Fue todo menos un asunto local: mucho más que el simple «cambio de régimen» y que el ardentísimo asalto a un Palacio invernal tras el cañonazo de un barco curiosamente llamado Aurora.


Fuente: Juventud Rebelde

La Revolución que impactó en octubre todos los noviembres que vendrían perfiló en la concreta miles de páginas del marxismo mientras su líder mayor nos dejó de tarea nuevos textos y acciones firmados hasta con su sangre. De tal manantial de venas leninistas provino el rojo caudal de los símbolos soviéticos que se niegan a caer.

Quienes engrasan de odio las viejas cadenas con que dominar a los pueblos hacen ahora el repaso de excesos y errores, pero los que escogen el áspero camino de la emancipación saben que, pese a las falencias, nunca el eje imaginario del mundo estuvo tan palpablemente equilibrado como en los años de esplendor de aquel proyecto proletario.

Fue la revolución del planeta, nuestra «guerra de las galaxias» sin ficción porque confrontó en la práctica social dos mundos irreconciliables. Si bien ocurrió en un país con armamento un tanto feudal, se moldearon allí las ideas más avanzadas de nuestra especie.

Viviéndola, como pocos, John Reed escribió una obra a la altura de la gesta. Sin nada que corregirle, solo habría que actualizar un detalle en el texto: pese a fallas y tropiezos, o por sobre ellos, el impacto sideral de la Revolución de Octubre duró más que una decena de días.

Incluso la caída de la inmensa unión de repúblicas hizo más audible la conmoción de aquella Revolución. Juntando octubres con noviembres en nuestros corazones, el estremecimiento del mundo dura ya cien años.

Por REDH-Cuba

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