Adalberto Ríos Szalay, «En Cuba tuve la experiencia de conocer a uno de los más connotados personajes del siglo XX, hecho que muchos hubieran querido vivir; sus palabras y acciones estimularon la dignidad de América Latina»
Fuente: Granma
Adalberto Ríos Szalay es un profesional del lente nacido en Morelos, México, en 1943.
Su crédito, mundialmente conocido, rubrica su talento en publicaciones como las revistas National Geographic y Escala de Aeroméxico, y en periódicos como el Regional del Sur, Reforma, El Norte, de Monterrey y Mural, de Guadalajara, por solo mencionar algunos de la larga lista que engrosa su currículum.
Merecedor del Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, el artista tiene en su haber distinciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), de México; la Unesco; el Ministerio de Patrimonio Cultural de Hungría; la Casa de América en Madrid; la Casa de las Américas en La Habana y el Fondo Cubano de Bienes Culturales. De honda familiaridad le resulta la geografía insular a causa de su desempeño en el proyecto editorial Cuba, Cultura, Estado y Revolución, razón por la que José Antonio Núñez Jiménez, padre de la Espeleología cubana, y el Comandante en Jefe Fidel Castro –de quien nos hablará en este trabajo– lo consideraron «amigo entrañable de la Revolución Cubana».
Para este catedrático, periodista, exdirector del Instituto de Cultura de Morelos, autor de más de 40 títulos y productor audiovisual, difundir los valores de América Latina ha sido un imperativo permanente. «Desde la primera ocasión que crucé el Suchiate, hace más de 60 años, me quedó claro que mi patria no quedaba atrás, sino se extendía hacia adelante».
Ríos Szalay se ha ubicado desde muy joven del lado de los pobres: «Al recorrer el istmo centroamericano, llegar a litorales caribeños, a las pampas, o a los Andes he vivido la profunda emoción de encontrarme en entornos maravillosos a hermanos que nunca había visto antes; sin embargo, innumerables desdichas pronto se encargaban de estrujarme ante el injustificable panorama de extensas tierras ricas llenas de pobres».
«Conocí a republicanos que encontraron una nueva patria en México y posteriormente a chilenos, argentinos y uruguayos que soñaban con volver a sus lares y construir un futuro mejor, como lo decidieron un grupo de jóvenes cubanos dirigidos por el joven Fidel Castro, que salieron hace 61 años de Tuxpan, rumbo a las playas del Oriente de su Isla».
–¿Cuáles son las primeras referencias que lo acercan a Cuba?
–Mi relación con Cuba tiene sus orígenes desde mi niñez, cuando me contacté con niños cubanos pertenecientes al movimiento de Boy Scouts. Manteníamos correspondencia y con candor infantil comentábamos entusiasmados lo que sucedía en la Sierra Maestra, al punto que uno de ellos me envió por correo un ejemplar de la revista Bohemia donde colocó un brazalete rojo y negro con un 26 en blanco.
«Al ser lector de José Martí, Eduardo Galeano, Pablo Neruda, Leopoldo Zea y otros grandes latinoamericanistas, sin duda uno de mis anhelos era conocer Cuba. Afortunadas circunstancias me permitieron trabajar con dos personajes de la cultura cubana: el doctor Núñez Jiménez y la doctora Nisia Agüero, incansable promotora cultural, con la que colaboré en una serie de audiovisuales sobre creadores cubanos.
En La Habana conocí al Alfonso Guillén Zelaya Alger, el único mexicano que llegó a Cuba en el Granma y sirvió hasta su muerte al proceso revolucionario».
–Poco a poco se fue involucrando en el mundo cultural de la Isla…
–Gracias a mi colaboración tuve la oportunidad de conocer a René Portocarrero, Manuel Mendive, Tomás Sánchez, Eusebio Leal, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Omara Portuondo, Elena Burke, Virulo, y por Nancy Morejón, a Nicolás Guillén, además del privilegio de encontrarme con artesanos, obreros, campesinos, médicos, estudiantes o pescadores que me abrieron sus casas y de los que tanto aprendí, palpando su esfuerzo, sacrificio, anhelos y calidad humana, que encontraron en la Revolución Cubana las condiciones que de otra manera no se hubieran dado. Me tocó palpar el significado y la trascendencia de un movimiento que cimbró a América Latina y al mundo, en voz de sus protagonistas y conocer así la dimensión de su líder.
–Y a Fidel, ¿cuándo lo conoció?
–Tuve la oportunidad de estar junto al Comandante Fidel Castro, escucharlo y verlo en acción, es una experiencia que nunca olvidaré. Lo conocí en una comida donde se encontraban el presidente mexicano Luis Echeverría, Gabriel García Márquez, José Ramón Fernández, Nisia Agüero y Antonio Núñez. A este último le pedí que le solicitara al Comandante su autorización para tomarle algunas fotos.
