El pensamiento crítico perdió a uno de sus máximos exponentes. El deceso de Theotonio dos Santos ocurrido el 27 de Febrero, nos deja en una situación de dolorosa orfandad. Partió no sólo un inquebrantable compañero de luchas antiimperialistas sino, por encima de eso, un ser humano poseedor de inusuales virtudes. Generoso con todo aquel que se acercara con cualquier inquietud; honesto y coherente en sus principios teóricos y en su práctica política y todo esto mezclado con una fina ironía y un incisivo sentido del humor que no se apagaba ni en los momentos más serios de un debate o una áspera polémica política.
Tuve la suerte de conocerlo en 1967, cuando los dos estábamos exiliados en Chile. Desde ese momento, más de medio siglo, jamás dejamos de encontrarnos. En esos momentos yo era un alumno de la FLACSO y estaba preocupado porque no teníamos un buen curso de economía en la Maestría. Me enteré en las interminables reuniones del exilio latinoamericano que en la Facultad de Economía de la Universidad de Chile había un joven profesor brasileño que estaba dictando un curso sobre “Relaciones de dependencia en América Latina”. Sin dudar ni un minuto me inscribí en el mismo y allí me encontré con Theotonio en el CESO, Centro de Estudios Socio-Económicos, a la cabeza de un notable equipo de jóvenes investigadores entre los cuales sobresalían Orlando Caputo, Sergio Ramos, Crisóstomo Pizarro y Graciela Galarce respaldados por un grupo de investigadores formados de la talla de Vania Bambirra, Marta Harnecker, Rui Mauro Marini y André Gunder Frank entre tantos otros. Es imposible calibrar el impacto que me produjo ese curso en mi formación teórica. Hasta ese momento mi aproximación al marxismo había transitado fundamentalmente por la vía de la teoría política y social. Theotonio estaba librando en aquellos años previos al triunfo de Salvador Allende una dura batalla contra el pensamiento conservador (convenientemente revestido por una ligera capa de progresismo descafeinado) que se había enquistado en la CEPAL y que hegemonizaba buena parte del discurso económico predominante en América Latina y el Caribe. Discurso en el cual, por supuesto, palabrotas como “imperialismo” o “dependencia” estaban excluidas, y expresiones como “lucha de clases” eran imperdonables pecados. Sus clases, siempre muy bien fundamentadas, en donde cada interpretación teórica tenía su corroboración en la historia, me abrieron un horizonte que me permitieron hacer una síntesis en donde economía, sociedad y política se articulaban nítidamente en el diagnóstico de las raíces del atraso y del subdesarrollo con que el capitalismo estaba condenando a Nuestra América. Sin las clases de Theo difícilmente habría llegado a esa conclusión.
Por eso hablar de él y de toda su obra posterior a aquellos años será tarea de muchos, porque su producción intelectual fue tan prolífica como original, abriendo nuevos campos de reflexión en la teoría económica marxista. Lo mismo recordar su ejemplar generosidad y su incomparable altruismo cuando la brutal tiranía se enseñeoró de Chile a partir del aciago 11 de Septiembre de 1973. Theo le salvó la vida a decenas de compañeros y camaradas, en silencio, sin aspavientos y sin esperar retribución alguna por tan noble como temerario gesto. Lo hacía a partir de su profundo compromiso militante, de su vocación revolucionaria, de su esperanza en el futuro del socialismo en la región por el cual el luchó sin desmayos ni flaquezas a lo largo de toda su vida. Cuando se observa la vergonzosa capitulación de muchos de quienes lo criticaron acerbamente, en Chile y despues, entregados pocos años más tarde a los brazos de un neoliberalismo criminal, su figura se eleva a la altura de otros grandes brasileños como Paulo Freire y Darcy Ribeiro, al lado de los cuales sus críticos de ayer y de hoy quedan reducidos a la condición de rabiosos pigmeos furiosos ante la sabiduría y el indeclinable compromiso con la revolución anticapitalista de Theotonio. Por eso lloramos su partida, pero su ejemplo nos aguijonea para que no abandonemos la lucha, como él lo hizo hasta el último aliento de su vida.
¡Hasta la victoria, siempre, maestro y amigo!