Hay un tema que me preocupa, que vengo hablando de él desde hace tiempo: las jerarquías culturales. En ese sentido suscribo lo que se ha dicho en este espacio de debate. Creo que a veces no prestamos la debida atención a este tema, lo dejamos en manos del funcionario al que le toca la tarea y no se cumple el proceso de jerarquización, que para mí es una parte esencial de la política cultural y es, en esencia, de lo que hemos estado debatiendo en estos tres días de Congreso, coincidiendo en que tal proceso se cumple de forma deficiente.
privilegie los valores más auténticos de la cultura y de la nación”. Fotos: Internet
Uno de los fenómenos que nos afecta en ese sentido es el no comprender la jerarquización cultural como un proceso, que pasa por la totalidad de los organismos y factores que inciden en la difusión de la cultura a todos los niveles de la sociedad. A veces nos creemos que basta con que, a nivel de Ministerio de Cultura, articulemos una política adecuada, pero la realidad es que las decenas de millones de pesos que puede gastar el ministerio de Cultura en promover los valores más auténticos de la nación, son echados a perder por el director artístico de un hotel cuando prioriza para una actividad a una guarachita de lo peor de la cultura, o por el gerente de cualquier centro gastronómico, que muchas veces, al menos en el caso de Santa Clara, regentan los mejores recursos, tienen los mejores locales y llevan lo peor de la cultura cubana.
Todos los recursos que estamos invirtiendo por un lado, lo estamos malgastando por el otro. Al final esta es una pelea que se gana o se pierde en la conciencia de la gente. Cuando yo vengo a un Congreso a debatir estas problemáticas y después me monto en una guagua y me ponen «Bajanda», tiré por el retrete toda la discusión anterior. Y esto que digo se basa en hechos reales, porque por ejemplo, las guaguas que nos han estado transportando en estos días proyectan videos que, efectivamente, echan a perder o desvirtúan toda la profundidad del debate que estamos teniendo aquí.
Es preciso que no nos quedemos en lo que podemos hacer nosotros. Hay que articular estrategias de diálogo, porque todavía, por suerte, detentamos el poder político. Los revolucionarios somos el poder político y cultural en esta nación. Yo no puedo creer que a nivel de país no exista la capacidad para articular una estrategia coherente de jerarquización y de promoción cultural que comprenda desde los centros culturales —como el Gran Teatro Alicia Alonso, cuya programación es excelsa todo el tiempo— hasta el más apartado centro recreativo de cualquier zona rural de este país. Hay muchos sectores de la nación que estamos dejando en el olvido, así como la recreación de amplios espacios rurales de este país, que también son Cuba. A veces concebimos la política cultural solo desde el punto de vista urbano y Cuba es mucho más grande y compleja que las urbes que la componen. La recreación en muchas de las ciudades de este país se reduce a reguetón del malo y a pipas de cerveza. Tenemos que articular las esferas, hacer usos de los recursos gastronómicos e imponer una programación artística que, sin dejar de ser movida, esté dotada de un sentido y privilegie los valores más auténticos de la cultura y de la nación.
La promoción es multifactorial. La crítica, por ejemplo, es uno de los factores que más se menciona, sin reparar en que el proceso debe ser multifactorial. La crítica opera en un momento y solo funciona si hemos creado un público para el arte. Por eso la jerarquización cultural también tiene que venir acompañada de la creación de un gusto estético. No importa que yo lleve lo más excelso de la cultura aquí, allá y acullá si yo no he creado un público para eso. ¿Y cómo se crea un público para el arte? Pues exponiéndolo sistemáticamente al arte.
Hay dos ejemplos que a mí me gusta mucho citar. Me disculpan las personas con las que he conversado durante el evento, pero tenemos en el país experiencias positivas en ese sentido. Por ejemplo, el Ballet Nacional de Cuba, trabaja sobre una de las formas artísticas más complejas y elaboradas que ha producido la humanidad, sin embargo, en un país como Cuba, donde antes de 1959 prácticamente no existía una tradición de ballet, hemos creado no solo un ballet de primer nivel, sino también un público que colma los teatros cada vez que el Ballet Nacional de Cuba se presenta. Los revendedores hacen zafra, porque no alcanzan las entradas y la gente se vuelve loca comprándolas a 25 y 30 pesos para ver un producto de muy alto vuelo estético.
Es importante que entendamos esto. A veces actuamos por campaña, llevamos los artistas un tiempo a un lugar y después no hacemos nada más. Y esto tiene que ser un proceso sistemático, hay que exponer a la gente al arte.
