Las mujeres argentinas, en la lucha contra un proyecto neofascista, el más salvaje de las últimas décadas. Por Juliana Marino

 

Estoy escribiendo esta nota en un día bisagra para la Argentina, en el que el Senado de la Nación, si rechaza la Ley Base enviada por el presidente Milei, hará la diferencia entre oponer resistencia al proyecto neofascista más salvaje de las últimas décadas o, si la aprueba, lo consolidará recogiendo y reproduciendo la más trágica historia de genocidio y entrega del país.

Algunos dicen que no deberíamos llamarlo fascismo, categoría muy especialmente europea, que -sostienen- no es comprendida por el pueblo confundido al que debemos convencer de recuperar el ideario de justicia social, soberanía y solidaridad que supimos abrazar por años junto a nuestras naciones hermanas, consagrándolo en nuestras Declaraciones regionales, como aquella de la Celac de 2014 acerca de «América Latina Zona de Paz».

Será otra de las tareas explicar el neofascismo e identificarlo en Argentina como un plan sistemático de estigmatización y persecución del peronismo y de todas las fuerzas populares (brutalmente torturadas y asesinadas en su historia), generador de pobreza y entregador de las riquezas nacionales, subordinado en forma desvergonzada a intereses imperialistas.

Se sabe también por experiencia histórica que los mecanismos de odio han formado parte de los esquemas fascistas y nazis a fin de deshumanizar a aquellos a los que se propone «hacer desaparecer». Las mujeres reconocemos y consideramos fascismo la creación de enemigos nítidamente elegidos como blanco móvil por el presidente Milei para aniquilarlos política y culturalmente.

El propio gobierno quiere disimular esta caracterización, autodenominándose “anarcocapitalista» y otros sectores cómplices lo hacen nombrándolo neoliberalismo. Las mujeres, que es desde donde estoy hablando en estas líneas, consideramos que no es liberalismo sino despotismo y que reúne las características del neofascismo  al tratar de destruir todo lo que no le es propio, con goce de su crueldad y sadismo,  amedrentando  y sojuzgando al pueblo trabajador con drásticas e impiadosas medidas económicas y laborales, de las que se jactan.

Es de público conocimiento el empobrecimiento acelerado y brutal  de la población, especialmente trabajadores y jubilados, el aumento de la indigencia en la niñez en forma desalmada y la estigmatización de las organizaciones sociales, de la política y del movimiento Feminista. Jubilados y mujeres conspiran -dicen- contra el equilibrio fiscal. Pero no es esto solo lo que persiguen.

Persiguen nuestra capacidad de rebeldía, nuestra aptitud para la organización popular, nuestra articulación intergeneracional y nuestras consignas de NI UN PASO ATRÁS y A LA CASA NO VOLVEMOS. Es que en ella seguimos estando porque seguimos sosteniendo las tareas de cuidado, pero hemos avanzado incorporándonos masivamente al trabajo remunerado, a las universidades, al mundo de la ciencia, la cultura, el arte y la política.

Desde la transición democrática fuimos conformando un sujeto político extraordinario,  capaz de producir enormes avances en la legislación protectora de nuestros derechos y la acumulación de nuestra experiencia social nos ha convertido en actoras insobornables para las que la palabra revolución no ha perdido vigencia y es el alma de nuestra hazaña.

El crecimiento de nuestra insurrección -siempre en movimiento- permitió la institucionalización de políticas a través de la creación del Ministerio de Mujeres, Género y Diversidades (eliminado en los primeros meses de gobierno) y la aplicación de programas sociales de gran impacto para la atención de demandas sociales absolutamente legítimas, apropiadas y eficientes desde el punto de vista de la justicia el bienestar de la población y el desarrollo del país.

El ataque a los organismos pertinentes (la eliminación también del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) y la acusación de «sesgo ideológico» a las políticas públicas para mujeres y diversidades, se completó desmantelando en esta semana el último servicio de protección contra la violencia de género al despedir a todas las trabajadoras que quedaban en el Ministerio de Justicia donde habían sido confinadas.

Dice Rosa Cobo que ser dueñas de nuestro cuerpo y de nuestras vidas no estaba en la agenda política de los varones y nosotras agregamos, tampoco de las agendas de las derechas extremas y los nuevos misóginos.

Milei los está ayudando a rearmar el centro del imaginario simbólico patriarcal y la violencia es una herramienta fundamental en la vuelta de las mujeres al hogar patriarcal y las diversidades a la clandestinidad.

Hay que decir que estamos todos siendo provocados, lxs trabajadores, la cultura, los movimientos sociales pero en particular Milei llegó al poder jactándose de su desprecio por la ampliación de derechos en general y la agenda del movimiento de mujeres en particular: «la violencia no tiene género» «no existe la brecha salarial», dice cada vez que puede y nos lleva a desgastarnos explicándole a la sociedad conceptos que ya habían sido asimilados pacíficamente por el conjunto social. Y ahí estamos volviendo a explicar la feminización de la pobreza, que él está agravando cercenando planes sociales, cerrando comedores comunitarios,  interrumpiendo la construcción de la obra pública de jardines maternales, el mejoramiento de las villas de emergencia y el programa «mi pieza» para agregar una habitación y un baño a las humildes moradas, liquidando las moratorias de las jubilaciones de las amas de casa, de las trabajadoras de casas particulares y la economía popular informal, desfinanciando el programa de disminución del embarazo adolescente y negando la comida a los sectores más desfavorecidos y los medicamentos gratuitos a enfermos graves. Esto es neofascismo puro y duro.

El contexto de este neofascismo es una sociedad que desconocemos, un gobierno que nos ha declarado sus enemigas y cambios culturales cuya profundidad y alcances tenemos miedo de medir, con estigmatizaciones y políticas reaccionarias en materia de salud sexual y reproductiva, de educación y devastación cultural, desprotección y abandono, estimulados por un gobierno irresponsable y violento. Esto es violencia desde el Estado y la ruptura de la noción de comunidad. El neofascismo es una práctica fomentada de disolución de los lazos sociales.

El feminismo en cambio es -como filosofía- un paradigma, una ética de la igualdad y la no dominación y como movimiento político el ideal del mundo que nos merecemos sin opresiones, sin genocidios, sin violencias. No estamos solas, muchos hombres lo han comprendido y trabajan en sus masculinidades, están desaprendiendo el poder sexual opresor y aprendiendo que se pueden compartir en igualdad bienes, roles, y destinos.

No será la primera vez que empezamos de nuevo. Las calles de la resistencia están llenas de mujeres. Desde los feminismos populares nos mantenemos unidas, libres y rebeldes decididas a ser protagonistas de la lucha antifascista y en defensa de la humanidad.

El sujeto social mujeres está diciendo Basta Milei, el sujeto político mujeres ha vuelto a emprender la lucha.

 

Juliana Marino, Argentina. Política  y militante feminista, fue diputada nacional y embajadora de Argentina en Cuba. integrante de la Red en Defensa de la Humanidad.

 

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