Rodolfo Walsh, Playa Girón y la brigada 2506. Por Carlos Fazio

En la historia contemporánea de Nuestra América, marzo y abril reúnen algunos episodios clave vinculados con la barbarie golpista y terrorista del imperialismo estadunidense. El 8 de abril de 2011, en El Paso, Texas, un jurado exoneró de varios cargos por mentir a las autoridades migratorias estadunidenses, a Luis Posada Carriles, ex empleado de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y veterano de la fallida invasión mercenaria a Bahía de Cochinos, quien años después, desde la base salvadoreña de Ilopango, fue operativo de apoyo de los contras en la guerra encubierta de Ronald Reagan contra Nicaragua sandinista que culminó en el escandaloso Irangate. Además, Posada Carriles fue el autor intelectual confeso de la voladura de la nave de Cubana de Aviación sobre el espacio aéreo de Barbados, sabotaje terrorista que provocó la muerte de 73 personas en octubre de 1976, por lo que los gobiernos de Venezuela y Cuba pidieron su extradición a la justicia de Estados Unidos.

Aquel mismo año de 1976, siete meses antes, un 24 de marzo, el malón fascista encabezado por el general Jorge Rafael Videla daba un golpe de mano en la Argentina, y un año después, un 25 de marzo, Rodolfo Walsh era emboscado en un populoso barrio de Buenos Aires por un Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada. Para no ser secuestrado, para obligarlos a dispararle, se resistió a balazos con una miserable pistolita Walter PPK 22. Una ráfaga de ametralladora lo partió al medio a la altura del pecho. Su cuerpo fue trasladado a la ESMA y exhibido como un trofeo por la patota criminal del almirante Massera, uno de los miembros de la Junta Militar. Luego lo desaparecieron.

Playa Girón, el Irán-contras, el crimen de Barbados, Posada Carriles, el golpe de Videla, la ESMA, el centro de exterminio clandestino de Orletti en Buenos Aires y un largo etcétera, tienen un mismo patrocinador: Estados Unidos, y son otras tantas expresiones del terrorismo de Estado practicado a escala hemisférica por la Casa Blanca, la CIA y el Pentágono en el último medio siglo.

No es casualidad que al abordar  la victoria de Playa Girón, primera derrota del imperialismo en Nuestra América, hablemos de Rodolfo Walsh, un argentino que abrazó “el violento oficio de escribir” −como él lo llamó−, e incursionó en la literatura, incluidas la poesía y la dramaturgia, y que con su Operación Masacre, en 1957, inventó el género literario del policial negro y el periodismo de investigación mucho antes que Truman Capote escribiera A sangre fría (1966). Walsh fue también un periodista militante. En ese sentido, es el más cabal ejemplo de lo que debe ser un periodista y su deber. Porque un periodista no puede ni debe esconderse detrás de la máscara de la imparcialidad; del concepto capitalista de la “objetividad periodística”, como falso sinónimo de “neutralidad”.

Apasionado de la investigación, Rodolfo Walsh había participado en Cuba junto con su compatriota Rogelio García Lupo, Gabriel García Márquez y el uruguayo Carlos María Gutiérrez, entre otros, en la fundación de Prensa Latina, cuyo primer director fue Jorge Ricardo Masetti. Allí Walsh conoció al Che. Él (con 32 años), el Che (con 31) y Masetti (30) compartirían largas veladas de mate y discusiones políticas en las oficinas de Prensa Latina, cuando pasada la media noche Guevara dejaba sus tareas ministeriales.

Debido a su pasión por el ajedrez, los enigmas y la criptografía, a Walsh le tocaría jugar un papel principal en un hecho vital para la Revolución Cubana. A raíz de un cable comercial de la empresa Tropical Cable de Guatemala que llegó al teletipo de su precaria oficina en Prensa Latina, que le resultó sospechoso por estar en clave y por su extensión, Walsh se internó a descifrar el texto con la ayuda de un manual básico de criptografía que compró en una librería de viejos de La Habana.

El cable brindaba detalles del plan que la administración de John F. Kennedy heredó de Dwight Einsenhower para la invasión a Cuba a través de Bahía de Cochinos, invasión que ocurrió el 17 de abril de 1961. Con meses de anticipación, Walsh descubrió que el cable estaba dirigido a Washington desde la embajada de Estados Unidos en Guatemala, por el jefe de la estación de la CIA. El contenido del cable era un informe minucioso de los preparativos de una invasión a Cuba, y revelaba incluso el lugar donde oficiales de la Agencia Central de Inteligencia estaban adiestrando y equipando a un ejército de “gusanos” anticastristas: la hacienda Ratalhuleu, un antiguo cafetal ubicado al norte de Guatemala.

