Nunca ha sido más actual Shakespeare que ahora. La célebre frase de Macbeth –“La vida es una sombra… una historia contada por un idiota, llena de ruido y furia, que nada significa”– parece referirse a la situación que ha creado Donald Trump en el Caribe.

Empeñada en enturbiar la realidad, la administración republicana ha fabricado un escenario de guerra preventiva que ilumina las aguas del Caribe con cazas F-35 y buques de guerra, pero oscurece la legalidad, la cooperación internacional y las verdaderas causas del crimen organizado que dice combatir.

Algunos medios estadunidenses han descrito este escenario como ejemplo de “militarismo performativo”: un despliegue concebido menos como estrategia racional de seguridad que como espectáculo diseñado para exhibir fuerza y alimentar titulares. Esta lógica ya se había visto en ciudades como Los Ángeles o Washington, donde se enviaron tropas contra la voluntad de las autoridades locales, y ahora se reproduce en el Caribe bajo el pretexto de la lucha contra el narcotráfico.

Washington movilizó destructores, un submarino nuclear y miles de marines en la región. El 2 de septiembre, un bombardeo contra una lanchita atribuida al Tren de Aragua –con 11 muertos– marcó la primera acción militar directa de Estados Unidos en América Latina desde Panamá en 1989. Sin aval multilateral ni pruebas concluyentes, el supuesto episodio muestra cómo la retórica del “narcoterrorismo” –que equipara narcotráfico y terrorismo global– se ha convertido en un recurso letal dentro de la nueva dinámica entre guerra y soberanía, inaugurando una etapa de tensiones hemisféricas reforzadas.

En el centro de esta narrativa se encuentra Marco Rubio, verdadero arquitecto de la agenda belicista. Desde hace años, el senador de familia cubana mezcla narcotráfico, terrorismo y regímenes incómodos para Estados Unidos en un mismo discurso. Bajo su impulso, organizaciones criminales han sido catalogadas de “narcoterroristas”, abriendo resquicios “legales” para la intervención militar y alineando la política exterior de Estados Unidos con los sectores más duros de la emigración cubana y venezolana en la Florida. Rubio ha convertido el Caribe en laboratorio de su proyecto: subordinar la región a Washington, debilitar la autonomía estatal y normalizar la confrontación como forma de relación hemisférica.

La función de Donald Trump en este engranaje es darle formato de espectáculo. Ha hecho de la política exterior un guion para titulares inmediatos: renombrar simbólicamente el Departamento de Defensa como “Departamento de Guerra”, desplegar cazas supersónicos sobre Puerto Rico, amenazar con derribar aviones venezolanos y ofrecer recompensas millonarias por la captura de Nicolás Maduro. Todo ello compone una puesta en escena destinada a proyectar dureza y control, aunque en realidad genera incertidumbre y desestabilización.

De ahí que la prensa estadunidense hable de “militarismo performativo”. No es un plan estratégico coherente, sino un gesto escénico que confunde forma con eficacia: demostrar fuerza para consumo interno, producir imágenes altisonantes y ocupar la agenda mediática. The Washington Post y Reuters han señalado que estas operaciones se ejecutan con fundamentos legales difusos, pruebas débiles y consecuencias diplomáticas imprevisibles.

Las repercusiones en el Caribe son inmediatas. La región, cuyo PIB depende en 30 por ciento del turismo, según la Organización Mundial del Turismo (2024), enfrenta un descenso de la confianza de los visitantes por la presencia militar y los titulares de violencia. El comercio marítimo, vital para economías insulares como Jamaica o Barbados, se ve amenazado por la interrupción de rutas. Además, el desvío del narcotráfico, como ya ocurrió en el Pacífico en 2023, podría intensificar la violencia en países como República Dominicana, donde los homicidios vinculados al crimen organizado crecieron 15 por ciento el último año, según el Observatorio de Seguridad Ciudadana.

En Caracas, la respuesta fue la movilización de tropas y la denuncia de un intento de cambio de régimen, mientras en el resto de la región crece la inquietud por el futuro. Los halcones han disimulado mal sus verdaderas intenciones. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, dijo a Axios que el ataque contra la lanchita de supuesto narcotráfico fue sólo el comienzo de una misión mayor y, aunque negó que Trump estuviera buscando una intervención directa en Venezuela, también insinuó que “no les preocuparía que Maduro cayera”.

Lo que deja tras de sí este espectáculo no es seguridad ni justicia, sino un Caribe más frágil: atrapado en la agenda belicista de Rubio, en el circo mediático de Trump y en un guion que privilegia la imagen sobre la realidad. Una historia contada por idiotas, llena de ruido y furia, que nada significa.

Fuente: La Jornada

Por REDH-Cuba

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