El esfuerzo realizado, los riesgos corridos y la sangre derramada como la de Muñiz, Negrín y otros, como parte del proceso de diálogo de 1978 bajo el liderazgo del Comandante en Jefe, Fidel Castro, no fueron en vano. La patria sigue creciendo.


Por Elier Ramírez Cañedo

Fuente: Cubadebate

El contexto y los móviles del Diálogo

Cualquier estudio que se proponga abordar la política de los Estados Unidos hacia la Revolución Cubana, debe tomar en cuenta el papel de la comunidad de origen cubano en ese país, pues esta ha tenido hasta hoy niveles de influencia para nada despreciables en la toma de decisiones de Washington con relación a Cuba. Pero ese papel ha correspondido generalmente a la extrema derecha de esa comunidad que, al mismo tiempo, ha sido utilizada como una pieza funcional de las distintas administraciones estadounidenses en su política agresiva contra la Isla. Sin embargo, durante la administración de James Carter (1977-1981), la extrema derecha de la comunidad no tuvo la fuerza, el nivel de organicidad, ni el respaldo del gobierno de los Estados Unidos, que tendría después al llegar Ronald Reagan a la Casa Blanca (1981-1989). De esta manera, durante los años del mandatario demócrata la extrema derecha de la comunidad cubana en los Estados Unidos no sería la única con un rostro público, pues también iría ganando espacio una tendencia favorable a la normalización o a la mejoría de las relaciones con su patria de origen.

Por estas razones, se puede decir que el período de la administración Carter no fue solo singular porque los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba lograron discutir los tópicos que estaban afectando las relaciones bilaterales entre ambos países, sino también porque por primera vez desde el triunfo de la Revolución Cubana, se logró establecer un diálogo entre el gobierno cubano y un grupo de representativos de la comunidad cubana, pertenecientes a una tendencia que se distanciaba de las posturas más extremistas y hostiles.

Esto solo fue posible, entre otros factores, debido al cambio de actitud que mostró la administración Carter al eliminar el apoyo a los grupos terroristas que operaban contra Cuba desde el territorio estadounidense. Así lo reconocería Fidel en conferencia de prensa el 21 de noviembre de 1978: “Esto no se pudo hacer antes, ¡ni pensarlo!, porque había una situación de Estados Unidos muy grave en la época en que la CIA y el gobierno de Estados Unidos preparaban el asesinato de los dirigentes de la Revolución, los sabotajes, la contrarrevolución, los desembarcos de armas, que sostenían una guerra activa contra la Revolución Cubana”.

En una encuesta realizada por el Miami Herald en diciembre de 1975, el 53% de los entrevistados había manifestado su rechazo al restablecimiento de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, mientras el 47% estaba de acuerdo con la normalización de las mismas.

La frustración de las organizaciones contrarrevolucionarias, incapaces de cohesionar a la masa emigrada, el auge del terrorismo como expresión del fracaso de la política anticubana desarrollada por los diferentes grupos y organizaciones creadas para esos fines, condujeron a que otras corrientes se opusieran a esta práctica.

Las vertientes que comenzaron a apartarse de las posiciones tradicionales de la comunidad cubana en los Estados Unidos en relación con Cuba, se hicieron visibles sobre todo a inicios de la década de los 70; en lo fundamental, entre esos jóvenes que habían salido siendo niños de la Isla y que en los Estados Unidos se habían formado en un contexto caracterizado por la oposición a la guerra de Viet Nam y la lucha por los derechos civiles, a lo que se le unió el deseo de buscar sus raíces culturales y la necesidad de conocer la verdad del proceso revolucionario cubano. En Puerto Rico, parte de esos jóvenes, habían crecido vinculados al movimiento independentista de la Isla caribeña.

Entre las organizaciones que surgieron por aquellos años estuvo Juventud Cubana Socialista (JSC), que se caracterizó por ser bastante radical y se dio a conocer con la consigna “no todos los cubanos son gusanos” y en ella se agruparon un número considerable de jóvenes. La JSC tuvo una vida efímera, pero constituyó la cantera fundamental de las futuras organizaciones de izquierda y de algunos de sus más egregios líderes. La segunda vertiente de este movimiento la integraron aquellos jóvenes que llegaron a la izquierda después de haber transitado el camino de la contrarrevolución. Se trató de un grupo políticamente más experimentado, en el cual Lourdes Casal descolló por sus dotes intelectuales.

En 1974, estas dos vertientes, bastante informales orgánicamente, fundaron la revista Areíto, la cual tuvo una importante repercusión en los medios intelectuales de los Estados Unidos, América Latina y Cuba, y contribuyó a delinear muy bien que la comunidad cubana en los Estados Unidos no era monolítica, así como a lograr los contactos entre el gobierno cubano y sus emigrados.

Casi al mismo tiempo que Areíto, surgió la revista Joven Cuba. Sus editores fueron un grupo de jóvenes vinculados con el movimiento radical estadounidense y ansioso por conocer a fondo sus raíces cubanas.

Muchos de los vinculados a las revistas Areíto y Joven Cuba abrazaron otros proyectos, entre estos, el más destacado resultó ser la Brigada Antonio Maceo, a la que se integraron cientos de jóvenes. Su primer viaje a la Isla, a finales de 1977, tuvo un gran impacto político, tanto en los Estados Unidos como en la Mayor de las Antillas, y abrió una nueva etapa en las relaciones entre los emigrados y la sociedad cubana, la cual los recibió con simpatías y solidaridad. Como gesto de solidaridad, los integrantes de la brigada trabajaron la primera semana en la construcción de viviendas obreras; después recorrieron gran parte del país y se entrevistaron con varios dirigentes, entre ellos Carlos Rafael Rodríguez, Vilma Espín, Armando Hart Dávalos y Ramón Castro, hermano mayor de Fidel que dirigía un plan de desarrollo agrícola. También sostuvieron intercambios con figuras relevantes de la cultura cubana como Alicia Alonso, Miguel Barnet y Roberto Fernández Retamar. La visita de los 55 jóvenes integrantes de la Brigada Antonio Maceo tuvo como colofón un encuentro con Fidel Castro, el 13 de enero de 1978, el cual dejó para la posteridad la frase “la patria ha crecido”. Este viaje constituyó la primera ocasión en que una organización de emigrados visitaba el país después del triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y también los primeros que se reunieron con Fidel.Posteriormente otros sucesos culturales incidieron en las relaciones de acercamiento entre gran parte de los cubanos emigrados y su patria de origen, como fue la aparición del filme documental Cincuenta y cinco hermanos -sobre la experiencia vivida por los jóvenes de la Brigada Antonio Maceo durante su visita a Cuba- y el libro testimonial Contra viento y marea, este último merecedor en 1978 de uno de los premios Casa de las Américas y donde se compilan casi 50 testimonios de jóvenes cubanos de la emigración, defensores del diálogo y el reencuentro con la Isla, en su gran mayoría vinculados al grupo de Areíto.