–¿Y pudo hacerlo?
–Yo fui presentado como un fotógrafo mexicano-cubano y él amablemente aceptó, mientras me contaba sus recuerdos de Cuernavaca (mi tierra). Yo creí que ante tal oportunidad tomaría muchísimas fotografías, pero no pude, tomé una o dos y su carisma me volvió a sentar, mientras continuaba su amigable relato sobre el día en que conoció al Che.
–Usted dice que pudo verlo en acción. ¿A qué se refiere?
–Fui invitado un 26 de Julio a Santiago de Cuba y me tocó ver cómo interactuaba con los trabajadores de una fábrica. Mientras recordaba momentos del asalto al cuartel Moncada preguntó a la audiencia: ¿Qué es el tiempo muerto? Y nadie contestó, el Comandante repitió la pregunta y entonces dijo a un hombre de edad: «Viejo, tú sí debes saber» y el hombre explicó que era el arduo lapso entre la zafra y la siembra en que no había trabajo. Fidel dijo:«¡Qué bueno que ningún joven sabe lo que es el tiempo muerto!».
«También me tocó oírlo cuando hablaba a una generación de nuevos médicos, sobre los graves problemas de salud en Angola, Nicaragua y otros países. Les dijo que si algunos deseaban ir voluntariamente a cumplir misión internacionalista a esos lugares se podrían anotar. Con orgullo mostró después la lista donde aparecían todos los que lo habían escuchado».
–Cuba no ha dejado de ser un referente para usted…
–Yo estuve trabajando en Tanzania con un grupo de campesinos mayas en un proyecto agrícola y nos comentaron que en una población cercana había personas que hablaban como nosotros y nos dirigimos al lugar. Allí nos encontramos a un grupo de médicos cubanos haciendo una tarea heroica. Uno de ellos era el doctor Manuel Limonta, quien me invitó a acompañarlo a las salas donde hacían una admirable labor humanitaria, en condiciones extremas. Con los años asistí a la inauguración del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) y de pronto vi al Comandante charlando con Limonta, el nuevo director, que estaba de espaldas. Me acerqué diciendo en idioma swahili:
«¿Cómo estás, compañero?». Limonta giró contestando en esa lengua africana, los saludé y volví a pedir al Comandante permiso para hacerle fotos durante la ceremonia. En eso vino el encargado de seguridad porque aunque fui autorizado no se avisó a los guardias responsables y cuando me levanté y avancé hacia el Comandante, que hablaba, de repente sentí mis pies en el aire, mientras dos gigantes me llevaban en vilo diciéndome: «No te muevas», me trasladaron a un rincón mientras su jefe llegó corriendo para explicar que estaba autorizado.
–¿Alguna otra experiencia en relación con el Líder de la Revolución Cubana merece sus recuerdos?
–En la Isla de la Juventud visité a jóvenes de la República Saharawi, de Namibia, de Nicaragua y otros países que gracias a la generosidad cubana estaban estudiando, y agradecían el enorme esfuerzo de Cuba al abrirles las puertas de sus aulas.
«Gracias al Comandante pude hacer un recorrido desde círculos infantiles, hasta centros de educación superior. Viví experiencias extraordinarias que hilvané en un audiovisual que vio el entonces Ministro de Educación, José Ramón Fernández un día a las 6 de la mañana, cuando me había concedido 15 minutos que se prolongaron hora y media, mientras se emocionaba con los testimonios, lo mismo de los pequeñitos, que de jóvenes dedicados al estudio».
–¿Qué foto suya tomada en Cuba recuerda con especial cariño?
–Un día, al encontrarme en el patio del círculo infantil Amiguitos de Polonia, vi que un pequeñito blanco iba corriendo y de improviso se detuvo para amarrar las agujetas de una compañerita negra que estaba sentada. La foto recibió un premio mundial de fotografía de la Unesco, en Tokio, durante el Año mundial de la tolerancia entre los pueblos. La imagen se la envié a Fidel. Me hizo el favor de llevársela al Comandante el embajador Fernández de Cossío, gran amigo que dejó gratísimos recuerdos de su misión diplomática en México.
–Entonces Cuba le es entrañable…
–En Cuba tuve la experiencia de conocer a uno de los más connotados personajes del siglo XX, hecho que muchos hubieran querido vivir; sus palabras y acciones estimularon la dignidad de América Latina. Pero igualmente enriquecedor fue conocer el trabajo, la sensibilidad y el sacrificio del admirable pueblo cubano, al seguir a tan excepcional líder. Todo esto me identifica entrañablemente con el hermano pueblo de Cuba y ha influido en el trayecto que he seguido en mi vida».