Queda por ver en esta etapa histórica que se abre con el ascenso del fascismo en una parte importante de Nuestra América qué capacidad de resistencia ofensiva podrán desplegar los pueblos en la oposición a los gobiernos neoliberales y en apoyo de los gobiernos populares, para poder reimpulsar el ciclo progresista que se iniciara a principios del siglo XXI y que hoy se encuentra en pie, pero en reflujo y disputa.
Por Paula Klachko
Resumen
Habiendo transcurrido casi 20 años desde el inicio del cambio de época progresista en Nuestra América, se intensifican los debates acerca de su posible final de ciclo o, al contrario, su relanzamiento, al tiempo que se ponen en discusión sus aciertos y logros, así como sus errores y falencias. Entre quienes valoran dichas experiencias como positivas para el campo del pueblo, en tanto supusieron una mejora considerable en la calidad de vida de masas, y avances en la construcción de poder popular y disputa con el poder de las clases dominantes nacionales e internacionales, se niega que se esté cerrando dicho ciclo. Se señala la superpervivencia de varios de esos gobiernos populares e indicios de una posible recuperación, dado el ascenso de luchas populares frente a las políticas neoliberales de los gobiernos pro imperialistas y el éxito electoral de una fuerza nacional y popular en México. Del otro lado, la consideración del final de ciclo proviene principalmente de cierta intelectualidad posmoderna anclada en la fuerte critica a los gobiernos populares por considerar que han cooptado o neutralizado la capacidad de autonomía organizativa de las masas y que han afectado, con la continuidad de la economía extractiva o primarioexportadora, al medioambiente natural y social. La declinación de los precios de esas commodities exportables con la consiguiente desfinanciación del estado explicarían el final del ciclo progresista, sin referencia alguna a un análisis geopolítico del imperialismo contemporáneo y negando asimismo la lucha de clases. Aquí partiendo de una mirada que pone a la correlación de fuerzas internacionales y la luchas de clases en el centro de la escena, nos proponemos realizar un análisis de estos debates actuales retomándolos desde sus raíces al inicio de esta intensa época nuestroamericana[4].
Introducción
La tercera oleada independentista de Nuestra América retomada a inicios del siglo XXI y sus desenlaces hoy se pone en juego con el avance de la restauración neoliberal o neocolonizadora del gran capital.
Dicha irrupción política de masas se hizo lugar desde la década de los ’90 deconstruyendo los diversos mecanismos de disciplinamiento social que reactualizaban el miedo inserto en los cuerpos mediante los terrorismos de estado que hicieron viables las reformas neoliberales de concentración y centralización del capital. Hacia el final de la década y en los inicios del milenio se iría desarrollando un pasaje desde la resistencia y lucha popular desde abajo a la lucha popular desde arriba[5], logrado mediante la conformación de alianzas que integran en mayor o menor medida a los intereses populares con las cuales se disputa electoralmente con éxito y se accede a los gobiernos de gran parte de nuestros estados nacionales. El acceso de fuerzas social – políticas progresistas o populares a los gobiernos por la vía de la institucionalidad liberal burguesa, fue posible por la fractura en los bloques dominantes y la crisis de representación de sus herramientas políticas tradicionales, desgastados por la implementación de políticas de estado que llevaron al hambre y miseria de masas.
En esa crisis hegemónica, las clases dominantes intentaron arrastrar consigo a la praxis política en si misma, y reconducir esa crisis hacia la despolitización, inyectando dosis de desesperanza en cualquier construcción social colectiva alternativa a esas políticas de concentración del capital que llevaron a las democracias a su mínima expresión. Así en en la segunda mitad de la década de los 90, al tiempo que crecían las resistencias, se generó un divorcio (temporal) entre la lucha política y la lucha social, que recluía y aislaba a esta última de la posibilidad de proyectar las resistencias al plano de la disputa de poder, rompiendo el cerco de la lucha por los intereses mas inmediatos o locales hacia las transformaciones que impactan masivamente en la vida de los pueblos. Esa operación de despolitización de masas, mientras intentaban dirimir sus diferencias en el seno de las clases dominantes frente al agotamiento de esas políticas, fue complementada consciente o inconscientemente, por un discurso “por izquierda”, de algunas organizaciones populares que se refugiaron en sus genuinas construcciones territoriales o sectoriales, intentando salir de esa crisis de representación mediante un fuerte cuestionamiento a las prácticas burocráticas o de centralismo burocrático presentes (real o imaginariamente) en el campo popular. Profundizaron el ejercicio de la democracia mediante la práctica asamblearia radical, mas como fin que como medio.
La tesis del mexicano irlandés John Holloway acerca de “cambiar el mundo sin tomar el poder”[6] así como la negación del imperialismo y de la importancia estratégica de los estados nacionales en la ofensiva del gran capital y del disciplinamiento social, por parte de dos importantes teóricos de la izquierda europea, Michael Hardt y Antonio Negri[7], contribuyeron a justificar la predominancia -y cierto fetichismo- de las formas de organización por encima de su valoración como herramientas para la liberación nacional y social, no de un barrio o localidad sino ya de las masas populares que componen nuestras naciones, lo que solo puede obtenerse disputando el poder con quienes lo controlan, controlando al estado y así todos los diversos ámbitos de nuestras vidas[8]. Para lo cual también es indispensable visualizar los campos de batalla y los sujetos a quienes nos enfrentamos. Es decir, a nuestros enemigos en el campo de las relaciones de fuerza internacionales (que en países dependientes son determinantes y constituyen las mas de las veces los estado mayor conjuntos que dirigen las ofensivas antipopulares). Sin embargo, desde los propios procesos de lucha se fueron articulando las demandas de las distintas fracciones sociales en alianzas y liderazgos que supieron tejer las divergencias en proyectos políticos que plantearon la necesidad urgente y posible, en esa coyuntura, de la toma del poder político del estado mediante la disputa electoral frente al espacio abierto por la crisis de representación de los partidos burgueses tradicionales.
Al contrario de lo que planteaban las posturas defensivas de aquellos y aquellas intelectuales que se denominaron tributarixs de un “autonomismo” -que postulaba que las construcciones de base no debían contaminarse con alianzas con sindicatos, partidos o enlazarse en políticas de estado[9]-, al acceder esas fuerzas social-políticas a gobiernos, se refuerza la construcción de poder popular[10] en distintos grados en las diversas experiencias nacionales, aunque los grados de esta construcción no fueron lo suficientemente fuertes como para evitar que varios de esos gobiernos populares mas tarde fueran desalojados mediante golpes de estado o estafas y manipulaciones electorales.
Pasados varios años de experiencias de gobiernos progresistas[11], de los cuales los que plantearon cambios mas profundos se mantienen -aun bajo asedio de las resentidas oligarquías que vieron afectados sus privilegios como los casos de Venezuela, Bolivia, y aun con enormes dificultades El Salvador y Nicaragua, y sobre todo la que irradia su internacionalismo solidario, Cuba-, algunos y algunas intelectuales se montan en esa corriente autodenominada autonomista, que aborrece de lo estatal, muestra una clara simpatía por la “antipolítica” e idolatra ciertas luchas localizadas en torno a la defensa del medio ambiente e identidades originarias, negando sistemáticamente la lucha de clases como contradicción fundamental a la vez que motora de las dinámicas sociales y de las relaciones de poder que configuran la vida en sociedad en el capitalismo, y que atraviesan a todas las demás. De esta manera se han dedicado sistemáticamente a despreciar lo que denominan “populismos” que llevarían sin mas a la desmovilización y manipulación demagógica de las masas para relegitimar los mecanismos de la dominación, sin ver que la clase dominante también los aborrece y con motivos, pues dichos gobiernos han arañado sus privilegios de clase. No se observa el mismo ahínco en la critica hacia gobiernos manipulados por del gran capital que masacra a sus sociedades, como el caso de México o Colombia, como el que ponen en criticar de manera destructiva las experiencias de gobiernos populares en nuestra América que han cambiado de manera progresiva la vida de millones de trabajadores de lo que hemos vuelto a denominar la Patria Grande.
Ya constituye un lugar común afirmar, desde una visión revolucionaria o como intelectuales orgánicas a las causas de los pueblos, que la autocrítica es tan necesaria como el agua en los procesos populares de transformación social, pero esa critica se torna productiva en tanto no abona la estrategia del enemigo o no destruye la propia, o en otras palabras, mientras abona a la dispersión de las fuerzas enemigas y abona la rectificación necesaria para el refuerzo de las propias filas.
Por otra parte, a la luz del actual avance de la restauración neoliberal o, como lo denomina Stella Calloni, la recolonización de nuestra América, y vistos en perspectiva histórica, los aciertos históricos de estos procesos superaron y superan ampliamente sus desaciertos y limitaciones.
Sin embargo, frente al avance de la restauración neoliberal, las clases dominantes y la izquierda pos moderna o los “anti-extractivistas” vuelven a apelar a la despolitización mediante un tipo de crítica a las experiencias de gobiernos populares que considera, al revés, muchos mas los desaciertos que los magros aciertos. Nos dicen a las masas populares que lo mejor que pudimos construir y tuvimos o aun tenemos, fue “patético”[12].
El debate con estas tendencias se hace necesario dado que inoculan dosis de derrotismo al dar por hecho el fin del ciclo progresista[13], en lugar de asumir que dicho ciclo esta en reflujo y disputa frente a una ofensiva brutal de las clases dominantes, pero se mantiene a flote con la resistencia ofensiva de los gobiernos populares en pie, a lo que hay que sumarle la victoria electoral de una opción progresista en un México que no ha disfrutado de la ola progresista, y, en algunos países en los que han retornado las élites dominantes a los gobiernos o nunca se fueron, con el despliegue de luchas y crecimiento de la organización popular contra la voracidad del capital y sus representantes en sus diversas expresiones. Sin duda que existen contraejemplos, como el avance del fascismo en Brasil, justamente como respuesta desesperada de las clases dominantes ante la posible vuelta de lo que denominan despectivamente como “populismo” en ese gigante de Nuestra América. Pero ello no opaca que una parte sustancial de las fuerzas progresistas se encuentran en pie de lucha, ya sea desde abajo (luchas populares) o desde arriba (resistencia ofensiva desde los gobiernos populares). Ha cambiado la correlación de fuerzas: el ciclo progresista está gravemente en disputa (ahora sí, y no en 2010 como lo plantean varixs de lxs autores aquí citadxs), pero no está anulado ni agotado.
Síntomas del supuesto fin de ciclo
En un balance de la situación actual (correlaciones de fuerzas internacionales, sociales, políticas y militares) se abre un debate acerca de un posible final o relanzamiento de dicho ciclo progresista.
Desde la ausencia de un análisis geopolítico y la negación de la lucha de clases, ciertas y ciertos autores, anclados en la crítica al manejo ambiental de los gobiernos progresistas, solo atinan a declarar con una lectura mecanicista el fin del ciclo progresista como reflejo de la caída del precio de las commodities, en cuya explotación, extracción, consumo y exportación se basan o basaban los gobiernos populares.
Todas y todos estos autores comparten la caracterización de toda la etapa del ciclo progresista como el “ciclo de las commodities”, o el “consenso de las comoditties”, o directamente: el modelo extractivista, sea de derecha o de izquierda. A través de una suerte de “pacto de consumo” esos gobiernos habrían profundizado la matriz primario exportadora y dependiente, con un cariz mas depredador que todos los modelos anteriores. Y “con el correr de los años, en la medida que determinados gobiernos no pudieron garantizar ese pacto de consumo, obviamente, la crisis fue haciéndose cada vez mayor”[14].
Es necesario aclarar que el crecimiento del PBI por cualquier vía no necesariamente supone la redistribución hacia abajo del ingreso o de la renta. Por ejemplo, durante los primeros 8 años de gobierno del neoliberal Carlos Menem en la Argentina, el PBI creció y lo que se realizó fue una redistribución del ingreso pero hacia arriba. Una profunda reestructuración económica que redundó en una fenomenal concentración y centralización de la riqueza y del capital[15]. No es el caso de los gobiernos populares que utilizan el excedente generado, por ejemplo, por la renacionalización de los recursos estratégicos para la inversión social. Lo cual no acaba con la desigualdad social pero redistribuye la riqueza de tal manera que ha mejorado la calidad de vida de millones de personas, lo que puede advertirse claramente a través de los indicadores sociales. Por lo tanto, aunque están relacionados, crecimiento económico no es directamente proporcional a reparto de la riqueza hacia abajo.