Hay otro ejemplo muy feliz en la historia nacional que no sé por qué se abandonó: la cinemateca móvil del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos. Yo no sé por qué el ICAIC todavía hoy no lleva a los pueblos esta especie de cine ambulante donde, es verdad, proyectaba su culebrón mexicano, pero tengo un amigo que se crió en un batey, en un lugar olvidado de la geografía cubana, y allí conoció a Akira Kurosawa e Ingmar Bergman. Así desarrolló un gusto por ese tipo de propuestas y todo esto gracias a la cinemateca móvil del ICAIC.
¿Por qué no podemos hacer eso hoy? Tenemos esas pantallonas gigantescas de RTV Comercial, que no lo veo mal, ¿pero acaso no podemos tener un carrito con un proyector para llegar a un pueblo y ofrecer buen cine? ¿Hay que dejar que la recreación corra por el mal gusto de personas que a veces creen estar haciendo lo mejor, o creen que darle a la gente lo que le gusta es hacer bien? Sabemos que el gusto de la gente no surge espontáneamente, sino que se educa mediante grandes consorcios de producción de enlatados culturales que, al ser consumidos, configuran el gusto.
En los pueblos de campo, después de las seis de la tarde, no hay nadie en las calles, y lo que se está viendo es Caso Cerrado y cosas parecidas. Cómo llegar a esos sectores de la nación es un reto que tenemos por delante, y eso tiene que ser parte del proceso de formación de la jerarquía, el cual incluye también, en última instancia, elegir qué manifestación promoveremos, ya que la cuestión no puede limitarse solo a la promoción de artistas. Basta ya de promover artistas en lugar de promover obras, líneas estéticas, manifestaciones; porque un artista es un individuo aislado, y a la institución le corresponde crear un público para cada manifestación. Hay que entender que al que le gusta solo Tony Ávila no le gusta la trova, simplemente le gusta Tony Ávila. Hay que crear un público para la trova y mostrarle a esa persona que allí hay todo un universo de sabores a su disposición.
De lo que se trata entonces es de decidir a qué manifestación, a qué línea estética dedicamos los recursos, que no son muchos, pero son. El Ministerio invierte cuantiosos recursos, yo he escuchado cifras aquí y allá, y son recursos respetables. Es más de lo que invierte Panamá, por ejemplo.
Vivimos en un país que invierte en la cultura, así que vamos a usar los recursos que hay, que nunca van a ser suficientes, para promover manifestaciones y líneas estéticas valiosas. Una buena obra de arte defiende a la Revolución en primer lugar, en tanto obra de arte.
Entro ahora en otro problema que también me preocupa. A veces vemos figuras que han tenido un ascenso casi meteórico en el sistema de la cultura, y muchas veces ese ascenso se da por criterios extrartísticos, por ser el hijo de fulano, nieto de mengano o amigo de esperancejo. A veces, además, esas figuras y esas estéticas se anquilosan en el cuerpo de la cultura y se convierten en cadáveres putrefactos que impiden el establecimiento de nuevas estéticas, nuevas formas que pugnan por abrirse paso. No se trata tampoco de que ahora, porque una gran figura de la cultura ya no pueda continuar haciendo arte, prescindamos de ella. No, por favor, hay figuras que son parte constitutiva de la nación cubana, que a nadie se le ocurriría tocarlas, así como hay otras que tuvieron un auge construido o una gloria pasada, y que se han quedado ahí, trabadas en el cuerpo de la cultura, y tampoco nos atrevemos a prescindir de ellas.
Hegel tiene una frase preciosa que dice: «Todo lo que existe merece perecer». Nada tiene por qué ser eterno. Si un grupo de teatro o de música ya no está a la altura o carece de valor —ya sea porque perdió la figura principal, porque han derivado a formas de producción más mercantiles, o sencillamente porque se han acomodado—, ¿por qué el sistema cultural de la nación tiene que mantenerlo? Eso es algo que tenemos que analizar todo el tiempo, ya que lleva un proceso de replanteamiento permanente y de gran complejidad, porque yo sé que al que le quiten la teta de la vaca va a protestar. Pero hay que hacerlo, simplemente porque no hay modo de generar más recursos para seguir ampliando y construyendo un monstruo, como muchas veces lo son algunos de los consejos o centros del país, que lejos de ser funcionales se han convertido en trabas para el desarrollo del arte y para los que quieren trabajar. Espero que, como decía Gustavo González tomen lo que estoy diciendo en su justa medida. Ustedes saben que la juventud a veces peca por exceso, pero estoy tratando de ser lo más justo posible, y si hubiese alguna salida del marco sé que ustedes me sabrán disculpar y sabrán comprender la esencia del planteamiento.