Sobre el impacto de la visita de la Brigada Antonio Maceo expresaría Fidel:

“(Yo) no te puedo decir cómo surgió eso, yo no recuerdo. Sé que un día algunos compañeros nos plantearon que existía la posibilidad de que viniera una brigada de hijos de emigrados. Eso era una cosa rara, digamos. Incluso, bueno, ¿se entenderá esto? —fue lo primero que nos planteamos nosotros. Algunos compañeros eran partidarios: que sí, que vengan. Pero, ¿lo entenderá el pueblo? ¿Cómo recibirá el pueblo esto? Porque digo que había un clima de hostilidad y de lucha, pero un clima muy difícil. Una de las cosas que a nosotros nos preocupaba era, ¿lo entenderá el pueblo, que venga una brigada, cuando ha existido un antagonismo tan grande, ha existido esa hostilidad?

Bueno, pues, fue una prueba. Digamos que fue una prueba. Entonces, por dondequiera, desde el primer momento, ellos se entrevistaron con todo el mundo aquí, en todas partes. Y con muchos dirigentes también. Yo me reuní con ellos también al final. Pero yo venía observando que todas las personas, los cuadros políticos, los dirigentes, todos los que se entrevistaban con ellos, recibían una gran impresión, y se emocionaban. Eran emocionantes las reuniones. Y a los pocos días en el tiempo en que estuvieron aquí, en el trabajo trabajaron bien, el gesto de ayudar a construir una obra social determinada, eso fue creando un ambiente siempre muy favorable a ellos, muy favorable.

Bueno, al final se convirtió en un acontecimiento, y una de las cosas que más ha impresionado”.

Otro movimiento que conmocionó a la comunidad cubana y que también se apartó del discurso tradicional fue la corriente coexistencialista, la cual abogaba por la solución pacífica y negociada del problema de la reunificación familiar y los contactos con la Isla. El grupo coexistencialista más conocido de esa etapa fue el que dirigió el reverendo Manuel Espinosa, “en realidad un personaje tragicómico de la farándula política de Miami”. Siguiendo la línea histórica predominante en la emigración cubana más recalcitrante, su objetivo fue ganar dinero y celebridad, hoyando los bolsillos de los cándidos que creían en su retórica. Esto fue la causa fundamental por la que el movimiento coexistencialista se corrompió y se desvirtuaron sus metas.

Otra variante del coexistencialismo que cobró fuerza en la comunidad cubana, fue la que desarrollaron distintos sectores de la intelectualidad emigrada. Ella se manifestó por una aproximación distinta en el análisis y las relaciones con la sociedad cubana. El grupo fue heterogéneo política e ideológicamente como era de esperarse, pero se distinguió del resto por el nivel de elaboración de su discurso, el impacto de sus integrantes en la opinión pública y su influencia en la política de los Estados Unidos hacia Cuba. También porque su respaldo al diálogo debilitaba el basamento teórico-práctico de la contrarrevolución. Aunque no fue un grupo muy organizado, sus integrantes se nuclearon de cierta forma alrededor del Instituto de Estudios Cubanos, asociación creada en 1971, por iniciativa de la profesora María Cristina Herrera.

Lo cierto es que, el reconocimiento por parte del gobierno cubano de una tendencia dentro de la comunidad cubana en los Estados Unidos propensa al acercamiento pacífico y constructivo, así como los vínculos establecidos con elementos representativos de la misma; la consolidación de la revolución cubana; los cambios de la política estadounidense hacia Cuba; el impacto que produjo en la Isla la visita de la “Brigada Antonio Maceo” -integrada por jóvenes cubanos residentes en los Estados Unidos que habían sido sacados de Cuba cuando aún eran niños o adolescentes-; las gestiones realizadas ante el gobierno cubano por Bernardo Benes y Carlos Dascal y otros miembros y grupos de la comunidad cubana en el exterior; fueron los elementos que, de conjunto, estimularon a que la máxima dirección de la Isla decidiera apostar por el Diálogo, en pos de solucionar problemas más acuciantes que afectaban tanto a la comunidad cubana en los Estados Unidos como a la propia Cuba; entre ellos la liberación de los prisioneros, la reunificación familiar y las visitas en ambas direcciones. Ello a sabiendas de que este Diálogo no iba a ser del todo comprendido a lo interno de la sociedad cubana. “Yo recuerdo –señala Jesús Arboleya- incluso que la política del diálogo y la de los viajes fueron de las más cuestionadas en este país, hasta el punto de que Fidel Castro tuvo que reunir a todos los cuadros revolucionarios en el teatro Karl Marx, y dijo que los enemigos de esa política eran solo los conservadores de allá y de aquí, y que –nunca se me olvidará esa frase- “la ciencia de la Revolución era convertir a los enemigos en amigos, y que esta era esa política”.

Convocatoria al Diálogo

La propuesta cubana de conversar sobre estos temas se trasmitió el 6 de septiembre de 1978, cuando en conferencia de prensa con periodistas vinculados con la comunidad cubana en los Estados Unidos –casi todos de origen cubano-, Fidel Castro invitó a representativos de dicha comunidad a participar en un diálogo directo. La única condición excluyente que fijó Fidel para la selección de los participantes de la comunidad fue que no podían asistir “cabecillas de la contrarrevolución”. Cualquier otra persona representativa, independientemente de su orientación ideológica, si estaba dispuesta a trabajar con seriedad por la solución de los problemas que afectaban las relaciones entre el gobierno cubano y la comunidad cubana en los Estados Unidos, podía participar en las conversaciones.

En el encuentro, Fidel señaló que, aunque había grupos que llevaban años trabajando en esta dirección, y obviamente debían estar representados en las conversaciones, esta tenía que ser amplia, es decir, incluir un amplio espectro de la comunidad respecto a los límites de lo negociable. Además, Fidel expresó que las cuestiones de los presos políticos y la reunificación familiar eran discutibles, excepto en cuanto a la posibilidad de liberar, antes de cumplir sus sentencias, a los presos condenados por crímenes durante la tiranía de Batista y los que mantenían vínculos con grupos terroristas activos. Específicamente en torno a Hubert Matos manifestó que no estaba excluido de las negociaciones y de la posibilidad de ser excarcelado antes de cumplir el término de su sentencia en 1979. Por otro lado, el líder de la Revolución Cubana informó a los participantes que se había decidido liberar a 48 presos y que se habían entregado las listas a los Estados Unidos donde se estaban estudiando.