Otros u otras autores vienen poniendo el eje en la “corrupción extractivista”, que abarcaría tanto a gobiernos conservadores como progresistas, aunque reconocen que los últimos reparten mas y son menos represivos[16]. Pero, sin pretender caer en análisis ahistóricos que pudieran remitir a un capitalismo sin matices desde su conformación, no podemos dejar de decir que no existe otro capitalismo no extractivista y no corrupto. La primera forma de corrupción extractivista es la extracción mas importante, aquella en la cual se basa el capitalismo: la extracción de plusvalía. Y con eso no estamos justificando otras formas de latrocinio, pero tampoco nos asombra como un fenómeno nuevo, cuando, además, Nuestra América se forjó en el extractivismo funcional a la acumulación originaria del capital en Europa desde la primera hora de la conquista y todos los proyectos de diversificación e industrialización, de desarrollo, aun en los marcos capitalistas pero independientes, fueron y son sistemáticamente obstaculizados e impedidos, por supuesto con la anuencia de las clases dominantes locales que han sido históricamente socios subordinados a los capitales monopólicos de diferentes imperialismos. ¿Cómo se denomina al saqueo sistemático que se realiza con la especulación financiera y la fuga de capitales? Solo por mencionar una desorbitante forma de extracción de nuestras riquezas que se opera en minutos.
Ello no justifica ningún acto de latrocinio de los dineros públicos y son los gobiernos progresistas los que deben atacar, y lo han hecho en mayor o menos medida depende el caso, esas desviaciones.
Por otra parte en un artículo de 2016, Massimo Modonesi y Maristella Svampa[17] señalaban a las iniciativas de las despechadas clases dominantes como síntomas del ocaso del ciclo progresista. Así enumeraban los casos de persecución mediática y judicial para impedir la re-elección de líderes populares, al gobierno bolivariano de Venezuela “sitiado” por una Asamblea Nacional controlada por la oposición (una derecha golpista que en esos momentos desplegaban una ofensiva extremadamente violenta[18]) y “desgastado por una grave crisis económica” (sobre lo que no presentaban análisis alguno de su génesis y condicionamientos externos), las derrotas electorales y al “desplazamiento” en Brasil de la presidenta Dilma Rousseff de su cargo “legal pero ilegítimamente”[19].
Sin embargo, esta ofensiva que intenta proscribir a los candidatos y candidatas populares y desalojar a los gobiernos progresistas o de izquierda, ha tenido diversos resultados, como algunas importantes victorias populares en Venezuela y Bolivia y otras derrotas en Brasil o Ecuador. En cuanto a las derrotas electorales, a nivel presidencial, solo conocemos una, la del kirchnerismo, en base a errores propios pero fundamentalmente a una campaña plagada de mentiras y estafas de una derecha que, se ha dedicado a desandar todas las conquistas sociales. El resto de los desalojos de gobiernos nacionales progresistas fueron realizados por golpes de estado institucionales o traiciones a los programas populares por los cuales fueron elegidos.
Por otra parte el fenómeno que tensiona al máximo, y sin duda reconfigura la correlación de fuerzas con el ciclo progresista, es lo que se desarrolla al tiempo que escribimos estas líneas con la probable victoria de una opción electoral abiertamente nazi-fascista en Brasil.
Aún así, lo primero y mas llamativo es que entre quienes señalan el fin de ciclo progresista (desde hace años), pasan por alto, como si fuera un detalle sin importancia, la vigencia de los proyectos populares en los gobiernos de Bolivia y Venezuela, que junto con Ecuador (ala que cayó al mar, parafraseando la canción de Pablo Milanés sobre Puerto Rico) fueron los países que conformaron el núcleo duro del cambio de época progresista en Nuestra América, gobiernos que han realizado profundas reformas sociales, económicas y políticas y, además, se han planteado un horizonte poscapitalista a largo plazo. A pesar de todos los obstáculos y dificultades que atraviesan retienen esos gobiernos populares, que junto con Cuba constituyen hoy ese núcleo. Como hemos señalado en la introducción, también están en pie los gobiernos populares de El Salvador y Nicaragua, bajo un asedio fenomenal, todo lo cual exige un estudio más detallado de esta problemática. Y el gobierno “en disputa” de Uruguay.
La autonomía, la irrupción plebeya y los liderazgos políticos
Coinciden las y los diversos autores con los que aquí debatimos que los ejes principales que habrían marcado ese cambio de época fueron: la irrupción plebeya, las demandas de autonomía y la defensa de la tierra y el territorio. Curiosamente, componentes cruciales de esa época –por cierto que aún inconclusa- como el antiimperialismo, el latinoamericanismo, la soberanía nacional, la recuperación de los bienes comunes y las políticas de combate a la pobreza y redistribución de la riqueza no parecen haber jugado papel alguno, pese a que fueron estos y no las exigencias de autonomía plebeya los que desencadenaron la furiosa reacción de las oligarquías locales y el imperialismo.
Por otra parte la tal exigencia de autonomía, que aparece por cierto pero no con la relevancia que varias autores le otorgan, se restringe a algunos grupos locales. Aquel en la que aparece con mayor envergadura es en el zapatismo, quienes han logrado hacer maravillosas construcciones populares en sus localizados territorios del sureste mexicano, mientras que el resto de esa gran nación se sumió en la tragedia social mas profunda desde su gloriosa revolución de 1910.
En una reciente entrevista a Raúl Zibechi[20] se destacan realmente interesantísimas y admirables experiencias de construcción autónoma integral, por ejemplo aquellas de las comunidades indígenas en el Cauca, región en la que han sido asesinados una gran cantidad de líderes y lideresas campesinas, en medio de ese mar de tragedia social que también es Colombia. Estas experiencias son muy loables por cierto y han conseguido enormes avances en sus territorios, pero justamente el éxito que van adquiriendo es directamente proporcional a su fijación territorial.
Las pedagógicas palabras del comandante Chávez son aleccionadoras al respecto. El nos decía en 2009 que las comunas -construcciones autogestivas del pueblo que se desarrollan en Venezuela[21]– deben ser el espacio sobre el cual vamos a parir el socialismo. En tanto son creación popular, de las masas, desde abajo, y constituyen una creación heroica. Pero esas células deben articularse elevando lo local a nivel universal. Lo local confinado solo a lo local es contrarrevolucionario. Así inspirándose en Mao Tse Tung, Chávez volvía a afirmar, que esos vasos capilares y núcleos debían movilizarse por objetivos políticos que vayan mas allá de los mezquinos contornos de su aldea existencial[22].
La centralidad de la demanda de autonomía, que varias autores del neoanarquismo individualista posmoderno ponen en un centro de dudosa realidad histórica, es tributaria de la suicida idea de la renuncia a la toma del poder. Pues para plantearse la toma del poder inevitablemente se deben tejer alianzas, como nos enseña la historia de todos los procesos revolucionarios. La pretendida autonomía remite en el terreno estratégico, dicen, a un horizonte emancipatorio. Pero abordándola como una cuestión de forma y no de contenido, queda en las sombras, obviamente, el hecho de que la autonomía de un movimiento social poco significa de por sí, pues bien puede asumir tanto un contenido político de derecha como de izquierda, y no necesariamente estar ligado a un proyecto de emancipación social. No pocas veces la historia latinoamericana ha demostrado que movimientos autónomos terminaron siendo una expresión más de la hegemonía burguesa. Ejemplos de ello pueden ser ciertas variantes del ecologismo que comenzaron con planteamientos radicales y terminaron proponiendo nada menos que un inverosímil “capitalismo verde” muy del agrado de las grandes transnacionales. Lo mismo cabe decir de algunas organizaciones campesinas o indígenas que terminaron como furgones de cola de la reacción en Bolivia y Ecuador. En Dos Tácticas de la social democracia en la revolución democrática, V. I. Lenin observa que la cuestión de la autonomía reside menos en el aspecto subjetivo que en el objetivo; no en la posición formal que la organización ocupa en la lucha, o su discurso político, sino en contar con la acumulación de fuerza necesaria como para volcar a favor del pueblo el desenlace material del enfrentamiento[23]. Los sujetos sociales y sus organizaciones pueden considerarse a sí mismos como autónomos pero si no logran imprimir una dirección a los acontecimientos históricos, solos o mediante la articulación de las alianzas que sean necesarias para hacerlo, su pretensión de autonomía termina diluyéndose en las iniciativas de las clases y fracciones sociales dominantes. O en bellos testimonios locales sin afectar al capital, y por lo tanto a la vida de las masas.
Intentando escapar de la crisis de representación política e institucional a la que hacíamos referencia, que afectó también a organizaciones políticas sociales y sindicales contestatarias o de izquierda, algunos de estos grupos que estaban construyendo nuevas organizaciones cuestionaron la organización fuerte -partido de cuadros- orientada a la toma del poder. Ello supuso una fuerte promoción de la participación de las bases en la toma de decisiones, impulsando formas de organización mas democráticas y generando centralismos -sin los cuales no hay organización posible- pero mas democráticos y menos burocráticos, o menos elitistas. Una parte de estos movimientos seducidos por las ideas de la “asimetría del poder” cayeron en el culto al basismo y al horizontalismo, virtudes en cierto tipo de organizaciones y en algunos momentos históricos pero de dudosa efectividad práctica; y en una radical desconfianza para con -cuando no un abierto rechazo de- partidos, sindicatos o de cualquier pre existente “instancia articulatoria superior”, condenados irremisiblemente a traicionar las expectativas populares. De todas maneras, como hemos dicho mas arriba, esta malla de autocontención funcional a las operaciones de despolitización de masas de las élites, fueron rotas por la misma potencia que anida en nuestros pueblos que se expresaron en la formidable capacidad de convocatoria plebeya demostrada, en distintos momentos, por fuerzas políticas y organizaciones populares que se alejaban del paradigma planteado más arriba. Los millones de venezolanos que acudían al llamado de Hugo Chávez o todavía hoy lo hacen ante la convocatoria del presidente Nicolás Maduro; o las multitudinarias concentraciones que supieron realizar el PT brasileño en los albores del 2000, el MAS boliviano o el Frente para la Victoria (FPV) en la Argentina al igual que las huelgas con movilización de masas convocadas por los sindicatos en ese país, o el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) en México, ¿fueron sólo producto de la subordinación clientelística de las masas o expresaban algo más?
Los movimientos sociales, las organizaciones y los gobiernos
Desde el autonomismo posmoderno (muy cercano en sus lecturas institucionalistas a la clásica socialdemocracia liberal) intentan instalar una lógica de oposición entre los movimientos sociales y los gobiernos que ellos mismos constituyen, proponiendo recuperar la historia y el protagonismo de los movimientos sociales en la gestación de la fase progresista como claves para desentrañar los rasgos de la supuesta nueva etapa post-progresista que se iniciaría, ya por fuera de “las camisas de fuerza de la política partidaria, los cronogramas electorales y las alternancias gubernamentales”[24]. Desconociendo que gran parte de los movimientos que suelen invocar, o al menos los mas grandes de la región, vuelven a ponerse la “camisa de fuerza” y apoyan a líderes progresistas, como el MST de Brasil al candidato del PT.
Estas y estos autores señalan a la propuesta de construcción de la autonomía como proyecto político prevaleciente en las luchas previas al ciclo progresista, desconociendo que la autonomía que se planteó predominantemente fue con respecto al poder del imperialismo y sus clases dominantes locales aliadas.
Sin duda que desde mediados de los años 90 la génesis de las alianzas que mas tarde conformará los gobiernos progresistas o populares tuvo como protagonistas de las luchas y resistencias al neoliberalismo a un vasto conjunto de movimientos sociales. Esto es cierto, pero en su afán por subrayar su importancia, cosa con la cual coincidimos, subestiman el papel de los partidos políticos y las expresiones de la lucha de clases en el terreno de la política institucional. Es desde ese proceso de luchas que se abre el ciclo progresista una vez que se logra acceder a muchos de los gobiernos quedando por ejemplo para 2009 un 62% de la población de nuestra América en ese territorio político social[25]. Y no fue puro espontaneísmo, que por lo demás no existe sino que, como nos enseña Gramsci, toda actividad humana tiene algún grado de conciencia, y, como señala V. I. Lenin, el «elemento espontáneo» no es sino la forma embrionaria de lo consciente, mientras que lo consciente en un momento determinado puede ser espontaneo en relación a otro momento superior de la escala de la lucha de clases[26].
Lxs referentes y agrupaciones político-sindicales-sociales tuvieron mucho que ver en la capacidad de articulación de estas luchas, suturando ese aparente divorcio entre la lucha social y la política[27].
Es un error minimizar la importancia de estas organizaciones políticas ya sea nuevas conformaciones o tradicionales en contextos democráticos, siempre productos de la lucha de masas o fuertemente modificadas por ella. En numerosos enfrentamientos sociales desarrollados en los años noventa y principios de los 2000 sindicatos y organizaciones tradicionales de las diversas capas y fracciones del pueblo (como los sindicatos cocaleros en Bolivia, o las organizaciones indígenas y campesinas en Ecuador, o los sindicatos industriales o de trabajadores estatales en Brasil y en Argentina, entre muchas otras) y hasta sectores de las fuerzas armadas (especialmente en el caso de Venezuela) tuvieron, en algunos casos, un papel muy relevante en esas luchas.