 Se detallaban, además, la cantidad de hombres, nombre de las embarcaciones, apoyo aéreo y estrategias que la CIA pensaba indescifrables, y hasta el punto de desembarco donde sería la invasión para derrocar a Fidel Castro. Cuando llegó el día del desembarco de la paramilitar Brigada 2506, apoyado por aviones de la Marina de guerra de EU sin bandera de identificación, el Ejército cubano estaba esperando a los mercenarios y abortó en un par de días la agresión imperialista. Gabriel García Márquez contó en 1977: “En realidad, fue Rodolfo Walsh quien descubrió, desde muchos meses antes, que Estados Unidos estaba entrenando a exiliados cubanos en Guatemala para invadir Cuba por Playa Girón”.

La historia oficial secuestrada por la CIA

Hasta el presente, la “historia oficial” estadunidense sobre esa operación bélica encubierta y su estrepitoso descalabro permanece secuestrada  por la CIA. El 14 de abril de 2011, un centro de documentación independiente, el Archivo de Seguridad Nacional, presentó una demanda judicial en Nueva York para obligar a la Central de Langley que divulgara al público la historia de la fallida invasión, que estaba clasificada como top secret. Antes, en 2005, el Archivo la había solicitado conforme a la ley de libertad de información, pero Washington la mantiene oculta por razones de “seguridad nacional”.

En 1998, Peter Kornbluh y su equipo en el Archivo de Seguridad Nacional lograron la desclasificación de la investigación interna de la CIA sobre el fracaso de la invasión, redactada en 1961 por el entonces Inspector General de la CIA, Lyman Kirkpatrick. Según el sitio del centro universitario de investigación, el informe proporciona una “crítica mordaz de la mala conducta de la CIA y de su ineptitud para llevar a cabo una operación masiva de paramilitares”.

Hoy se sabe que el episodio de Bahía de Cochinos empezó con la autorización firmada por el presidente Eisenhower el 17 de marzo de 1960 (un año antes de la invasión), para un programa de capacitación de paramilitares, infiltración y asalto de 4.4 millones de dólares. Según la autorización oficial, el objetivo era lograr “la sustitución del régimen de Castro con uno más dedicado a los verdaderos intereses del pueblo cubano, y más aceptable a Estados Unidos, llevado a cabo de tal manera que evitara cualquier apariencia de una intervención estadunidense”.

En realidad, el origen de esa resolución se remonta al 19 de abril de 1959, cuando, tras reunirse durante dos horas con el primer ministro cubano Fidel Castro, el entonces vicepresidente Richard Nixon preparó un informe donde aseguraba que era necesaria una acción de fuerza contra Cuba, al concluir que los revolucionarios instalarían un sistema político contrario a los intereses estadunidenses. Los hermanos Dulles, John Foster y Allen, secretario de Estado y jefe de la CIA, respectivamente, estuvieron de acuerdo.

Allí nació el “Proyecto Cuba”, del cual responsabilizaron al director adjunto de la CIA, Richard Bissell. El 17 de marzo de 1960, el presidente Dwight Eisenhower aprobó el plan diseñado por Bissell, que englobaba la guerra psicológica, acciones políticas, económicas y paramilitares, teniendo como eje organizar, entrenar y equipar a exiliados cubanos para constituir una fuerza invasora.

En 1960 había elecciones presidenciales en Estados Unidos, y Nixon, del Partido Republicano, enfrentaba a John F. Kennedy, del Demócrata. En plena guerra fría, ambos iniciaban sus discursos de campaña refiriéndose al “caso cubano”. La derrota de Castro hubiera constituido un poderoso factor para el triunfo de Nixon.

En paralelo al proyecto militar y propagandístico, a fines de agosto la CIA puso en marcha otro plan. Bissell contactó a la mafia de la Cosa Nostra para que asesinara a tres de los principales dirigentes cubanos. Según la investigación de la Comisión Church del Senado estadunidense, en la Casa Blanca se consideraba que si “Fidel, Che Guevara y Raúl Castro no son eliminados al mismo tiempo”, toda acción contra el régimen cubano sería “larga y difícil”. Si los asesinatos se lograban y Cuba volvía al redil, la CIA se comprometía a que la mafia recuperara “el monopolio de los juegos, de la prostitución y de la droga.”

