Aunque sobre Chile continúa revoloteando el fantasma neoliberal, esperemos que la población menos favorecida que no concurre a las urnas por cansancio de promesas incumplidas por diferentes políticos, en esta ocasión lo haga para tratar de elegir al menos malo.
Fuente: Rebelión
A veces los pueblos olvidan las penurias, necesidades y desgracias que han pasado debido a las acciones de algunos gobiernos que no trabajaron en beneficio de las desamparadas mayorías.
El caso viene a colación por la concluida primera vuelta en las elecciones presidenciales en Chile ganadas por el multimillonario candidato de la derecha neoliberal Sebastián Piñera, quien durante su mandato de 2010-2014 solo cumplió un 24,3 % de sus compromisos precampaña, mientras que otras fuentes indican que las metas incumplidas llegaron al 90,5 %.
En medio de la reciente precampaña electoral Piñera ha prometido llevar a Chile a un mayor crecimiento económico, disminuir el desempleo, combatir la delincuencia y rebajar las reformas tributarias educacionales, laborales y de salud implementadas por el Gobierno saliente, eliminar los créditos avalados por el Estado, que la educación sea gratuita solo para el 50 % de los estudiantes más vulnerables.
Plantea un plan económico con mayor austeridad y menores gastos, llevar el crecimiento a un 3,4 %, crear 750 000 plazas de trabajo en cuatro años, reducir la jornada laboral a 45 horas semanales en cuatro días con acuerdos individuales o colectivos y apuesta por las administradoras privadas de fondos de pensiones.
Piñera, que obtuvo el 36,64 % de los votos, cuenta con un capital de 2 700 millones de dólares, perfila un Gobierno de corte neoliberal, lo que significaría perpetuar la desigualdad y la mala distribución de los ingresos, por lo que aleja la necesidad de terminar con injusticias dejadas por la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), de la cual él fue un gran defensor.
Para Estados Unidos y las potencias occidentales Chile ha sido, desde la dictadura de Augusto Pinochet, el paradigma del sistema neoliberal en la región con el objetivo de permitir la entrada de las compañías transnacionales que se enriquecen con la extracción de sus grandes reservas mineras.
El anterior Gobierno de Sebastián Piñera se convirtió desde su llegada al poder en 2010 en un promotor de las líneas directrices sobre el control de la economía global que se proyectan desde Washington y la Unión Europea, con el impulso a la imposición de sistemas neoliberales, de libre comercio y privatizaciones.
Por su parte el candidato oficialista Alejandro Guillier, quien quedó en segundo lugar con el 22,68 % del sufragio y que tiene como eslogan “el presidente de la gente”, es un político, periodista y sociólogo que ha prometido profundizar en el análisis del fondo de pensiones, reformar la jornada de trabajo, igualdad salarial para las mujeres y habla de una nueva economía con reformas en el sector educativo.
Su campaña se basó en tres puntos: crecimiento económico, participación ciudadana y descentralización y distribución del poder. Al igual que Piñera asegura que hay que eliminar el Crédito con Aval del Estado (CAE) pero sustituirlo por uno estatal sin participación de privados con tasa de interés del 1 %. Quiere un sistema de pensiones mixto, solidario para mejorar el establecido pero no reemplazarlo.
Apuesta por un crecimiento económico entre 3 y 3,5 % en los próximos cuatro años, consolidar la reforma tributaria de 2014 y avanzar en un programa en el que los que más ganen más paguen, así como crear hasta un millón de empleo y buscar una plena libertad sindical.
La abanderada del Frente Amplio Beatriz Sánchez que obtuvo un 20,09 % de los votos y se convirtió en la tercera fuerza del país ha indicado que apoyará a Guillier en la segunda vuelta fijada para el 17 de diciembre. Si es así, las elecciones serán muy reñidas entre los dos candidatos.
De todas formas, el que llegue al Palacio de la Moneda, en marzo de 2018, tendrá numerosos retos que sortear pues los chilenos exigen políticas sociales y económicas profundas: reforma del sistema privado de pensiones, impuesto en los años ochentas, basado en la capitalización individual de los cotizantes que no es capaz de pagar pensiones dignas a los jubilados; el estudiantado y sus familiares reclaman una profunda reforma educativa gratuita y de calidad.
La población reclama disminuir la desigualdad pues Chile ostenta el primer lugar en Latinoamérica que va desde el ámbito nutricional, seguridad ambiental y económica. Es el tercer país de la región con más acaudalados y en los últimos años el número de ricos con más de un millón de dólares pasó de 5 000 en 2010 a 57 000 en 2017, equivalente al 0,3 % de la población.
Un estudio de la Universidad de Chile revela que el 1 % más rico, acumula el 30 % del Producto Interno Bruto, una concentración de riqueza incluso superior al de Estados Unidos. Esa concentración de riqueza es impulsada por el actual sistema de mercado que no impulsa el desarrollo chileno sino la corrupción y deteriora la sociedad.
Datos oficialistas indican que la pobreza se extiende al 15 % de los 17 millones de habitantes, mientras fuentes no gubernamentales la cifran en el 28 %.
Debido a las ventajas que ofrece la política de privatización y de apoyo a las compañías transnacionales, del país salen anualmente capitales por valor de 30 000 millones de dólares lo que es igual al 22 % del PIB.
Aunque sobre Chile continúa revoloteando el fantasma neoliberal, esperemos que la población menos favorecida que no concurre a las urnas por cansancio de promesas incumplidas por diferentes políticos, en esta ocasión lo haga para tratar de elegir al menos malo.