El indudable activismo de diversas capas plebeyas movilizadas y sus organizaciones -nuevas[28] o tradicionales- en las fases preliminares del ciclo progresista ha sido reconocido y reafirmado permanentemente por las y los líderes y las fuerzas políticas de los gobiernos progresistas. Han explícitamente reconocido que su éxito electoral se asentó sobre las grandes jornadas de lucha de finales del siglo pasado y comienzo del actual. Para no hablar de la permanente referencia de Evo Morales y Álvaro García Linera a las guerras del agua y del gas, entre otras; o las de Nicolás Maduro y antes Hugo Chávez al Caracazo y las insurrecciones de militares bolivarianos. Y es evidente, además, que estos desenlaces electorales que cambiaron el mapa sociopolítico de América Latina son reflejos, mediatizados pero reflejos al fin, de la turbulenta irrupción del universo plebeyo en la política nacional.
Consideramos erróneo el camino tomado desde las ciencias sociales tradicionales de pretender explicar los fenómenos y procesos sociales y políticos por las dinámicas institucionales o voluntades de tales o cuales personajes o líderes, sino que es preciso centrarse en la lucha de los sujetos que se enfrentan (alianzas de diversas fracciones de distintas clases cuyo carácter de clase esta dado por el interés de la fracción que conduce la alianza), pero esas organizaciones y referentes expresan y forman parte de esas disputas. La lucha de clases en determinados momentos se reconduce hacia el plano institucional y es en este pasado reciente el modo que encontraron estas alianzas de disputar parte del poder del estado mediante elecciones.
También en los 90 muchas y muchos intelectuales críticos tuvieron que lidiar contra quienes, aun aduciendo un discurso de supuesta izquierda, se sumaban al coro de voces que exaltaban el fin de la historia y del proletariado. Quienes ahora señalan el fin del ciclo progresista son herederos del discurso del fin de la historia, en un sentido: aquellos tuvieron lugar en un contexto ideológico donde el repudio a los partidos políticos y los sindicatos, y la prédica a favor de una renuncia a la toma del poder, marcaban con fuerza el espíritu de la época. El actual discurso exaltando la autonomía y el supuesto divorcio de los gobiernos progresistas de las que serian sus bases, incluso en el caso de aquellos como Bolivia que habían surgido de su avasallante protagonismo, solo apunta -o es funcional- a generarlo.
Si bien es cierto que en los proyectos políticos del segundo anillo progresista, que conformaron gobiernos en disputa de las diversas fracciones burguesas y populares que los integraban, existió cierta despreocupación o subvaloración de la importancia de apostar a una mayor organización y movilización popular, lo que se expresó por ejemplo en que frente al golpe de estado a Dilma Rousseff y antes contra Fernando Lugo en Paraguay no se produjeran movilizaciones populares. En ese sentido hay una fuerte autocrítica (post-factum) al igual que respecto de haber hecho menos de lo necesario en cuanto a la formación política de masas que apuntalara la conciencia política y social en un proyecto colectivo.
Pero no puede decirse para nada que ello haya sucedido en aquellas experiencias que conforman el núcleo duro del cambio de época progresista, ni siquiera en la mas consolidada de estas experiencias, Cuba, justamente por la intensa movilización, organización y conciencia del pueblo cubano que se mantiene la revolución. En estos momentos atraviesan un intenso capitulo democrático de su vida política debatiendo desde las bases la reforma constitucional en la que hay consenso en sostener el carácter socialista de la revolución.
Tal como aseguran nuestrxs autores, estos movimientos establecieron complejas y volátiles relaciones con los gobiernos progresistas. Es cierto que no todo es un lecho de rosas, como lo demuestra la cambiante relación de la Central Obrera Boliviana (COB) con el gobierno boliviano, o la presión que ejercen las y los campesinos sobre el gobierno bolivariano que apoyan. Pero no acordamos con su lectura de la cooptación de los movimientos u organizaciones sociales que tomaron la decisión de alinearse con los gobiernos populares o ser parte de ellos[29].
Haciendo oídos sordos a esa perniciosa moda intelectual que recorrió el continente de punta a punta hace unos años y que exhortaba a no tomar el poder porque tal cosa contaminaría irremisiblemente con el virus estatista a los movimientos sociales y sus proyectos emancipatorios, numerosas organizaciones sociales y fuerzas políticas se dieron a la tarea de diseñar instrumentos, alianzas y estrategias tendientes, precisamente, a conquistar el poder –o al menos el gobierno- apelando a los dispositivos institucionales del estado burgués. Nutría esta opción el convencimiento de que la derrota sufrida por las tentativas insurreccionales de las décadas anteriores, con excepción de lo ocurrido en Nicaragua y El Salvador, habría cerrado ese ciclo (al menos de momento) y que el único camino abierto en ese entonces hacia el poder transitaba por el entramado institucional de la democracia capitalista,[30] que a su vez, como hemos dicho, abría espacios para tal irrupción en la lucha institucional debido a la crisis de representación de los partidos burgueses.
Las resistencias a los estragos del neoliberalismo hacia fines de los ’90 propiciaron la emergencia de nuevos liderazgos y formaciones políticas entre las distintas capas populares, que venían protagonizando intensas luchas en los terrenos económico y político, inclusive el militar, como los casos del Partido de los Trabajadores (PT) brasileño, el Chavismo, el Frente Amplio (FA) del Uruguay, el Movimiento al Socialismo (MAS) boliviano, Alianza País en Ecuador, o el refuerzo del protagonismo de organizaciones revolucionarias como del Frente Sandinista para la Liberación Nacional en Nicaragua (FSLN) y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador. En Argentina, la oposición a las consecuencias de las políticas neoliberales primero, y al neoliberalismo en su conjunto después, se expresó en un creciente movimiento de protesta a nivel nacional jalonado por impactantes enfrentamientos sociales protagonizados por diversas fracciones plebeyas y mediante variados instrumentos de lucha (cortes de rutas, marchas, huelgas, etcétera) de los cuales brotaron nuevas organizaciones sociales, en un marco de fuertes disputas al interior de la clase dominante. Sin embargo, posteriormente, fue una combinación de distintas fuerzas políticas tradicionales la que llegó al gobierno recogiendo esas demandas, y desde allí se pusieron en cuestión algunas de las premisas del neoliberalismo. Esa es la historia del kirchnerismo, surgido al interior del Partido Justicialista y enfrentado a la línea neoliberal dura del mismo partido: el menemismo. También en otros países surgieron expresiones divergentes dentro partidos tradicionales o se formaron alianzas con facciones de dichos partidos políticos que expresaron oposición a las políticas neoliberales y llegaron a los gobiernos, como el caso de la corta experiencia de la presidencia de Manuel “Mel” Zelaya del Partido Liberal en Honduras y del Frente Guasú en Paraguay, que estableció alianzas con el Partido Liberal.
La territorialidad
En ese afán de buscar diferencias con las “viejas” organizaciones[31] se señala que la “territorialidad” o “territorialización” fue otra de las dimensiones específicas de los nuevos movimientos sociales de la región. Esto es cierto, y también que ese anclaje en lo territorial como plataforma de resistencia creó nuevas relaciones sociales. Pero habría que subrayar, para entender cabalmente este proceso, que este repliegue sobre lo territorial fue alentado por la violenta ruptura del tejido social que provocaron las políticas neoliberales (ejecutadas desde los gobiernos, conviene no olvidarlo), los altos niveles de desocupación y/o precarización laboral, que provocaron cierto debilitamiento del sindicalismo y que no dejaron otra alternativa a las clases populares que refugiarse –por un tiempo- en su última trinchera: el territorio. Más que una opción ideológica, fue un hecho práctico que, es obvio, no podía dejar de dar lugar a la creación de nuevas relaciones sociales. No es lo mismo el compañero o la compañera de trabajo que el vecino desocupado o informalizado que comparte la marginalidad en un asentamiento de emergencia, una favela o una barriada popular; ni son las mismas necesidades o reclamos, ni, por lo tanto pueden ser iguales las formas de lucha y organización. Esto sin perder de vista que lo que estaba cambiando era la composición de la clase obrera y, en general, del universo popular en dirección a otra más difusa y volátil, tal como lo recuerda Álvaro García Linera[32]. Aunque una parte de la izquierda intelectual se sumara a decirle “adiós al proletariado”[33], éste no desapareció ni como clase en sí ni como sujeto de lucha, pues en su sentido estricto -y no restringido sino bien amplio- el concepto refiere a todas las personas que sólo cuentan para la producción y reproducción de sus vidas con su fuerza de trabajo, sea ésta física o mental, misma que deben vender a cambio de un salario a quienes poseen la propiedad sobre los medios de producción, logren o no hacerlo. Las modalidades del enlazamiento al capital van modificándose permanentemente con el cambio de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, todo lo cual genera diversos escenarios y experiencias de lucha y, obviamente, cambia la morfología del universo asalariado.
Por otra parte varias de las organizaciones que se constituyen alrededor de una fuerte territorialización como el MST (puesta como ejemplo de ello y de autonomía integral por Zibechi) o agregamos, el movimiento comunal en Venezuela, constituyen parte de la base y fuerte apoyo critico a los gobiernos progresistas de Brasil y revolucionario de Venezuela. Distinto es el caso del zapatismo que construye sus territorios generando estatalidades paralelas sin punto de encuentro ni intención de disputa del estado nacional. Los primeros también construyen estatalidad paralela pero en una relación de apoyo critico con los gobiernos, como la consigna de la Corriente Revolucionaria Bolivar y Zamora: “defender las conquistas, luchar por lo que falta”. Es muy interesante mencionar la marcha campesina admirable que se realizó en agosto en la que campesinos y campesinas caminaron mas de 500 km para ser escuchadas por el presidente Nicolás Maduro y que son recibidos todos y todas ellas en asamblea por el presidente, difundida en cadena nacional. Se han establecido acuerdos que las y los campesinos intentan hacer cumplir con duras medidas, es decir que el recibimiento por parte del alto representante del gobierno revolucionario no les desactiva, sino todo lo contrario, les empuja a profundizar las luchas.
Los horizontes y el estado
Para nuestros autores el ocaso del viejo paradigma socialista revolucionario articulador de las luchas de las décadas de los sesentas y setentas, fue reemplazado por “un no-paradigma, un horizonte emancipatorio más difuso, donde prosperaron posturas de carácter destituyente y de rechazo a toda relación con el aparato del Estado”. Es cierto que la profunda crisis de representatividad desatada por la complicidad de muchos partidos y sindicatos de América Latina (¡para ni hablar de Europa!) con las políticas neoliberales de los noventas repercutió en todas las representaciones institucionales, incluidas las de la izquierda, abriendo profundos debates que exigían una democratización de las organizaciones populares. Este paradigma destituyente se correspondió con la fase de resistencia a los gobiernos neoliberales, pero luego, en varios países, se pudo sortear el obstáculo de la falta de representación política y de proyecto emancipador y se fueron constituyendo nuevos liderazgos y expresiones políticas que lograron acceder a los gobiernos nacionales, retomando las viejas banderas de lucha de los pueblos, como el socialismo, el buen vivir, la democracia, la defensa de la Madre Tierra, etcétera.
Por eso es importante subrayar que el proyecto destituyente de las luchas del pueblo se concretó para luego tornarse instituyente de algo nuevo, que a la vez incorpora la experiencia histórica previa, plasmado en las refundaciones constitucionales de las experiencias del núcleo duro. Una vez constituidos los gobiernos populares se pasa de la “fase heroica”, para utilizar palabras de García Linera, a cierto repliegue hacia la vida cotidiana que había sido tan afectada por las políticas neoliberales y a las arduas tareas de ejercer la función gubernamental.
A raíz de estos cambios y de las limitaciones que se imponen a la voracidad del capital -en mayor o menor medida-, la destitución de los gobiernos populares pasa a ser la preocupación obsesiva de las clases dominantes locales y sus jefes imperiales. Por eso, de prosperar la perspectiva destituyente que nuestros autores pretenden rescatar como uno de los elementos fundantes de los movimientos sociales que abrieron el ciclo progresista, cabría ahora preguntarse ¿destituyente de quién, o de quiénes? Porque una cosa es pretender derrocar a un gobierno que recupera los bienes comunes de la nación, se enfrenta al imperialismo -con mayor o menor enjundia pero se enfrenta con él- promueve la integración latinoamericana y redistribuye la riqueza, y otra muy distinta es hacerlo frente a los gobiernos neoliberales de ayer (Fujimori, Menem o De la Rúa, Sánchez de Losada, Salinas de Gortari, Fernando H. Cardoso, Sanguinetti, Abdalá Bucarám, etcétera) y de hoy. En relación a estos últimos esa vocación subversiva fue virtuosa, no así cuando se trata de deponer a los gobiernos de signo progresista que pese a sus limitaciones constituyen un fenómeno sociopolítico y de clase radicalmente diferente.