Creo asimismo que el principal elemento para el ascenso de una obra artística tiene que ser su calidad. Basta ya de promover a un artista porque su obra tiene un claro discurso ideológico. El arte que mejor defiende a la Revolución es el buen arte, y el buen arte siempre va a ser comprometido. Ese es un proceso inevitable y, aun cuando no fuera directamente comprometido, si es buen arte seguirá siendo un baluarte en la defensa de esta Revolución, que permite, produce y difunde ese arte de calidad. Como dijo Fidel, vamos a renunciar solo a los que ya son irreductiblemente contrarrevolucionarios; los que están recibiendo dinero ya están claramente en un discurso de ruptura, de coger el hacha y “hacer leña con todo y la palma”, como dice Silvio. Pero a todos los demás vamos a darle la prioridad que merecen, de acuerdo con el valor del arte que producen, no por el discurso, ni por ser el hijo de este o de aquel. Cuando alguien asciende por ser el hijo de un artista, después pasa que nos puede explotar en la cara, como esos tantos ejemplos de personas que no se merecían estar en el lugar que ocupaban, que dieron un giro político y acabaron siendo un fiasco para nuestro proceso cultural. Así como hay gente que es pérdida sensible para la cultura, hay otras que nos hacen un favor cuando salen del medio. Debemos hacer siempre este tipo de análisis.
Por último, quería referirme al mercado en su relación con las jerarquías culturales. Esta relación es vital, pues el mercado construye una falsa jerarquía y crea en muchos artistas jóvenes la ilusión de que vender mucho es sinónimo de ser un buen artista. Esto es, en realidad, una falacia. El mercado puede promover a un buen artista, pero no por ser buen artista sino por su valor mercantil. El mercado, por su esencia, solo es capaz de trabajar con mercancías. El que conoce cómo funciona el mundo de las artes plásticas sabe que en las galerías el valor de un cuadro de un artista que emerge es casi como el valor de la venta de ropa y zapatos. Se asocia a veces al tamaño de la obra y a factores extrartísticos diversos, y cuando te haces de un nombre, vendes como una marca comercial más. Nike vende por ponerle el signo a un zapato; ni las fábricas son de él, ni los operarios los paga él. Por dejar que le pongan el loguito a un zapato, ya Nike vende. También los artistas se convierten en eso. Así se crea el desbarajuste que existe hoy en el mundo del arte, que enrarece mucho el acto de jerarquizar adecuadamente, sobre todo si tomamos como medida de valor el que un artista venda o sea exitoso a nivel de mercado. Porque además, para el mercado solo existe el consumidor que puede pagar, el que no puede pagar, simplemente no tiene derecho a disfrutar de lo que se vende.
Si estamos construyendo una cultura colectiva, si estamos invirtiendo parte de la riqueza que genera la nación en la cultura, esta cultura tiene que ser para todos. En el arte la exclusividad no puede ser un valor en ningún sentido, lo cual no quiere decir que debamos excluir el mercado para el arte en Cuba. Los artistas tienen que comer, y a veces la única forma que tienen de hacerlo es producir arte para venderlo aquí o allá, o tocar en un hotel cuyo gerente se interesa por ese tipo de música. Y eso puede tener su espacio, pero si se usa como una vía para poder producir esa otra parte del arte verdaderamente valiosa, es mucho mejor. El problema está cuando el artista renuncia completamente a producir su arte, y hacer candonga se convierte en su única forma de vida, en el sentido de su vida.
Tony Ávila, durante la entrevista televisiva que le hiciera Amaury Pérez, contó cómo “hizo sopa” en Varadero (así llaman los músicos a lo que yo he denominado candonga). Confesó haber hecho música para el turismo en Varadero, pero no renunció nunca a hacer su arte y hoy es, para mí, uno de los creadores jóvenes con más conceptos, interesante y de lo más valioso que tiene este país. Celebro que una canción suya haya sido el tema de este Congreso.
Quiero decir, a manera de conclusión, que es muy importante tener claridad sobre qué tendencias estéticas jerarquizamos, porque al final en eso que decidamos jerarquizar está también el proyecto de país que estaremos avalando. No exagero si digo que la cultura es el campo de batalla donde se está decidiendo hoy el destino de esta nación y de este proyecto social, ya que todo eso se decide en la conciencia de los hombres, y cuando un proyecto se pierde a ese nivel, está condenado al fracaso, aunque el Estado siga siendo dueño de los medios de producción, aunque sigamos diciendo que apostamos por el socialismo.
Fuente. La Jiribilla