El Foro de Sao Paulo se reúne en Managua desde hoy. Por primera vez, los partidos y movimientos políticos regionales contarán con una plataforma programática. Si la izquierda puede examinarse es porque lleva un buen trecho andado, y con conquistas
Por Marina Menéndez Quintero
Fuente: Juventud Rebelde
El pertinaz e inescrupuloso asedio contra el Gobierno bolivariano en Venezuela, abierto desde tantos flancos, y la reciente condena emitida por un juez para impedir la vuelta de Lula al poder en Brasil, pueden ser apenas dos ejemplos, desde polos distintos, de las formas «no convencionales» con que las fuerzas oligárquicas y derechistas intentan detener y revertir los avances de la izquierda y los movimientos progresistas en Latinoamérica.
En medio de los latentes peligros, las agresiones tienen respuestas, y no puede descartarse que se conviertan en boomerang para los autores de tales embestidas. Aunque quienes las enfrentan, arriesgan, y parecen caminar al borde de un precipicio.
La Revolución chavista resiste poniendo el acento en una Constituyente que aspira, con muchos factores fabricados en contra, a radicalizar más el proceso; y en medio del caos institucional brasileño los movimientos sociales se aglutinan, vuelven a las calles y elaboran un revolucionario programa «post Temer», en tanto el Partido de los Trabajadores fundado por Luiz Inácio Lula da Silva renueva su directiva, y reconoce en su reciente Congreso la necesidad de volverse a la gente y tornar a la cabeza de la protesta.
Mientras, en Argentina —donde los pasos apenas progresistas del llamado kirchnerismo fueron echados por la borda con los comicios de noviembre de 2015— el lanzamiento de la incipiente agrupación Unión Ciudadana por Cristina Fernández, con mira electoral para las legislativas de octubre, da cuenta del deseo de abrir espacios unitarios, y blande un denominador común tan aglutinador como lo es enfrentar la depredación social de vuelta con Mauricio Macri.
Donde no ha habido reveses, o no se ven las amenazas de manera tan ostensible, también «se ponen las pilas», como podría decir un venezolano.
En Ecuador, la Revolución Ciudadana desatada por Rafael Correa y su brazo político, Alianza PAÍS, victoriosas del difícil último encuentro con las urnas, parecieran tomar recaudos fundando escuelas para la formación político-ideológica de sus bases, mientras se pone acento en la lucha contra la corrupción: un mal heredado de los gobiernos tradicionales que, como si fuera epidemia de moda, estalla y salpica para todos lados… Pero que se utiliza para hacer estragos en algunas fuerzas de izquierda.
Mientras, el MAS de Bolivia profundiza su proceso liberador y de desarrollo respetando a la Madre Tierra, con énfasis en lo que Evo Morales ha llamado «el bien vivir»; y Nicaragua sigue adelante con un FSLN ratificado en las urnas y que ha demostrado, en su caso, la factibilidad de las alianzas. En Uruguay, el Frente Amplio exhibe logros que se centraron desde su llegada al ejecutivo en lo social.
Proteger lo logrado, conquistar, y pasar de la resistencia a la ofensiva. Esa parece la encrucijada que marca el momento en una región donde por mucho tiempo se estuvieron buscando los caminos, ya en muchas partes empezados a transitar, y frente a la cual el Foro de Sao Paulo —la única instancia regional de partidos y movimientos de izquierda— protagoniza en Managua, desde mañana, su XXIII Encuentro.
En todas partes hay retos… Cuba, protagonista de la primera Revolución socialista del hemisferio y a la que muchos siguen mirando como paradigma, brega en la actualización de su modelo en pos de la prosperidad y el desarrollo sostenible desafiando, casi 60 años después, los mismos «cañones» que desde su triunfo le enfiló el imperialismo.
La práctica y la teoría
Claro que no serían esas algunas de las reflexiones que seguro aflorarán en la cita, de no ser por esos desafíos de una izquierda (incluyo a fuerzas progresistas que no son catalogadas estrictamente como tales) que emergió y ganó sus mejores batallas en los últimos 20 años, al calor de la lucha social y del rechazo a las políticas asfixiantes del capitalismo neoliberal.
