El 2 de septiembre de 1960, en la voz de Fidel Castro, se encendió esta luz que lejos de apagarse, alumbra hoy con más fuerza en América Latina y el Caribe, en el mundo entero, y jamás se apagará a lo largo del camino, hasta la victoria siempre.


Fue el 28 de agosto de 1960 que concluyó en el Teatro Nacional de San José, Costa Rica, la titulada Séptima Reunión de Cancilleres de la desprestigiada y decadente Organización de Estados Americanos, el servil mecanismo conocido como OEA convertido en Ministerio de Colonias del gobierno imperialista de Estados Unidos. Su propósito, en esa reunión era dar continuidad a la política de aislamiento diplomático y sanciones que acompañara a la creación de condiciones ya decididas por la Casa Blanca para propiciar la agresión militar mercenaria contra Cuba, organizándose por la CIA en esos momentos, que culminó en el bochornoso fracaso yanqui de abril de 1961.

La delegación de Cuba, encabezada por el canciller de la Dignidad Raúl Roa, se retiró el mismo día de aquella farsa que se negó a proteger la autodeterminación y la independencia de Cuba, haciendo constar:”¡Conmigo se va mi pueblo y con él todos los pueblos de América Latina¡”.

Junto a la voz de Cuba, solo las de los gobiernos entonces instalados de Uruguay, Bolivia y México se habían levantado allí en defensa de la no intervención y el derecho internacional. Los cancilleres de Venezuela y Perú renunciaron asqueados al regreso a sus países y así lo denunciaron públicamente. La OEA se hundió definitivamente en el fango y el descrédito y no ha parado desde esa fecha en comportarse de ese modo.

La Primera Declaración de La Habana constituyó algo sin precedentes en la historia del Continente. Por primera vez, un pueblo entero reunido en Asamblea General Nacional en la Plaza de la Revolución de la capital cubana, adoptó el 2 de septiembre de 1960 el documento histórico, analítico y programático que recogió la realidad de América y otras regiones del mundo, proclamó los derechos irrenunciables de Cuba y su decisión indoblegable de defenderlos hasta la última gota de sangre de su pueblo soberano, digno y rebelde, que no acepta intervenciones ni tutelajes.

La Primera Declaración de la Habana resultó comparable al ensayo martiano Nuestra América, suscrito por el Apóstol en enero de 1891, donde realizó semejante análisis profundo del continente, su realidad, su futuro y el papel nefasto del imperialismo yanqui.

Como muchos estudiosos investigadores y analistas han recordado posteriormente, esta Primera Declaración de la Habana no solo habló  en nombre de Cuba, sino también lo hizo en nombre de todos los pueblos oprimidos, saqueados y sojuzgados de América Latina y por ello sigue siendo hoy, -65 años después,- abanderada e inspiración de las luchas populares del continente y de las vanguardias que heroica y decididamente las representan, así como de los gobiernos independientes y dignos que allí se levantan en estos tiempos.

La Declaración tuvo también significativa y amplia repercusión mundial al reconocer por parte de Cuba a la República Popular China como único y legítimo representante de ese vasto conglomerado, por vez primera en América. Allí comenzó ese reconocimiento esencial para la historia contemporánea de la humanidad,

El 2 de septiembre de 1960, en la voz de Fidel Castro, se encendió esta luz que lejos de apagarse, alumbra hoy con más fuerza en América Latina y el Caribe, en el mundo entero, y jamás se apagará a lo largo del camino, hasta la victoria siempre.

Por REDH-Cuba

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