A su vez, el Comandante en Jefe hizo énfasis en que sólo discutiría estas cuestiones con la comunidad emigrada, porque eran asuntos que le preocupaban a ambas partes, pero no con el gobierno de los Estados Unidos, al que no le incumbían. Asimismo, el líder cubano recalcó que la materialización del diálogo era posible sin que ello representara una concesión de principios frente al gobierno de Washington.

El 21 de octubre de 1978 llegó el primer vuelo a territorio estadounidense con 48 presos contrarrevolucionarios recién liberados en Cuba y 33 familiares. La burocracia norteamericana retrasó la entrada al país de otros cientos de ex reclusos y presos contrarrevolucionarios que Cuba estaba dispuesta a enviar a los Estados Unidos y cuyos nombres aparecían en varias listas que el gobierno cubano había hecho llegar al Departamento de Estado. Ese mismo día, Fidel se había reunido con una comisión de 6 miembros de la Comunidad Cubana en los Estados Unidos que tenía la responsabilidad de trasladar a los presos liberados al territorio estadounidense. En dicho encuentro el jefe de la Revolución exclamó:

“No se vayan a creer ustedes que para nosotros era fácil. Para nosotros significa también un gesto valiente, porque nosotros hemos tenido que explicarle al pueblo esto, al pueblo que ha estado casi 20 años en una lucha y en un hábito de pensar. No era fácil para nosotros. No era fácil para nosotros. Porque nosotros tenemos que lograr, primero que nada, que nuestro pueblo entienda. Y si no logramos eso, pues es un fracaso. El mero hecho de plantearlo, de plantearlo aquí, incluso sin una cierta preparación previa, es una muestra de confianza en el pueblo; pero también es un acto de valentía política por nuestra parte […].

[…]
Quizás requiere más valentía por parte de ustedes, porque ustedes tienen elementos allí que pueden hacer, incluso, agresiones de tipo física contra personas que discrepen de los criterios esos; pero en el caso nuestro no tenemos ese peligro, digamos de tipo físico. Pero para nosotros los riesgos morales son más importantes que los riesgos físicos, incluso el riesgo moral de que no se entendiera aquí por la población nuestra”.

En esa reunión el Comandante en Jefe hizo referencia a los elementos que habían contribuido a que el gobierno cubano tomara esa decisión trascendental. Entre ellos: la consolidación de la Revolución Cubana, el cese de la política hostil del gobierno de los Estados Unidos, la clara percepción del deseo de muchos cubanos de la comunidad de buscar sus raíces, de defender su idioma y su cultura, así como los propios contactos con esos cubanos. Sobre este último aspecto, destacó Fidel:

“…hemos tenido contactos con cubanos y esos contactos nos han enseñado. Y lo digo de verdad. Los contactos con los muchachos de la brigada Antonio Maceo fue tremendo y eso causó tremendo impacto aquí”.

“De manera que yo estoy muy consciente –continuó Fidel- de que esto que estamos haciendo lo hacemos porque creemos que es lo que debemos hacer. Eso es lo correcto que debemos hacer. ¿Por qué dejar abandonada a la Comunidad? ¿Por qué no tomarla en cuenta?

[…]
Ahora, indiscutiblemente que si estos problemas son resueltos por la Comunidad, la Comunidad habrá resuelto lo que Estados Unidos con todo su poder, y todo su ejército y todo su dinero no pudo resolver: el problema de las visitas, el problema de los presos, todos esos problemas.
Así que nosotros estamos conscientes de lo que estamos haciendo. Sí, le estamos prestando un servicio a la Comunidad. Yo no lo voy a decir públicamente, porque no tengo por qué decir eso. Pero el hecho este es un gesto que beneficia a la Comunidad. Y a la Comunidad hay que respetarla. La Comunidad existe. La Comunidad es una fuerza y a la Comunidad se le toma en cuenta”.

Finalmente el líder cubano expresó la disposición de Cuba en discutir tres temas fundamentales con la Comunidad Cubana en el exterior: la cuestión de los presos, la cuestión de la reunificación y la cuestión del derecho de viajar a Cuba.

La primera reacción del gobierno norteamericano fue una declaración pública acogiendo positivamente el diálogo, aunque cautelosa y moderada en su tono. Privadamente los funcionarios de la administración se dedicaron a tratar de obtener información a fin de precisar los objetivos que perseguía el gobierno cubano. El presidente Carter hizo una declaración en la que definió la actitud norteamericana de no entender el Diálogo como un gesto cubano hacia los Estados Unidos y por ende expresó que no era necesario reciprocar la acción cubana. El tono de las declaraciones de Carter evidenció un frío y obligado reconocimiento, aunque analistas del Departamento de Estado señalaban que los resultados del Diálogo podían ser beneficiosos para los objetivos de ambos países, así lo expresaba el 13 de septiembre Peter Tarnoff, secretario Ejecutivo, en memorándum enviado al asesor para Asuntos de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski. Vale la pena citar en extenso esta valoración de Tarnoff para acercarnos a cuál era la visión en Washington sobre el Diálogo:

“La entrevista de Castro con periodistas cubanoamericanos el 6 de septiembre ofreció la evidencia más fuerte hasta la fecha de una táctica cubana que ha estado ganando impulso durante varios meses: una jugada para algunos 600,000 cubanoamericanos y cubanos exiliados en los Estados Unidos con la esperanza de reducir su apoyo al terrorismo anticastrista y eventualmente persuadirlos para que ejerzan presión sobre nosotros para levantar el embargo y tomar otras medidas buscadas por La Habana.

Esto marca un fuerte cambio de ritmo por parte de La Habana. Desde hace un año, cuando se abrieron las secciones de intereses en las dos capitales, el oficialismo cubano consideraba a la comunidad cubanoamericana aquí como su peor enemigo y consistentemente lo describió como compuesto de “gusanos contrarrevolucionarios”. Los exiliados que tuvieron la temeridad de postularse en la Sección Cubana de Intereses para la autorización de regresar a Cuba para visitar a sus familias a menudo fueron rechazados abruptamente y sin explicación.

