“Te llamé para avisar que llegué bien. Pero en ese momento estaba terminando el capítulo en el que matan al Che. ¡Qué hijos de puta, papá! ¡Mataron al Che!”


Fuente: La Jornada

He leído cinco o seis biografías del Che y me pregunto si al comandante heroico le espera la suerte de Juana de Arco o Simón Bolívar. En distintas épocas, se habrían publicado más de 5 mil biografías del Libertador, y unas 3 mil de la doncella de Orleáns.

El caso es que hace unos días me visitó un viejo amigo con el que guardo una suerte de pacto implícito para evitar los temas que nos alejan. Pero mucho me ha honrado confesándome sus ansiedades.

–¿Qué hago, mano? ¿Me pongo a traducir al esperanto las epístolas bolivarianas de San Atilio, Santa Marta y San Guillermo, o empiezo los trámites de divorcio?

–Uhm… cuidado. Las primeras son incorregibles por definición, y las otras huelen a formol. Creo que el divorcio tendrá un costo menor.

–¿Y si abro un blog para contribuir al debate?

–Si quieres… Pero ídem. Piénsalo: los debates son la utopía de los ortodoxos y los trolls de los heterodoxos dominan en las redes antisociales.

Como vamos viendo, las ansiedades de mi amigo son propias de iniciados. Sin embargo, no bien entró al estudio, se quedó observando detenidamente la foto del Che nostálgico, tomada por Rodrigo Moya en los tempranos años de 1960.

–Caray… ¡medio siglo! Recuerdo, como si fuera ayer, dónde estaba y qué hacía en aquel momento. ¡Qué hijos de puta! ¡Mataron al Che!

Su reacción me sorprendió. Ex guerrillero, hombre de principios y de la especie culta-no-sangrona, creo haber oído a mi amigo calificar al Che de personaje inflado por el mayo francés. Pero hete aquí que su hijo de 12 años, vino a pasar vacaciones con él.

–¡Todo salió fantástico! (exclamó). Fuimos a la playa, buceamos entre tortugas gigantes, paseamos a caballo, lo llevé a volar en globo sobre las pirámides de Teotihuacán, vimos un par de películas para su edad que nos aburrieron, y cuando ya no sabía cómo entretenerlo… ¿adivina qué?

Intrigado, alcé las cejas.

–Nada. Jugábamos ajedrez, y en el instante que me dio jaque disparó a quemarropa:

–¿Qué opinas del Che, papá?

–¡Joder!… ¿Le dijiste que el Che es un mito?

–No me atreví, sugiriéndole dejar el asunto para más adelante. Que mejor lea algo propio de su edad, ¡qué sé yo! Salgari, Twain, El principito… Pero hizo un enroque y volvió a la carga.

–Papá… pregunté qué opinabas del Che.

–Júrame que no le hablaste de la teoría del foco, o los arriba y abajo de la injusticia universal.

–Cómo crees… Le conté que desde niño, el Che practicaba deportes, amaba la lectura, que allá en Córdoba tenía una banda de amigos traviesos, que siempre fue muy sensible frente a los pobres. Que un gran filósofo (ya sabes, Jean Paul), aseguró que el Che fue el ser humano más completo de nuestra época.

–¿Te entendió?

–Bueno… la verdad es que me sentía medio aturdido. Porque mientras trataba de conservar el único alfil que me quedaba, mi hijo descubrió en la biblioteca la biografía del Che, de Paco Ignacio. Le advertí: ¡son más de 800 páginas! Veré si te consigo otra, menos voluminosa.

–No te preocupes, papá. Ya leí El conde de Montecristo, que tiene más de mil páginas. ¿Recuerdas al abate Faría? ¡Qué personaje! Me gustó más que Edmundo Dantés.

–No recuerdo la novela… ¡pero vi la peli!

–Jaque mate, papá. ¿Jugamos otra?

–Siempre y cuando me permitas ganar. ¿Vale?

En los días siguientes, mi amigo confiesa que empezó a preocuparse. Absorbido mañana, tarde y noche por la biografía, veía que su niño se emocionaba, celebraba, se indignaba, reía, y por tramos suspendía la lectura para indagar en situaciones de contexto, o en personajes históricos que su padre había olvidado.

–A la mitad del libro –contó– pidió que le comprara una boina como la del Che. Y hasta su partida, ¿quieres creer?, ¡dormía con la boina puesta!

Mi amigo cuenta que en el viaje de regreso a su casa, el niño continuó con la lectura. Y que al llegar lo llamó llorando, desconsoladamente.

–¿Qué pasa? ¿Peleaste con tu mamá? ¿Te duele algo?

Demoró algunos minutos en calmarlo. Hasta que, entre suspiros, su hijo le dijo:

“Te llamé para avisar que llegué bien. Pero en ese momento estaba terminando el capítulo en el que matan al Che. ¡Qué hijos de puta, papá! ¡Mataron al Che!”

Por REDH-Cuba

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