Para el libertador Simón Bolívar, la gran nación americana que soñó y por la cual no dejó nunca de luchar, se forjaba a partir de su gloria y libertad más que de sus riquezas y extensión. La hegemonía financiera que globaliza y controla los mercados, y determina la geopolítica de hoy, actúa sin cesar sobre nuestras riquezas y extensión para manipular y tergiversar el legado cultural de nuestros pueblos y someterlo a un caos de incomunicación y falsas diferencias. Fabrica y regenera lo que Eduardo Galeano llamó “la cotidiana humillación de las mayorías”.
La contra ofensiva imperial orquestada para debilitar los cambios y progresos alcanzados por América Latina y el Caribe con nuevos gobiernos y organismos de cooperación internacional antihegemónicos y antimperialistas, se proyecta con fuerza en el ámbito de la cultura y financia espacios de injerencia disfrazados de manifestaciones creativas espontáneas. Con una eficiencia de la que a veces carecemos, propagandizan sus acciones y suplantan la rebeldía creadora de artistas, escritores y pueblos.
La guerra cultural impuesta a América Latina y el Caribe es un hecho que se ramifica, se financia y se sostiene con acciones concretas de injerencia y con productos que la industria coloca en todos los ámbitos de recepción masiva. La diversidad que nos distingue y que debía fortalecernos como movimiento, a veces se convierte en motivo de divisiones y cede ante el espectáculo de una falsa pluralidad con que el capitalismo ha coartado la opinión raigalmente emancipadora del pueblo y, sobre todo, el ejercicio legítimo de la política. Su versión neoliberal pugna por imponernos la aceptación de sus actuales escenarios de depredación de riquezas naturales y valores éticos, sociopolíticos y culturales. Los modelos de éxito conceden a los dueños de las hegemonías carta abierta para el descrédito del pensamiento progresista, transformador y revolucionario y dañan los necesarios puntos de unidad que requieren el discurso y la acción emancipadora. Estamos obligados a hacer un énfasis particular en los jóvenes, blanco preferido de la maquinaria de manipulación.
Como necesidad vital de resistencia y convicción urge hoy hacer patente el modo de Bolívar de mirar y defender más a nuestras coincidencias que a nuestras naturales diferencias. La cultura debe propiciar con más frecuencia gestos concretos de desafío, confrontación y cambio que nos reúnan y convoquen a transformar definitivamente el panorama de dominación.
El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz llamaba al Foro de Sao Paulo a crear una conciencia de unidad en toda la izquierda de América Latina. “Frente a los grandes grupos que hoy dominan la economía mundial” –decía–, “¿hay acaso lugar en el futuro para nuestros pueblos sin una América Latina integrada y unida?” Es un llamado vigente, imprescindible mucho más cuando los códigos de hegemonía cultural pretenden se acepten las normas salvajes del capitalismo como único camino a seguir por nuestros pueblos.
La Venezuela bolivariana ha sabido resistir al más cruel acoso por parte del Imperio, aliado a la oligarquía. Con firmeza, inteligencia y un total apego a la ley, supo también vencer una oleada de violencia y desestabilización, financiada y orquestada por la reacción interna, los Estados Unidos y algunos de sus aliados.
Hoy sobre la patria de Bolívar, Chávez y Maduro se alzan incluso amenazas explícitas de intervención militar desde el exterior. Un método similar se ha estado aplicando contra el gobierno sandinista. En Brasil se pretende, con la injusta prisión del compañero Lula, liquidar las esperanzas de todo un pueblo. Debemos usar todas las vías a nuestro alcance para denunciar esos planes siniestros y movilizar a la solidaridad internacional.
La soberanía de Puerto Rico es una deuda esencial de los procesos libertadores de nuestro Continente. Apoyamos la causa independentista de ese pueblo hermano.
Rechazamos el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba por los Estados Unidos desde 1962 y llamamos a la solidaridad internacional a no cejar en el empeño de su eliminación definitiva y sin condicionamientos.
Debemos revitalizar el pensamiento y el ejemplo de José Carlos Mariátegui, un marxista latinoamericano que nos enseñó a valorar la cultura en todas sus dimensiones éticas y estéticas.
Reconocemos la plena vigencia del pensamiento de Fidel Castro Ruz, Ernesto Che Guevara y Hugo Chávez Frías.
Si el Foro de Sao Paulo nació recogiendo lo mejor de un siglo XX de intensa batalla, como lo expresara Nicolás Maduro, y, según las propias palabras del presidente venezolano, es un acto heroico, justo y necesario, que se creó gracias a los movimientos sociales de la izquierda latinoamericana, hoy ha de alzarse sobre sus objetivos y expandirse en sus necesidades de lucha y resistencia cultural. Si la cultura nos distingue, nos enaltece y nos hermana, no puede ser instrumento de la suplantación alienante de mercaderes inescrupulosos que especulan y se enriquecen con el entretenimiento banal, ni de productos comunicacionales dócilmente adaptados a los patrones de dominación que los efectivos de guerra cultural diseminan a diario.
Como advirtió José Martí, “no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades”. Estamos llamados a honrar su conciencia con acciones que dignifiquen realmente la vida de los pueblos, que es el genuino hábitat de la cultura.