El hecho de que Castro se haya alejado de tales actitudes sin sentido y tácticas es un tributo a su perspicacia política. Desde hace algunos meses, La Habana ha permitido que un creciente número de residentes cubanos aquí regresen a Cuba para visitar a sus familiares. El contacto ha sido establecido con varios representantes de la Comunidad y un diálogo iniciado sobre la liberación de prisioneros y varios otros asuntos.

Lo que La Habana tiene en mente fue visto claramente en la observación de un diplomático cubano aquí hace algunos meses; él expresó admiración e interés por el éxito del gobierno israelí al utilizar la comunidad judía estadounidense como un grupo de presión. La dirección en la cual La Habana desearía canalizar tales presiones está indicada por el hecho que los exiliados que se postulan para visitar a las familias en Cuba a menudo son cortésmente denegados con la declaración de que todos pueden viajar libremente si Washington levantase el embargo comercial. Los diplomáticos cubanos aquí también han comentado que cuanto más la comunidad cubanoamericana se involucra en la reunificación familiar, etc., menos estarán dispuestos a apoyar a las organizaciones terroristas en el exilio.

La obra de Castro para la comunidad cubanoamericana puede convencer a un número creciente de sus miembros para que soliciten nuevos pasos hacia la normalización de las relaciones entre Washington y La Habana. Ni las estratagemas ni sus efectos son necesariamente antitéticos a nuestros propios objetivos e intereses; sin embargo, los nuevos canales de comunicación que han surgido en el proceso son útiles, y las acciones que Castro ofrece como incentivo para la comunidad cubanoamericana (liberación de presos, aumento de las visitas familiares, etc.) cumplen tanto nuestros objetivos como el suyo. Castro puede decir que está liberando prisioneros como un gesto hacia los cubanos en el extranjero, en lugar de como resultado de la política de derechos humanos del presidente Carter, pero los resultados son los mismos. El control del terrorismo en el exilio es un objetivo que compartimos con La Habana.

Tampoco parece haber ningún peligro real de que Castro pudiera llevar las cosas tan lejos como para convertir a la comunidad cubano-americana en una fuerza pro-Castro contra nosotros. Los resentimientos de casi 20 años difícilmente morirán, si es que alguna vez mueren. Si algunos de los cubanos que están aquí ahora quisieran tratar con Castro, eso no implicaría ninguna afición por él o la aceptación del sistema que ha impuesto; más bien, reflejaría un pragmatismo de su parte que es típicamente cubano. Han llegado a la conclusión de que si las familias deben reunirse y liberarse a los presos, lo harán solo a través de un diálogo con el gobierno actual. Su apertura a La Habana, entonces, se basa en consideraciones similares a aquellas que motivaron las nuestras. El momento llegará cuando ellos quieran avanzar más rápido de lo que se adaptan a nuestros propósitos. Los cubanos aquí están interesados en visitar a sus familias y sacarlas de Cuba, no en las tropas de Castro en África o en compensación por la propiedad nacionalizada de los EE. UU. Pero incluso si comienzan a adelantarse a nosotros, esto no debería ser un problema serio. Como grupo de presión, la relativamente pequeña, comunidad cubanoamericana tiene límites definidos. Estamos de acuerdo con la apertura del proceso de normalización a pesar de sus objeciones; debemos ser capaces de controlar su ritmo, incluso si urgiera uno más rápido.

En el análisis final, una mutilación de hostilidades entre La Habana y la comunidad cubana aquí debería beneficiar a todas las partes”.

Una página en la historia

Las primeras pláticas entre representativos de la comunidad y el gobierno cubano se celebraron en La Habana los días 20 y 21 de noviembre de 1978 y en ellas estuvieron presentes 75 miembros de la comunidad cubana en los Estados Unidos. Unos días después, el 8 de diciembre, se celebró el segundo momento del diálogo, y en esta ocasión la cifra de integrantes de la Comunidad llegó a 140. Entre los participantes había 30 representantes de la izquierda; 34 intelectuales de diversas profesiones y tendencias ideológicas; 19 dirigentes de organizaciones coexistencialistas; 5 religiosos de varias congregaciones; ex personeros del gobierno de Batista sobre los que no pesaban acusaciones de crímenes durante la dictadura, ex presos contrarrevolucionarios, así como algunos que habían pertenecido a organizaciones contrarrevolucionarias o participado en la invasión por Playa Girón.

Desde el inicio del encuentro Fidel resaltó que no se trataba de una política oportunista, sino que la Revolución buscaba una política constructiva donde se tomaban en cuenta los intereses de la Comunidad:

“Es cierto que esta nueva política —no les oculto— puede ser de resultados positivos para nuestro país, sencillamente porque se trata de una política constructiva; pero nosotros nunca hemos seguido una política constructiva para buscar determinados beneficios u objetivos, sino que todo lo que nosotros hacemos, o creemos que hemos hecho y creemos que hacemos y creemos que haremos será teniendo por objetivo una política constructiva. Es decir, la política construc¬tiva no es un instrumento de la Revolución, es un objetivo de la Revolución. Y siempre que hay una política constructiva en cualquier sentido, es útil para el país, y así será útil para nosotros.

Pero tampoco les oculto que en nuestra actitud han estado presentes los intereses de la comunidad cu¬bana en el exterior, por paradójico que parezca des¬pués de tantos años de hostilidad, de aparente hostilidad, porque había un error tal vez incluso de ambas partes, puesto que nosotros mirábamos como un todo a esa comunidad y no lo era; y además, podía haber tenido una actitud en un momento, otra actitud en otro; nosotros nos habíamos percatado de los cambios. Además, de una manera o de otra, por distintas vías, habíamos llegado ya a tomar conciencia de los problemas de la comunidad cubana en el exterior, de su deseo de mantener su identidad, de su deseo de preservar sus valores morales, sus valores culturales; en fin, un esfuerzo de identidad, problemas lógicos en una comunidad de latinos dentro de Estados Unidos, cualesquiera que hayan sido los éxitos de esa comunidad. Esos problemas los tienen casi todos los latinos en Estados Unidos, y nosotros en definitiva hemos estado preocu¬pándonos por los latinos en Estados Unidos, como principio, con más razón teníamos que hacerlo, o te¬níamos el deber moral de hacerlo, de preocuparnos, de tomar conciencia de las cosas que pudieran interesar¬le a esa comunidad”.

