Sesenta y seis años después de su desaparición en el mar, la figura de Camilo Cienfuegos permanece como una presencia viva en la memoria de Cuba.


Por Daniela Beatriz Artiles Rivero

Fuente: CMHW

Hay ausencias que no se llenan con el tiempo. Son vacíos en el alma de un pueblo. Han transcurrido sesenta y seis años desde aquel 28 de octubre, el día en que el mar y la incertidumbre se llevaron, para siempre, la sonrisa del hombre del sombrero alón. Se llevaron a Camilo Cienfuegos.

Sus orígenes, como los de la Patria misma, fueron humildes y dignos. De una familia que forjó en sus hijos el acero de la justicia, la lealtad inquebrantable y un patriotismo que no era una palabra, sino un camino a seguir. Ese camino lo llevó a la Sierra Maestra, a la lucha, a convertirse en el Héroe de Yaguajay, un título que no le fue dado por decreto, sino por sus compañeros de armas, que vieron en él no solo a un valiente combatiente, sino a un guía.

Era el Comandante del Pueblo. El de la confianza absoluta de Fidel. El encargado de llevar la antorcha libertadora hacia el occidente. Y en cada gesto, en cada orden, llevaba la nobleza de sus ideales.

El 26 de octubre de 1959, Camilo pronunció su último discurso público en La Habana. Palabras que con el tiempo adquirirían el valor de un testamento político. Dos días después, el 28 de octubre, la noticia conmocionó a la nación: la avioneta en la que viajaba de regreso desde Camagüey hacia La Habana había desaparecido.

Inmediatamente, se desplegó una intensa búsqueda. Miles de cubanos recorrieron costas y campos durante días, con la esperanza de encontrar un rastro. Pero solo encontraron silencio.

Ese silencio marcó el momento en que el Comandante Camilo Cienfuegos comenzó su transformación en leyenda. Dentro de tanta incertidumbre lo único incuestionable fue el dolor de un pueblo que perdía a uno de sus líderes más queridos y cercanos.

Su figura es recordada no solo por sus hazañas en el campo de batalla, sino por su profundo amor hacia su patria y su pueblo. Sesenta y seis años después Camilo no es solo un nombre en los libros de historia; es un símbolo de jovialidad y lealtad que sigue presente en la memoria colectiva de Cuba. Su ausencia física, se compensa con un legado que el tiempo no ha logrado borrar.

Por REDH-Cuba

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