Nuestro mundo sitiado por la semiosis bélica. Vivimos en un planeta intoxicado, también, por el ruido de los cañones, pero aún más por la propaganda que los justifica y endiosa. No sólo bombardean las ciudades: bombardean los signos. El belicismo no se limita a la violencia física, se expande como semiosis que produce su sentido bajo la hegemonía del miedo, la obediencia y la cosificación del otro. No hay guerra sin semiótica de guerra. No hay misil sin metáfora y moraleja. En cada arsenal, además de explosivos, hay ideologías listas para ser detonadas. Y casi no hay refugios.
Sus imperios de hoy ya no sólo necesitan declarar guerras formales, luchan por imponer una dictadura semiótica que naturalice lo macabro, estetice el crimen y convierta al adversario en objeto desechable, borrable, olvidable. Genocidio cultural. Así se construye la “normalidad” del belicismo con una maquinaria discursiva que coloniza percepciones, emociones y juicios. Una lógica en la que hablar de paz se vuelve sospechoso, ingenuo o subversivo. Por eso urge una Filosofía de la Semiosis que confronte no sólo la violencia material sino la matriz simbólica que la sustenta. Se trata de pensar los medios, los modos y las relaciones de producción de sentido como campo de batalla y de emancipación, de disputar cada palabra y cada imagen secuestrada por el odio burgués planificado. Nuestra Comunicación de Paz debe ser una praxis semiótica insurgente que levante la voz de nuestras agendas de lucha contra el silencio impuesto por las armas. Es humanismo que toma la palabra cuando el lenguaje mismo ha sido cooptado por la industria bélica.
Toda guerra es un mercado del espectáculo simbólico. Una escenografía producida rentablemente por aparatos ideológicos que manipulan economías y símbolos, fabrican enemigos y falsifican causas. Se trata de una semiosis perversa que reordena los signos para justificar el exterminio. El adversario no es presentado como un ser humano, sino como una amenaza abstracta, un virus, un demonio, una plaga. Así se vacía de contenido ético la posibilidad de la paz. Esa semiosis de guerra tiene reglas: demonización del otro, glorificación de la violencia propia, distorsión de los hechos, estetización del sufrimiento ajeno, victimización del agresor. Es un lenguaje que se autodisculpa antes de destruir, que miente para matar y mata para seguir mintiendo. En ella, los medios de comunicación no son testigos: son armas. Las narrativas no informan: programan. La noticia no relata: ordena adhesiones emocionales.
Esta semiosis no es espontánea ni accidental. Es resultado de siglos de colonialismo, patriarcado y capitalismo. Es el signo al servicio del poder para mantener la explotación, legitimar invasiones y anestesiar conciencias. El capitalismo no sólo explota cuerpos: expropia significaciones. Las guerras que promueve no sólo buscan recursos naturales: buscan control sobre el sentido. Control sobre quién puede hablar, quién puede nombrar y quién debe callar. Frente a esa maquinaria semiótica de muerte, proponemos una Comunicación de Paz. No como neutralidad, no como resignación. Sino como praxis transformadora que interrumpe el flujo dominante de significados para restituir al ser humano su derecho a significar. Es una comunicación que desarma la lógica de los discursos bélicos, que denuncia su falacia y que rehace los lazos simbólicos rotos por la violencia institucionalizada.
Nuestra Comunicación de Paz es un humanismo que se opone activamente al belicismo, no desde un pacifismo ingenuo, sino desde una Filosofía de la Semiosis crítica. Toma la palabra como arma simbólica. No para herir, sino para curar el lenguaje de las heridas de la guerra. No para dominar, sino para convocar a la construcción colectiva del sentido emancipador. Se trata de reapropiarse del signo como territorio de lucha. De resignificar conceptos secuestrados por la retórica del poder: “defensa”, “seguridad”, “libertad”, “justicia”. De crear símbolos nuevos que convoquen a la solidaridad, la dignidad y la esperanza. De construir relatos que dignifiquen la vida, que humanicen al otro y que desmonten las lógicas del odio. Este humanismo comunicacional no es académico ni contemplativo: es militante. Nace en la calle, en los pueblos, en las resistencias. Su gramática es la de los movimientos que se oponen al genocidio, al saqueo y a la mentira. Su sintaxis es la de los pueblos que no renuncian a la palabra. Su semántica es la de quienes saben que la paz no es ausencia de conflicto, sino presencia de justicia.
Si el signo es un campo de batalla, también puede ser trinchera del porvenir. Si las élites producen una semiosis de muerte, nosotros debemos producir una semiosis de la vida. No se trata de repetir consignas, sino de rehacer el mundo a través de la palabra. Cada vez que un pueblo recupera su voz, cada vez que una comunidad narra su verdad frente a la propaganda oficial, estamos ante una Comunicación de Paz en acción. Este proceso exige teoría, pero también ternura. Exige análisis riguroso, pero también sensibilidad colectiva. Exige técnica, pero sobre todo ética. Una ética que se funde en el reconocimiento del otro como portador de sentido, como sujeto con derecho a nombrar el mundo desde su experiencia y su dolor. La Comunicación de Paz es entonces una pedagogía del diálogo, una estética de la dignidad, una política del nosotros. El humanismo de nuevo género que proponemos no se resigna a diagnosticar el horror. Actúa sobre él. No se contenta con denunciar: organiza. No es un humanismo de élite, sino del pueblo en lucha. Y su tarea urgente es disputar la hegemonía semiótica para que las palabras de la paz no suenen vacías, sino potentes, fértiles, colectivas.