Aunque había tres puntos fundamentales planteados como agenda del Diálogo, las propuestas realizadas por diversos representativos de la Comunidad fueron mucho más lejos, entre ellas: posibilidad de crear un organismo Estatal o alguna institución en Cuba para atender los asuntos de la Comunidad; revisión del problema del artículo 32 de la constitución sobre el no reconocimiento de la doble ciudanía; derecho a la repatriación; promoción de viajes a Cuba de jóvenes de la Comunidad para el intercambio educacional, cultural, deportivo y científico; posibilidad de participar en las elecciones y otros procesos políticos importantes del país; derecho al voto, elegir y ser elegido; derecho a participar de alguna manera en las organizaciones políticas y de masas; derecho a la posesión del carné de identidad; considerar la posibilidad de una publicación dirigida a la comunidad en el exterior; viabilizar contribución de técnicos, científicos, profesionales, y obreros calificados residentes en el exterior, al desarrollo económico de Cuba, así como de trabajadores intelectuales y culturales residentes en el exterior, al desarrollo cultural y educacional en Cuba; campamentos de verano, escuelas, becas de estudio en Cuba para hijos de cubanos residentes en el exterior; crear algún tipo de mecanismo para institucionalizar el diálogo; entre muchas otras propuestas audaces para aquel contexto histórico. Estas iniciativas fueron recibidas con interés por el gobierno cubano.

Con gran visión Lourdes Casal, hizo una de las intervenciones más brillantes del encuentro cuando solicitó que las organizaciones presentes en el Diálogo o sus integrantes individualmente se sumaran al Comité Pro Normalización de Relaciones entre Estados Unidos y Cuba: “¿Por qué planteo esto? Porque yo creo que la solución a largo plazo de los problemas planteados por el incre-mento de visitas, por la cuestión de los retiros, por la cuestión de los presos, por la cuestión de las visi¬tas familiares, por la cuestión de envíos de paquetes, por la cuestión de envíos de dinero, hasta la cuestión de envíos de cadáveres, que a nosotros alguien nos ha planteado: yo quiero que me entierren en Cuba. Bueno, lo que sea, llevado hasta lo más extremo. Y no lo digo a manera de chiste, es verdad, eso se ha planteado. Si todos estos problemas van a tener alguna solución, realmente permanente, que no requiera medidas ad hoc cada vez que haya que resolver una de ellas, va a estar pendiente de que se resuelva el problema de las rela¬ciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Yo sé que el gobierno cubano no quiere negociar estas cosas con Estados Unidos. No estoy planteando eso. Me estoy dirigiendo ahora aquí a la comunidad, aprovechando la oportunidad —creo, única en la historia— de que estamos todos aquí reunidos. Yo creo que es esen¬cial que nosotros entendamos que la solución permanente de muchos de estos problemas depende de que se encua¬dren dentro de ese restablecimiento de relaciones. Y a esos fines insto a que la gente se integre a ese Comité Pro Normalización, que ya existe, ya digo, individualmente o incluso colectivamente en las asociaciones que están aquí presentes”.

Hubo también no pocos pronunciamientos contra el bloqueo, pero se valoró que no era táctico incorporar ese tema dentro del acta de la reunión. Al respecto expresó Fidel: “Pedir que Estados Unidos suspenda el bloqueo. Esa es también una cosa de ustedes, pero yo sé que sobre eso hay criterios variados, y habría que analizar realmente cuál es el momento más táctico para hacer una petición de esa naturaleza. Puede haber, en cierto sentido, un propósito, un deseo. Hay que analizar si tácticamente conviene en este momento, cuando hay muchas gestiones por realizar, que ustedes se manifiesten colectivamente en contra del bloqueo y parezca que nos están haciendo concesiones a nosotros. Nosotros les agradecemos infinitamente la lucha contra el bloqueo, pero ni siquiera les hemos puesto nosotros a ustedes la condición de que para que lleguemos a determinados acuerdos tienen que hacer una campaña contra el bloqueo. Ayer hablé amplio de eso, y dije que ese problema se lo podíamos pedir nosotros a Estados Unidos, pero con Estados Unidos no estamos negociando con ellos, y no queremos ponerles condiciones a ustedes de esta índole; por lo tanto, ustedes mismos deben analizar qué deben hacer y cuándo es más conveniente hacerlo con relación al bloqueo, aunque es cierto —absolutamente cierto— que la existencia del bloqueo conspira contra los objetivos en el terreno práctico, en la realidad conspira contra los objetivos que estamos persiguiendo”.

Como resultado de las conversaciones, ambas partes acordaron la liberación de los 3 000 sancionados a prisión por delitos contra la seguridad del Estado Cubano y 600 más que habían violado las leyes de emigración, a razón de 400 por mes. También la liberación de todas las mujeres sancionadas sin excepción. Asimismo, la parte cubana expresó que, continuando con su política de solucionar la situación personal, social y familiar de numerosas personas que fueron arrastradas a la contrarrevolución por las distintas administraciones estadounidenses, se autorizaría la salida del país junto a sus familiares más cercanos de los sancionados por delitos contra la seguridad del estado que ya habían cumplido sus sanciones. Por su parte, los representativos de la comunidad cubana en el exterior se comprometieron a realizar las gestiones necesarias con las autoridades del gobierno de los Estados Unidos para conseguir las visas de entrada a ese país para los ex reclusos y sus familiares, así como para los actuales reclusos y familiares que desearan hacerlo.

Otro acuerdo rubricado, dirigido a contribuir a la reunificación familiar, planteaba que Cuba autorizaría la salida permanente hacia los Estados Unidos u otras naciones por razones humanitarias justificadas, de aquellas personas que tenían un vínculo familiar directo con ciudadanos o personas de origen cubano residentes en dichos países. Además, el gobierno de Cuba señaló que, a partir del mes de enero de 1979, permitiría las visitas a la Isla de cubanos residentes en el exterior, aunque podían quedar excluidos de dichas prerrogativas determinadas personas por sus antecedentes y conducta.

Al concluir el encuentro del día 21 de noviembre expresó Fidel:

“Siempre he partido del criterio de que estas banderas que estamos discutiendo aquí son banderas muy buenas y son banderas invencibles.

(…)
No hicimos esto para escribir una página en la historia, pero tal vez sin pensar la estamos escribiendo”.

Días después, al concluir la reunión del 8 de diciembre destacaría también el líder de la Revolución: “Yo creo, sinceramente, que esto que hemos hecho y que estamos haciendo es revolucionario. Si nos hubiésemos dejado llevar por la rutina, por las cosas más fáciles, entonces no habríamos emprendido esto que estamos haciendo. Creo firmemente que no lo haríamos si no fuéramos revolucionarios. Creo que lo hacemos porque somos revolucionarios.