No menos enigmática resulta la propuesta de un horizonte emancipatorio difuso construido a partir del radical rechazo del Estado o sus aparatos. Esto revela una virginal inocencia que en el tenebroso mundo del imperialismo suele pagarse a precios exorbitantes. Porque, ¿cómo lograr la “emancipación difusa” que requiere librar una intensa, y por momentos violenta, lucha de clases en contra de las oligarquías dominantes y el imperialismo sin contar con el crucial protagonismo del Estado? ¿Cómo se preserva la Madre Tierra sin una legislación que controle y castigue la depredación capitalista? ¿Basta para ello con las exhortaciones de los movimientos sociales? Fue justamente ese divorcio entre movimientos sociales y Estado, o más precisamente, la complicidad del viejo estado oligárquico ecuatoriano con la Texaco y luego con la Chevron, antes del ascenso de Rafael Correa y que ahora vemos tristemente renacer, lo que explica el desastre producido en la Amazonía ecuatoriana. ¿Cómo se combate la precarización laboral y la concentración de la riqueza? ¿Basta con organizar asambleas horizontales para que los capitalistas se inclinen ante el reclamo popular? Esta clase de razonamientos recuerda un pasaje de la Biblia en donde se cuenta que siete sacerdotes judíos hicieron sonar con fuerza sus trompetas logrando el milagro de derribar las imponentes murallas de Jericó. Leyendo a nuestros autores y a otras tributarias de una perspectiva política semejante parecería que bastara con que los sujetos sociales invoquen un difuso horizonte emancipatorio para que las murallas del capitalismo y el imperialismo se derrumben ante la potencia revolucionaria de su discurso. ¿Dónde y cuándo las clases subalternas pudieron derrotar al bloque dominante sin contar con el poder del Estado? Pero Modonesi y Svampa hacen oídos sordos a estas reflexiones y concluyen que “rápidamente, se asistió al declive de las demandas y prácticas de autonomía y a la transformación de la perspectiva plebeya en populista, la afirmación del transformismo y el cesarismo -decisionista y carismático- como dispositivos desarticuladores de los movimientos desde abajo”[34].
Sobre esto cabe también formular varios comentarios. Primero, ¿qué fue lo que ocurrió para que esos movimientos sociales velozmente arrojaran por la borda sus demandas y sus prácticas autonómicas? ¿Será acaso por la traición de sus jefes? -acusación favorita de las y los trotskistas desde tiempos inmemoriales, dirigida rutinariamente a todas las organizaciones que ellos no controlan. ¿O no habrá sido que aquellas demandas tropezaron con un límite práctico que requerían, para el logro de sus objetivos, establecer algún tipo de relación con los aparatos estatales, sobre todo ante la existencia de gobiernos dispuestos a satisfacer sus demandas? Segundo, el tránsito de la irrupción plebeya al populismo merecería ser explicado muy cuidadosamente, aunque nomás fuera por la reconocida vaguedad que comporta el término populismo y que, en manos de su más importante cultor, Ernesto Laclau, servía para caracterizar la política de Hugo Chávez tanto como la de Álvaro Uribe. Y qué decir del “cesarismo decisionista y carismático”: ¿fue un ardid perverso para desarticular la vitalidad y el dinamismo de los movimientos sociales? ¿No sería más lógico pensar que si surgieron esa clase de regímenes políticos fue como producto de una constelación de factores que, sin negarlos, excede con creces a los influjos de los movimientos sociales? ¿No había otros actores en las escenas políticas de los países que se incorporaron al ciclo progresista? ¿No había allí oligarquías históricas, voraces burguesías, militares adoctrinados por Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, incontrolables poderes mediáticos y el papel omnipresente de “la embajada” -como lo demuestran hasta la saciedad los Wikileaks- todos conspirando para reprimir los anhelos emancipatorios de las masas y que, para neutralizar una contraofensiva de enemigos tan poderosos y tan bien organizados se requería una cierta concentración del poder político? En suma, ¿no había lucha de clases en los países gobernados por el progresismo?
¿Sobre qué bases se puede entonces pensar que la emergencia de fuertes liderazgos como los de Chávez, Lula, Kirchner, Evo y Correa fueron productos de “personalidades autoritarias” (un añejo tema de la sociología funcionalista de los años cincuenta) o una suerte de perversa “astucia de la razón” destinada a desmovilizar y desarticular los vigorosos movimientos sociales de finales del siglo pasado y comienzos del presente? En todo caso, ¿no sería prudente preguntarse acerca de los factores que explican la “verticalización” de los movimientos sociales, su dependencia del Estado, cuyos alcances, por otra parte, mal podrían generalizarse porque no tuvieron la misma fuerza en Bolivia y Ecuador que en Argentina? Y preguntarse, también, si efectivamente se produjo esa “monopolización de lo plebeyo” por parte de los gobiernos progresistas, cosa que en principio nos parece sumamente discutible y carente de sustento empírico.
Modonesi y Svampa plantean que no pocos autonomistas radicales devinieron furiosos populistas y asumieron la defensa y promoción irrestricta del líder. ¿No sería bueno también intentar explicar con los instrumentos del materialismo histórico la meteórica aparición de un liderazgo popular capaz de enturbiar la visión de los autonomistas y de subyugar la voluntad plebeya? O es que nuestros autores reposan sobre las teorías funcionalistas de la modernización según la cual un intenso proceso de cambios deja a las masas “en disponibilidad” e indefensas para ser manipuladas a su antojo por un líder carismático. Lejos de esta lectura equivocada es preciso recuperar el camino de la construcción colectiva de la historia, y analizar los hechos y procesos sociopolíticos como resultados del choque de múltiples sujetos que forman aquel “paralelogramo de fuerzas” referido por Engels y del cual surge la dirección del proceso histórico. Cabe preguntarse si la capitulación del autonomismo no tiene mucho que ver con el hecho de que las fuerzas políticas progresistas o de izquierda en el gobierno pudieron expresar y dar satisfacción, aunque sea parcial, a las demandas de los diversos sujetos populares. Estrategias y proyectos que pueden corresponderse o no con las planteadas por algunas organizaciones, pero que evidentemente fueron leídas y articuladas –al menos en parte- por las fuerzas políticas y alguna/os líderes carismáticos. La experiencia concreta señala que las demandas que primaron y organizaron las estrategias objetivas de las luchas populares giraron en torno a la mejora en la calidad de vida y del trabajo, una mayor participación democrática, y mayores grados de soberanía política y económica frente a la entrega de nuestros países al imperialismo. Y estas demandas fueron, en mayor o menor medida según los casos, satisfechas por los gobiernos progresistas. Fue por eso que la reivindicación autonomista pasó, sin ser abandonada por completa, a un segundo plano.
Como hemos dicho mas arriba el nivel de organización y la capacidad de movilización no son lo mismo en el grupo de países que constituyen el núcleo duro que en los del segundo anillo progresista, en los que el virus de la despolitización pareciera haber calado mas hondo. Pero esa observable y relativa desmovilización producto también de la satisfacción de buena parte de sus demandas, no es completa, sino temporal, por oleadas, como lo denomina García Linera. Es decir que no se vuelve a foja 0, sino miremos ahora la cantidad y calidad de luchas que se despliegan todos los días en Argentina, que ya lleva realizadas 4 huelgas generales -momentos articuladores del conjunto de la clase obrera- en dos años contra las políticas de Macri. Actualmente desde variadas organizaciones del campo popular de dicho país se intenta articular aún mas las luchas y tejer una representación política que exprese esa alianza de fracciones de distintas clases que esta en la calle que pueda disputar en las elecciones de 2019. Para horror de nuestrxs autores, vuelven a tomar el “atajo electoral” (tal como lo denomina Zibechi[35]). Pero… ¿Se podrá frenar el empeoramiento masivo del pueblo y la ola represiva y desarticuladora de la organización popular y sus conquistas de no ganar las elecciones?
En el otro extremo tenemos a Brasil en el que la creciente fascistización de la sociedad que toleró un golpe de estado, luego la proscripción de su máximo líder y, ahora, la probable catapulta de un nazi al gobierno del Estado como instrumento de reordenamiento interno del gran capital sin duda plantea la reconfiguración del carácter del ciclo en toda nuestra región. Y una vez mas nos muestra lo estratégico de la disputa por el control del aparato del estado.
Productividad histórica y limitaciones de los “progresismos realmente existentes”
A nuestro entender el punto más débil de la argumentación de las y los autores con quienes debatimos consiste en incorporar bajo el rótulo de progresismo experiencias políticas y sociales muy distintas. Pero existe una importante diferencia entre aquellas experiencias que conformaron el núcleo duro del cambio de época progresista, que expresaron y expresan un horizonte poscapitalista y un segundo anillo progresista conformado por países con gobiernos en disputa, de los cuales los dos mas relevantes por su peso geopolítico y económico han sido desalojados de la conducción de la maquinaria del estado. Hay una distinción entre las experiencias de alianzas en función de gobierno que se fijaron como objetivo la construcción de una sociedad no-capitalista: “socialismo del siglo veintiuno”, “socialismo bolivariano”, “sumak kawsay”, “vivir bien”, como se desprende de los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador; y otros cuyo objetivo era fundar un “capitalismo serio”, como se lo propusieron, sin éxito de largo alcance, Lula da Silva en Brasil, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en la Argentina, y, con mayor estabilidad, los gobiernos del Frente Amplio en Uruguay[36]. En lugar de esto se suele incomprensiblemente incluir[37] bajo una misma categoría de “progresismo” a los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en Chile, claramente de centro derecha y casi conservadores, junto al Brasil, de Lula Da Silva y Dilma Rousseff, al Uruguay, de Tabaré Vázquez y Pepe Mujica, la Argentina de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, al Ecuador de Rafael Correa, la Bolivia de Evo Morales, la Venezuela de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro y la Nicaragua de Daniel Ortega y los gobiernos del FMLN en El Salvador, en particular el de Sánchez Cerén.[38] Quedan en la nebulosa, por omisión, los gobiernos de Fernando Lugo en Paraguay y de Manuel “Mel” Zelaya en Honduras. A Cuba, ¡menos mal!, no la incluyen en su progresismo descartable, pero se olvidan llamativamente, por cierto, de incorporarla en algún análisis o parte de sus textos. Nos parece imposible hablar de estos temas sin una referencia a la Revolución Cubana, cuya porfiada resistencia a los designios del imperialismo abrió la puerta a eso que el presidente Rafael Correa llamara “cambio de época”. Mucho más oscura y desgraciada habría sido la historia en América Latina y el Caribe si Cuba hubiese arriado las banderas del socialismo una vez desintegrada la Unión Soviética, como se lo reclamaran con insistencia numerosos líderes socialdemócratas, ya reconvertidos al neoliberalismo, de Europa y América Latina.
Sin embargo, el balance general de lo que Modonesi y Svampa engloban como los “progresismos realmente existentes” anuncia que fracasaron lamentablemente a la hora de introducir algún cambio mínimamente significativo. Zibechi va más lejos e involucra a las y los de abajo en su propio derrotero: “los movimientos también son responsables por las opciones que tomaron. En vez de construir mirando el largo plazo, preparándose para el inevitable colapso sistémico, tomaron el atajo electoral que los llevó a construir alianzas imposibles con resultados patéticos”[39]. En otros momentos al menos reconocen que el progresismo latinoamericano criticó al neoliberalismo, impuso cierta heterodoxia en las políticas macroeconómicas, mejoró la inclusión social, luchó contra la pobreza, etcétera. Pero dejan en las sombras una diferencia fundamental: que los gobiernos de izquierda –Venezuela, Bolivia y Ecuador- asumieron posturas y ejecutaron políticas más radicales en lo económico y social, construyeron notables constituciones que profundizaron la calidad democrática de sus países, hicieron de la naturaleza un sujeto de derecho (introduciendo una innovación fundamental en el derecho contemporáneo), y adoptaron planteamientos abiertamente antiimperialistas que las versiones más edulcoradas del progresismo, ni hablar del conservadurismo chileno, ni por asomo se atrevieron a ensayar. El ocultamiento del antiimperialismo en un cono de sombras es un rasgo común a las diversas familias trotskistas, neoanarquistas burgueses, posmodernos de izquierda y a los pensadores liberales, cuya ceguera para ver ese fenómeno llega a ser por momentos alucinante y que en consecuencia sólo les permite ver el árbol y no percibir el bosque, con las consecuencias políticas que de ello se derivan.
La consecuencia de este planteamiento es que todos los gobiernos progresistas caen en un “populismo de alta intensidad” que se opone, absorbe y niega otras matrices ideológicas contestatarias, como la del indigenismo, el campesinado, las izquierdas clásicas y los autonomismos que desempeñaron, según les autores, un papel importante en el inicio de la nueva época. En suma, se consolida un cambio controlado desde arriba, con líderes mesiánicos que “dan” cosas a un pueblo sumiso y sometido. El remate de esta interpretación es la caracterización de estos procesos progresistas (¿sin diferenciar al Chile de Bachelet de la Bolivia de Evo?) como “revoluciones pasivas” (Gramsci), o sea, como modernizaciones conservadoras que desmovilizan y subalternizan a los protagonistas del ciclo de lucha anterior.
