Mientras Estados Unidos solo habla de guerras, intervenciones militares, muros y sanciones contra naciones soberanas e independientes de la Patria Grande y del mundo, Venezuela y Cuba, blancos de una crueldad desmedida de Washington, tienden sus manos una vez más para ayudar a pueblos de nuestra región devastados por recientes huracanes y terremotos.
Los gobiernos venezolano y cubano, seguidos por otros de Nuestra América, han ofrecido y materializado ayudas humanitarias a los países del Caribe azotados por los potentes ciclones de gran intensidad “Irma” y “María”, y a México, víctima de otro feroz movimiento telúrico.
Las autoridades de Caracas y La Habana, encabezadas por sus mandatarios Nicolás Maduro y Raúl Castro, respectivamente, asumieron esa actitud humanitaria en momentos en que el actual régimen norteamericano ha recrudecido su agresividad contra ambos países latinoamericanos, reconocidos internacionalmente por su conducta solidaria.
Venezuela es hoy atacada por Estados Unidos, por todos los flancos, incluida una guerra económica sin precedentes y amenazas de intervención castrense, que ponen en peligro la paz en este hemisferio.
A Cuba, Washington le ha intensificado el ilegal bloqueo económico, financiero y comercial que le mantiene desde hace casi 60 años, y en otro de sus gestos de ferocidad el actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, postergó por un año más la llamada Ley de Comercio con el Enemigo, que sustenta ese injusto cerco, cuando precisamente el huracán “Irma” azotaba a la mayor de las Antillas.
En medio de ese complejo panorama, los gobiernos y pueblos de ambas naciones, siguiendo los legados de sus líderes históricos Fidel Castro y Hugo Chávez, y de sus próceres independentistas, han tendido sus manos para socorrer a varios de sus hermanos del Caribe y la Patria Grande.
¿Será que el precepto solidario que practican ejemplarmente las Revoluciones Bolivariana y Cubana causa rabia a las administraciones norteamericanas?
La respuesta la conocen los lectores, pero solo me permito recordar que Washington es enemigo acérrimo de las verdaderas revoluciones populares por los principios que defienden, la hermandad sin condiciones entre los seres humanos y las naciones, la unidad, la integración, la paz, la soberanía y la independencia.
En cambio, los regímenes de Estados Unidos venden armas por doquier, protagonizan guerras sangrientas, exacerban conflictos entre los pueblos para obtener beneficios económicos y geopolíticos, amenazan a cualquier país, contaminan la Madre Tierra, y alientan el individualismo como fórmula de dominación.
Claro, entonces Venezuela y Cuba, como Bolivia y Nicaragua, entre otros Estados de Nuestra América, provocan urticaria a Washington.