El 3 de enero de 1961, en la fase preparatoria de la invasión, Washington rompió relaciones con La Habana. El día 20, Kennedy asumió la presidencia, y 24 horas después ordenó continuar con los planes de agresión, incluido el trato con la mafia. Aunque el adiestramiento continuaba en la Florida, la CIA convirtió a Guatemala en el principal campo de entrenamiento, “con su propio aeropuerto, su propio burdel y sus propios códigos de conducta”. Washington había logrado que la casi totalidad de naciones del continente censuraran a la revolución cubana. Sin embargo, México, Brasil y Ecuador se opusieron a cualquier tipo de acción militar, evitando que Estados Unidos se sirviera de la Organización de Estados Americanos para una operación conjunta.

Al cabo de un año, el plan había evolucionado para volverse un asalto paramilitar (mercenario) a gran escala, con mil 500 exiliados cubanos anticastristas capacitados en campos de la CIA en Guatemala y Nicaragua, y organizados en una fuerza bautizada Brigada 2506. En  Estados Unidos los medios de información apenas narraban los sucesos. Como dijo el ex director de la CIA, William Colby, la prensa no realizaba investigaciones “por autodisciplina patriótica”. En el New York Times la redacción sabía en detalle lo que se preparaba, “pero en nombre de la seguridad nacional –dice Colby− se dejó convencer por el propio presidente Kennedy de no publicar nada sobre el tema.”

El 14 de abril, Kennedy dio luz verde  a un ataque aéreo preliminar a la invasión. El 15, siguiendo la orden presidencial, Bissell envió ocho bombarderos B-26 para destruir la poca y vieja aviación de combate cubana. Cedidos por el Pentágono, los B-56 habían despegado de Nicaragua llevando las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria (FAR). Luego de lanzar su carga, un B-26 aterrizó en Miami, y en minutos se regó una historia fabricada: los responsables de tal acción eran desertores.

Mientras llovían bombas sobre la isla, el ministro cubano de Relaciones Exteriores, Raúl Roa, pedía en la ONU que se exigiera a Estados Unidos el cese de la agresión. El jefe de la delegación estadunidense, Adlai Stevenson, refutó las acusaciones mostrando fotos del avión en Miami. Su colega británico lo apoyó diciendo que “el gobierno del Reino Unido sabe por experiencia que puede tener confianza en la palabra de Estados Unidos.”

El día 16 se supo toda la verdad: La CIA y el presidente Kennedy le tenían todo escondido a Stevenson y al propio Secretario de Estado, Dean Rusk.

Durante el sepelio de las víctimas de los bombardeos, casi todas civiles, Fidel Castro llamó a la movilización total: “Cada cubano debe ocupar el puesto que le corresponde en las unidades militares y centros de trabajo sin interrumpir la producción, ni la campaña de alfabetización.” Ese mismo 16 de abril expresó una frase que dio la vuelta al mundo, porque anunciaba el camino ideológico del proceso: “Eso es lo que no pueden perdonarnos (…) ¡que hayamos hecho una revolución socialista en las propias narices de los Estados Unidos!”

Para entonces, cinco barcos “mercantes”, repletos de hombres y armas, escoltados por buques de la Marina estadunidense, entre ellos el portaviones USS Essex y dos destructores, se aproximaban a Cuba. Habían partido de Nicaragua y Nueva Orleans. Según lo planificado en Washington, los mercenarios de la Brigada debían lograr rápidamente un territorio “liberado”. Ahí sería trasladado, desde Estados Unidos, el “gobierno provisional”, el cual estaría compuesto de exiliados seleccionados por la CIA. En ese momento Kennedy le daría “reconocimiento”, el “nuevo gobierno” pediría ayuda internacional y los Marines desembarcarían.

A las 23:45 horas del 16 de abril de 1961, Grayston Lynch fue el primer hombre que tocó tierra cubana, en Playa Girón. No lejos de ahí, en Playa Larga, desembarcaba otro estadounidense: William ‘Rip’ Robertson. Ambos eran parte de la Brigada de Asalto 2506, conformada mayoritariamente por exiliados cubanos que participaron en la misión acompañados del espíritu de John Wayne.

