dirigida e impulsada por Washington.

Duque fue uno de los primeros en reconocer a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, en enero de 2019. Sin atribución legal le entregó la administración de la estratégica empresa Monómeros. Esto y muchas otras acciones trajeron la ruptura de relaciones.

Esto repercutió sobre Telesur, cuyo trabajo fue enmarcado como si fuera el de un enemigo.

En 2019 se dio el famoso concierto de la frontera, organizado con el objetivo supuesto de recaudar fondos para ayuda humanitaria. Ahí estuvieron importantes músicos, pero también el actual jefe del Departamento de Estado, Marco Rubio. Lo que se esperaba era poder ingresar con una tal ayuda humanitaria, que abriera el espacio para una invasión militar. Aunque poco después se conoció en detalle por Telesur, la gran prensa, empezando por la colombiana, calló, manipuló o buscó pretextos para explicar el que Juan Guaidó cruzara la frontera clandestinamente, pero con el apoyo de un grupo narco-paramilitar.

De nuevo, para poder saber la verdad, u otra versión, de lo que había atrás de la operación «humanitaria», se debía ver Telesur. Desde el lado venezolano, donde no quisieron estar los otros grandes medios, sus periodistas informaron y demostraron. Telesur tuvo gran responsabilidad en que esa operación fuera entendida por lo que era: una tentativa de invasión dirigida desde Washington.

Telesur mostró con detalles lo que se conoció como Operación Gedeón, mayo de 2020, cuando un grupo de mercenarios intentó ingresar a Venezuela. Estos habían sido entrenados y armados en Colombia. Fue una, entre varias, las tentativas de llevar la violencia a Venezuela.

La oligarquía colombiana, el stablishment, y los medios de prensa de ese país, fieles servidores de Washington, se convirtieron en actor central en la estrategia para desestabilizar al gobierno hermano bolivariano, donde millones de personas de ambas naciones han sido víctimas.

Es durante el gobierno de Duque que Telesur informó sobre las negociaciones de este gobierno con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, ELN, en La Habana. Así mismo cuando el gobierno las rompió y calificó a la guerrilla de terrorista.

Cuba, que siempre ha brindado su suelo y su neutralidad para las negociaciones entre diferentes gobiernos y varias guerrillas colombianas, fue incluida por el gobierno Trump en la lista de país promotor del terrorismo. Esto se dio bajo el pretexto de que Cuba no le entregaba al grupo guerrillero negociante al gobierno colombiano.

Pero como explicó Telesur en detalle, entre las cláusulas de los acuerdos de negociación se dice claramente que si se rompían, los insurgentes podían regresar a sus campamentos.

Cuba y Venezuela han recibido muy grandes golpes políticos y vulgares manipulaciones a sus imágenes por ayudar a la búsqueda de la paz en la desangrada Colombia. Venezuela y Cuba han sido la columna del proyecto Telesur. A la cadena noticiosa también le han propinado diversos golpes desde diferentes frentes. Su labor es peligrosa. Informar con la verdad se vuelve más letal que un fusil o un cañón.

Colombia tiene mucho que agradecer a Venezuela, Cuba y Telesur. Quizás algún día no lejano sea Simón Bolivar quien alumbre a los que deciden en ese país, y deje de ser el desagradecido y traidor Francisco de Paula Santander…

Por REDH-Cuba

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