No es por mal meter, como suele decirse en España cuando se hace algún comentario de alguien, pero el senador republicado Marco Rubio se ha creído ser el Secretario de Estado norteamericano, particularmente para Latinoamérica y el Caribe, y con esmerada atención en naciones como Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua, entre otros.
Rubio, un otrora acérrimo adversario de Donald Trump, ahora devenido en “cercano amigo” del presidente de Estados Unidos, parece tener intenciones de desplazar del puesto al hoy jefe de la diplomacia de su país, Rex Tillerson, a juzgar por su reiterada intromisión en temas de política exterior de Washington hacia la Patria Grande.
Dándole palmaditas por la espalda a Trump, o vaya usted a saber si puñaladas para embaucarlo, el legislador de origen cubano por la Florida incitó al ahora inquilino de la Casa Blanca a retomar la fracasada postura de bloqueo y de agresiones a Cuba, redoblar el cerco a la Venezuela bolivariana, e intensificar acciones subversivas y desestabilizadoras contra gobiernos progresistas de Nuestra América, entre ellos los de Bolivia y Nicaragua.
Diversas fuentes han revelado que Rubio tiene que ver además con la anunciada determinación del mandatario estadounidense de no cerrar la cárcel de Guantánamo, uno de los mayores centros de torturas enclavado en la base militar que Washington mantiene ilegalmente en territorio cubano.
Según reportes de prensa, Trump firmará próximamente una orden ejecutiva para legitimar la permanencia de la prisión de Guantánamo, la cual dejará sin efecto otra suscrita por su predecesor Barack Obama que determinó su cierre, aunque nunca llegó a materializarse.
Esa nueva atrocidad del “emperador” fue incitada por el mismo senador de la Florida, un connotado anticubano, ambicioso hasta la médula y quien se jacta de tener influencias sobre su jefe, cuando se trata de asumir posturas relacionadas con la mayor de las Antillas.
Cuba reclama su derecho a la soberanía sobre el área de la oriental provincia de Guantánamo donde Estados Unidos mantiene la base naval desde inicios de la centuria pasada, y uno de los centros de torturas más abominables y condenados por la comunidad internacional.
A pesar de ello, el violento Trump fue convencido, sin mucha insistencia, de que esa prisión continúe abierta, quizás para convertirla en un gran negocio como quiere hacer del mundo el magnate que en la actualidad reside en la Casa Blanca.
Rubio, por su parte, prosigue con su carrera arribista, aprovechando la oportunidad de los escasos conocimientos, experiencia política y diplomática del “emperador” de Washington, y especialmente de su comportamiento agresivo y aberrante, al que se suman serios trastornos de personalidad.
El legislador republicano padece de similares males de conducta, además de un protagonismo enfermizo, que por cierto no es del agrado de muchos en diversos sectores de poder norteamericanos y que puede dar al traste con sus presuntuosas ambiciones que lo hacen creerse Secretario de Estado, y hasta presidente.