Algunos autores, como Zibechi, rescatan entonces aquellos grupos que han logrado sacudirse esa subalternización y emprender ¡finalmente! un camino de “autonomía” plantando oposición a los gobiernos populares. Recientemente en una entrevista[40] ponía como ejemplo de esto y como punto iniciador de un nuevo ciclo de luchas a los grupos de indígenas que se oponen a la construcción de la carretera que pasaría por el TIPNIS en Bolivia, que abrieron una punta de lanza (muy aprovechada y tal vez financiada) para el “oenegismo”[41] funcional a la derecha o directamente de derecha. Uno de los referentes de esa disputa también viró a tomar el “atajo electoral” y lanzó su candidatura a presidente para competir contra “el Evo” en 2019[42]. Es importante decir que – para estas y estos autores que tanto se rasgan las vestiduras porque supuestamente Evo no respeta los resultados electorales que le dieron por poco margen la derrota en el plebiscito por su repostulación[43]-, el gobierno de los movimientos sociales implementó una consulta popular, un plebiscito en las comunidades que irían a ser afectadas por el paso de la carretera y obtuvo como resultado que 8 de cada 10 habitantes de esas comunidades aprobaban la construcción de la carretera, pero con ciertas modificaciones que el gobierno se comprometió a tomar.
Caracterización de los gobiernos “progresistas”
Modonesi y Svampa en el texto citado concluyen que hay tres limitaciones que impiden caracterizar a los gobiernos progresistas como “posneoliberales” o de izquierda[44]. Primero, porque “aceptaron el proceso de globalización asimétrica” y sus consecuencias: límites a la redistribución de la riqueza, al combate a la desigualdad y al cambio de la matriz productiva. Tampoco avanzaron estos regímenes en reformas tributarias, más allá de tímidos intentos, y su política de recuperación de los bienes comunes para sus pueblos se hizo negociando con las grandes transnacionales de la industria, el agronegocio y la minería.
Ante esto cabe decir que la modificación de la globalización asimétrica es un proyecto que ni siquiera China está en condiciones de realizar, y que exigirle eso a un país latinoamericano revela un profundo desconocimiento de lo que nuestros países están en condiciones de hacer. En cuanto a que hubo límites en las políticas de redistribución de ingresos y riqueza es cierto, pero: ¿dónde y cuándo no los hubo? Reformas tributarias continúan siendo una asignatura pendiente, pero en algunos países en algo se avanzó, si bien no tanto como hubiera sido deseable. Por último, una vez más, si China concluyó a finales de los años setenta del siglo pasado que con sus propios recursos jamás podría garantizar el crecimiento de su economía para resolver los problemas de su población; que sin una asociación no-subordinada al capital extranjero, posible por la fortaleza de su aparato estatal, jamás darían el salto tecnológico requerido por el desarrollo de sus fuerzas productivas, ¿cómo podrían nuestros países prescindir de una negociación con quienes detentan un práctico monopolio de la alta tecnología?
A la luz de esto, ¿es razonable pensar que países latinoamericanos, incluyendo al Brasil, México y la Argentina, pueden lograr los avances económicos y sociales que esperan sin una negociación con las transnacionales que retienen en su poder los desarrollos tecnológicos más importantes de nuestro tiempo en las principales ramas de la economía? Tomemos el caso de Bolivia y el litio. Durante siglos la oligarquía de ese país mantuvo a su población en la ignorancia y el analfabetismo. ¿Cómo hacer para que, de la noche a la mañana, surja una capa de técnicos del más alto nivel, familiarizados con la más actualizada metodología susceptible de ser empleada para la producción de litio? Por otra parte la extracción y producción del litio, que es criticada por un irresponsable pseudo ambientalismo (que seguramente use celulares o computadoras con baterías de litio), tiene un potencial enorme a desarrollar en cuanto energía más limpia y renovable. Pero en Bolivia las transnacionales que elaboran el litio no tienen acceso al salar de Uyuni, que es de donde se lo obtiene y al cual sólo ingresan las empresas estatales. Allí no entra el capital extranjero.
En cuanto a la desigualdad social suelen afirmar que durante la década pasada se consolidó. Pero, solo por dar un ejemplo, ello no es así para Bolivia. Como señala García Linera en 2005 “el 10% mas rico del país tenia 128 veces mas ingresos que el 10% mas pobre ubicándonos entre las sociedades mas desiguales del mundo. Para el año 2009, esa diferencia ya se había reducido a 60 veces y continua cayendo”[45].
Respecto a la posibilidad de diversificar o modificar la matriz productiva podemos decir que, efectivamente, al cambio de la matriz productiva resultó ser muchísimo más complicado de lo imaginado. Uno de los pocos países que en años recientes lo hizo, en un lapso de 25 a 30 años, fue Corea del Sur saliendo de la segunda guerra mundial en el marco de la guerra fría, con mano dura sobre la población trabajadora por parte de una dictadura (de las de verdad, no como vociferan contra Maduro y Evo Morales que se encuentran en las antípodas de lo que en nuestra América conocemos como dictaduras) y con la activa colaboración de los EEUU que necesitaba generar un escudo contra la expansión del comunismo.
Teniendo en cuenta la estructural dependencia externa de nuestros estados nación, que fue cambiando su modalidad pero sigue vigente desde hace 500 años, sin un avance mas profundo y concreto de la unidad e integración latinoamericana, es bastante improbable que se logre.
Democracia y polarización
Pero lo que de ninguna manera ocurrió fue, lo que estxs autores también mencionan, que se criminalizara la protesta social o se produjera un deterioro de los derechos adquiridos o se desconocieran los de los pueblos indígenas. Y en caso de que se hubiera producido algo en esa dirección esto no obedeció a una política sistemática sino a excepciones producto de circunstancias coyunturales. Sino todo lo contrario. sugieren que al igual que en otros aspectos las políticas represivas continuaron en los gobiernos de signo progresista, lo cual es un error sólo atribuible a un malsano encono en contra de estos gobiernos. Encono que no por casualidad corre en paralelo con el llamativo silencio de nuestros autores en relación a las masivas violaciones a los derechos humanos y las libertades públicas perpetradas por los gobiernos México, Honduras, Colombia, Guatemala y Perú, que ni por asomo suscitan la indignación y la fiereza crítica que sí les provocan las flaquezas y limitaciones de los gobiernos del “ciclo progresista”.
Hay empero otra limitación mas que habría impedido el tránsito hacia el post-neoliberalismo, en palabras de Modonesi y Svampa: “la concentración de poder político, la utilización clientelar del aparato del Estado, el cercenamiento del pluralismo y la intolerancia a las disidencias”. Una vez más nos hallamos ante una crítica indiferenciada que en su generalidad nada explica ni nada permite entender. No sólo eso, en su temeraria aseveración los autores hablan, sin aportar un solo dato concreto, de cuestiones tan graves como violación de derechos humanos e, inclusive, de una clara complicidad de los gobiernos progresistas –de nuevo, todos sin excepción- con las estrategias de restauración derechista por la vía electoral. El remate de este disparate es la afirmación de que “salvo parcialmente en el caso del Poder Comunal en Venezuela (…) el andamiaje estatal y partidocrático propio del (neo) liberalismo” ha quedado intacto. Las nuevas y radicales constituciones de Venezuela, Bolivia y Ecuador, que abrieron rumbos en la protección de la naturaleza y en la expansión de los derechos democráticos son arrojadas por estas y estos autores, sin más miramiento, al trasto junto con la estatización de los bienes comunes y todo un conjunto de cambios que desataron la feroz reacción de la derecha vernácula y el imperialismo. Se verifica una vez más la verdad contenida en el refrán que dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver. En cambio para nuestrxs autores no fueron esas políticas las que despertaron la furia imperialista sino que la “retórica plebeya produce la polarización de las sociedades y el empoderamiento de las derechas”, y no solo se quedan ahí sino que también aducen que “la polarización populista nos deja sociedades dañadas, con heridas profundas que son heridas difíciles de sanar”[46]. Una vez mas no son las trabas de las élites dominantes a los avances en las conquistas de derechos o construcción de nuevas relaciones sociales las que generan las heridas, sino la polarización provocada artificialmente por las y los líderes populistas. En Argentina dicha polarización fue propagandizada por los medios hegemónicos como “la grieta” creada artificialmente por el kirchnerismo. Como si la sociedad capitalista no estuviera construida sobre una abismal grieta de clases y su correspondiente polarización en todas las dimensiones que se preocupan mucho en reproducir. Las apuestas a reducir las grietas mediante la conciliación de clases aun dentro del capitalismo son cíclicamente destruidas porque terminan afectando la tasa de ganancia con el crecimiento de los derechos y reclamos populares.
Las heridas difíciles de sanar lo son en todo caso para las clases dominantes, como los hidrocarburos nacionalizados en Bolivia, o de las AFJP (empresas aseguradoras de jubilaciones y pensiones) en Argentina, o los grandes avances en la unidad latinoamericana. También Svampa habla acerca de ciertas “incomodidades que generaron los gobiernos progresistas”[47], a lo que se puede responder con palabras de Cristina Fernández cuando dijo: dejamos un país incómodo, sí, pero incómodo para los poderosos, no para el pueblo. Un país cómodo para el pueblo e incómodo para las élites[48].
Y nuevamente constatamos la ausencia casi total en los análisis de los condicionantes históricos estructurales y sobre todo, de las relaciones de fuerza internacionales, de la geopolítica del imperialismo en la que se insertan estas experiencias, que no construyen sus proyectos sobre el agua límpida de un arroyo, sino sobre la historia heredada y las municiones pesadas de los poderosos del mundo. Tampoco se tiene en cuenta una subjetividad popular cargada de las ideas dominantes de la época, que son, como dijera Marx, las de la clase dominante, que trabajosamente se han propuesto desde varios gobiernos populares desandar mediante una pedagogía descolonizadora. Mientras tanto aquellos países que aun son gobernados por alianzas populares van construyendo escudos para proteger las conquistas sociales.
Llama la atención cuánto hacen estos y estas intelectuales que se dicen parte de una izquierda latinoamericana para contribuir a romper esos escudos de los pueblos. Veamos.
Tomar partido (por el enemigo). Una nota ilustrativa
A continuación relatamos un episodio que constituye una muestra cabal de cómo estos posicionamientos intelectuales de quienes se pretenden críticxs del capital contribuyen con su arma de la critica, a la crítica de las armas…pero… de los enemigos de los pueblos! No son debates que se quedan en las frías paredes de las academias sino que saltan llevados por sus voceros y voceras a la arena de la lucha de clases, pero no justamente del lado del pueblo. Contribuyen a la construcción de relatos funcionales no solo a las derechas locales ansiosas de recuperar el botín perdido del estado, sino a las ofensivas imperialistas mas descarnadas, en este caso, de los avances en la amenaza de intervención militar en Venezuela. Contextualicemos: en el marco de un proceso de creciente violencia desplegada entre abril y julio de 2017 por las opciones políticas de derecha, cierta juventudes de clases medias universidades privadas y lxs oenegistas financiados por las agencias de “desarrollo” del primer mundo, sobre todo de EEUU, que se montaron en movilizaciones de la clases medias descontentas con el gobierno bolivariano, varixs de lxs autores que aquí citamos y muchxs otrxs que se inscriben en similares lineas de pensamiento (y alineamiento) redactaron y firmaron una solicitada titulada: “Llamado internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela”, en la que acusan al estado y al gobierno bolivariano de la responsabilidad de la violencia y de transitar hacia un régimen totalitario. Nos enteramos de esta solicitada por su publicación en la prensa de derecha[49].[50]
Luego de que a fines de marzo el Tribunal Superior de Justicia asume temporalmente las competencias parlamentarias de la Asamblea Nacional -que se encontraba en desacato por juramentar a tres diputados impugnados debido a hechos de fraude[51]– debido a la necesidad de avanzar con acuerdos económicos paralizados en dicha asamblea tan venerada por la religión institucionalista de nuestrxs autores, y aun cuando debido al conflicto suscitado se retrocedió con estas medidas, comienza esta nueva ola violencia explícita como continuidad de las llamadas guarimbas de febrero de 2014 que habían dejado 43 muertos en el plan “la salida” para desalojar a Nicolás Maduro de la presidencia.
Venezuela estaba al borde de la guerra civil inducida por la táctica insurreccional de las oposiciones de derecha conducida por un estado mayor conjunto con sede en la secretaria de estado de los EEUU. Estaban convencidxs que iban a lograr el levantamiento de las masas populares y quebrar a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB). Pero lo que lograron fue erosionar aun mas su propia base social mostrando descarnadamente su disposición a la violencia y el odio al pueblo.