Como se señaló arriba, el objetivo de la Brigada mercenaria era intentar establecer una cabeza de puente con la intención de constituir, en un “territorio liberado”, un gobierno provisional que Washington iba a reconocer para pedir inmediatamente ayuda a la OEA y derrocar al gobierno revolucionario de Fidel Castro.

Sabiendo lo que se preparaba, el gobierno cubano había recibido tanques, cañones, morteros y ametralladoras de la Unión Soviética y Checoslovaquia. Los instructores venidos de esos países calcularon que era necesario dos años para entrenar a un ejército capaz de repeler una invasión. “Entonces inventamos una cosa −contó Fidel Castro en 1996−, fue pedirles a los milicianos que lo que aprendían por la mañana lo enseñaran por la tarde.”

José “Pepe” San Román, de origen cubano y quien oficiaba como comandante de la Brigada 2506, constató en la mañana del día 19 que todo estaba perdido. Entonces envió un mensaje a su responsable en la CIA: “¡Por favor, no nos abandonen!” Al final de la tarde, en Playa Girón, la tentativa de invasión era derrotada. Casi toda la Brigada fue capturada:

 1 214 prisioneros. Aunque se creían camino al paredón, Fidel Castro ordenó que se les respetara la vida. En combate murieron 114, incluidos cuatro pilotos estadunidenses. Años después Lynch recordaría: “Por primera vez, a mis 37 años de vida, me sentí avergonzado de mi país.”

Después de la victoria, el 23 de abril de 1961, Fidel Castro expresó: “¡El imperialismo yanqui sufrió en América Latina su primera gran derrota!” Al día siguiente, y con otro tipo de emoción, el presidente Kennedy reconoció la responsabilidad de Estados Unidos. Colby escribió que ante tal “humillación”, Kennedy expresó encolerizado su deseo de “regar las cenizas de la CIA a los cuatro vientos”. Allen Dulles y Richard Bissell tuvieron que renunciar unos meses después.

El 22 de diciembre de 1962 los prisioneros fueron enviados a la Florida. Por su libertad, La Habana pidió unos 53 millones de dólares en alimentos, medicinas y equipos médicos. Siete días después, durante una ceremonia en Miami, San Román le entregó a Kennedy una réplica de la bandera de la Brigada. El presidente les aseguró que ella sería “devuelta en una Habana Libre”. Quince años después, la asociación de ex brigadistas pidió al Museo Kennedy que le fuera reintegrada, pues la palabra no había sido cumplida. ¡Se la devolvieron por correo!

Para preparar la invasión a Cuba, la CIA organizó de manera paralela una ofensiva propagandística a través de las agencias de noticias internacionales AP y UPI, ambas estadunidenses; del diario La Voz de América, estaciones de radio y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Mediante la divulgación de un “Libro Blanco” contra Cuba −la fórmula utilizada por Hitler para anunciar y justificar su ataque y ocupación de los países de Europa Central−, la gigantesca campaña propagandísticas de Washington logró construir la imagen de un gobierno revolucionario como totalitario, forjando, en síntesis, un estereotipo que combinaba Barbudos = Paredón. Dotados con antelación de sus respectivos “libros blancos”, los diarios de la SIP hicieron su tarea: reprodujeron en el hemisferio la voz del amo. Sólo que en Bahía de Cochinos (o Playa Girón), como vimos, todo terminó en un gran fiasco. Aunque mejorada, la fórmula se utilizó después para aislar a Cuba, separarla de la OEA e imponerle el bloqueo económico, en el marco de una guerra psicológica que llega hasta nuestros días.

En el contexto de la invasión y su desenlace algunos hechos históricos no han sido suficientemente dimensionados. Lo más significativo, tal vez, fue la actitud y el derroche de valor y coraje de los jóvenes combatientes cubanos, que carecían de preparación y experiencia y no superaban los conocimientos militares más elementales para enfrentar a una brigada mercenaria mejor armada, más organizada, mucho mejor entrenada y posicionada en una situación favorable en Playa Larga y Playa Girón, e integrada por soldados y oficiales del antiguo Ejército de Batista. Entre ellos, los dos jefes de la fuerza invasora, José Antonio Pérez San Román y Erneido Andrés Oliva González, quien al triunfo de la Revolución pasaba un curso en una escuela del Pentágono en Panamá, y tras regresar a la isla desertó y enfrentó a su pueblo en nombre de una potencia extranjera.[1]

