La fractura entre el mandatario brasileño Jair Bolsonaro y la vanguardia artística e intelectual de ese país parece irreversible e insalvable. Se hizo visible en los meses de campaña electoral y, luego de la toma de posesión, se ha ahondado. No podía ser de otro modo: la mayoría de los artistas, escritores y académicos alertaron acerca de los peligros que implicaba confiar los destinos de la nación a un sujeto de su catadura moral, mientras Bolsonaro y sus más fieles partidarios nunca escondieron su aversión no solo por la izquierda, sino por todo lo que oliera a pensamiento liberal.

Bolsonaro ganó en las urnas. Margen escaso pero suficiente para detentar la presidencia. Sobre las claves del triunfo llueven los análisis en torno al desgaste de los gobiernos del Partido de los Trabajadores, las tramas de corrupción que involucraron a dirigentes de la izquierda, la satanización mediática y judicial de sus líderes, la concertación de las iglesias evangélicas fundamentalistas y el finalismo de la candidatura de Fernando Haddad, entre otros factores. Alguien apuntó con cierta razón que entre los votantes hubo quienes apostaron emocionalmente por el cambio, pero nunca pensaron las temibles consecuencias.

Los hombres y mujeres de la cultura lo tuvieron claro desde el principio y ahora mucho más. Bolsonaro eliminó el Ministerio de Cultura y lo subsumió en una cartera donde cohabita con Deportes y Ciudadanía. Ya el golpista de guantes de seda Michel Temer tuvo que dar marcha atrás cuando luego de la defenestración de Dilma Roussef osó eliminar de un plumazo la dependencia cultural. Bolsonaro se siente tan fuerte que no hará lo mismo. Sobre su determinación, la gran actriz Fernanda Montenegro expresó: “Nos esperan días tristes para la producción teatral. Es presumible nos traten como si estuviésemos fuera de la ley”. El célebre cantautor Gilberto Gil, quien ocupó la titularidad de Cultura en uno de los gabinetes de Lula, lamentó la eliminación del Ministerio: “Vamos a ver cuál será la política cultural del nuevo gobierno”, comentó con escepticismo. Chico Buarque de Hollanda, uno de los más respetados y populares creadores musicales brasileños, apostilló con ironía: “En vista de la calidad de los ministros de este gobierno, es preferible que la cultura no tenga ningún ministerio”.

Reproduzco parte del testimonio de la crítica de arte alemana Elizabeth Wellerhaus, redactora de la revista Contemporary and (C&), de visita en Sao Paulo durante los primeros días de este año, revelador acerca del clima que vive la cultura en esa ciudad después de la ascensión de Bolsonaro: “Cuando me quedo junto a dos estudiantes guías frente a una vitrina con fotos de Hannes Meyer, de pronto adoptan una actitud muy discreta. Me hacen saber que Meyer era arquitecto y director de la Bauhaus, pero omiten su postura comunista, que le costó el cargo. Cuando les pregunto por ese tema, miran a su alrededor con recelo. Solo cuando parecemos estar solos, cuentan que prefieren no tocar el tema ante los visitantes. Que ya en la campaña Bolsonaro agitó los ánimos contra todo lo que fuera de izquierda. Dicen que tienen miedo de que los visitantes los filmen diciendo algo ‘equivocado’. Igual que los docentes, que ahora se sienten inseguros por culpa del programa Escuela sin Partido, que llama a despolitizar las ciencias sociales. Los estudiantes cuentan que, en las etapas previas a la elección, en algunas universidades se prohibieron eventos a favor de la democracia. Y también lo que hizo uno de ellos cuando vio en el metro a tres jóvenes que llevaban banderas con la esvástica, a saber: nada. ‘Cuando quise denunciarlo, me dijeron que tenía que registrarme online’, dice el estudiante. El temor a que en estos tiempos su postura política se hiciera pública en Internet le impidió actuar”.

Más adelante escribió: “Sus miedos coinciden con reacciones que se dan dentro de la escena artística. En la casa de enfrente del proyecto Bauhaus se inauguró hace poco una exposición que aborda críticamente la historia de los medios en Brasil. En el centro del espacio hay colgado un enorme retrato de Lula. ‘Estábamos seguros de que en muy poco tiempo estaría en el piso delante de nosotros hecha pedazos’, cuenta la curadora Anna Maria Maia. La imagen todavía está allí. Pero el miedo avanza en todas las direcciones. De pronto una integrante de una institución cultural alemana se preocupa porque su abuelo fue secretario del Partido Comunista; su compañero de trabajo, porque tal vez los pantalones de colores revelarán su condición de gay. Los artistas apagan los celulares cuando hablan de política, y los sponsors retiran el apoyo si consideran que se hieren los ‘valores tradicionales’. Entre tanto, los partidarios de Bolsonaro difunden en las redes sociales teorías conspirativas sobre los peligros de una izquierda internacional. Persiguen una política clientelista rigurosa y dan la impresión de querer frenar del modo que sea los tímidos intentos de redistribución del Partido de los Trabajadores”.

Durante la campaña electoral, Bolsonaro casi nunca habló de temas culturales. Digo casi, porque entonces y desde antes habló de su libro de cabecera, La verdad sofocada (2006, primera edición). Esa es su biblia, un panfleto escrito por el coronel Carlos Alberto Ustra Brilhante (1932-2015), calificado y condenado por la práctica de la tortura durante la época del régimen dictatorial. Brilhante pretendió justificar la represión bajo el pretexto de que solo así se pudo salvar, en su momento, la patria de las amenazas comunistas.

Natalia Viana, codirectora de la Agencia Brasileña de Periodismo de Investigación, escribió el pasado 10 de enero: “Bolsonaro comienza su gobierno como prometió: besando la cruz y el uniforme militar”: Solo faltó añadir: con Brilhante como paradigma.

Fuente: La Jiribilla