El editorial del número anterior del Pim Pam Pum (revista de Red Roja – Vallekas) con el expresivo título “Quítate tú, que me pongo yo” iniciaba el análisis del cambio de gobierno calificado por los grandes medios de comunicación – unos más pro- PSOE, otros más pro-PP y otros pro- Podemos – de terremoto, tsunami político e incluso de golpe de estado de la izquierda.
A través de esas líneas queríamos alertar a las personas ingenuas que se ilusionan pensando que con cada cambio de gobierno van a cambiar las cosas, de la falta de consistencia de sus esperanzas. Recordábamos que esos cambios de partido gobernante – producidos más o menos cada ocho años desde la Transición – han traído escasísimas y efímeras mejoras y brutales empeoramientos progresivos de las condiciones laborales y sociales, esos sí perdurables.
Y la razón fundamental , más allá de traiciones y engaños – que también – es que han
cambiado las caras y las siglas de los gobiernos, pero no la clase social que detenta el poder.
Es difícil a veces percibir que son “los mismos perros con diferentes collares” en el fragor del circo mediático en el que parece que se van a arrancar la piel a tiras los unos a los otros. Y no es que esas peleas no sean reales, son durísimas y persiguen la destrucción del contrario, pero no porque estén decididos – en caso de la autodenominada izquierda – a cambiar seriamente las cosas, sino porque ocupar sillones de gobierno es un lucrativo negocio para los titulares y los miles de asesores, cargos de libre designación y “mordidas” derivadas de adjudicaciones
de contratos públicos. para su clientela política. Es decir, para unos cuantos miles de
“allegados” a unos u otros es muy diferente que gobiernen unas siglas u otros, pero para la clase obrera, para el pueblo, no sólo no cambia nada en lo fundamental cuando gobiernan siglas de izquierda, y lo que cambia a mejor, dura poco. Una de las funciones que llevan a cabo los representantes de las siglas de izquierda en los movimientos sociales, que deben hacer méritos para situarse lo mejor posible en las próximas listas electorales, es acabar con cualquier atisbo de independencia en el movimiento obrero y en las luchas populares.
No pensábamos que tan rápido hubiera ocasión de comprobar con dos ejemplos tan evidentes quién manda realmente aquí.
El primero lo hemos visto en la presentación de los Presupuestos Generales del Estado para 2019. Sus medidas estrella como sus autores reconocen, son más un brindis electoral que otra cosa. No sólo deberán recorrer un largo y arduo procedimiento parlamentario hasta ver la luz, sino que suponen menos que una aspirina como tratamiento del cáncer para los millones de personas que están en situación desesperada. Las cifras no caben en este artículo, pero son aireadas de cuando en cuando ocultando las brutales dosis de sufrimiento cotidiano que
encierran. Y mientras, la concentración de riqueza avanza escandalosamente. Aquí y ahora, el 1% de la población detenta el 82% de la riqueza.
En esta situación, el gobierno de la “izquierda”, exactamente igual que hizo Syriza en Grecia, se apresura a tranquilizar a la Comisión Europea, es decir, a la gran banca y a las grandes multinacionales, asegurándoles que los pagos de la Deuda y sus intereses y la reducción del déficit, léase del gasto público, se hará con más diligencia que el gobierno Rajoy. Y no lo hacen por quedar bien, no. Lo hacen porque es la Comisión Europea la que manda de verdad, la que en representación de la gran oligarquía de aquí y de fuera da o no el plácet.
Y esa dominación real, esa intervención absoluta que niega cualquier tipo de soberanía al “pueblo español” y a cualquier otro pueblo en el marco de la UE y del Euro, es aceptada sin rechistar tanto por los patriotas hispanos y sus aireadas banderas, como por la supuesta izquierda “alternativa”.
El segundo ha sido aún más clarificador. El pomposo Tribunal Supremo, supuesta sede de la máxima independencia del poder judicial, ha tardado un día, exactamente 24 horas, en poner en duda la validez de una sentencia, frente a la que no cabía apelación, que hacía pagar un impuesto a la banca con el que no contaba. Poniéndose por montera la Ley Orgánica del Poder Judicial – aplicando las leyes como acostumbran, como si se tratara de su cortijo y obedeciendo “en última instancia” a sus señores reales – el presidente de la Sala Tercera, admitía a trámite pocas horas después de la sentencia y sin tener competencia para ello – un recurso de la banca. Esa misma banca que no va a devolver los 60.000 millones de euros –
dicen ellos, en realidad más del doble – con los que les hemos rescatado con dinero público, quitándoselo a la sanidad, a la educación, a la dependencia, a las becas, .. y que además ha ido a engrosar esa Deuda pública que un gobierno tras otro acepta pagar como prioridad absoluta, recogida en el artículo 135 de nuestra sacrosanta
Constitución, precisamente a esos mismos banqueros.
Hay muchos más ejemplos cotidianos, sufridos por cada quien, que nos hacen saber en qué consiste exactamente su democracia, la soberanía nacional, el estado de derecho o la igualdad ante la Ley.
Ellos, la gran banca y las grandes multinacionales, de aquí y de fuera, tienen el poder y lo ejercen. Actúan como clase, en función de su intereses – aún con todas sus salvajes peleas internas – a través de los gobiernos que manejan a su antojo. Y así será mientras otro poder, otra fuerza mayor no les enfrente a ellos, a la burguesía, y a sus instrumentos: la UE, el Banco Central Europeo y el FMI.
El primer paso es considerarles armas de guerra contra la clase obrera y contras los pueblos y no instituciones “desviadas” que pueden ser “reformadas”.
No Pagar la Deuda, expropiar la Banca y salir de la UE y del Euro, son reivindicaciones que cada día adquieren más sentido, que cada vez más gente entiende como indispensables.