Otro hecho a destacar, que exhibe a Fidel Castro en su capacidad de liderazgo, fue que desde las 2 y media de la madrugada del 17 de abril de 1961, cuando un contingente de la Brigada 2506 desembarcó en la región de la Ciénaga de Zapata, se puso al mando de la defensa de la patria. Según el relato del general de división (r) José Ramón Fernández, esa noche se hallaba al frente de la Escuela de Cadetes de Managua y recibió una llamada del Comandante en Jefe, quien le ordenó que se trasladara a la Escuela de Responsables de Milicias, en Matanzas, y que al mando de ella se dirigiera a Playa Larga a combatir la invasión.

 Fidel dirigía personalmente la defensa del país y seguía las operaciones hasta el mínimo detalle. Llamó a Fernández varias veces para darle instrucciones. “Eso explica la forma enérgica y tenaz con que Fidel exige el cumplimiento de las tareas y controla su organización y desarrollo”, comentó el militar.

Inclusive, en medio de los combates y el tronar de los cañones de los tanques, las bazucas, las ametralladoras y los fusiles, Fidel estuvo presente en los puestos de mando en el pobladito de Pálpite y en el Central Azucarero Australia, no obstante la preocupación de todos por su vida y el reiterado pedido de que se marchara. Sin embargo, señaló Fernández, “la presencia física de Fidel, o saber que seguía cada acción, resultaba decisiva”.

Hacia el mediodía del 18 de abril, ya tomada Playa Larga por el Ejército Rebelde y mientras se disponía a avanzar hacia Girón, José Ramón Fernández recibió un mensaje “urgente” desde el Central Australia: “Dice Fidel que el enemigo está derrotado, que lo persigas sin tregua, pues es el momento sicológico. Ahora o nunca, es el momento”. Quince minutos después llegaba otra orden: “Hay que tomar Girón antes de la 6:00 de la tarde”.

Tras retirarse de Playa Larga, los mercenarios se habían concentrado en Girón, y según se confirmó después con documentación estadunidense desclasificada, contaron con apoyo de ametralladoras, cohetes y napalm disparados desde una escuadrilla de aviones B-56 tripulada por pilotos norteamericanos, lo que elevó el saldo de combatientes del Ejército Rebelde muertos y heridos, y generó desorganización.

No obstante, el 19 de abril se fue estrechando el cerco sobre Playa Girón. Tropas provenientes de Yaguaramas y del Central Covadonga coincidieron en El Hechenal, y bajo el mando de Fidel Castro, en medio de encarnizados combates que duraron varias horas y a un costo de numerosas vidas, Girón fue tomado. Habían pasado 65 horas y media de iniciado el desembarco invasor. Como Fidel iba en camino, José Ramón Fernández le envió de inmediato el siguiente mensaje: “Tomamos Girón a las 17:30 horas. Territorio Libre de América”.

Fueron tres días y dos noches de continuos combates donde las fuerzas revolucionarias hicieron derroche de arrojo, valentía y decisión de vencer. El enemigo sufrió una aplastante derrota y, como se dijo arriba, se le hicieron 1 214 prisioneros.

Pero hay un hecho que pudo haber desencadenado la III Guerra Mundial y que fue reconstruido por Peter Wyden en su obra Bahía de Cochinos. La verdad no dicha. Durante la jornada del 19 de abril, dos destructores de la Armada de Estados Unidos habían ingresado a las aguas jurisdiccionales cubanas, a menos de dos mil metros de la costa y avanzaban con sus cañones desenfundados apuntando hacia tierra en actitud provocativa y amenazante. Enardecidos e irritados por las bajas sufridas por el Ejército Rebelde, los subordinados inmediatos de José Ramón Fernández, especialmente de las baterías de artillería, le demandaron hacer fuego, pero él tomó la decisión de no hacerlo. Fue, según narró el propio Fernández, el acontecimiento de mayor riesgo y tensión de ese 19 de abril.

