Este 24 de febrero se cumplió el tercer año del inicio de la Operación Militar Especial rusa en Ucrania. Decenas de miles de muertos después, la guerra parece estarse acercando a sus acordes finales, en la medida en que el principal aliado, impulsor y financista del lado ucraniano, los Estados Unidos, parecen estar verificando bajo el gobierno de Donald Trump un giro radical en su posición en torno al conflicto.


Fuente: Huele a azufre

En esta hora, la devastada Ucrania, sobre cuyo suelo se ha librado principalmente el conflicto, comprueba con amargura hacia dónde la ha llevado la intromisión occidental en su suerte. Desde el Euromaidan en 2014, que llevó al derrocamiento del presidente Víctor Yanukovich, considerado en los círculos políticos occidentales como pro-ruso, el país ha visto como el entreguismo de sus élites y la intromisión extranjera han acelerado la confrontación interna y el enfrentamiento con Rusia.

Con total cinismo, políticos como Victoria Nuland o la excanciller alemana Angela Merkel han reconocido en el pasado sus esfuerzos por tensar las relaciones con Rusia y, una vez iniciado el conflicto, su presión sobre Kiev para detener los diálogos de paz en Minsk.

El ex premier británico, Boris Johnson, quien en su momento jugó un papel crítico en la decisión de Kiev de continuar y profundizar la guerra, se da el lujo de volver por estos días a la capital ucraniana e incluso dar consejos: a Ucrania, aceptar el acuerdo de minerales propuesto por Estados Unidos y a Londres y otras potencias europeas enviar tropas a Ucrania “para brindar una sensación de seguridad y tranquilidad a los ucranianos en el contexto de ese acuerdo de paz”.

Recientemente el medio Wikileaks confirmó lo que ya todas y todos sabíamos. Occidente era perfectamente consciente de que acercar a Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) podría causar una guerra con Moscú. Un análisis de los cables emitidos por los embajadores de las principales potencias occidentales en Ucrania en la etapa previa al estallido de la guerra, revela numerosas advertencias de estos y sus temores a las consecuencias de continuar presionando para la entrada de Ucrania al bloque atlantista.

La propia Rusia advirtió en numerosas ocasiones sobre el tema, pero en los pasillos del Pentágono sonaban los tambores de la guerra y se empujó hasta lograrla.

“Trump y sus acólitos ven la principal amenaza para la hegemonía norteamericana en el ascenso de China, lo cual convierte a Europa y a la Guerra de Ucrania en un escenario de segundo orden”

Europa, en su papel subordinado, se sumó progresivamente al conflicto, aún a costa de sus propios intereses. A las sanciones contra Rusia siguieron los paquetes de ayuda económica y militar a Ucrania, que no han parado de crecer, aún a costa de atender los crecientes problemas sociales y económicos que aquejan al bloque.

El resultado práctico ha sido la desaceleración económica de la mayor economía europea, Alemania; la dependencia del gas y petróleo más caro de Estados Unidos y algunos países del Golfo; inflación, mayor índice de pobreza y desempleo y un ascenso de la ultraderecha, de la mano con la crisis política que ha golpeado en los últimos tiempos a países como Alemania y Francia.

Con la llegada de Trump y el giro más agresivamente nacionalista de los Estados Unidos, el centro de atención geopolítico de la Casa Blanca se ha trasladado radical y velozmente hacia Asia. Trump y sus acólitos ven la principal amenaza para la hegemonía norteamericana en el ascenso de China, lo cual convierte a Europa y a la Guerra de Ucrania en un escenario de segundo orden, que conviene más zanjar con un acuerdo ventajoso.

Y es lo que están haciendo. En las rondas de negociaciones celebradas en Arabia Saudita y en diálogos posteriores de alto nivel con Rusia, se ha excluido por completo a Europa y a Ucrania, y esto a pesar de las numerosas declaraciones, entre el ruego y la amenaza, de diversos líderes europeos y las maniobras tragicómicas de Zelensky, quien ha pasado a una velocidad pasmosa de ser el héroe celebrado por la revista Time a un dictador corrupto y cuestionado, con posibles problemas de drogadicción y con miedo a celebrar elecciones por su impopularidad.

El giro simbólico de los principales medios cartelizados de Occidente en el tratamiento de la guerra en Ucrania y la figura de Zelensky en particular, evidencia su carácter de herramientas subordinadas al poder y enseña mucho sobre el “periodismo libre” que promulgan Estados Unidos y sus aliados. 

Como añadido tragicómico destaca la reciente discusión entre Trump y Zelensky en el Despacho Oval de la Casa Blanca, que no solo evidenció la fractura entre ambos gobiernos sino que ha tenido como uno de sus resultados directos el anuncio de la suspensión de ayuda militar de Estados Unidos a Kiev hasta que el presidente Trump esté convencido de que este demuestra un “compromiso de buena fe con la paz”, según informan Bloomberg y Fox News, citando a un funcionario de la Casa Blanca.

