Guadalupe Vázquez Luna es un huracán con cuerpo de mujer. Menuda, con cara de niña a pesar de sus 30 años, su voz tiene una potencia inconmensurable. No está dispuesta a callar y lo dice. Aunque se disculpa al hablar en español, que es su segunda lengua (la primera es el tzotzil), su castellano es de una corrección impecable.
Lupita tenía apenas 10 años cuando paramilitares asesinaron a sus padres, a cinco hermanos, a su abuela y a su tío. El 22 de diciembre de 1997 rezaban por la paz en la ermita de Acteal cuando los priístas armados y protegidos por la policía llegaron disparando. Masacraron a 45 personas inocentes. A ella todavía le suena el llanto, el quejido de los hombres, de las mujeres, de los bebés y niños que estaban ahí.
Guadalupe salvó la vida de milagro. En plena balacera, con su madre ya muerta, su padre la sacó del escondite donde se guarecía y le gritó que se fuera de allí. Ella corrió entre los cafetales montaña abajo.
Desde entonces, no ha parado de vivir en resistencia, llamar a las cosas por su nombre, y luchar contra el olvido y por la justicia. Caminando se ha dado cuenta de la importancia de perseverar.
A las mujeres calladas –afirma– nadie nos va escuchar. Nadie nos va a leer el pensamiento, dijo en el conversatorio Miradas, escuchas y palabras: ¿prohibido pensar?, que se realiza en el Cideci-UniTierra, en San Cristóbal de las Casas, convocado por el EZLN. Por eso no guarda silencio.
Guadalupe Vázquez Luna es concejala del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) de Chiapas. En su intervención en el conversatorio no dejó títere con cabeza. Con una elocuencia admirable, como moderna aeda, narró cómo vivió la épica jornada por organizar el CIG y registrar en la boleta electoral a María de Jesús Patricio como candidata a la Presidencia. Ahora –dijo– el indígena levantó la mirada. Ya no nos verán como turismo.
¿Prohibido pensar? comenzó el 15 de abril y concluirá este 25. Reunió a más de 50 artistas, dirigentes indígenas, defensores de derechos humanos, cineastas, pensadores y periodistas con la comandancia zapatista, para compartir miradas, escuchas y palabras. Participan viejos compañeros de ruta de los rebeldes, como Gilberto López y Rivas, Alicia Castellanos y Magdalena Gómez, y multitud de nuevas voces, como Daniela Rea, Mardonio Carballo y Emilio Lezama. Juntos hicieron el balance sobre lo que el subcomandante Galeano caracterizó como el efecto Marichuy
, tomaron el pulso a la coyuntura y se animaron a descifrar el México y el mundo que sigue a las elecciones de julio.
Decano de estos seminarios, Pablo González Casanova reflexionó sobre el zapatismo como proyecto revolucionario universal y agradeció el haberlo vivido. El EZLN le reviró nombrándolo comandante Pablo Contreras de su Comité Clandestino Revolucionario Indígena y presentándole sus respetos.
Participó también en el encuentro el abogado Carlos González, figura clave del Congreso Nacional Indígena (CNI) desde su fundación en octubre de 1996. El congreso –dijo– creció en este último año, tanto cuantitativa como cualitativamente, y es mejor. Está presente en estados como Tlaxcala y Quintana Roo, a los que nunca había llegado. En mayo pasado, en el arranque del CIG, participaban 38 concejalas; hoy hay 160.
¿Prohibido pensar? puso, en palabras del especialista en derechos humanos Jacobo Dayán, luz al dolor. Un dolor que, de acuerdo con el sicoanalista Mauricio González, está en el aire. Huyendo del mercado de la victimización, el encuentro transcurrió como una monumental fuga. Los relatos sobre el ensordecedor ruido de la sangre
de Ayotzinapa, el pozo sin fondo de las desapariciones forzadas, el despojo y la nueva guerra sucia, se alternaron con historias de la formidable experiencia protagonizada en territorio zapatista por 10 mil mujeres de 48 países durante el Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan, realizado del 8 al 10 de marzo pasados, o con las reflexiones –como las de la filósofa especialista en impunidad Irene Tello– sobre la narración como forma de subvertir y transitar por la violencia que vivimos.
Vengo –explicó Dayán– de abuelos sirios, de Alepo; vengo de un lugar que ya no existe, de ningún lugar
. Sumergido en los engranajes del horror de México, narró cómo en el país hay zonas en que decenas de miles de restos óseos están enterrados, relató las historias de exterminio operadas por el Estado mexicano en lugares como Piedras Negras y recordó los vuelos de la muerte en Veracruz. Nos indignamos ante la corrupción –dijo–, pero no decimos apenas nada ante una nación convertida en un inmenso camposanto.
Fiel al contrapunto, el acto trazó una cartografía de los desconsuelos y sus escenografías, al tiempo que reivindicó el reto –de acuerdo con la sicóloga Ximena Antillón– de remendar las palabras que han sido vaciadas o desnaturalizadas de su sentido por el poder para permitirles volver a entender. Trazó lo que el novelista y articulador de convergencias sociales Juan Villoro caracterizó como un país entero transformado en Necrópolis, contrastado con la visión de la escritora Cristina Rivera-Garza de la escritura como acto político, proceso de trabajo y parte intrínseca de la comunalidad.
En esta polifonía, la nota fue el contraste. De un lado, la periodista Marcela Turati explicó cómo el trabajo periodístico sobre la verdad de las víctimas se ha convertido en una dolorosa comisión de la verdad en tiempo real, en la que se debe elegir lo estratégico. Del otro, el también profesional de la prensa Javier Risco, con fina ironía, dibujó el horror de la política nacional y los políticos, a partir de las entrevistas que les ha hecho.
La diversidad de voces que se escucharon en ¿Prohibido pensar? estuvieron atravesadas por la combinación del efecto Marichuy y la vivencia del zapatismo como acontecimiento en algún momento de su biografía. Se trata de una experiencia que nada tiene que ver con sumarse a otro candidato, organizar un nuevo culto religioso o formar otro partido político sino –como muestra el ejemplo de Lupita Vázquez– con escuchar al otro y celebrar la vida.