Según escribió el estadunidense Wyden, quien entrevistó a jefes de los elementos de la Fuerza Aérea y de los portaviones y destructores que estuvieron allí –y que acompañaban y protegían a las fuerzas invasoras−, Fernández no tenía instrucciones sobre cómo proceder con los barcos de EU. Escribió Wyden, en lo que según José Ramón Fernández se corresponde con la realidad:

“El comandante Fernández estaba indignado. Estaba ansioso por haber tomado Girón antes de las 6:00 p.m. del martes, como Fidel había ordenado. Ya era miércoles por la tarde y estaba paralizado, a una o dos millas de la victoria final sobre los invasores. (…) El fuego enemigo era intenso. Había muchas bajas. Sus hombres tenían sed y estaban agotados (…) Reiniciaron la marcha durante una tregua en el bombardeo a las 2:10 p.m. De pronto, el capitán Eugenio Teruel Buyreu, señaló con el dedo dos barcos de guerra en el mar. Los dos hombres corrieron hacia un montículo cubierto de hierba debajo de un árbol al lado izquierdo de la carretera. Fernández miró detenidamente con sus binoculares Zeiss. Definitivamente, los barcos eran destructores. Nadie en la zona tenía destructores salvo la Marina de Estados Unidos. Estaban a menos de dos millas de distancia, definitivamente en aguas cubanas, y avanzaban con rapidez. Sus cañones estaban descubiertos. Muchas embarcaciones pequeñas se movían entre la costa y barcos que estaban frente a Girón. Algunas parecían venir, otras ir. Fernández pensó que debían ser unas cuarenta, tal vez cincuenta”.

“Escribió a la carrera una nota al cuartel general en el central Australia en la que informó que estaban desembarcando refuerzos para los invasores y pidió otro batallón de infantería y un batallón de tanques. Ahora, sus tropas se habían detenido junto al agua, señalaban con el dedo y hablaban con excitación acerca de los barcos. ‘Todo el mundo quería disparar’. Fernández ‘pudo haberles dado sin duda’. No tenía instrucciones sobre cómo proceder con los barcos estadunidenses. Con anterioridad había descubierto aviones a chorro estadunidenses y había dado orden de dispararles, sin éxito, pero eso era distinto. Los aviones estaban ‘violando nuestro espacio aéreo y participando en la intervención’. Si él hubiera atacado a los destructores que estaban a cierta distancia y ellos hubieran asegurado que solo estaban patrullando en aguas internacionales, las ‘consecuencias podrían haber sido trascendentales”’.

(…) Manteniendo en la mira de sus binoculares los cañones de los barcos que navegaban a toda prisa, pensó que era posible que los destructores atacaran. Cuando redujeron la marcha y ‘casi pararon’, empezó a pensar que no dispararían. Fue ‘el momento más dramático’ de la guerra. Se sentía muy solo. Echaba mucho de menos tener a otra persona responsable con la cual intercambiar opiniones (…) Entonces Fernández vio aviones de su fuerza aérea que también atacaban las pequeñas embarcaciones. Se alegró mucho. Era la primera vez durante toda la batalla que veía aviones amigos (…) Los destructores se dieron vuelta después de unos treinta minutos, calculó después Fernández. En aquel momento, no pareció ese tiempo: Parecía que nunca terminaría (…) Un extraño silencio invadió el frente”.

Fue obvio que la administración Kennedy no quiso que sus destructores y portaviones participaran en actos de guerra directos. “Es verdad que los barcos se retiraron −relató Fernández−. En ese instante tuve la impresión de que la guerra había concluido, y sentí un silencio enorme en mi cabeza, como si estuviera flotando en el aire. Fue la intensa descomprensión que experimenté”.

Nadie quiso iniciar la III Guerra Mundial. En marzo de 2001, durante una conferencia por los 40 años de Girón, televisada en vivo, acostumbrado a tomar decisiones trascendentes, Fidel, reafirmando su aprobación por aquella decisión, le preguntó al general Fernández en tono de broma:

−¿Con quién consultaste?

Abriendo los brazos en plegaria y dibujando una sonrisa, el militar respondió:

 −“Estaba solo. Con quien iba a consultar, ¿con los dioses?

El manual TC-18-01 y la guerra de espectro completo

A 60 años de la victoria en Playa Girón, la ofensiva de Estados Unidos contra Cuba continúa. Sucesivas administraciones de la Casa Blanca han probado desde entonces distintas formas de guerras encubiertas para intentar un “cambio de régimen” en la isla.

