Toda sociedad refuerza su identidad a través de grandes símbolos que le hacen ganar nitidez y le indican una dirección. Esos símbolos se encuentran en los monumentos referenciales como el Cristo del Corcovado, o en una ciudad entera como Brasilia, o en las imágenes de los profetas de Aleijadinho, en las estatuas que adornan las plazas y otras. Los nombres de las calles reavivan la memoria de escritores, de poetas, de artistas, de figuras que permanecen en la conciencia colectiva. En el mundo político no se puede negar la predominancia de Getúlio Vargas, uno de los mayores líderes políticos de nuestra historia, que dio otro rumbo a Brasil y lo introdujo en el mundo moderno, beneficiando particularmente a la clase trabajadora.

En esta línea se sitúa la figura de Luiz Inácio Lula da Silva. Nadie puede negarle el carisma que tiene reconocido nacional e internacionalmente. Lo decisivo de su figura carismática es que proviene de las clases abandonadas por las élites que siempre ocuparon el Estado y elaboraron políticas que les beneficiaban a ellas, de espaldas al pueblo. Nunca tuvieron un proyecto para Brasil, sólo para sí mismas.

De repente, irrumpe Lula en el escenario político con la fuerza de un carisma excepcional, representando a las víctimas de la tragedia brasileña, marcada por una desigualdad-injusticia social de las mayores del mundo. Incluso teniendo que aceptar la lógica del mercado capitalista, perversa porque es excluyente y por eso antidemocrática por naturaleza, logró abrir brechas que beneficiaron a millones de brasileños, comenzando con el programa ‘Hambre Cero’ y siguiendo con otras varias políticas sociales.

Los que le critican de populista y asistencialista no saben lo que es el hambre, que Gandhi afirmaba que era «un insulto, porque humilla, deshumaniza y destruye el cuerpo y el espíritu; es la forma más asesina que existe». Siempre que se hace algo en beneficio de los más necesitados, surge la crítica de las élites adineradas y de sus aliados, de populismo y de asistencialismo cuando no de uso político de los pobres. Olvidan lo que es elemental en una sociedad mínimamente civilizada: la primera tarea del Estado es garantizar y cuidar la vida de su pueblo, y no dejarlo en la exclusión y en la miseria que hacen víctimas a sus niños y los hacen morir antes de tiempo. La ola de odio y de difamación que brota actualmente en el país nace del espíritu de los herederos de la Casa Grande: el desprecio que dedicaban a los esclavos lo han pasado a los pobres, a los negros, especialmente a las mujeres negras y a otras pobres.

Lula con sus proyectos de inclusión no sólo sació el hambre y atendió a otras necesidades de casi 40 millones de personas, sino que les devolvió lo más importante, que es la dignidad y la conciencia de que son ciudadanos e hijos e hijas de Dios.

El verdadero líder sirve a una Causa que más allá de él mismo. Como Presidente, Lula, hijo de la pobreza nordestina, se propuso que ningún brasilero tuviese que pasar hambre. Cuántas veces personalmente le oí decir que todo el sentido de su vida y de su política era dar centralidad a los pobres y arrancarlos del infierno de la miseria. Una vez, viniendo en coche con él desde São Bernando, al pasar por un lugar solitario, hizo parar el auto para confesarme: «muchas veces, saliendo de la fábrica, me senté aquí en esa hierba y lloraba porque no tenía nada para llevar a mis hermanos que en casa pasaban hambre». Como Jefe de Estado quiso crear las condiciones para que nadie tuviese que llorar por hambre.

Lula fue y es un líder servidor de esta Causa. El líder carismático servidor habla a lo profundo de las personas. De ahí nace el entusiasmo y atracción que suscita. Cuántas veces, en mis andanzas por las comunidades de la periferia oí esta frase: «Lula fue el único que pensó en nosotros, los pobres, e hizo cosas buenas para nosotros». De él se pueden apuntar limitaciones, que pertenecen a la condición humana, incluso equivocaciones políticas, pero jamás se podrá decir que abandonó el propósito básico de su vida y de su acción política. Señal de ello es que pasaba las Navidades con los mendigos, cuidados por el Padre Júlio Lancelotti, bajo un puente en São Paulo. Se encontraba a sus hermanos y hermanas de destino mostrándoles solidaridad y compañía.

La saña de los que quieren un Brasil de privilegios para pocos, ha conseguido aprisionarlo. Pero el sueño de un Brasil rico, ya sin miserables, jamás podrá ser apresado. Lula con su sueño es inmortal y se hace, como se dice en la tradición judía, «un justo entre las naciones».

Estos pocos ejemplos muestran cómo se puede ser un líder político servidor del pueblo y suscitar en sus seguidores el mismo espíritu de servicio solidario y constructivo.

Tal actitud apunta a otro tipo de Brasil, que queremos y merecemos, animado por representantes que hacen de la política, al decir de Gandhi «un gesto amoroso para con el pueblo y un cuidado por todo lo que es común». Lula se inscribe en esta honrosa tradición.

Por REDH-Cuba

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