Hubo sujetos políticos que nacieron de tales encontronazos, y se ha dado el caso de agrupaciones partidistas que emergieron para encabezar los reclamos del pueblo… Porque el liderazgo político es un ingrediente que sigue haciendo falta para materializar y defender los cambios.
De la vida, de esa praxis diaria, se implementaron muchas de las acciones y conquistas.
Cada paso —y así lo prevé la dialéctica— ha respondido a la realidad local y circunstancial, en cada sitio distintas, aun en medio de un panorama continental que une a los pueblos y los identifica. Ese, quizá, sea el mejor aporte recogido de los últimos dos decenios.
Pero sería torpe pensar que puede prescindirse de la teoría. Por eso no solo los políticos, sino también la intelectualidad revolucionaria han sido llamados a contribuir.
Hago el apunte porque el dilema «del huevo y la gallina» —¿las respuestas vendrían de la práctica o de la teoría?, se preguntaban algunos entonces— ocupó en algún momento los debates de la izquierda en los años de 1990, tras la pérdida del Norte que fue hasta entonces el socialismo europeo. La brújula que centraba en esos momentos los debates del Foro de Sao Paulo era la necesidad de hallar el modelo alternativo al escarnio neoliberal.
Algunos años después va primando la certeza de que el capitalismo, hoy en su forma más burda, no garantizará el futuro de la especie humana. Y también gana terreno la conciencia de que el «otro mundo posible» —frase que estuvo tan en boga y ahora, sin embargo, se escucha tan poco— solo es posible mediante formas socialistas.
Así, en cada lugar donde las fuerzas izquierdistas (o progresistas o antimperialistas) llegaron al Gobierno o tomaron cotas de poder institucional, empezaron su bregar e iniciaron la construcción de su «modelo».
Uno de los postulados del enjundioso documento que servirá de base al Encuentro del Foro en Managua, habla de «reflexionar sobre el modelo que debemos impulsar en cada uno de nuestros países con las particularidades propias», y de «estudiar y compartir» algunas de las estrategias puestas en práctica por fuerzas de izquierda en el poder «no como una receta, sino como un ejemplo de construcción de un modelo transformador (…)»
Ello, sin que falte la necesaria autocrítica en un momento en que no siempre los beneficios sociales llegados con los cambios parecen sopesados con justeza, en todas partes, por toda la ciudadanía… Aunque no se pueda desconocer, en ese entorno, la decisiva obra manipuladora de la derecha mediática.
En tal sentido puede interpretarse la exhortación a que los reveses políticos funcionen «como un laboratorio para enmendar errores, delitos, prejuicios y complejos de una recién formada (o en formación) clase política que necesita foguearse con sus hermanos de clase, para así mejor encarnarse en un proyecto alternativo».
Si la izquierda latinoamericana puede pararse hoy ante el espejo es porque acumula obra hacia donde mirar, como también lecciones. Frente a la derecha que por siglos ha detentado el poder, ella apenas se inicia en la vida política desde los gobiernos.
Atender al Consenso
Talleres, encuentros y seminarios temáticos y sectoriales tocarán asuntos medulares y remarcarán el protagonismo que toca a grupos poblacionales con quienes resulta imprescindible contar, como los jóvenes.
Pero la cita, que cerrará el 19 de julio para conmemorar el aniversario 38 del triunfo de la Revolución Sandinista, será marco para un suceso inédito en el Foro: el debate y aprobación, junto con la Declaración final, del llamado Consenso de Nuestra América.
Se trata del primer documento programático con que contará este espacio, lo que permitirá una estrategia trazada, y acciones prioritarias definidas.
Dedicado a Fidel, artífice en los tiempos modernos de la unidad y la integración, el proyecto del documento fue elaborado por el Grupo de Trabajo del Foro en enero pasado, con el propósito de darlo a conocer en la región antes de que sea adoptado en este XXIII Encuentro.
En el texto se lee con frecuencia el vocablo «articular», se llama a «sumar y multiplicar», no «restar y dividir» y, entre otros enunciados, se reconoce a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) como «un objetivo estratégico», y a su Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz la identifica como «el marco político y jurídico para unirnos en nuestra diversidad y defendernos».