En 2014, con Barack Obama en la Oficina Oval, las políticas desestabilizadoras de Washington  contra países considerados “enemigos” emanaban del Comando de Operaciones Especiales Conjuntas de la Secretaría de Defensa, y estaban  adscritas al plan denominado Visión 2020, que no era un plan únicamente militar, sino tenía un enfoque “multiagencias”. Es decir, las Fuerzas de Operaciones Especiales (FOE), integradas por unidades de élite del ejército, la infantería de marina y la fuerza aérea estadunidenses, expertos en operaciones de guerra psicológica, actividades clandestinas, desestabilización, sabotaje, espionaje, ataques cibernéticos y asesinatos selectivos, cumplían misiones en 75 países en estrecha cooperación con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), el Buró Federal de Investigación (FBI) y la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA). Y se apoyaban en el Sistema del Terreno Humano −como le llama el Pentágono−, especialistas civiles en áreas de ciencias sociales y políticas, antropología, estudios regionales y lingüística, además de funcionarios, agencias gubernamentales, empresas multinacionales, think tank, centros académicos, fundaciones, organizaciones no gubernamentales e intelectuales orgánicos, que deben preparar las condiciones objetivas y subjetivas y las coartadas propagandísticas para la guerra irregular o asimétrica, y dotar de sus conocimientos a los efectivos militares antes de los despliegues en diversas regiones del orbe.

La Circular de Entrenamiento TC-18-01 de las Fuerzas de Operaciones Especiales, publicada en noviembre de 2010 bajo el título “La Guerra No Convencional (GNC)”, confirma la importancia que el comando supremo del Pentágono confiere a dichas unidades de élite. Según el documento, las FOE están capacitadas para “explotar las vulnerabilidades psicológicas, económicas y políticas de un país adversario, desarrollar y sostener las fuerzas de resistencia (o insurgencia) y cumplir objetivos estratégicos estadunidenses”. Son las únicas fuerzas específicamente designadas para ese tipo de guerra por sus capacidades para “infiltrarse en terreno enemigo”, posibilitar el “desarrollo” y “entrenamiento” de grupos subversivos al servicio de Washington y “coordinar” sus acciones al interior de países hostiles, así como para “coaccionar, alterar o derrocar a un gobierno”.

Los equipos FOE penetran en el área de operaciones, promueven una disidencia subversiva interna, entrenan a sus líderes, les proporcionan la logística necesaria y manejan el guión propagandístico desestabilizador con eje en denuncias de corrupción contra el régimen de turno, que en algunos casos es acusado de dictatorial. Desencadenado un conflicto, el objetivo es generar un clima de malestar permanente mediante manifestaciones y protestas violentas (que son cubiertas por los conglomerados mediáticos  como “acciones pacíficas”) y se promueven intrigas y rumores falsos, agitando como banderas la defensa de los derechos humanos y la libertad de prensa. Las Damas de Blanco ayer, el Movimiento San Isidro hoy.

A comienzos del Siglo XXI, la guerra asimétrica resultó exitosa en Serbia, Ucrania y Georgia, donde con recursos encubiertos del Pentágono y la CIA canalizados a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID), la Fundación Nacional para la Democracia (NED) y el Instituto Republicano Internacional, y el apoyo de la Open Society de Georges Soros y la Institución Albert Einstein de Gene Sharp, se produjeron las llamadas “revoluciones de colores” o “golpes suaves”.

Junto con la guerra psicológica, las operaciones clandestinas de las fuerzas especiales y las guerras económica, bacteriológica y electrónica, la práctica del terrorismo vía escuadrones de la muerte, paramilitares y grupos delincuenciales −como instrumentos principales de la guerra sucia−, son un componente clave de la guerra híbrida y la guerra asimétrica.

Según los manuales del Pentágono, la noción de asimetría no alude a la perspectiva de un simple desbalance en la paridad de fuerzas con el enemigo, sino que supone una metodología que emplea tácticas irregulares o no convencionales que permitan maniobrar con el menor costo político y militar posible al promotor o actor estratégico encubierto (el llamado “liderazgo desde atrás”).

Un elemento esencial para la eficacia del accionar terrorista de Washington son los medios. En una guerra no convencional, de desgaste, como la que tras bastidores libra Estados Unidos contra Cuba y Venezuela en la región, las verdaderas batallas se dan en el imaginario colectivo. El Pentágono da gran importancia a la lucha ideológica en el campo de la información; usa a los medios como arma estratégica y política en la “batalla de la narrativa”. Se trata de dominar el relato de cualquier operación, militar o no. “La percepción es tan importante para su éxito como el evento mismo (…) Al final del día, la percepción de qué ocurrió importa más que lo que pasó realmente”.

