La izquierda necesita un mecanismo de contrapropaganda ágil, inteligente, capaz de desmontar falsedades. La verdad ha de ser, no solo más viril, sino también más viral que la mentira.
Por Noel Alejandro Nápoles
Fuente: La Jiribilla
Las mentiras, hijo mío, se descubren enseguida,
porque las hay de dos clases: las mentiras que tienen
las piernas cortas y las mentiras que tienen la nariz larga…
Carlo Collodi, Pinocho
Lo que sucede hoy en Venezuela reclama la actualización de la teoría sobre el imperialismo. El libro de Lenin ha sido desbordado por la historia. El hecho es que, desde mediados del siglo XX, la base económica del imperialismo ha mutado y en consecuencia ha surgido una superestructura que la refleja y la refuerza. Este es un tema que he abordado en ocasiones anteriores[i] y que ahora solo tomo como punto de partida.
Estamos ante un imperialismo de nuevo tipo, que incluye al anterior pero lo supera en complejidad. Este neoimperialismo se caracteriza, a grandes rasgos, por lo siguiente:
1. El capital global y la globalización capitalista. El vertiginoso desarrollo de los medios de comunicación, desde el inicio del siglo XX, potenció el rol del capital comercial, el cual, poco a poco, se fue articulando con el capital financiero (fusión del bancario con el industrial) hasta crear el capital global con su respectiva oligarquía. Esta unión de las tres formas del capital en un solo haz es la base de la globalización capitalista.
2. Los monopolios de la información y la hegemonía. La posibilidad real de manipular no solo la oferta sino la demanda, determina el protagonismo, entre los monopolios tradicionales, de los monopolios de la información. Estos informan noticias que deforman la realidad, con el objetivo de conformar una opinión pública incapaz de reformarla y mucho menos de transformarla. La misión política de los monopolios de la información es fabricar el consenso a favor del capital, es decir, convertir su dictadura en hegemonía.
3. La exportación de ideas y el empirismo comunicativo. A la exportación de mercancías y capitales se le ha sumado la exportación de ideas. Para ello se traza una política mediática que refuerza mensajes que hacen hincapié en los sentidos y la comunicación, en detrimento de la razón y la práctica. Este empirismo comunicativo, capaz de convertir a las personas en receptores pasivos de información, constituye el complemento ideal de la exportación de modelos ideológicos.
4. El reparto cultural del mundo y las guerras en 3D. El reparto del mundo no solo es económico y territorial sino, sobre todo, cultural. Su axioma es elemental: quien controla las mentes domina los territorios y los mercados. En consecuencia, las guerras se hacen en tres dimensiones, es decir, se dirigen hacia el control de zonas estratégicas, la explotación de recursos naturales y el derribo de obstáculos ideológicos que frenen lo anterior. Todas las guerras imperialistas de la historia han apelado a un pretexto; lo nuevo en este caso es la posibilidad real que tienen los monopolios de la información de engañar a la opinión pública.
Dicho de una vez, el neoimperialismo es la época del capital global, en la que los monopolios de la información exportan su ideología y se reparten el mundo culturalmente, mediante el empirismo comunicativo y las guerras en 3D, con el fin de garantizar la hegemonía y la globalización del capital a escala planetaria. Solo hay que tener en claro una cosa: el neoimperialismo, no por nuevo, deja de ser imperialismo. Es solo un nivel de mayor complejidad, el cual exige un enfoque integral.
Lo que sucede hoy en la República Bolivariana de Venezuela es un ejemplo típico de guerra en 3D. Pero pongamos el texto en su contexto para evitar pretextos.
