Con Mella caía un héroe patriótico, antimperialista, revolucionario latinoamericano y comunista, que comprendió que cualquiera de nuestras tierras de América eran solo una parcela de nuestra generosa y ancha patria común.


Fuente: Granma

Desde 1922 un mocetón mestizo y bello, comenzó a destacarse en la Universidad de La Habana. Fue uno de los fundadores de la Federación Estudiantil Universitaria y organizó el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, por igual la Universidad Popular José Martí y en agosto de 1925 fue uno de los organizadores del primer Partido Comunista de Cuba.

A principios de 1926, Mella, en peligro de muerte por su triunfo en la huelga de hambre que protagonizó a causa de la falsa acusación de haber puesto, junto con líderes obreros y comunistas, unos petardos en La Habana, abandonó Cuba y logró llegar a tierra azteca. Por su parte, los venezolanos Eduardo Machado y Salvador de la Plaza, integrantes del Comité Prolibertad de Mella, comprendieron que también tenían que escapar y embarcaron rumbo a México. Pronto se les uniría Gustavo Machado, otro de los venezolanos del comité.

Obra Lo hermoso nos cuesta la vida, de Carlos Guzmán. Foto: Granma

El cubano y los venezolanos se incorporaron a la sección mexicana de la Liga Antimperialista de las Américas, y Mella entró a formar parte de su comité ejecutivo central. También ingresaron en la Liga Pro Luchadores Perseguidos y en la Liga Anticlerical.

En los primeros días de 1927 los venezolanos habían fundado el Partido Revolucionario Venezolano (PRV). Mella ingresó en la sección local de México.

Poco más tarde, Mella, los Machado y De la Plaza, se integrarían al Partido Comunista mexicano. Mella pudo hacerlo en 1926 y solo gracias a una decisión de la III Internacional, el Partido Comunista cubano lo reingresaría en 1927; había sido separado por dos años por haber llevado adelante la huelga de hambre. Los bisoños integrantes del Comité Central del Partido cubano, sin comprender el valor de la acción que había movilizado no solo a Cuba, sino a todo el continente americano y que hizo doblegar la terca e inconmovible decisión del dictador de hacer que el líder falleciera de inanición, le imputaron «indisciplina», «insubordinación a los acuerdos» del Comité Central, «equivocación en las tácticas, nocivas a los intereses del Partido, nexo personal con la burguesía y contra el proletariado y falta de firme sentimiento de solidaridad».

Mella, aquel joven carismático y de lucidez poco común, pasaría a formar parte del Comité Central Ejecutivo del Partido mexicano y, a poco, de su Buró Político. Para entonces, la figura del líder cubano se dibujaba en el continente. En 1927, para apoyar la lucha de Sandino, Mella, desde la Liga Antimperialista, de la que era Secretario Continental, y el Socorro Rojo Internacional, participó en la fundación del Comité Manos Fuera de Nicaragua. A esas alturas había participado en el Congreso Mundial contra la Opresión Colonial y el Imperialismo, en Bruselas, y junto con su tarea como periodista revolucionario tomaba parte en la lucha de los campesinos mexicanos y los mineros de Jalisco.

En los primeros meses de 1928 fundó la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (Anerc), una organización en la que tuvieran cabida todos los que estuviesen por plantarle cara a la dictadura cubana, transformar radicalmente la condición semicolonial de Cuba y llevar adelante reformas sociales. Mella, en abril de ese año, en su artículo «¿Hacia dónde va Cuba?», publicado en Cuba Libre, el órgano de la Anerc, hizo explícita su concepción de que el derrocamiento del gobierno machadista se produciría por la vía armada y en el enfrentamiento –según proyectaba– participarían unidos los integrantes de Unión Nacionalista y los obreros. Por esta concepción y posiblemente por acciones derivadas de esa idea, se le acusaría de haber viajado en secreto a Nueva York sin autorización del Partido, para entrevistarse con Carlos Mendieta, figura central de Unión Nacionalista, lo que habría hecho con vistas a establecer un frente unido. El líder tenía presente que esta agrupación arrastraba entonces a grandes sectores populares, y su lógica política le decía que tenía que conquistarlos.

El joven luchador, en su calidad de talentoso pensador y teórico, fue indiscutiblemente uno de los primeros en echar a un lado las visiones eurocentristas que invadían la Internacional Comunista y concluir que, en el continente, no habría liberación social sin liberación nacional, aunque también afirmó en «¿Qué es el ARPA?»: «…liberación nacional absoluta solo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la revolución obrera».

Hay quien ha querido ver en las posiciones de Mella una dicotomía casi irreductible entre nacionalismo y marxismo, sin comprender para nada la verdad: el gran revolucionario resultaba capaz de hacer una lectura del marxismo, como solo puede ser auténtica, desde su propia realidad.