Mediante la repetición in extremis de determinadas matrices de opinión, la más de las veces sustentadas en datos falsos o medias verdades, Estados Unidos y los medios cartelizados bajo control oligopólico privado –lo que desde 2008 hemos venido llamando el terrorismo mediático− han logrado fabricar en el exterior la falsa percepción de que en Cuba y Venezuela existen sendas “dictaduras”.

En todo conflicto, la guerra mediática −también llamada de cuarta generación−, es el preámbulo de la guerra estratégica. Aunque el enfoque de la cobertura noticiosa tiene que ver con la disputa por la hegemonía (Gramsci), no se trata de un mero problema ideológico o de clase. Junto con lo militar, lo económico, lo cultural y lo espacial (el aspecto geopolítico y el control de territorios), el terrorismo mediático es consustancial a la llamada “dominación de espectro completo” (full espectrum). La dominación de espectro completo impulsada por Estados Unidos desde el Comando Sur, combina distintas modalidades de la guerra no convencional así como diversas estrategias y tácticas guerreras asimétricas con la finalidad de adaptarse a un escenario complejo.

Pese a los sucesivos afanes desestabilizadores el modelo del golpe suave no ha podido fructificar en Siria, Cuba y Venezuela.  En 2013, un informe publicado por la Oficina de Responsabilidad Gubernamental de Estados Unidos (GAO, por sus siglas en inglés) dio a conocer que la USAID diseñó y operó desde 2009 una red de comunicación horizontal vía Internet, ilegal y secreta, denominada ZunZuneo, para impulsar un Twitter cubano y manipular a sectores de la población con mensajes políticos, cuyos objetivos eran generar una disidencia interna y provocar acciones subversivas que llevaran a un “cambio de régimen”. El entonces administrador de la USAID, Rajiv Shah, lo admitió. Inscrita en los parámetros de la Guerra No Convencional (en su variable de guerra cibernética), para evadir las restricciones soberanas cubanas, la operación clandestina incluyó la creación de empresas de fachada en España y contó con financiamiento desde bancos en Islas Caimán. Pero la intentona por desencadenar una “primavera cubana”, fracasó.

En 2017 se conoció la creación de un denominado Grupo operativo de internet para la subversión en Cuba, que seguía las directrices planteadas por Donald Trump en un memorando presidencial del 16 de junio de ese año. Como parte de la guerra cultural, la “Fuerza de tarea en internet” contrató netcenters (manejadores de bots), cibermercenarios y youtubers, que, articulados con la red de medios contrarrevolucionarios, creados, organizados y pagados por Washington, dirigió ataques a la reputación de cuadros políticos, artistas y periodistas alineados en la defensa de la soberanía cubana. La tarea de los sicarios digitales  es convocar al odio y fabricar percepciones negativas a partir de mensajes en redes sociales. Asimismo, como parte de los intentos por generar un golpe blando en Cuba, Estados Unidos  impulsa proyectos mercenarios de prensa, que incluyen la selección de futuros líderes, a quienes capacitan, financian, orientan, empoderan, aglutinan, les abren espacios y tribunas y premian.

En la coyuntura, la guerra cultural forma parte de un sistema que integra o se relaciona con la guerra política, la guerra psicológica, la guerra no convencional, la subversión política-ideológica, la guerra de cuarta generación, el poder inteligente y el golpe blando.

Hasta el presente, todas esas modalidades guerreras del Pentágono y la CIA han fracasado debido a la firme voluntad de un pueblo de defender la patria y a una revolución auténtica, hija de la cultura cubana y de las ideas de sus dirigentes fincadas en un nacionalismo fruto de un proceso de liberación anticolonial y antimperialista. Por eso, hoy, como hace 60 años, con José Ramón Fernández podemos decir que Cuba sigue siendo “Territorio Libre de América”.

Nota:

[1] Ver la entrevista realizada por Magali García Moré al general de división ® José Ramón Fernández y publicada en Granma el 20 de abril de 1976.

 

 

Carlos Fazio, periodista uruguayo radicado en México. Pertenece a la redacción del diario La Jornada y colabora con el semanario Brecha, de Uruguay. Integrante de la Red en Defensa de la Humanidad.

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