(…)
“No se desalienten por la mala fe de alguien. No se desalienten jamás por las campañas, las intrigas, las mentiras, los insultos. Sosténganse en la convicción de que han hecho algo absolutamente correcto, lo más correcto que puede hacerse. Y estoy seguro de que ningún resentimiento, ninguna mala fe, ninguna envidia podrá arrojar ninguna mancha sobre lo que ustedes han hecho. Y estoy seguro de que tanto ustedes, como nosotros, nos sentiremos siempre satisfechos de este esfuerzo que en común hemos realizado”.

A partir de entonces, la polarización de la comunidad se hizo palmaria entre aquellos quienes se aferraban al statu quo, y aquellos que, aun no siendo simpatizantes del proceso revolucionario cubano se manifestaban a favor del diálogo con el gobierno cubano. En lo que respecta a los primeros, cada vez más aislados, tanto por el sentimiento generalizado de la comunidad como por la pérdida de apoyo del gobierno norteamericano, incrementaron sus actividades realizando amenazas y atentados contra la vida de los participantes en el diálogo.

Con relación al segundo grupo -pro diálogo-, este empezó a presionar al gobierno norteamericano para la rápida aceptación de los prisioneros liberados y el levantamiento del “embargo”. El comité de los 75 -que había participado en el primer diálogo- decidió crear un grupo de 9 personas para informar al presidente Carter lo sucedido. También en ese sentido, el recién liberado Tony Cuesta criticó a su llegada a los Estados Unidos, las medidas dilatorias del Departamento de Justicia en recibir a los prisioneros puestos en libertad y señaló que, ante la medida tomada por Fidel Castro, la administración demócrata debería responder con el mejoramiento de relaciones. El traslado de los presos y sus familiares comenzó a implementarse mediante un programa llamado Operación Reunificación Cubana, dirigido por Albor Ruiz. Por esta vía saldría de Cuba unas 12.000 personas.

Por lo que se refiere al levantamiento del bloqueo, el Comité Cubano Americano pro-normalización de relaciones, creado por integrantes de la comunidad, llegó a reunir 10 000 firmas de cubanos residentes en los Estados Unidos a favor de la normalización en una carta abierta al presidente Carter, entregada también al Departamento de Estado y al Congreso de ese país. Asimismo, los integrantes del Comité desplegaron una intensa campaña política a través de conferencias y entrevistas con congresistas norteamericanos.

Lo expuesto hasta aquí da cuenta de que el diálogo no solo sirvió para resolver los problemas existentes entre los cubanos de Cuba y los radicados en los Estados Unidos, o para crear conciencia del pluralismo político dentro de la comunidad, sino también porque Cuba eliminó unilateralmente, sin que fuera parte de una negociación con los Estados Unidos, la cuestión de los “presos políticos”. El gobierno de Washington solo intervendría en la autorización y forma de entrada a su territorio. Los resultados del Diálogo situaron a la emigración cubana en el exterior, fundamentalmente en los Estados Unidos, como un factor a favor del cambio de la política de los Estados Unidos hacia Cuba y crearon un clima favorable a mejoramiento de las relaciones, que luego sería empañado por la llamada “crisis” de los MIG-23.

Al mismo tiempo, el Diálogo colocó a Washington en una situación difícil y apremiante, pues si uno de sus reclamos fundamentales a Cuba, bajo su retórica de los derechos humanos, había sido la excarcelación de los presos políticos cubanos y la reunificación de las familias cubanas divididas; entonces no podía negarse, ni siquiera actuar con reticencia, ante los acuerdos formalizados entre la comunidad cubana en el exterior y el gobierno de la Isla, pues de hecho, estos satisfacían esta aspiración. Cualquier acción en ese sentido podía restar credibilidad a la administración demócrata, especialmente al presidente Carter, frente a la opinión pública doméstica e internacional, sobre todo ante la comunidad cubana en los Estados Unidos.

Reacciones de la extrema derecha

Desde los primeros meses del arribo de la administración Carter a la Casa Blanca, la extrema derecha de origen cubano en los Estados Unidos se manifestó en contra tanto del proceso de normalización de las relaciones entre ambos gobiernos, como entre el gobierno cubano y su emigración. Estos sectores vieron por primera vez amenazada su base social en la comunidad. Por tales motivos, recurrieron a la más espantosa violencia y campaña propagandística para frustrar el proceso de mejoramiento de las relaciones entre ambos países y el diálogo. Ya desde finales de febrero de 1977, en una reunión con el secretario de Estado, Cyrus Vance, y el secretario Adjunto para Asuntos Interamericanos, Terence Todman, figuras conocidas de la contrarrevolución como: Carlos Prío y Andrés Rivero Agüero, acompañados por otros representantes de la extrema derecha de la comunidad cubana, expresaron su rechazo a un entendimiento entre los Estados Unidos y Cuba. A finales de abril y principios de mayo de 1977, individuos de esta tendencia conservadora de la comunidad cubana protestaron en manifestaciones callejeras por la presencia de 15 funcionarios cubanos que habían viajado a Miami a participar en una Conferencia Mundial sobre Productos Cítricos. También numerosas organizaciones anticubanas expresaron su rechazo a la medida tomada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de facilitar informaciones al gobierno de Cuba sobre posibles actividades terroristas. Asimismo, organizaciones contrarrevolucionarias como Omega 7 y Alpha 66 sembraron el terror en esos años con el objetivo de frenar cualquier manifestación en la comunidad cubana que reflejara un cambio en la manera de ver a Cuba y a su gobierno.

En esos años que comprendieron a la administración Carter, el 68% de las acciones desarrolladas por los grupos terroristas anticubanos ocurrió en los Estados Unidos, constituyendo según el FBI la red terrorista más peligrosa de las que actuaban en ese momento en territorio estadounidense. Este sector de extrema derecha no dejó de hacer todo lo posible por torpedear cualquier posibilidad de avance de una mejor relación entre los Estados Unidos y Cuba, y en alguna medida fue un escollo más en el proceso de normalización de las relaciones con Cuba. Sobre todo, cuando comenzó a establecer sus conexiones con la nueva derecha neoconservadora que con estridencia avanzaba en el Congreso, los medios académicos y en los medios de difusión masiva. Además, ejerció fuertes presiones sobre las principales figuras del ejecutivo estadounidense y sobre numerosos congresistas, manifestando su desacuerdo con la posibilidad de mejorar las relaciones con la Isla. El propio presidente Carter recibió numerosas cartas de estos grupos reaccionarios donde lo urgían a adoptar una política hostil hacia la Isla.