“Rusia tiene grandes reservas de hidrocarburos, tierras raras y otros recursos estratégicos, que estaría dispuesta a abrir al capital norteamericano bajo condiciones propicias, tal como evidencian las recientes declaraciones de Kiril Dmítriev”

Al pactar con Putin desconociendo a Europa y Ucrania, Trump parece tener varios objetivos en la mira. El primero, resolver un conflicto duradero y complejo, lo cual forma parte de sus promesas de campaña. Lo segundo es construir lazos con Rusia, país que ha demostrado capacidades militares muy superiores a las de la OTAN y cuya alianza estratégica con China preocupa mucho más a Washington que sacrificar al peón ucraniano y las rabietas del subordinado y dependiente bloque europeo.

En lo personal, Trump y Putin tienen elementos en común que pueden facilitar un relativo acercamiento. Ambos son nacionalistas fervientes, preocupados por el papel de sus respectivos países en la nueva escena geopolítica que inevitablemente se está configurando en el mundo actual, sobre todo con la emergencia de nuevos y pujantes actores, como el bloque BRICS+.

Ambos, además, tienen un enfoque conservador en materia de familia, derechos reproductivos y sexuales, etc. Rusia tiene grandes reservas de hidrocarburos, tierras raras y otros recursos estratégicos, que estaría dispuesta a abrir al capital norteamericano bajo condiciones propicias, tal como evidencian las recientes declaraciones de Kiril Dmítriev, representante especial de la Presidencia rusa para las inversiones y cooperación económica con países extranjeros en reacción a varias afirmaciones de Trump.

Esto, por supuesto, no quiere decir que Rusia vaya a aceptar un papel subordinado en sus relaciones con Estados Unidos. Para el gigante euroasiático terminar la guerra representaría un inmenso alivio económico, y más si viene acompañada de ganancias territoriales y políticas y de una fuerte inversión de capital norteamericano en áreas claves de su economía. Tampoco parece probable que Rusia vaya a abandonar su cada vez más estratégica asociación con Beijing, principal socio comercial y aliado confiable en el complejo escenario político internacional.

Rusia, como gran potencia en la pugna contrahegemónica que se libra en la actualidad, tiene su propia agenda e intereses, y ya ha comprobado en carne propia las veleidades políticas de Occidente y el poco valor de sus promesas. Baste solo recordar la que le hicieron en su momento a Gorbachov sobre la no expansión de la OTAN en Europa Oriental.

Europa, por su parte, ha tenido que hacerse cargo no solo de la exclusión en un tema que consideran de importancia estratégica, sino que además el nuevo Secretario de Defensa de los Estados Unidos les dijo con descarnada claridad que les correspondía a ellos, de ahora en adelante, hacerse responsable de su propia seguridad, la cual Washington venía asumiendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

En un acto que pretende ser de reafirmación de soberanía y de sus propias capacidades, varios líderes se reunieron este 24 de febrero para anunciar su voluntad de continuar apoyando a Ucrania. En el encuentro llamado Support Ukraine, España se comprometió a aportar unos mil millones de euros al país, distribuidos entre equipamiento militar, ayudas de diverso tipo y proyectos de reconstrucción en los que participarán empresas españolas.

Suecia, por su parte, anunció un nuevo paquete militar de unos cien millones de euros para reforzar la defensa aérea ucraniana y Noruega prometió otros mil millones para ayuda civil y humanitaria, 300 millones para suministros de gas y otros 400 para la reconstrucción eléctrica.

Reino Unido prometió 5600 millones de libras en ayudas, así como facilitar el entrenamiento de tropas ucranianas. Finlandia anunció 4,5 millones para la reconstrucción del país, y el Canadá de Trudeau afirmó que su país transferirá 25 vehículos blindados LAV III, 4 simuladores F-16, millones de municiones y 5 mil millones de los beneficios de los activos congelados de Rusia.

A pesar de esta fanfarria, tres hechos aparecen incontestables: la ayuda anunciada es insuficiente para las necesidades actuales de Kiev, la industria militar europea es incapaz de darle respuesta a las demandas de un conflicto de esta intensidad y Ucrania está sufriendo catastróficas derrotas en todos los frentes, lo cual acerca al país a un punto crítico en el cual no podrá continuar el conflicto, al menos no sin los Estados Unidos.

Ucrania, a los ojos del poder actual en Washington, está lista para ser sacrificada en el altar de la geopolítica. Es claro que se dan pasos concretos para llegar al fin del conflicto, aunque implique imponerle a Ucrania una paz onerosa. Los principales impulsores de la guerra, hoy buscan repartirse el pastel una vez hayan callado las armas. Luego del jugoso negocio de la guerra, viene el no menos jugoso negocio de la deuda de guerra, la deuda para la reconstrucción del país y el saqueo de los recursos naturales.

Usada y en proceso de ser desechada, Ucrania aprenderá de la peor manera el funcionamiento de la geopolítica de chacales que impone el imperialismo a sus vasallos. La caída y asesinato simbólico de Zelensky, quien ha sido hasta ahora un lacayo fiel, será la expresión simbólica de este proceso.

Al final, el pueblo ucraniano deberá salir adelante con un país destrozado por una guerra que se pudo haber evitado, con una élites corruptas que no solo se han robado la riqueza del país, sino que se han robado y se robarán los recursos internacionales que entren para su reconstrucción, una nación cada vez más dependiente del capital extranjero y donde el conflicto bélico y el nacionalismo han despertado monstruos que la crisis de la postguerra alimentará, con consecuencias incalculables para el futuro del país y la región.

Por REDH-Cuba

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