Cuba tiene una misión médica permanente en Dominica desde finales de los años noventa.


Fuente: Granma

Cuando Ryan Shillingford llegó al centro de salud de Saint Joseph, a unos veinte kilómetros de la capital, los especialistas cubanos pensaron que estaba intoxicado por alcohol. El aliento etílico era notable, pero otros síntomas no encajaban: hipoglicemia severa, deshidratación y edemas en la parte inferior del cuerpo. Pronto descubrirían una de las historias de supervivencia más increíbles que dejara el paso del huracán María por Dominica.

Shillingford, oficial de policía, estaba encargado de activar la planta de emergencia una vez el ciclón dejara la ciudad sin fluido eléctrico. Eso se disponía a hacer cuando una avalancha de lodo y piedras de río lo dejó atrapado por 12 días. Cuenta que golpeaba las paredes y nadie respondía. Lo único a su alcance era una botellavodka que fue bebiendo poco a poco.

Consultado como especialista, el Dr. Guillermo Mesa Ridel, Jefe del departamento de situaciones Especiales en Salud pública de la Escuela Nacional de Cuba, considera que el alcohol no es un factor protector para evitar cualquier trauma y menos durante 12 días.

«En todo caso haber aguantado ese tiempo es producto de múltiples factores como pueden ser la resistencia del cuerpo humano, edad, condiciones físicas, ausencia de enfermedades que pusieran aún más en riesgo la vida en esas condiciones», apunta. «El vodka, si es cierto que lo consumió, solo pudo provocar los efectos comuness del alcohol».

Yumilka Aguirre Pupo, miembro de la brigada permanente de médicos cubanos en Dominica, y Luis Enrique Lemus Padrón, uno de los refuerzos que llegó de la Henry Reeve, fueron los doctores cubanos que recibierona Shillingford.

Lemus, con experiencia en otras situaciones de desastre como el brote de ébola en África occidental, dijo a Granma que estabilizaron al paciente y lo rehidrataron. Cuando estuvo en mejores condiciones, fue remitido al hospital de Roseau, la capital.

Cuba tiene una misión médica permanente en la isla desde finales de los años noventa. Antes de María, eran unos 25 doctores, enfermeros y técnicos desplegados por casi todo el país. Después del huracán, recibieron un refuerzo de 10 especialistas de la Henry Reeve con experiencia en otras situaciones de desastre.

La historia del policía va de boca en boca entre los médicos cubanos y sus colegas dominiquenses. Es un poco de esperanza en un país necesitado de buenas noticias.

El caso de Shillingford vino a romper la rutina de los servicios hospitalarios, que lidian ahora con las mismas enfermedades de antes del ciclón, pero en un escenario mucho más complicado.

YumilkaAguirre, especialista en Medicina General Integral (MGI), asegura que el viento golpeó fuerte el centro de salud de Saint Joseph, pero la edificación mantuvo la vitalidad. «Sin luz e incomunicados, tuvimos que hacer magia, pero no se nos murió nadie. Las personas vinieron y fueron atendidas».

«Hubo muchas lesiones, heridas y traumas. Tuvimos que remitir pacientes por fracturas y enfermedades respiratorias agudas», recuerda Aguirre.

Al esfuerzo de los doctores que continuaron trabajando sin techo sobre sus cabezas, como sucedió en la sala de terapia intensiva del hospital de Roseau, se sumaronequipos de rescate y urgencias de distintos países.

Se convirtieron en los primeros días en la única esperanza de quienes quedaron atrapados por los deslaves o la penetración del mar. La fuerza del viento a 250 kilómetros por hora llevó peces hasta las montañas y las crecidas de los ríos movieron piedras de varias toneladas.

A pesar del esfuerzo, decenas de personas fallecieron.

Las brigadas de urgencia comenzaron a abandonar la isla una semana después. En la práctica, ya no tenían mucho más que hacer. Los hospitales comenzaron a llenarse de pacientes con enfermedades crónicas descompensadas.

En medio de la locura que sobrevino tras el paso del ciclón, escasearon las medicinas y muchas personas quedaron aisladas de los lugares donde las conseguían normalmente, refiere el especialista en MGI de la misión cubana, Reynier Marshal, quien trabaja en el hospital de Portsmouth, al noroeste de la isla.

Su experiencia del paso del huracán es similar a la de Saint Joseph, aunque el viento batió más fuerte en el sur.

«Inicialmente se manejaron muchos traumatismos, heridas cortantes y con accesos. En estos momentos están llegando pacientes con enfermedades crónicas descompensadas como diabetes e hipertensión», refiere.

De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, uno de cada tres latinoamericanos y caribeños tiene la presión arterial por encima de los valores normales. Cerca de 800 000 personas fallecen cada año a causa de las complicaciones y los efectos secundarios de este padecimiento.

Entretanto, la diabetes se ha extendido en la región como una epidemia, según alerta la Organización Mundial de la Salud. De acuerdo con sus estimaciones, para el 2030 podrían ser cerca de 33 millones los afectados.

Los datos publicados en los Indicadores Básicos 2017, de OPS, dan cuenta de que en Dominica el 25, 7 % de los hombres y el 19, 4 % de las mujeres presenta hipertensión, de acuerdo con la prevalencia estandarizada de la enfermedad por edad. En el caso de la diabetes, esta alcanza un 8, 5 % para los hombres y un 13, 6 % para las mujeres.

El primer ministro de Dominica, Roosvelt Skerrit, alertó sobre la necesidad de velar por los miembros más vulnerables de la comunidad, entre ellos los aquejados por enfermedades crónicas. También las personas mayores y los discapacitados necesitan atenciones extras.

La treintena de médicos cubanos se encuentran desplegados en las cinco principales regiones de la isla, refiere el Dr. Michel Cabrera, jefe de la Misión.

Además de su trabajo en los centros de salud, añade Cabrera, los especialistas de la mayor de las Antillas trabajan directamente en las comunidades, hacen promoción de salud y previenen la aparición de enfermedades.

Una de las principales preocupaciones es que se puedan desatar epidemias ante la presencia de vectores y la cantidad de desechos y escombros que dejó el huracán.

El Dr. Raúl Conrado Curaes especialista en primer grado de epidemiología y viajó con la Brigada Henry Reeve para asistir a las autoridades locales.

«Hemos hecho una evaluación higiénico epidemiológica del país y vemos que hay grandes daños que deterioran las medidas básicas de saneamiento», refiere. «Nuestro trabajo como siempre es minimizar los daños y controlar lo que está a nuestro alcance para salvar vidas».

Desde su llegada a Dominica, tres días después de los embates de María, Conrado y el resto de los especialistas en esta área han hecho visitas casa por casa, chequeos en los campamentos de evacuados, saneamiento ambiental y destrucción de vectores.

«Siempre tratamos de dar una orientación precisa, respetando como lo maneja cada cual, pero con la experiencia de cómo lo hacemos en Cuba», refiere.

La historia de supervivencia Shillingford o los rescates en helicóptero sin dudas ocuparán los titulares. Los héroes anónimos que recorren las comunidades con un talonario de recetas en el bolsillo no son tan mediáticos.

Sin embargo, la hipertensión y la diabetes son tan o más mortíferas que los huracanes, y una epidemia puede diezmar poblaciones con más efectividad que las avalanchas.

Por REDH-Cuba

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