¿Derramamos una lágrima por la decisión de impedir transmisiones de RCN y Caracol en Venezuela? ¿Nos acogemos al liberalismo volteriano y decimos “no es momento”? o simple y francamente redoblamos compromisos con la “Batalla de las Ideas” que viene librando Venezuela contra sus verdugos mediáticos y acompañamos el clamor de su pueblo que no quiere más canalladas trasmitidas a todos color por el poder supra nacional de las mafias mediáticas.
Decidida como está Venezuela a ratificar su rumbo socialista y revolucionario con la dirección suprema de su Asamblea Nacional Constituyente, es hora de que los grandes temas y las grandes debilidades ocupen un lugar privilegiado en ese recinto del Poder Originario, poder popular antimperialista, para regresar al orden aquello que el terrorismo ha puesto “patas arriba”. Eso incluye al terrorismo mediático.
Han desaparecido sensiblemente los episodios de “guarimbas” en aquellas calles donde la derecha decidió montar su farsa “democrática” a punta de golpes, balazos, cámaras fotográficas e incendio de personas, pero no ha cedido ni un minuto el “gurimbeo” mediático que recorre el mundo y que se ha especializado en insuflar odio contra Venezuela revolucionaria y contra su presidente Nicolás Maduro. El daño político, social y humanístico es de magnitudes hoy imposibles de medir y tiende a profundizarse desde que la oposición derechista de Venezuela acogió a Donald Trump como su líder.
Hay víctimas mediáticas de todo tipo y hay que hacerse cargo de ese tema con todo rigor y con toda precisión. Niños y niñas, adolecentes, jóvenes y adultos, de todas las edades, han recibido un baño de sangre y miedo mediático que tiene consecuencias psicológicas, a corto y mediano plazo, de tipo muy diverso. Al respecto ha producido trabajo importantísimos el psiquiatra Heriberto González, profesor titular de la ULA.
Hay personas que viven y vivirán durante mucho tiempo aterradas. Caminan y caminarán por las calles llevando tatuadas en sus memorias las imágenes infernales de aquellos que, acusados de chavistas, fueron incinerados vivos en la vía pública. Para hoy y para mucho tiempo la “opinión pública” mundial tendrá en el imaginario sobre Venezuela un cuadro dantesco en el que todo tipo de aberraciones es posible porque la impunidad del gobierno “dictador” les da cobijo. Están llenas las páginas de los “principales diarios” del planeta; están saturados de esa operación los noticieros y los programas de debate escritos por los servicios de inteligencia pro-imperialistas. Todo eso a la vista de todos y ante la impotencia generalizada. La “pos-verdad” y la “plus mentira” se nos pasean ante las narices con toda impudicia y la cosa no es nueva.
Hace algunos años (22/06/2007) publiqué un texto llamado “13 debilidades venezolanas en materia de Comunicación…RCTV ¿pasó la tormenta?”[1] En aquel momento ya era un reclamo “hacer algo” para que el Estado ejerciera sus responsabilidades como rector del espacio radio-eléctrico y como garante de la legislación referida a los contenidos que se difunden en las señales concesionadas. Se habían excedido todos los márgenes de la “libertad de expresión”, todos los márgenes del a “crítica aguda”, todos los márgenes de la cordura y todos los márgenes de la paciencia. Se usaban los medios concesionados para llamar a la rebelión armada, a la desestabilización y al golpismo. Y la “tolerancia” comenzó a parecer debilidad de un gobierno incapaz de poner los límites que la ley le exige. Por suerte no se les renovó la concesión.
Ya se habían tardado, como se dice coloquialmente en México. Hoy la salida de RCN y Caracol del espectro comunicacional en Venezuela es una decisión correcta que debió asumirse hace mucho, mucho, tiempo. Debió asumirse como resultado de una acción colegiada de gobierno entrelazando responsabilidades y obligaciones legales desde sectores gubernamentales pertinentes, por ejemplo, el ministerio de Educación; los responsables de la salud mental de la población; el sector responsable de la defensa de la cultura, el pensamiento y los valores nacionales y desde luego el sector responsable de vigilar el buen uso de las concesiones que el Estado otorga a particulares para que contribuyan con el desarrollo de país y no son su destrucción. No debe ser una decisión sólo de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones sin el concurso profesional y estratégico del Ministerio de Salud y de los comités de ética en comunicación que aun necesitamos.
Este no es un problema de “libertad de expresión”, es una lucha a muerte en el campo simbólico donde se produce sentido y dónde venimos peleando con muchas debilidades. Lo sabemos todos. Hay que recordar que se vive una situación de Guerra Económica con su correspondiente Guerra Mediática. Que los llamados “medios de comunicación” no son sino aparatos de perturbación de la salud mental de los venezolanos y máquinas de Guerra Ideológica y que es un clamor del pueblo venezolano poner freno a las “guarimbas” mediáticas que no cesan ni un centímetro de diarios, ni un segundo de medios electrónicos. Incluyendo las “redes sociales” invadidas por laboratorios especializados en espionaje e inteligencia burguesa.
La Guerra Mediática está abierta de par en par, se lucha en lo objetivo y en lo subjetivo. Dispara a mañana tarde y noche, miente, miente y miente para que algo quede en los imaginarios cuando se trata de denostar un proyecto revolucionario y ofrecerlo en “charola de plata” para la invasión imperial. Es una Guerra asimétrica, despiadada y criminal como no se vio antes. Hay víctimas a granel y la ofensiva tiene a empeorar. ¿Qué hacemos? ¿Derramamos una lágrima por la decisión de impedir transmisiones de RCN y Caracol en Venezuela? ¿Nos acogemos al liberalismo volteriano y decimos “no es momento”? o simple y francamente redoblamos compromisos con la “Batalla de las Ideas” que viene librando Venezuela contra sus verdugos mediáticos y acompañamos el clamor de su pueblo que no quiere más canalladas trasmitidas a todos color por el poder supra nacional de las mafias mediáticas.
Ya se habían tardado, como se han tardado otras muchas decisiones y tareas en materia comunicacional en situación de Guerra Mediática y Guerra Económica, por eso es hora de profundizar la revolución, ensancharla y completarla. Hoy más que nunca de la mano de la Asamblea Nacional Constituyente que hará de la Comunicación un baluarte si no quiere que se convierta en una derrota. Ahí debe vernos unidos -internacionalmente- el Poder Originario. Es urgente.