La derecha retoma la táctica insurreccional con mayor violencia entre abril y el 31 de julio de 2017 esta vez dejando 172 muertos. De estos, en 18 casos se generan imputaciones, privativas de libertad, órdenes de aprehensión y acusaciones sobre 55 funcionarios del orden público. La prensa hegemónica mundial acordó responsabilizar de las muertes y los destrozos a las fuerzas de seguridad del estado, pero la población venezolana vio en vivo y en directo a quienes los protagonizaron. La enorme mayoría fueron provocadas por disparos provenientes de las manifestaciones opositoras, o bien por accidentes en las propias barricadas o manipulación de artefactos explosivos caseros; y es importante mencionar la muerte de 3 personas producto de la quema y linchamiento por ser o parecer chavistas, así como el sicariato contra 6 personas y el asesinato de 10 funcionarios policiales[52]. Esto impactó muy negativamente aún en partes importantes de la base social opositora. También se destruyeron numerosas instalaciones materiales, energéticas e instituciones, desde hospitales y escuelas, pasando por mas de 500 unidades de transporte nuevas, y mercados o depósitos estatales de alimentos. Las poblaciones de muchas ciudades resultaron rehenes de lxs opositores que las ocupaban y controlaban por días enteros paralizando toda actividad comercial, de transporte y desplegando impunemente la violencia, ante un gobierno nacional que decidió no implementar la represión estatal en la medida que lo hubieran hecho cualquiera de los países occidentales capitalistas ante una centésima de estos disturbios, desencadenado una masacre social. Como lo hacían los gobiernos de la IV república en Venezuela, por ejemplo en el Caracazo: en solo dos días de genuina protesta popular se ha dejado un tendal de 3.000 muertos del campo popular.
En ese contexto y apenas un día antes de ser tratada en la OEA (ministerio de colonias de los EEUU como la bautizaran el canciller cubano Raúl Roa y Fidel Castro) la sanción e intervención a Venezuela a instancias del converso secretario general de ese organismo, Luis Almagro -repudiado por estos días por su partido político, el FA uruguayo[53]-, por su mismo fanatismo antivenezolano y promotor de la intervención militar, publican la solicitada.
En ella invitan a “colocarse por encima de esta polarización” como si tal cosa fuera posible, como hemos debatido líneas arriba.
Admiran la democracia petrificada que sucede bajo reglamentos en los grandes edificios parlamentarios que cristalizan viejas relaciones de fuerza, ya perimidas, aunque dentro se cocinen todas las opciones de golpe de estado, intervenciones militares, atentados y guerra económica, mas que a las democracias protagónicas y participativas -que además dan vida a nuevas instituciones- como la de esxs campesinxs que recuperan tierras y las gestionan en comunas socialistas, y que son recibidos y estimuladxs a seguir luchando por el alto mando revolucionario o las propias comunas que rápidamente serían arrancadas de la faz de la tierra de acceder al gobierno esas derechas aliadas al imperialismo sedientas de volver al privilegio de pertenecer a una colonia petrolera estadounidense.
A pesar de que la declaración termina con la siguiente frase: “las salidas a tales crisis siempre son largas y complejas, pero requieren más democracia, nunca menos” denostan la convocatoria a una elección para la Asamblea Nacional Constituyente, que fue lo que justamente puso fin de un día para el otro de manera pacifica, democrática e institucional a esa escalada violenta de la oposición imperialista. Esta última por supuesto que no se dio por vencida y recurrió a otras tácticas, como la intensificación de la guerra económica y el boicot electoral visto su impedimento de volver a ganar elecciones, así como una renovada ofensiva diplomática, y un bloqueo financiero y comercial impulsado desde EEUU y Europa, con la complicidad de los gobiernos de derecha de la región.
Terminamos con estas palabras de la la contra-declaración redactada por Lautaro Rivara para la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (REDH) (recomendamos la lectura de este documento político intelectual admirable[54]) y apoyada por importantes firmas de una intelectualidad orgánica a la emancipación popular: “Sólo Venezuela, partera de este nuevo ciclo histórico, puede, con su caída, sellar su clausura irremediable. Así lo ha entendido Estados Unidos, más no así, pareciera, algunos de nuestros más prestigiados académicos”
¿Un nuevo ciclo de luchas?
Por último las y los autores revisados coinciden en dictaminar que los gobiernos progresistas contribuyeron a desactivar aquellas tendencias emancipatorias que se gestaban en los movimientos antineoliberales, o a anestesiar a las masas, o a desmovilizar a los sujetos organizados. Una (relativa) desactivación que no sería el natural reflujo de un ciclo de luchas o el reposo que sigue a la satisfacción de las demandas largamente exigidas, o la canalización institucional de la lucha de clases cuando los que comandan los Estados ofrecen esa apertura, incluso jugando en contra del poder. Sino por una verdadera traición de las fuerzas de izquierda o centroizquierda cuyo desenlace es el “fin del ciclo progresista”, que se produce por derecha y no por izquierda.
De todos modos, les autores no se desaniman pues perciben, diríamos que con indisimulable alivio, que el derrumbe de aquellos gobiernos da lugar al nacimiento de nuevas resistencias saturadas de rasgos y componentes antisistémicos que antes se agitaban en las entrañas del progresismo pugnando por abrirse paso y que ahora, ante su final capitulación, emergen con fuerza.
Así algunos de ellos destacan la emergencia desde 2010 de un nuevo ciclo de luchas que nace bajo los modelos “extractivistas”[55] de derecha y de izquierda.
Este supuesto “nuevo ciclo de luchas” coincide con una creciente inserción de la derecha en las bases, a través de financiamientos varios, reclutamiento de jóvenes, principalmente mediante ONG’s y congregaciones religiosas.
Pero para estos autores los componentes de este venturoso renacimiento serían el cuestionamiento del extractivismo, las novedosas gramáticas de lucha de los nuevos movimientos socioambientales, colectivos culturales y asambleas ciudadanas constructoras de una nueva narrativa emancipatoria[56]. No asoman en este cuadro de situación las y los trabajadores y humildes de Nuestra América que vieron mejorada su calidad de vida. Como lo muestra un informe de la CEPAL la evolución de la pobreza en América Latina pasó del 43,9% en 2002 a 29,6% en 2011, momento en que nuestros autores sitúan ese supuesto comienzo de un nuevo ciclo de lucha, y a 28% en 2014. Mientras que la indigencia ha pasado de 19,3% a 11,6% y 12% respectivamente en esos años[57].
En todo caso se observan en Nuestra América experiencias disimiles en los diversos territorios. Mientras que en Bolivia y Venezuela nuestros autores se detienen a ponderar los grupos que se levantan contra los gobiernos de izquierda, se consolida una fuerza revolucionaria con una sólida base social, sin la cual sería imposible explicar la tenaz persistencia de esos proyectos revolucionarios al timón del aparato de estado, pese a los ataques que sin pausa reciben. En cambio en países con gobiernos surgidos de golpes de estado hemos visto ensayar crecientes formas de resistencia, como el caso de Honduras, así como vemos en otros casos que las masas se han replegado cediendo la iniciativa a las clases dominantes, como en Brasil. En Argentina el crecimiento de las luchas por fuera de los canales institucionales toma fuerza cuando comienzan a sentirse las consecuencias de las políticas de concentración del capital y de entrega de soberanía del gobierno de derecha que asume en diciembre de 2015. En todo caso podríamos hablar de un nuevo ciclo de luchas en este sentido, dado que, si nos posicionamos desde el campo del pueblo, y entonces nos referimos a las luchas de los pueblos, deberemos poner el foco en aquellas que resisten a las medidas que el capital trasnacional impone a través de sus gobiernos subordinados.
Desde el campo popular y sus organizaciones, que han acumulado una gran experiencia de lucha contra el neoliberalismo en los ’90, es difícil pensar que esperarán impasibles a que pase otra década de barbarie neoliberal arrasando con todas sus conquistas, sino que ya han comenzado a movilizarse y están debatiendo con qué herramientas políticas y con qué proyectos volverán a disputar los gobiernos en las próximas elecciones. Es decir que las operaciones de despolitización tienen sus efectos en parte de la población, pero hay otra e importante que se repolitiza y se moviliza. Álvaro García Linera hace poco expresaba con razón que
“lo importante es que esta generación que hoy está de pie, vivió los tiempos de la derrota, del neoliberalismo, vivió los tiempos de la victoria temporal de los gobiernos progresistas y revolucionarios y ahora está en este periodo intermedio. Por lo tanto tiene el conocimiento, tiene la experiencia, para poder volver a retomar la iniciativa. A diferencia de los años 60 o 70 cuando se aniquila una generación, la derrota política y militar y la construcción de una nueva generación va a tardar 30 años. Aquí no, aquí es una misma generación que ha vivido derrota, victoria y temporal derrota y por lo tanto puede tener el conocimiento, la habilidad táctica, la capacidad de construcción de ideas fuerza como para volver a retomar la iniciativa. Si no hacemos eso, este periodo de toma parcial de iniciativa de la derecha puede extenderse y puede ampliarse a otros países de América Latina, lo que sin duda significaría una catástrofe porque, como ya estamos viendo, allá donde triunfa la derecha, derecha es: recorte de lo social, recorte del Estado, recorte de derechos y por lo tanto recorte del bienestar de la población, que fue lo que se logró en esos diez años virtuosos de gobiernos progresistas”[58].
Por otra parte algunas fracciones sociales o sus organizaciones, descontentas con determinadas políticas de los gobiernos progresistas de ahora o de antes, como los casos mencionados por nuestros autores, podrán fácilmente confluir en una acción conjunta con los demás grupos que se oponen a los gobiernos de derecha. Saben, por experiencia propia, que estos procurarán avanzar muchos más que los anteriores por sobre sus derechos y los de la Madre Tierra, condonando a los verdugos de las clases populares, como por ejemplo hizo el presidente argentino Mauricio Macri al eliminar las retenciones (impuestos sobre sus exportaciones) a las empresas mineras y a ciertas ramas de la agricultura, entre otros beneficios otorgados a su propia clase; y como lo hizo Temer en Brasil generando un retroceso rápido y profundo en la calidad de vida de la población mediante la aplicación de las políticas neoliberales. Frente al desastre social que generan los gobiernos de derecha a su paso, se van construyendo unidades en la acción, en la lucha, en la calle, y se intenta tejer incluso representaciones políticas unitarias de ello, con mayor a menor éxito.
En Brasil con la brutal y criminal proscripción de Lula por este juez menor formateado en USA, mediante el proyecto Puentes, generó un crecimiento de su propia popularidad que devino en una polarización política que pone en juego la continuidad de un capitalismo con algo de democracia. En Argentina también se observan aglutinamientos en torno a la figura de Cristina Fernández a pesar de la ofensiva diaria que la acusa de corrupción a ella y su entorno. En Colombia y en Chile van creciendo organizaciones -la Colombia Humana y el Frente Amplio- que disputan y acumulan electoralmente con programas moderados, en sociedades donde la contradicción principal es: guerra civil o paz, en el caso de la primera; y, dictadura o democracia, en el caso de la segunda. En ambos casos hoy gobiernan los representantes de la guerra y de la dictadura respectivamente. La contradicción democracia o dictadura parece extenderse en nuestros territorios, como en Brasil. Pero que momentáneamente el fascismo gane una parte de la base social y en la correlación de fuerzas institucionales, no significa que el campo del pueblo y las organizaciones que lo expresan se desarticulen o se vean derrotadas. Puede significar cierto retroceso, repliegue para retomar la acumulación de fuerza política. Por ejemplo el caso de golpes de estado fascistas que le siguieron a los gobiernos nacional populares de mediados de la década del siglo XX, como el golpe cívico militar que sacó al peronismo del gobierno en 1955, a partir del cual en un clima represivo se va generando un escenario de polarización social que redundará en la apertura de un ciclo revolucionario hacia fines de los 60.
Y, volviendo a la actualidad, es en México donde una coalición de centroizquierda destruye electoralmente al anquilosado PRI y gana las elecciones en este 2018 abriendo grandes expectativas en todos los pueblos de América; que si bien será un gobierno en disputa -como lo es el de Uruguay actualmente y como lo fueron también los gobiernos progresistas de Argentina y Brasil-, acaba con 36 años de entreguismo y plantea retomar una senda soberana, de frenar la militarización para acabar con la tragedia social y lograr cierta redistribución de la riqueza.
Es importante hacer notar que incluso en los movimientos mas transversales y masivos como la ola verde[59] feminista en Argentina, hay un grado muy considerable de presencia de organizaciones políticas como parte fundadora de la campaña y los mismos reclamos por los derechos de las mujeres aparecen íntimamente ligados a los derechos de la población en general y señalando a lxs culpables políticos de la perdida de conquistas: el gobierno de Macri y sus políticas neoliberales.
La posible coincidencia entre los nuevos y los clásicos sujetos y sus respectivas formas y estrategias de lucha abre así insospechadas posibilidades de resistencia tanto contra las tentativas restauradoras de la derecha como ante las insuficiencias y vacilaciones del progresismo. Pero, por sobre todo, defendiendo las conquistas realizadas en el pasado, y entendiendo que los gobiernos de izquierda dentro del amplio espectro del progresismo son la garantía del sostén institucional de esas conquistas.
