Seamos fieles al legado y optimismo sin límites del más grande soñador que ha dado América y hagamos de la vida de este apóstol universal, la inspiración constante de las nuestras. Que su energía revolucionaria nos guie, y alimente nuestra espiritualidad. Fidel, vivirá eternamente entre nosotros. Todos somos Fidel.
Texto publicado en 2016
Fuente: Centro Fidel Castro
Resulta verdaderamente difícil pronunciar palabras en estos días luctuosos en que la Patria ha dado sepultura al más puro, sencillo, visionario y ejemplar de sus hijos, al revolucionario incansable, tenaz e inspirador, que desafió victoriosamente lo imposible, para dejar una impronta de resistencia, optimismo, fe en la victoria y solidaridad, que ha marcado la forja de un pueblo, agradecido e identificado con su vida virtuosa.
Cuba lo llora en una mezcla de tristeza y orgullo. Tristeza, porque no oiremos más su voz firme a pesar de los años, los esclarecidos consejos de estadista, la palabra inspiradora que estimula y convoca, la impetuosa fe en vencer desafíos, las sabias reflexiones sobre el mundo de hoy y los peligros que le acechan, la nobleza del trato afable y paternal, el aguzado pensamiento científico y los sueños de un mañana posible. Orgullo, porque nos ha hecho crecer invencibles, decididos, optimistas, patriotas, antimperialistas, solidarios e internacionalistas. Además, nos inmunizó con sus ideas y la palabra contra la desidia, la desunión y el derrotismo. Fidel nos hizo de Patria o Muerte, y para no defraudarle, Venceremos.
Nuestro Fidel, eterno Comandante en Jefe, fue el más aventajado discípulo de los fundadores de la Patria cubana. Pudiera afirmarse que, en la misma línea de pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo, quienes pensaron en la Revolución Cubana como faro de libertad continental, antimperialista y solidaria, Fidel levantó sus banderas, y convirtió en esencia vital, la cultura del internacionalismo. Él asumió la sabia del pensamiento independentista, para materializarlo en la obra redentora de la
Revolución. Fue, en esencia, el hombre nuevo, humanista y solidario, que aquellos soñaron. Mambí de espíritu, su vida fue una cabalgata indetenible hacia la gloria.
Cada generación tiene el honor excepcional de vivir una época histórica única. El hombre no escoge su tiempo, y es precisamente el tiempo, como lo es el terreno en el arte militar, el gran dictador de la vida. Nos ha tocado vivir una época por muchas razones de privilegio. Somos los hijos de una Revolución que cual huracán, transformó esta nación, en desafío total al imperialismo norteamericano y a su dominio hegemónico en Cuba y el hemisferio, la cual se irguió autóctona e independiente, con voz y criterio propio, rebelde siempre. Somos los hijos de Fidel.
La Revolución Cubana dirigida por el Comandante en Jefe y protagonizada por todo un pueblo, cambió la Isla y el mundo. Nuestros padres y nosotros mismos, hemos sido actores de una leyenda, que la historia y la posteridad sabrán colocar en su justo sitio. A solo noventa millas de Estados Unidos nació un faro de libertad y dignidad.
Se levantó un ejemplo. Su espíritu estimuló a pueblos de África, Asia y América Latina. Contagió a las juventudes del orbe, y sigue siendo hoy, en un planeta donde la globalización neoliberal persiste en imponerse, un modelo de esperanza y vida para las grandes mayorías. Ello nos impone un compromiso y una enorme responsabilidad.
El imperialismo no ha cesado, ni lo hará, en su propósito de destruir y revertir sus logros. Pensar lo contrario es pecar de ingenuos. En su esencia prepotente, no perdonará jamás nuestra gallarda resolución y nuestro ejemplo multiplicador. Fidel y su Revolución, son una espina clavada en la garganta del prepotente amo del Norte. No la pudieron liquidar en vida del héroe. Se empeñarán en destruir su legado. No lo lograrán. El mar de pueblo que ha acompañado las cenizas del paladín, la defenderá.
Ese gigante moral americano que es el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, ha sido el inspirador compañero de batallas al que nos acostumbramos a escuchar y acompañar sin vacilaciones en el desafío quijotesco que significó la construcción de una Patria nueva, en las mismas narices del imperio más agresivo y poderoso que conoce la historia. Con Fidel y la Revolución Cubana, comenzó el derrumbe del neocolonialismo en América, se fortaleció la lucha anticolonial y antimperialista en el mundo y se multiplicó, como nunca antes, el internacionalismo revolucionario, despojado de intereses geopolíticos hegemónicos. Como dijera el 5 de diciembre de 1988 en la Plaza de la Revolución de La Habana, «(…) quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo».
