La Revolución es un proceso dialéctico de transformaciones y experiencias acumuladas, de cambio y continuidad; es una obra colectiva como esencia y práctica imprecindible.

“La Revolución es la obra de todos, la Revolución es el sacrificio de todos, la Revolución es el ideal de todos y la Revolución será el fruto de todos”, así nos decía Fidel tan temprano como el 29 de Marzo de 1959, en un discurso pronunciado en el poblado de Güines.

Desde entonces, andamos construyendo un proyecto social inclusivo, participativo, democrático, en el que el poder popular sea esencia y práctica imprescindible. Lo hemos hecho por nuestros propios senderos, tratando de ser originales en nuestra concepción de cómo se expresa y ejerce ese poder mayoritario del pueblo.

Partimos, eso sí, de las complejas batallas, los avances y las contradicciones de nuestra propia Historia y del legado de nuestros héroes en la búsqueda de una Patria libre y soberana y una sociedad que conquistara “toda la justicia”, como aspiraba el abogado Carlos Manuel de Céspedes; aquel hace 150 años se lanzó primero al combate por la independencia de Cuba.

José Martí, alma preclara de la nación, señalaba en el Manifiesto de Montecristi: “Desde sus raíces se ha de constituir la Patria con formas viables, y de sí propias nacidas, de un modo que un gobierno sin realidad ni sanción no lo conduzcan a las parcialidades o a la tiranía”.

Así se forjó nuestra Constitución Socialista; así nacieron nuestros órganos del Poder Popular, nuestras Asambleas en municipios, provincias y el país; así se estructuró nuestro sistema político en el que elección popular, representatividad verdadera, participación, rendición de cuentas y pensamiento y dirección colectiva se han erigido como claves.

Durante diez meses, los cubanos hemos estado involucrados, por novena vez en nuestra historia revolucionaria, en un proceso de elecciones generales. Desde 1993 lo hacemos eligiendo directamente a los diputados que nos representa en el parlamento cubano, como instancia máxima del gobierno del pueblo.

Los que elegimos el pasado 11 de marzo son espejo de la diversidad de la Cuba de estos tiempos: desde un zapatero remendón hasta el creador del Heberprot-P; desde un triple campeón olímpico de lucha hasta un renombrado escritor; desde un veterano de todas las batallas hasta una jovencísima delegada de circunscripción.

Contamos con un parlamento que tiene la excepcionalidad de que recoge directamente el sentir de la gente del barrio, del hombre y mujer de pueblo. Casi la mitad de los electos son delegados de circunscripción –concejales son llamados en Latinoamérica-; cubanos que lidian todos los días con las preocupaciones, las dificultades y las proposiciones de los vecinos de su demarcación. Son representantes populares que nacen de la base y de manera ajena a la propuesta que hacen de manera tradicional los partidos políticos en otros lares.

Tenemos un nuevo legislativo con rostro mayoritario de mujer, con presencia de jóvenes y de representantes de la generación histórica que hizo la Revolución y la trajo hasta aquí; un parlamento con 49 años de edad promedio y más de 330 nuevos diputados.

Hoy se juramenta esa renovada Asamblea Nacional, con la enorme responsabilidad de elegir a la nueva dirección del Estado y el Gobierno del país y de enfrentar cinco años decisivos para la consolidación del proceso dialéctico de cambio y continuidad de nuestro socialismo.

Llegamos a este momento histórico con la fortaleza de la unidad revolucionaria, esculpida con claridad martiana por Fidel y preservada por la generación histórica; que mañana entregará la dirección del Estado a generaciones más jóvenes, forjadas en el devenir de la Revolución misma; en un proceso pensado, lógico, natural, sin sobresaltos.

Garantía de esa unidad y de nuestro proyecto social es el Partido, fuerza dirigente superior de la sociedad cubana, conjución de voluntades de vanguardia, salvaguarda de los intereses de los humildes por los que hace 57 años se proclamó el Socialismo por primera vez en América. Su fortaleza es la de la Revolución misma.

Podemos sentirnos orgullosos de nuestra democracia y de la partición popular alcanzada; pero los nuevos tiempos plantean nuevas exigencias para fortalecer nuestra sistema político y sus pilares. Hacia adelante habrá que pensar como perfeccionar nuestro sistema electoral, la participación popular en la gestión estatal; cómo alcanzar mayor autonomía de los órganos locales del Poder, en particular en los municipios y una más eficaz interrelación con la ciudadanía en esa instancia, cómo fortalecer los mecanismos jurídicos e institucionales que aseguren el cumplimiento de la Constitución,que será renovada, y su supremacía. Esos son algunos de los retos que nos están planteados, para hacer nuestro socialismo más participativo, democrático, próspero y sostenible.

“Los valores que defendemos son muy sagrados, son muy altos, son muy poderosos, son los valores de la patria, son los valores de la Revolución, son los valores del socialismo, son los valores de la justicia, son los valores de la igualdad, son los valores de la dignidad y del honor del hombre. Esos valores tienen un peso tremendo”, nos dijo Fidel en febrero de 1993, cuando más difícil parecía el camino. Y aquí estamos. Enfrentemos los nuevos tiempos con las profundas convicciones y la enorme fe en la victoria que él nos enseñó.¡Y triunfemos!

Por REDH-Cuba

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