Horizontes emancipatorios y batallas estratégicas: una reflexión final
Este es un momento de reflujo del cambio de época progresista en nuestra América, pero de ninguna manera es un fin de ciclo. Creemos, por consiguiente, que la decisión de someter a discusión la totalidad de la experiencia de los gobiernos subsumidos bajo el confuso rótulo de “progresismo” debe ser bienvenida, porque sin duda hubo, y habrá, errores, turbulencias y contradicciones, como en cualquier otra experiencia política. La ofensiva imperialista y de las clases dominantes vernáculas que despliegan una revancha clasista descomunal pueden generar un escenario en el que haya un retorno de gobiernos progresistas. Por lo tanto la crítica y, en especial, la autocrítica de las experiencias gubernamentales son muy importantes para ir mas a fondo con las reformas sociales indispensables.
Una de las principales enseñanzas que nos dejan los gobiernos populares del cono sur desalojados por golpes de estado o por estafas preelectorales es que las concesiones a la derecha, al contrario de lo que se pretende, sólo sirve para debilitarlos y precipitar su ruina. Otra muy importante tiene que ver con reconocer que la lucha de clases no puede pasar solo por la vía institucional, lo cual es importante cuando la correlación de fuerzas lo permite, pero no se debe abandonar “la calle” y la lucha. Sólo esta puede detener los afanes golpistas de la derecha, que como se comprobó en Honduras, Paraguay y Brasil, pueden procesarse sin mayores contratiempos en los marcos institucionales del estado burgués. Maduro tiene la calle (y las fuerzas armadas), Dilma no la tenía. Y esta diferencia explica la distinta suerte de uno y otra. Tercero, las fuerzas progresistas y de izquierda –decepcionadas por la derrota de la “vía armada”- no pueden caer ahora en el error de apostar todas sus cartas exclusivamente en el juego democrático-electoral. No olvidar que para la derecha la democracia es sólo una opción táctica, fácilmente descartable. Las elecciones son sólo una de sus armas: la huelga de inversiones, las corridas bancarias, el ataque a la moneda, los sabotajes a los planes del gobierno, los golpes de estado e inclusive los asesinatos políticos[60] han sido frecuentemente utilizadas a lo largo de la historia latinoamericana y últimamente la persecución y operaciones de proscripción mediática y judicial denominada law fare. Por eso las fuerzas del cambio y la transformación social, ni hablar los sectores radicalmente reformistas o revolucionarios, tienen siempre que tener a mano “un plan B”, para enfrentar a las maniobras de la burguesía y el imperialismo que manejan a su antojo la institucionalidad y las normas del estado capitalista[61]. Y esto supone la continuada organización, movilización y educación política del vasto y heterogéneo conglomerado popular, cosa que pocos gobiernos progresistas se preocuparon por hacer.
En estos autores analizadxs se observa una animosidad contra esos gobiernos que impiden ver que desde el punto de vista de la vida concreta de millones de hombres y mujeres que conforman nuestros pueblos, sin duda el bien primó sobre el mal durante más de diez años, en los que si bien no se ha “dado vuelta la tortilla”, se han logrado importantes conquistas materiales, culturales, políticas, en derechos humanos y civiles, y avances en el sueño de la integración latinoamericana, que dignificaron y significaron una fenomenal ampliación de la ciudadanía, -es decir: ampliación de derechos aun dentro del sistema capitalista- al igual que los llamados procesos nacional-populares o populismos de mediados del siglo veinte. Y de ninguna manera se ha congelado la dinámica de construcción política y social del campo popular, aunque siempre se necesita que fuera mas y mas profunda, el hecho de que ahora se produzcan renovadas luchas contra las restauradas políticas neoliberales, muestran que esa fuerzas están presentes y activas. La dialéctica de la historia que, obviamente se aleja de cualquier revolución de manual, nos enseña que, aun con todas sus contradicciones, lo que viene después de los gobiernos progresistas -y mucho mas lo será de los revolucionarios- son salvajes intentos por maximizar las tasas de ganancias removiendo a cualquier costo las limitaciones impuestas por movimientos y gobiernos populares. En varios de nuestros países el ataque de la derecha puso a los movimientos sociales en guardia y ya se están erigiendo fuertes resistencias a aquellas tentativas. Por ello, la defensa de los procesos progresistas y revolucionarios que están de pie -aún bajo el intenso e incesante fuego económico, político y mediático del imperialismo y la reacción- es la batalla estratégica de nuestro tiempo. Defensa que no excluye una necesaria autocrítica para rectificar rumbos, pero sin dejar de señalar que, vistos en perspectiva histórica, los aciertos históricos de estos procesos superan ampliamente sus desaciertos y limitaciones.
Queda por ver en esta etapa histórica que se abre con el ascenso del fascismo en una parte importante de Nuestra América qué capacidad de resistencia ofensiva podrán desplegar los pueblos en la oposición a los gobiernos neoliberales y en apoyo de los gobiernos populares, para poder reimpulsar el ciclo progresista que se iniciara a principios del siglo XXI y que hoy se encuentra en pie, pero en reflujo y disputa.
Notas:
[1]Estas notas están basadas en un articulo que escribimos con Atilio Borón, Sobre el “post-progresismo” en América Latina: aportes para un debate. Publicado en varios sitios, por ej.: http://www.telesurtv.net/opinion/Sobre-el-post-progresismo-en-America-Latina-aportes-para-un-debate-20160924-0034.html
[2]Este artículo se terminó de escribir antes del 28 de octubre, día en que se realizará la segunda vuelta electoral en Brasil, en la que tiene altas probabilidades de ser elegido como presidente un personaje que se inserta en la tradición nazi-fascista, de las dictaduras cívico militares que en el siglo XX implementaron los terrorismos de estado.
[3]Lic. en Sociología UBA y Dra. en Historia UNLP. Profesora UNPAZ-UNDAV. REDH.
[4]Preferimos dejar en claro que tomamos postura por la segunda opción, y desde este escrito intentamos desplegar herramientas, datos y argumentos para debatir con la primera de ellas, por lo que muchas veces se verá reflejado dicho involucramiento en el uso del lenguaje. Desde nuestra visión el hecho de explicitar la posición teórico-política desde la que se analiza la realidad social (dado que la neutralidad no existe) contribuye a generar grados de objetividad.
[5]El concepto de lucha popular desde abajo y lucha popular desde arriba lo tomamos de V.I. Lenin Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática y fue trabajado en Arkonada, Katu y Klachko, Paula (2016) Desde Abajo. Desde Arriba. De la resistencia a los gobiernos populares: escenarios y horizontes del cambio de época en América Latina (La Habana: Editorial Caminos).
[6]Holloway, John (2002) Cambiar al mundo sin tomar el poder, Editorial El viejo topo, España. Consideramos a estas posturas como una suerte de neoanarquismo burgués que deja intacto el poder de decisión y privilegio en todas las esferas de la vida en manos de las oligarquías dominantes.
[7]Hardt, Michael y Antonio Negri (2001) Empire. Harvard University Press. Estados Unidos de América.
[8]Sobre el tema del poder, y el debate con los autores citados, véase Atilio A. Boron, “La selva y la polis. Interrogantes en torno a la teoría política del zapatismo” Revista Chiapas (México, 2001), Nº 12 http://www.revistachiapas.org/No12/ch12boron.html y del mismo autor Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri, Buenos Aires: CLACSO, 2004
[9]Se podría establecer una linea de continuidad con los debates que se fueron dando en diversas oleadas de luchas históricas sobre espontaneísmo y dirección política, construcción de alianzas, autoridad y autonomía.
[10]Entendemos poder popular en el sentido de Mario Roberto Santucho, véase cap. IX “Las luchas desde abajo y a la izquierda. La construcción de poder popular y su relación con el estado” en Arkonada, Klachko Op. Cit.
[11]Utilizamos la noción de “progresista” en el sentido de Gramsci, véase su texto: El Cesarismo; en: http://www.gramsci.org.ar/TOMO3/084_cesarismo.htm
[12]Zibechi, Raúl “Del fin de ciclo a la consolidación de las derechas”, en La Jornada, 27 de octubre de 2017 https://www.jornada.com.mx/2017/10/27/opinion/016a1pol .
[13]Nos referimos a autores como Maristella Svampa, Masimo Modonesi, Eduardo Gudynas, Raúl Zibechi, Pablo Stefanoni, entre otrxs.
[14]Entrevista a Maristella Svampa ¨Del cambio de época al fin de ciclo¨ (I Parte), septiembre de 2018, recuperado de https://www.aporrea.org/actualidad/n331057.html
[15]Al respecto véase los trabajos del área de economía de FLACSO dirigida por Eduardo Basualdo y sus varios libros.
[16]Es curiosa la furia contra un extractivismo que tiene mas de 500 años de historia pero que para algunos aparece como un fenómeno nuevo ante sus ojos, lxs mismxs que ademas de usar celulares y computadoras realizadas con esos metales raros que se obtienen extrayéndolos de la tierra, hayan realizado parte de sus investigaciones con financiamientos de becas de importantes instituciones occidentales cuyas filantropía proviene de familias dueñas de minas que erosionaban la misma tierra y extraían minerales y plusvalías en nuestros territorios.
[17]“Post-progresismo y horizontes emancipatorios en América Latina”, del 13 de agosto de 2016, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=215469
[18]A la táctica destituyente violenta en Venezuela se respondió desde la conducción del proceso revolucionario con otra táctica instituyente, canalizando el inusitado proceso violento hacia las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente que trajeron la paz.
[19]Consideramos altamente controversial decir que el ataque a Dilma Rousseff fue “legal”. La presunta legalidad de su juicio político ha sido fuertemente cuestionada por numerosos analistas y observadores de la vida política brasileña. El régimen político brasileño es presidencialista, y sólo ante la constatación fehaciente de un delito podría haberse iniciado un juicio político a la presidenta. Sin embargo, como lo atestigua la misma sentencia que la despoja de su cargo, ese delito no existió.
[20]Entrevista a Raúl Zibechi por Enric Llopis, publicado por REDH-Cuba en 31 agosto, 2018, https://redh-cuba.org/2018/08/movimientos-sociales-en-america-latina-un-nuevo-ciclo-de-luchas/
[21]Para conocer mas sobre el desarrollo comunal socialista en Venezuela véase Teruggi, Marco (2015) Lo que Chávez sembró. Testimonios desde el socialismo comunal, (Buenos Aires: Editorial Sudestada).
[22]Tatuy TV, Video Chávez Radical XXI: «Las comunas deben convertirse en un sistema unificado nacional», Septiembre 2018, https://www.tatuytv.org/index.php/especiales/74-chavez-radical/4235-video-chavez-radical-las-comunas-deben-convertirse-en-un-sistema-unificado-nacional
[23] Lenin, V. I. (1905) Dos Tácticas de la social democracia en la revolución democrática (Bs. As.: Editorial Anteo, 1986).
[24]Modonessi y Svampa, Op. Cit.
[25]Véase mapa en Klachko, Paula “Nuestra América: ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos?” en revista Batalla de ideas. Hacia la construcción de la izquierda popular, enero 2018. http://batalladeideas.org/articulos/nuestra-america-de-donde-venimos-y-hacia-donde-vamos-por-paula-klachko/
[26]Lenin (1902), ¿Qué hacer?, varias ediciones.
[27]Véase entrevista a Álvaro García Linera, por Klachko, Paula (2015) “La conformación histórica del sujeto político-popular en Bolivia”, publicada en el sitio oficial de la Vicepresidencia: https://www.vicepresidencia.gob.bo/ y con otro título en la Revista del Observatorio Latinoamericano y Caribeño del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe: https://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/observatoriolatinoamericano/article/view/2482. Por otra parte en el movimiento piquetero, del que estxs autores poseen una visión romántica que recalca el basismo y la autonomía, la mayoría de lxs principales referentes o impulsores de esos movimientos eran agrupaciones políticas o referentes que habían sido parte de organizaciones de izquierda de ese momento o de los ’70, eclesiásticas de base, y muchxs referentes provenían de otras fracciones sociales. Hoy en día varixs de lxs referentes de lxs herederos de ese movimiento, en el caso de la Argentina, como las que conforman la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular), y sus aliados provienen de esas filas también. Pues lo que importa no es el origen de clase ni la virginidad política sino el alineamiento consciente con las fracciones sociales en lucha.