Cuando Machado, en julio de 1928, se proclamó candidato único para un nuevo periodo de gobierno, Mella vio llegado el momento de poner en marcha sus planes.

Posiblemente, entrado el año, Mella comunicó a Rubén Martínez Villena, ya mentor del Partido Comunista de Cuba, sus objetivos y las vías de lucha concebidas para derrocar la dictadura, quien los acogió y pidió el envío de un mensajero para que los explicara al Comité Central.

Fue Leonardo Fernández Sánchez quien el 10 de octubre llegó a Cuba con la misión encomendada por Mella: establecer contacto con Martínez Villena y también lograr entrevistarse con Carlos Mendieta, para coordinar la participación de Unión Nacionalista en la lucha.

Fernández Sánchez sostuvo una entrevista con el viejo y noble general Francisco Peraza, en el local del periódico Unión Nacionalista, y le dio a conocer los planes.

Trágicamente, estaba presente Francisco Rey Merodio, administrador del rotativo y soplón de la policía. El jefe de la policía secreta, Santiago Trujillo, conoció del hecho y, de inmediato, puso en conocimiento a Machado. La noticia selló, de una vez, la determinación del tirano: Mella debía morir.

La providencia pareció ayudar. Había llegado a La Habana un antiguo «oso» conservador, José Magriñat, quien durante la campaña electoral de 1924 había atentado contra el secretario de Gobernación de Machado y que, con el deseo de conservar intacto su pellejo se había asentado en Ciudad México, donde le habían presentado a Mella. A causa de sus antecedentes, se vendía como enemigo de los liberales. Todo indica que Machado en persona le explicó la misión. Debía aprovechar su contacto con Mella y dirigir la acción de dos sicarios, Arturo Sanabria y Agustín López Valiñas.

El 10 de enero, Mella había trabajado junto a David Alfaro Siqueiros en la constitución de la Confederación Sindical Unitaria de México, que le había traído serios debates en el seno del Partido, pero había triunfado su tesis de crearla; y en medio de polémicas, porque se había producido la acusación de su viaje en secreto a Nueva York, otra, por cuenta de haber aceptado puntos de vista de Trotski sobre el imperialismo inglés, le entregaron una carta del partido Comunista cubano que lo acusaba de comprometer criminalmente al PCC. Lleno de ira envió una misiva al PCM, en que renunciaba a su militancia. Una sanción de separación del Partido mexicano cayó sobre él. Pasada la cólera la retiró, por lo que la sanción de separación fue rectificada, y solo se le condenó a no ocupar cargos de dirección por tres años.

La noche del 10 de enero concurrió al café Hong Kong, donde había citado a Magriñat, porque este le había hecho llegar un mensaje de que debía informarle de un grave asunto. Hasta ahí Mella lo había eludido, porque el personaje le parecía sospechoso.

No obstante, al fin transigió. Magriñat le confió a Mella que por órdenes de Machado habían viajado a México dos hombres con el fin de asesinarlo. Con esa noticia verídica, evidentemente pretendía establecer una coartada. Él había advertido del peligro. La noticia coincidía con una transmitida desde Nueva York por Fernández Sánchez, quien arrestado en Cuba había salvado milagrosamente la vida y había sido expatriado a EE. UU. Mella salió del lugar y recogió a Tina Modotti, su compañera, en las oficinas del Commercial Cable Co., donde por instrucciones suyas la fotógrafa había enviado un mensaje a Sergio Carbó, director de La Semana, en el que el líder le pedía desmintiese la patraña de que había profanado la bandera cubana y le informaba que enviaba por correo los detalles del incidente.

Cerca de las 11:00 p.m., cuando regresaban a su domicilio, Mella relataba a Tina la conversación con Magriñat y le hacía conocer sus suspicacias hacia él, entonces se escucharon dos disparos que alcanzaron al joven. Uno le atravesó la espalda y salió por el abdomen y el otro lo hirió en un brazo. Mella no pudo sobrevivir a sus heridas.

En la madrugada del 11 de enero, aquel joven que aún no había cumplido 26 años, expiró.

En la despedida de duelo, en el Zócalo, Diego Rivera expresó que el imperialismo yanqui no era ajeno al crimen. Desde luego, no lo podía probar. Sin embargo, todo parece indicar que tenía toda la razón. Ya, desde 1927, era posible hallar el nombre de Mella en informes de inteligencia de la embajada de Estados Unidos en México.

Con Mella caía un héroe patriótico, antimperialista, revolucionario latinoamericano y comunista, que comprendió que cualquiera de nuestras tierras de América eran solo una parcela de nuestra generosa y ancha patria común.

Por REDH-Cuba

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