Los defensores y participantes en el Diálogo con el gobierno cubano, sufrirían todo tipo de represalias. Al respecto señala Jesús Arboleya: “El periodista cubano Manuel de Dios Unanue, asesinado más tarde, fue censanteado de El Diario La Prensa de New York; al reverendo bautista José Reyes, designado por los asistentes como presidente del Comité de los 75, lo expulsaron de su iglesia. Igual suerte corrieron en la Asociación de Veteranos de Bahía de Cochinos (Brigada 2506) su ex presidente Salvador Madruga Otero, y los miembros José Napoleón Vilaboa, Miguel González Pando, José Roblejo Lorié y Francisco González Muñiz”.

En la tarde del 28 de abril de 1979, cuando se dirigía en un auto a casa de su madre, Carlos Muñiz Varela, miembro de la brigada Venceremos y fundador de la agencia de viajes Varadero, en San Juan, Puerto Rico, recibió varios impactos de bala. Después de treinta y seis horas de agonía, con apenas 25 años, fallecía como consecuencia de las heridas recibidas. La organización terrorista Comando Cero se adjudicó el crimen, pero las investigaciones más recientes indican que se trató de una bien urdida conspiración terrorista con ramificaciones en Puerto Rico y varias ciudades de los Estados Unidos. Todavía hoy el gobierno de los Estados Unidos obstaculiza el acceso a los documentos que pudieran develar completamente los nombres y apellidos de todos los asesinos. Meses después, el 25 de noviembre de 1979 sería asesinado en Union City, New Jersey, José Eulalio Negrín Santos. Lo ultimaron a balazos en un restaurante a plena luz del día y en presencia de su hijo de 12 años. La organización terrorista Omega 7 se adjudicó la responsabilidad del hecho. Cumpliendo los deseos de Negrín, sus restos fueron trasladados a Cuba en 1983 y sepultados en su terruño matancero.

El 11 de septiembre de 1980, fue asesinado en las calles de Nueva York el diplomático cubano Félix García, miembro de la misión cubana en Naciones Unidas, por un integrante de la organización terrorista Omega 7, precisamente un día antes de una importante reunión secreta programada entre Peter Tarnoff, ayudante del Secretario de Estado de Estados Unidos, y Fidel Castro, en La Habana. El hecho pudo haber hecho fracasar la posibilidad de diálogo y de entendimiento que se derivó de ese contacto. Solo la inteligencia con la que ambos gobiernos reaccionaron ante el hecho pudo salvar la situación.

A modo de epílogo

Lamentablemente la hostilidad contra Cuba sostenida por la administración de Ronald Reagan y su continuador George Bush (padre) –ambos gobiernos dieron absoluto apoyo a los sectores más reaccionarios de la comunidad cubana, incluyendo a los terroristas- obstaculizaron en ese momento la posibilidad de continuar avanzando en el camino emprendido hacia la normalización de los vínculos entre la nación cubana y su emigración, no obstante, en 1989 se puso en marcha un programa de “turismo de salud”, mediante el cual los emigrados podían recibir tratamiento médico en Cuba si se costeaban los gastos y a partir de los años 90, se lograría retomar con mayor fuerza la ruta trazada por el Diálogo del 78. En 1992 se eliminó la barrera que prohibía la entrada al país a los emigrados después de 1978, una medida concebida para los “marielitos” pero luego extendida a otros. Varias convocatorias a la continuidad del proceso de diálogo pudieron materializarse a través de los eventos “La Nación y la Emigración”.
La primera conferencia tendría lugar en el Palacio de las Convenciones los días 22, 23 y 24 de abril de 1994, con la presencia de más de 200 cubanos residentes en 77 países.

Como resultado de esta reunión el gobierno cubano aprobó y puso en práctica las siguientes medidas:

-Creación de la Dirección de Atención a los Cubanos Residentes en el exterior adscrita el Ministerio de Relaciones Exteriores. Luego tomaría el nombre de Dirección de Asuntos Consulares y de Cubanos Residentes en el Exterior. (DACCRE)
-Se elimina el requisito de esperar 5 años para poder visitar la Isla a cubanos que habían emigrado legalmente.
-Autorización a jóvenes cubanos que residen en el exterior a cursar estudios de postgrado en Cuba.
-Publicación de la Revista “Correo de Cuba” dirigida a los cubanos residentes en el exterior.
-Se elimina la obligatoriedad de hospedarse en hoteles a los emigrados que visitaban familiares en Cuba.
Con posterioridad y en el propio año 1994, el gobierno cubano adopta otras medidas de flexibilización de su política migratoria:
-Disminución hasta 18 años la edad mínima para realizar viajes temporales al exterior por razones personales.
-Ampliación de 6 a 11 meses el tiempo de estancia para visitas temporales al exterior.
-Flexibilización de las causales para la repatriación o regreso definitivo al país a personas mayores de 60 años, así como menores de 16 años desvalidos o sin amparo filial.
-Eliminación del Permiso de Entrada para los poseedores de Permiso de Residencia en el Exterior (PRE). Esa categoría había sido establecida en 1984 para los cubanos que contraían matrimonio con ciudadanos extranjeros y fijaban residencia temporalmente en el país del cónyuge.
-Se adoptaron disposiciones también que ampliaban las causales por las cuales se permitía la residencia temporal en el exterior a los cubanos, tanto por razones personales como de trabajo.

En noviembre de 1995 se celebraría una Segunda Conferencia, con la presencia de 332 invitados de 34 países. En ese contexto se introdujo por las autoridades cubanas la llamada Vigencia de Viaje, la cual constituía un permiso de entrada múltiple que permitía a sus portadores entrar y salir del país sin necesidad de pedir ningún nuevo permiso en un año. Además se autorizó la posibilidad de que jóvenes residentes en el exterior pudieran realizar estudios universitarios compensados en Cuba.

En ese propio año la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó la Ley de Inversiones Extranjeras, en la que se incluyó la posibilidad de que los cubanos residentes en el exterior invirtieran en Cuba, aunque en la práctica no han sido mucho los beneficiados con esta medida. Los residentes en Estados Unidos han sido los que han encontrado más obstáculos debido al entramado de leyes que conforman el bloqueo, tienen prohibido invertir en la Isla.