[28] A menudo las organizaciones que emergieron de los procesos de resistencia en los 90s fueron nuevas en tanto fundadas en esa coyuntura, pero en muchos casos adoptando nombres que remiten a viejas banderas reivindicativas. No necesariamente fueron nuevas en cuanto a sus modalidades de organización e instrumentos de lucha, que recuperaron elementos de las tradiciones de los diversos pueblos latinoamericanos y las resignificaron en los nuevos escenarios. Hubo también un importante nivel de experimentación social de modos de organización alternativos, pero no con la masividad que pregonan algunos intelectuales deslumbrados por esas experiencias que, además, tuvieron una corta existencia. Pese a ello, como sostenemos más adelante, influyeron en la democratización de numerosas agrupaciones sociales. Véase al respecto Klachko, Paula “Las formas de organización emergentes del ciclo de la rebelión popular de los ’90 en la Argentina”, en Documentos y Comunicaciones PIMSA 2007 (Buenos Aires: PIMSA), disponible en: http://www.pimsa.secyt.gov.ar/publicaciones.htm.
[29]Algunas de las explicaciones de nuestrxs autores para resignarse al abandono de lo que entendían como autonomía, fue o bien que esas organizaciones sociales fueron desactivadas por la represión o bien por la cooptación, como apreciaban para el caso de varias organizaciones de trabajadores desocupadxs (piqueteras) en Argentina que se aliaron y alinearon con la fuerza social política en el gobierno a partir de 2004. Pero una vez mas esa lectura deja en una inerme posición de pasividad absoluta a unas masas que son llevadas con una zanahoria por delante, sin tener en cuenta los factores que explican los alineamientos referentes a la confluencia de intereses, y la composición de alianzas para posibilitar la realización de la estrategia que objetivamente se plantean las masas trabajadoras. Véase el concepto de estrategia objetiva en Iñigo Carrera, Nicolás (2011) La estrategia de la clase obrera 1936 (Buenos Aires: Imago Mundi)
[30] El sandinismo triunfó en la guerra civil contra el estado somocista y sus mentores en Estados Unidos, aunque luego sucumbió, en el terreno electoral, porque no pudo soportar diez años de agresiones, sabotajes y bloqueos de la “contra” organizada, financiada y armada por Washington. Sin embargo, el sandinismo regresó al gobierno en 2006 con un nuevo triunfo electoral, luego ratificado por contundentes victorias en sucesivas reelecciones. En cuanto a El Salvador, los acuerdos de paz reflejan que la guerrilla salvadoreña no fue derrotada sino que hubo un “empate técnico” entre el FMLN y el ejército salvadoreño y sus “asesores” norteamericanos.
[31]Podemos encontrar un paralelismo con las teorías de Clause Offe sobre los viejos paradigmas vs los nuevos paradigmas políticos. Estos últimos se centrarían en contradicciones socioculturales, mientras que los primeros en contradicciones de base socioeconómica. Esta contradicción pierde centralidad para el autor y por lo tanto, genera la decadencia de los sindicatos y de los partidos de la clase obrera para dar lugar a nuevos movimientos sociales cuyo eje es la defensa de identidades. Véase Offe, Claus (1988) Partidos políticos y nuevos movimientos sociales, (Madrid: Editorial Sistema).
[32]Remitimos nuevamente a la entrevista que le hemos realizado en octubre de 2015.
[33] Gorz, André (1981) Adiós al proletariado: Más allá del socialismo, (Madrid: El Viejo Topo)
[34]Modonessi y Svampa, Op. Cit.
[35]Zibechi “Del fin de ciclo (…)” Op. Cit.
[36] Véase Borón, Atilio A. (2014) Socialismo Siglo XXI.¿Hay vida después del neoliberalismo? (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg), pp. 11- 51.
[37]Al menos en el texto de Modonesi y Svampa Op. Cit.
[38] No obstante, Modonesi y Svampa retroceden espantados ante su enumeración y aclaran, en el cuerpo del texto, que el progresismo abarca corrientes ideológicas y perspectivas políticas diversas, desde aquellas de inspiración más institucionalista, pasando por el desarrollismo más clásico, hasta experiencias políticas más radicales, de tinte plebeyo y nacional-popular o que terminaron declarándose socialistas.
[39]Zibechi “Del fin de ciclo (…)” Op. Cit.
[40]Entrevista a Zibechi Op. Cit.
[41]Como lo denomina García Linera, Alvaro (2015): El “oenegismo”, enfermedad infantil del derechismo (o cómo la “reconducción” del Proceso de Cambio es la restauración neoliberal) Vicepresidencia del Estado Plurinacional.
[42]Vargas, quien encabezó la VIII marcha en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), anunció la creación de un nuevo frente político, que buscará ser una alternativa para la población, de cara a las elecciones de 2019. “Estamos forjando una nueva alternativa sin ninguna participación de partidos políticos. Lo que busca esto es la unidad del pueblo boliviano, una unidad de criterios que a veces es muy difícil tener, pero no es imposible”, indicó Vargas. En http://eju.tv/2017/12/presidenciales-de-bolivia-cinco-opositores-se-perfilan-como-candidatos-para-2019/. ¡Forjar partidos políticos sin partidos políticos! Que paradoja extraña …
[43]Sin tener en cuenta la enorme operación de prensa montada en esos meses para desprestigiar al presidente indio. Véase el documental “El cartel de la mentira” en el que se muestra como la prensa hegemónica le inventa un hijo no reconocido a Evo Morales que después dan por muerto y finalmente, una vez pasada las elecciones, claro, se reconoce que nunca existió.
[44] Algunos publicistas de los gobiernos progresistas, sobre todo en Brasil, insistieron en que en ese país ya se había llegado al “posneoliberalismo”, afirmación totalmente infundada como el tiempo se encargó de demostrar con particular crueldad. Sólo en el “núcleo duro” de los gobiernos progresistas –Venezuela, Bolivia y Ecuador- se pudieron registrar algunos avances significativos en esa dirección. En menor medida hubo algunos progresos en la Argentina y menos todavía en Brasil y Uruguay. La matriz neoliberal instaurada en los noventas ha demostrado ser un hueso demasiado duro para roer.
[45]García Linera, Alvaro El “oenegismo”, enfermedad infantil del derechismo (ocómo la “reconducción” del Proceso de Cambio es la restauración neoliberal) Vicpresidencia del Estado Plurinacional, 2015, p. 16
[46]Maristella Svampa en exclusiva: ¨Del cambio de época al fin de ciclo¨ (I Parte) Por: Centro de Estudios de la Realidad Latinoamericana para Aporrea.org https://www.aporrea.org/actualidad/n331057.html
[47]Maristella Svampa entrevista, op. cit
[48]Discurso pronunciado en la apertura del 133° período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación. 1° de marzo de 2015.
[49]https://www.infobae.com/america/venezuela/2017/05/29/intelectuales-de-izquierda-de-todo-el-mundo-firmaron-una-solicitada-contra-violencia-en-venezuela/
[50] Desde otras usinas que se declaran progresistas y que, incluso, defendieron abiertamente a otros gobiernos progresistas también se criticaron, aunque con un perfil mucho mas bajo, las medidas del gobierno venezolano y del superior tribunal de justicia, por ejemplo el Centro de Estudios Legales y Sociales. Es insoslayable tener en cuenta que algunos de sus soportes financieros son la Fundación Ford y la Open Society Foundations fundada por el magnate George Soros.
[51]“La decisión tomada por el TSJ se produjo en virtud de un recurso de interpretación interpuesto por la Corporación Venezolana del Petróleo, S.A. (CVP) al artículo 33 de la Ley Orgánica de Hidrocarburos, referente a la constitución de empresas mixtas, que exige la aprobación de la AN y la misma se encuentra en situación de omisión legislativa”. http://web.elsubmarinojujuy.com.ar/claves-para-entender-la-sentencia-del-tsj-en-venezuela/ es importante destacar que desde sus inicios, a principios de 2016, esta asamblea en la voz de su principal representante, Julio Borge, manifestó que su objetivo era generar los mecanismos institucionales para desalojar al presidente de su cargo, lo que incluyó giras implorando la intervención militar extranjera y súplicas a las fuerzas armadas para dar un golpe de estado contra Nicolás Maduro en varias ocasiones. Esta información se puede encontrar fácilmente en internet.
[52]Véase descripción exhaustiva de todas las víctimas con nombres y apellidos y sus causas y causantes, en file:///C:/Users/Paula/Downloads/investigacic3b3n-periodc3adstica-vc3adctimas-fatales-de-la-violencia-polc3adtica-abril-septiembre-2017-actualizado-15-09-17-con-mapas%20(1).pdf
[53]Véase la declaración del secretariado ejecutivo del FA del 18 de septiembre de 2018, en https://www.enperspectiva.net/documentos/comunicado-del-frente-amplio-rechazo-declaraciones-luis-almagro/
[54]http://www.cubadebate.cu/especiales/2017/06/02/quien-acusara-a-los-acusadores/#.W6zVp3tKiM8
[55]Véase Entrevista a Zibechi Op. Cit. El autor pone como ejemplos de ese nuevo ciclo de lucha a la marcha en defensa del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS) en 2011, al que ya hicimos referencia, y a una toma de tierras en un parque de la ciudad de Buenos Aires en el marco del proyecto de ciudad excluyente durante la jefatura de gobierno de Macri, en el que el gobierno nacional se distanció y condenó los ataques de la policía contra lxs ocupantes. En una investigación se muestra que “lo que hubo fue la suma de estrategias familiares, que obligaron luego a algún tipo de organización, que por lo corto del tiempo de los hechos, solo alcanzó niveles mínimos de diálogo y debate para tomar decisiones”, Cravino, María Cristina, Capítulo 1 Causas y azares: la ocupación del Parque Indoamericano, en https://www.ungs.edu.ar/cm/uploaded_files/publicaciones/645_Derecho%20a%20la%20ciudad%20Web.pdf. Ademas fueron hechos donde estuvieron presentes las disputas entre gobierno nacional y de la ciudad, de pobres contra pobres, con notable presencia de militantes de derecha y de izquierda, y no dio lugar a la constitución de ninguna nueva organización ni movimiento.
[56] La crítica al extractivismo de las experiencias progresistas expone con claridad la irresponsabilidad de los “anti-extractivistas”, para decirlo con la mayor benevolencia. Por ejemplo, aún estamos esperando que digan cómo hará Bolivia, que en 25 años doblará su población, para construir las escuelas, viviendas, hospitales, caminos y puentes que requerirá la duplicación del número de sus habitantes. ¿O es que todo eso se construirá sin hierro, cemento, cobre, sin aprovechar sus recursos gasíferos, por la sola magia del discurso? No parece ser una crítica seria. Para un examen detallado de este asunto ver Atilio A. Boron, (2014) América Latina en la geopolítica del imperialismo (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg).
[57]Panorama económico y social de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños 2014 https://cpalsocial.org/documentos/167.pdf. Las estadísticas corresponden a 19 países, entre los que no se incluye Cuba, sus indicadores sociales elevados están gratamente diferenciados del resto de América Latina. Se señala que a principios de la década de 2000 en la mayoría de los países de la región se inició un proceso de reducción de la desigualdad que a 2014 se mantenía. Entre 2002 y 2013 el índice de Gini promedio cayó aproximadamente un 10%.
[58] Entrevista de Martín Granovsky a Alvaro García Linera en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata. Agosto 2016. CLACSO-TV en https://www.youtube.com/watch?v=RuvvgMT826E
[59]El masivo protagonismo de jóvenes mujeres y de otros géneros en las calles se denomina así por los pañuelos verdes que simbolizan la lucha por la despenalización del aborto.
[60]El último y mas grave ejemplo fue el intento de magnicidio al presidente Nicolás Maduro el 4 de agosto de 2018 organizado y financiado por la oposición venezolana desde Colombia y EEUU.
[61]Por ejemplo en Honduras frente al cierre total por parte de las clases dominantes de las vías institucionales luego del grotesco golpe de estado que continúa, Manuel Zelaya convoca a conformar comandos insurreccionales, aunque con el método de la no violencia, sin abandonar la participación electoral, hasta que caiga el dictador surgido del fraude. El día de las elecciones, el 26 de noviembre de 2017, el Tribunal Supremo Electoral hizo un anuncio parcial de los resultados electorales a la madrugada que, con el 57,19 de las actas escrutadas, daba como claro ganador al opositor Salvador Nasralla. Sin embargo, se cortó la energía y se cayó el sistema (640 veces, según denunció la oposición) hasta que la tendencia increíblemente se revirtió: el presidente en ejercicio y candidato a la reelección, Juan Orlando Hernández (JOH), terminó consagrado ganador. Por si fuera poco ese resultado se anunció 21 días mas tarde, y en medio de un sinfin de denuncias de fraude, incluso la OEA se vio obligada a dictaminar el fraude, y en un principio, el proceso electoral fue desconocido por Naciones Unidas y por la Unión Europea, aunque después no se escuchó mas nada, pues, claro, el gobierno de EEUU reconoció oficialmente al nuevo presidente. Frente a ello hubo movilizaciones masivas en todo el país y sostenidas en el tiempo. Pero el gobierno decretó un toque de queda y desplegó a las Fuerzas Armadas, la Policía Militar y la Policía Nacional por todo el país. Al menos 34 manifestantes fueron asesinados.