Nos toca vivir tiempos de adversidades y de oportunidades …de posibilidades inéditas. El signo no está perdido. Aún puede ser reapropiado. La palabra no está muerta. Aún puede cantar la vida. La Comunicación de Paz no es una utopía ilusoria: es una necesidad histórica. Es la semiosis que nos queda cuando todas las demás han sido secuestradas. Es el grito que se niega a callar. Es el gesto del humanismo que, sin armas, toma la palabra. No se trata sólo de es sólo de hablar de paz, se trata de hablar en paz, desde la paz, por la paz. De escribir, filmar, cantar, publicar, educar y organizar para que la humanidad vuelva a reconocerse en el otro. Y para que la guerra, como forma de producción simbólica, sea definitivamente derrotada. La paz no vendrá de arriba. Nacerá de los pueblos que se reconozcan en su derecho a significar la vida con dignidad. Y la Filosofía de la Semiosis deberá estar a su servicio, no para ordenarles cómo decir, sino para acompañarlos a reaprender a decir lo suyo. Porque allí donde una comunidad levanta su voz y nombra la justicia, empieza a hacerse posible una nueva humanidad.
Recuperar el sentido es recuperar el futuro. Y ese futuro comienza ahora, en cada palabra que resiste, en cada voz que nombra, en cada signo que, contra todo, afirma: la paz se dice luchando. Resignificar es volver a escribir la realidad desde el sur, desde los oprimidos, desde los pueblos que no aceptan el guion ajeno. Es crear nuevas narrativas, nuevas gramáticas del vivir. Es saber que una escuela, una radio comunitaria, una cámara de video o un mural callejero pueden ser trincheras semióticas donde se defiende la humanidad. Y en eso reside la potencia de la Comunicación de Paz: en su capacidad de transformar el lenguaje en territorio liberado. De transformar la palabra en acto de justicia. De transformar el sentido en hogar de todos.
El Informe de la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de Comunicación —más conocido como Informe MacBride— fue presentado en 1980 por iniciativa de la UNESCO. Se desarrolló en un contexto marcado por la Guerra Fría, la expansión de la televisión y la concentración monopólica de los medios de comunicación en manos de corporaciones transnacionales. En sus palabras, la Comisión señalaba que: “La comunicación es un derecho humano básico, indispensable para el desarrollo de la personalidad y la participación en la vida social y política” (UNESCO, 1980, p. 4).
En el documento se denuncia la “concentración monopólica de los medios de comunicación” y la “dominación del sistema mundial de información y comunicación por unos pocos países y empresas” (UNESCO, 1980, p. 9), situación que genera un desequilibrio en el flujo informativo que afecta directamente la soberanía de los pueblos.
Comunicación y paz: eje central del Informe: El Informe MacBride establece la relación directa entre la comunicación y la paz, al indicar que: “No puede haber paz sin justicia y no puede haber justicia sin igualdad en el acceso a los medios de comunicación” (UNESCO, 1980, p. 15). Esto implica que la paz no es únicamente la ausencia de conflicto armado, sino un proceso que debe incluir la democratización de la información y la participación activa de todos los sectores sociales en la producción simbólica. En este sentido, el documento señala la necesidad de “un nuevo orden internacional de la información y la comunicación, basado en principios de equidad, justicia y respeto a la diversidad cultural” (UNESCO, 1980, p. 18).
A más de 40 años, la concentración mediática ha escalado y se ha sofisticado con la irrupción de nuevas tecnologías digitales. Como señala Noam Chomsky en Los guardianes de la libertad (1988), que retoma el espíritu crítico del Informe: “La propiedad y el control de los medios son cruciales para determinar la agenda y el enfoque de la información que recibe la sociedad” (Chomsky y Herman, 1988, p. 3). Esta concentración ha dado lugar a un “monopolio informativo” que limita la pluralidad de voces y, en muchos casos, actúa como instrumento de hegemonía cultural y política.
Desde la perspectiva de nuestra Filosofía de la Semiosis, el Informe MacBride invita a entender la comunicación como un proceso activo de construcción de sentidos y significados. Es decir, como una batalla simbólica donde la paz es un horizonte que se construye mediante la democratización del lenguaje. Como plantea Umberto Eco en su Tratado de Semiótica General (1975): “La comunicación no es transmisión de información, sino producción de sentido; y el sentido es siempre resultado de un proceso social y político” (Eco, 1975, p. 23). Esta perspectiva coincide con el llamado del Informe a la “soberanía comunicacional” y a la “promoción de la diversidad cultural” (UNESCO, 1980, p. 22).
El Informe MacBride concluye con un llamado claro a que la comunicación deje de ser un instrumento al servicio de intereses particulares y se convierta en un derecho colectivo: “La comunicación debe contribuir a crear una cultura de paz, basada en el respeto mutuo y la comprensión intercultural” (UNESCO, 1980, p. 29). En el mundo contemporáneo, marcado por la crisis de la democracia y la ofensiva neoliberal, estas palabras mantienen toda su vigencia y constituyen un fundamento para pensar una Comunicación de Paz activa, crítica y transformadora.