Asimismo se adoptaron criterios más flexibles para intelectuales y artistas que cumplían contratos en el extranjero e, incluso, se estableció una moratoria de cinco años para la entrada de aquellos cubanos que habían abandonada misiones oficiales y a los cuales, hasta entonces, no se les permitía regresar a Cuba.

En el mes de mayo de 2004 tendría lugar la Tercera Conferencia con la asistencia de 521 delegados de origen cubano, residentes en 49 países. En esta reunión se anunciaron varias medidas como: la entrada en vigor –había sido anunciada desde septiembre de 2003- de la eliminación del llamado Permiso de Entrada para ingresar al país, lo que permitiría a los emigrados cubanos entrar al a la Isla a partir del 1ro de septiembre de 2004 con un pasaporte habilitado cuantas veces los desearan, sin necesidad de ningún otro trámite, y permanecer en el mismo 30 días, prorrogables a otros 30; la creación de una nueva oficina, adscrita al MINREX, para atender a los cubanos residentes en el exterior, con funciones y atribuciones más amplias que las que tenía en ese momento la Dirección de Asuntos Consulares y de Cubanos Residentes en el Exterior; la decisión de otorgar becas universitarias para hijos de emigrantes cubanos; la creación de un programa de cursos de verano de idioma español, historia y cultura cubanas, especialmente diseñado para descendientes de cubanos residentes en el exterior y la adopción de nuevas medidas para hacer más expedito y seguro los procedimientos aduanales a los residentes cubanos en el exterior a la hora de entrar al país, incluyendo el sistema de valoración por peso del equipaje. En el marco de esta conferencia tuvo lugar también el Acto de Restitución de la Ciudadanía Cubana a siete ex integrantes de la Brigada Invasora de Playa Girón, quienes posteriormente habían mantenido durante años una conducta dirigida a la defensa de la soberanía de Cuba y su integridad territorial y a favor de la normalización de las relaciones entre la Nación y la emigración, así como de apego a su nacionalidad de origen.

El 16 de octubre de 2012 fue emitido el Decreto-Ley No.302, el cual modificó sustancialmente La Ley de Migración de 1976. “Las nuevas medidas migratorias anunciadas por decisión soberana del Estado cubano -explicaba la nota oficial del Granma- , no constituyen un hecho aislado, sino que se inscriben dentro del proceso irreversible de normalización de las relaciones de la emigración con su patria”. En ese sentido, entre las medidas más importantes comprendidas en la nueva ley se encuentran:

-Los cubanos pueden salir del país y permanecer por 24 meses en el extranjero sin perder su condición de residente en la Mayor de las Antillas. También pueden renovar su estancia en el exterior mediante el trámite correspondiente en los consulados cubanos y el pago de una tarifa mensual. Los que viajan bajo esta condición conservan todos sus derechos y propiedades en Cuba, incluido el puesto de trabajo durante el tiempo que estipula la ley o la pensión si fuese jubilado.
-Los titulares de pasaporte corriente no requieren permiso de salida del país ni carta de invitación por parte de las autoridades cubanas.
-Un grupo minoritario de personas quedó sujeto a regulaciones especiales para su salida del país, lo cual no implica una prohibición, sino que deben recibir la autorización correspondiente.
-Se aumentaron las causales de repatriación a las personas que salieron con menos de 16 años y los que hayan mantenido una posición consecuente de lucha contra el bloqueo y otras acciones a favor de la Patria. También se incluyen casos por razones humanitarias.
-Se extendió de 60 a 90 días el tiempo de permanencia temporal de los emigrados cubanos que visiten el país.
-Se permite la entrada al país para aquellos que salieron ilegalmente después de 1994, si llevan más de 8 años fuera, incluidos médicos y atletas que abandonaron sus misiones y equipos.
-Se derogó la Ley 989 que establecía el decomiso de los bienes de los que emigraban de manera definitiva, favoreciendo la fórmula ya establecida de permitir los traspasos de titularidad mediante venta cesión.

Como destaca Jesús Arboleya: “…se trata de un cambio trascendental respecto a lo establecido en el pasado. En primer lugar, porque elimina el concepto de “emigración definitiva” para definir este estatus, lo que abre la posibilidad de su modificación al menos hipotéticamente y, en segundo lugar, porque a partir de ahora nadie abandona el país en calidad de “emigrado definitivo”, como ocurría anteriormente, sino que este estatus solo puede asumirse por decisión propia, cuando una persona decida no cumplir con las reglamentaciones establecidas”. De esta manera la política migratoria cubana se acerca más a la llamada “emigración de circular o de retorno”, la cual puede llegar a convertirse en un espaldarazo para el desarrollo económico, científico y cultural del país.

Posteriormente, cumpliendo con lo planteado a partir del anuncio de la nueva política migratoria, de que se seguirían dando pasos en la actualización de la misma, el gobierno de Cuba anunció que a partir del 26 de abril de 2016, los cubanos, con independencia de su condición migratoria, podrán enrolarse como pasajeros y tripulantes en buques mercantes y cruceros para entrar y salir del territorio nacional.

Por su parte, el 28 de octubre de 2017, el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parilla, en el cuarto encuentro de cubanos residentes en Estados Unidos celebrado en Washington dio a conocer nuevas disposiciones:

-Eliminación del requisito de habilitación del pasaporte para los emigrados que viajen a Cuba
-Autorización de la entrada y salida a la mayor de las Antillas de ciudadanos cubanos residentes en el extranjero en embarcaciones de recreo, a través de las marinas turísticas internacionales Hemingway, en La Habana, y Gaviota Varadero, lo que se ampliará a otros puertos cuando estén creadas las condiciones.
-Permiso de entrada a Cuba de ciudadanos cubanos que salieron ilegalmente del país, con la excepción de aquellos que lo hicieron a través del territorio ocupado ilegalmente por EE.UU en Guantánamo.
-Eliminación del requisito de avecindamiento para que los hijos de cubanos residentes en otros países y que hayan nacido en el extranjero, puedan obtener la ciudadanía cubana y su documento de identidad.

Recientemente –en un hecho inédito en la Historia de la Revolución- se hizo pública la decisión de que los residentes cubanos en el exterior podrán participar en la consulta popular del proyecto de nueva Constitución para Cuba.

Todo lo antes señalado demuestra que el esfuerzo realizado, los riesgos corridos y la sangre derramada como la de Muñiz, Negrín y otros, como parte del proceso de diálogo de 1978 bajo el liderazgo del Comandante en Jefe, Fidel Castro, no fueron en vano. La patria sigue creciendo.

Por REDH-Cuba

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