Qué se puede decir que no haya sido dicho ya. Hoy, en este nuevo aniversario de su nacimiento sólo cabe recordar su condición de personaje “histórico universal”, como gustaba decir Hegel. Su biografía se emparenta con la de los grandes héroes de la historia de la humanidad y no con el común de los mortales.
Sus pares son Espartaco, Alejandro Magno, Darío, Julio César, Odiseo, Aquiles, en fin, los héroes del Olimpo griego y, entre nosotros, Bolívar. Es el “que ha tumbado estrellas en mil noches”, como dice la canción de Pablo. Es ese personaje único, el “animal de galaxia” al que canta Silvio. Fidel era de este mundo pero volaba mucho más alto, veía mucho más lejos, penetraba en lo más profundo del universo. Dueño de una inteligencia excepcional y de una memoria fotográfica sus conocimientos atravesaban los más diversos campos. Era tan sabio como valiente, condiciones que rara vez coinciden en una sola persona. Se armonizaron en la humanidad de Fidel.
En 1992 anticipó el colapso climático que hoy pone en jaque la sobrevivencia del planeta y que hasta el más ignaro reconoce. Las eminentes mediocridades que asistieron a la Cumbre de la Tierra de Rio de Janeiro, donde pronunció ese brillante discurso de escasos siete minutos, escucharon sus palabras con una sonrisa burlona, llena de sarcasmo. Fidel acertó y ¿quién se acuerda hoy de los sonrientes Fernando Collor de Melo, Carlos Saúl Menem, Patricio Aylwin, Alberto Fujimori, Luis Alberto Lacalle, Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez y otros de esa ralea hundidos en la cloaca de la historia. Sus nombres se convirtieron en polvos hediondos. Fidel, en cambio, cada día concita más admiración, no sólo por sus virtudes intelectuales sino además porque su lucidez siempre iba de la mano de su solidaridad militante. Nadie, absolutamente nadie en este mundo, puede quejarse de que Fidel no lo acompañó en su batalla. El Che y Nelson Mandela son dos de los testimonios más conocidos; Yaser Arafat y la revolución argelina también lo son como los niños de Chernobil, expuesto a las radiaciones de su detonada central nuclear que fueron dejados librados a su suerte por el gobierno ucraniano y los indignos gobiernos del resto de Europa.
Y ahí estuvo Fidel para recibirlos, cuidarlos y curarlos. Por eso se lo recuerda hoy, se lo extraña hoy, se lo necesita hoy. Por eso su legado es un tesoro que debemos cuidar y a la vez socializar. Es un faro que emite una luz perpetua, cada día más potente y esclarecedora ¡Feliz cumpleaños, Comandante!