Si reza el adagio: “uno se mide por el tamaño de sus enemigos”; y si ese enemigo no es cualquier pandillero o matón de barrio, sino el más grande asesino en la historia de la humanidad: responsable de millones de muertes en todo el planeta, depredador nato, habituado a imponer sus caprichos en cualquier confín; dueño de las más sofisticadas armas y equipos y redes de espionaje y cuanto artilugio o sistema de dominación se pudiera soñar; y si ese odio que te profesa es tan ciego y perverso que no solo quiere verte reducido a polvo, sino también asesinar tu legado y ejemplo: por eso te difama y tergiversa y trata de ridiculizar lo que digas, donde quiera que lo digas, sea cuál sea la cosa que digas, pues cree que suya es la única palabra, y suyo también el oficio global de juez y fiscal y verdugo; y en nombre de ese poderío no solo trata de matarte una, o diez, o cien veces, sino seiscientas treinta y ocho: una cacería fanática por todo el mundo, año tras año, minuto a minuto, empleando para ello cuantos medios y mañas quepan en la imaginación; lo cual no ha sido su único empecinamiento, pues a esto habríamos de sumarle invasiones, amenazas nucleares, sabotajes, terrorismo, e, incluso, la pretensión de que sea tu propio pueblo quien te linche: verdadero objetivo del cerco económico con que aprieta la vida para que cunda la queja, el desánimo, el repudio, cosa que al final, también ha sido vana ilusión; grave menoscabo para quien se estima mano derecha de Dios; y si tú, Fidel, también nos enseñaste que vencedor no es solo quien derrota al adversario, sino quien sobre todo se supera a sí mismo: pues poderosa ha sido esa convicción tuya de que no hay fuerza capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas; dime entonces, Fidel, ¿a cuántos siglos de altura se eleva tu tamaño?: tú que fuiste al futuro y regresaste para contarlo, a cuántos milenios se encumbra, porque es en la historia que lo trasciende como mejor se mide la estatura de un hombre.
Fuente: La Jiribilla