José Martí en el Manifiesto de Montecristi, firmado junto a Máximo Gómez en aquel poblado dominicano, patentizó:
«(…) la guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las
Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo (…)»
Aquellas palabras parecerían una guía profética de la Revolución emprendida por Fidel. Desde el mismo triunfo en 1959, y hasta su retiro oficial de la vida pública, fue una constante en su discurso político, sus alusiones a lo que llamó indistintamente solidaridad humana, solidaridad revolucionaria, ayuda solidaria, sentimientos internacionalistas, vocación internacionalista, deber internacionalista, conciencia internacionalista, espíritu internacionalista, entre otros. La deuda de gratitud de la Revolución naciente, solo podría pagarse construyendo una Patria sólida y ejemplar, dispuesta a tender la mano a quien la necesitase.
Fidel construyó una nación nueva, en la que el internacionalismo alimentó la cultura política de un pueblo. El 26 de julio de 1978, expresaba:
«(…) el internacionalismo es la esencia más hermosa del marxismo-leninismo y sus ideales de solidaridad y fraternidad entre los pueblos. Sin el internacionalismo la Revolución Cubana ni siquiera existiría. Ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad (…)».
En 1975 comenzaría la Operación Carlota, en la que el pueblo bajo la conducción de Fidel escribió una de las más bellas páginas de altruismo y humanismo en la historia universal. Miles de cubanos, civiles y militares, ayudaron al pueblo angolano a consolidar su independencia y construir una
Patria digna y soberana. Lo mismo habían hecho antes en Vietnam, y harían después en Etiopía, Nicaragua y Granada. El historiador italiano Piero Gleijeses, en entrevista que le hiciese el periódico Granma en junio de 2015, declararía que «(…) no existe otro ejemplo en la era moderna en el que un país pequeño y subdesarrollado haya cambiado el curso de la historia en una región distante. El internacionalismo de los cubanos es una lección política y moral plenamente vigente».
Entre 1989 y 1991 se desmoronó el campo socialista. Cuba perdió el ochenta y cinco por ciento de su comercio exterior. Comenzaba el período especial. Ni en esas condiciones dejó la Revolución, liderada por Fidel, de ser solidaria. La atención médica a las víctimas del accidente de Chernobil es el más vivo ejemplo. En aquellas difíciles circunstancias, Fidel convirtió el podio de la sala de sesiones de la ONU, en las reuniones de jefes de Estado y de Gobierno, en tribuna solidaria en defensa de la vida humana y de las causas nobles, en escenario de batallas solidarias por los pobres de la Tierra.
Quienes lleven realmente la Patria en el alma, no podrán más que sentirse orgullosos de que la Cuba de Céspedes y Martí haya tenido un Fidel. Uno fue el Padre de la Patria, otro, el Apóstol de la Independencia. Fidel el Padre de la Revolución Cubana.
El ejemplo de dignidad que significa la revolución de Fidel Castro para los pueblos del mundo, compromete por siempre a las futuras generaciones de cubanos con el proyecto renovador y dialéctico que nos hemos propuesto, en el convencimiento de que en nuestro caso, revolución es sinónimo de soberanía e independencia.
Nuestro Martí, humilde y sabio siempre, sentenció:
«Historiar es juzgar, y es fuerza para historiar estar por encima de los hombres, y no soldadear de un lado de la batalla. El que puede ser reo, no ha de ser juez. El que es falible, no ha de dar fallo. El que milita ardientemente en un bando político, o en un bando filosófico, escribirá su libro de historia con la tinta del bando. Más la verdad, como el sol, ilumina la tierra a través de las nubes.
Y con las mismas manos que escribe el error, va escribiendo la verdad. La pluma, arrebatada por un poder que no conoce, va rompiendo las nubes que alza. Y a despecho de sí mismo y de sus pasiones, la verdad quedará dicha, porque reposa en el fondo de los actos humanos, como la felicidad en el fondo de la muerte; y el escritor glorioso, buen hijo de la brava Lombardía, habrá hecho un servicio a los hombres».
Queda a los historiadores la tremenda misión de investigar y sistematizar el legado de Fidel. Es una inmensa responsabilidad con Cuba y el mundo, pues Fidel es universal y su legado visionario, navega como buque antorcha, anunciando los destinos de la humanidad.
Seamos fieles al legado y optimismo sin límites del más grande soñador que ha dado América y hagamos de la vida de este apóstol universal, la inspiración constante de las nuestras. Que su energía revolucionaria nos guie, y alimente nuestra espiritualidad. Fidel, vivirá eternamente entre nosotros. Todos somos Fidel.