Estados Unidos anunció que destinará 1 800 millones de dólares para proyectos de ayuda exterior con una visión política y estratégica. Según un documento enviado al Congreso, 400millones serán para América Latina, dirigidos a enfrentar a los «regímenes» de Nicaragua, Venezuela y Cuba.

El plan de la administración Trump busca redirigir recursos hacia programas para frenar la influencia de gobiernos catalogados por Washington como «antiamericanos», extiende su alcance a Europa y Groenlandia con el fin de «contener el avance de China en sectores estratégicos» Estas visión estrecha y unilateral, que prioriza los intereses económicos y de seguridad de Washington, lejos de fomentar la cooperación internacional basada en el respeto mutuo y la solidaridad, se fundamenta en una lógica de confrontación que pone en jaque la estabilidad regional y global.

Más de lo mismo, dinero del contribuyente estadounidense, del ciudadano común, que ve disminuir días tras día sus posibilidades económicas y sociales, su acceso a la salud, a la educación a una jubilación digna, mientras la Casa Blanca dilapida millones para cambiar gobiernos que no se pliegan a sus intereses.

Como sabe, el desmantelamiento progresivo de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), organismo clásico de la subversión exterior, cubierto por la sombrilla de la ayuda humanitaria y cooperación al desarrollo, permite hoy a la actual administración disponer a su antojo de cuantiosos recursos.Esta decisión de inicios del mandato de Trump, derivó además en despidos masivos y en una reducción alarmante del envío de alimentos y medicinas a países que enfrentan crisis profundas. La notificación oficial, fechada el 12 de septiembre, señala también que los fondos desviados se destinarán a fortalecer el liderazgo global estadounidense mediante la diversificación de cadenas de suministro de minerales críticos y la promoción de inversiones en infraestructura estratégica.

En el contexto latinoamericano, en particular, la estrategia busca aislar y debilitar a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que encarnan modelos alternativos de desarrollo político y social, evidenciando una nueva escalada de la vieja doctrina intervencionista estadounidense. América Latina, signada por su historia de intervenciones y bloqueos económicos, sufre nuevamente las consecuencias de una visión imperialista que desconoce el derecho de los pueblos a decidir y avanzar en sus propios proyectos de nación.

Por otro lado, la apuesta por contener la presencia china extrapola la competencia comercial hacia un terreno geopolítico donde las amenazas y miedos se traducen en medidas que pueden escalar tensiones internacionales. Groenlandia y Europa no quedan ajenas a esta disputa, ilustrando un Washington que busca afirmar su hegemonía mediante la reconfiguración global de espacios estratégicos y recursos naturales.

En definitiva, la estrategia anunciada por la Casa Blanca representa un foco renovado de conflicto que eclipsa la cooperación y el entendimiento multilateral necesarios en un mundo cada vez más interconectado y complejo.

Para Cuba y los países hermanos de la región, es un claro recordatorio de que la defensa de la soberanía y la autodeterminación sigue siendo un desafío actual y vital ante las presiones externas. La ayuda internacional debe orientarse hacia la justicia social, el desarrollo equitativo y la superación de desigualdades estructurales, no al servilismo de intereses imperialistas que solo perpetúan la dependencia y la fragmentación regional.

En este escenario,el llamado a la unidad, la solidaridad y la resistencia política no puede ser más claro ni urgente. América Latina debe fortalecer su integración soberana y su voz firme contra estos embates que buscan relegarla a un mero tablero de juego en las luchas geopolíticas globales.

Por REDH-Cuba

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