La cruzada contra el terrorismo iniciada por la administración Bush en 2001 tuvo como justificación los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, que fueron el pie forzado para la cacería de Al Qaeda. Luego vinieron las guerras contra Afganistán, Irak, Libia y Siria, así como la escalada contra Irán, cada una según un pretexto particular: ocultar a Bin Laden, poseer armas de destrucción masiva, producir armas nucleares, etcétera. Esta cruzada fue una guerra neoimperialista porque no solo pretendía controlar una zona estratégica y sus recursos petroleros, como se ha dicho una y otra vez, sino sobre todo derribar la Gran Muralla del Islam, que frena la penetración cultural de Occidente en el mundo musulmán. Esto se hizo particularmente evidente en el caso de Irak, donde no por casualidad se destruyeron y saquearon bibliotecas, museos y sitios arqueológicos: había que destruir un símbolo, desmontar la cuna de la civilización occidental, terminar en Bagdad la historia que empezó en Súmer. La guerra en 3D persigue, a corto plazo, un lugar; a mediano plazo, un recurso; a largo plazo, una idea. Tal es el esquema.
Mientras los gobiernos norteamericanos de turno se concentraban en el Oriente Medio, la izquierda fue ganando terreno en América Latina. Nada más que se levantó un poco la bota norteamericana, y los pueblos latinoamericanos, como si fuese su tendencia natural, giraron a la izquierda. Fue entonces que surgieron y empezaron a consolidarse procesos populares como el de Chávez en Venezuela, el de Correa en Ecuador, el de Evo en Bolivia, el de Mujica en Uruguay, el de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, el de Lula y Dilma en Brasil y el de Daniel Ortega en Nicaragua. Hubo intentos de subversión contra Chávez y Correa, más un golpe de Estado a Zelaya en Honduras, es cierto; no obstante, la tendencia histórica estaba a su favor.
Pero a finales del gobierno de Obama, y sobre todo desde que apareció la administración Trump, se ha venido desplazando el centro del interés norteamericano nuevamente del Oriente Medio a América Latina. A consecuencia de ello, el panorama ha ido cambiando. En casi todos estos países se ha producido un viraje a la derecha o se han creado crisis que han puesto en jaque a los gobiernos de izquierda. Hemos tenido de todo: traiciones al más alto nivel, como la del ecuatoriano Lenín Moreno y la del uruguayo Luis Almagro en la OEA; muertes dolorosas, como la de Chávez y la de Fidel; golpes de Estado legales, como el aplicado a Dilma, y encarcelamientos, como el de Lula en Brasil; votaciones populares a favor de la ultraderecha, como en Brasil y Argentina; persecuciones contra expresidentes, como sucede con Cristina y Correa; manifestaciones agresivas, como las de Nicaragua; y se han ensayado todas las técnicas de subversión contra la revolución bolivariana que lidera el presidente constitucional Nicolás Maduro.
La arremetida actual contra Venezuela tiene todas las coordenadas de una guerra en 3D. Para el neoimperialismo norteamericano esta guerra es necesaria porque Venezuela posee enormes reservas petroleras certificadas, funciona como pivote entre la América del Sur y el Caribe, y sobre todo ha liderado la izquierda latinoamericana en las últimas décadas. Lo otro es hacerla posible a partir de la creación de cuatro crisis escalonadas:
1. Se confiscan las propiedades de PDVSA en EE. UU. y se bloquean las cuentas bancarias del Estado en terceros países, con el objetivo de desatar una crisis económica.
2. Una vez que esta situación impacta al pueblo venezolano, se produce una crisis social que el propio gobierno bolivariano debe afrontar.
3. Dicha crisis es magnificada por los medios de comunicación y se activa la matriz de opinión de que existe una “crisis humanitaria” en Venezuela.
4. Se apela a organismos internacionales como la OEA y la ONU para justificar una invasión y crear una crisis militar, que permita derrocar a Maduro.
Pero, además, aquí están todos los ingredientes del neoimperialismo. El capital global es un iceberg que apenas deja ver la cara del multimillonario inglés Richard Branson, organizador del concierto de música en la frontera de Colombia y Venezuela. A través de él, los grandes monopolios de la información tratan de fabricar un consenso contra la Revolución bolivariana, apelando a un show que involucra a cantantes de habla hispana que arrastran multitudes. La necesidad militar se disfraza de placer musical. Es lo que un periodista cubano llamó certeramente “complejo militar-musical”.
Sin embargo, todo el montaje, toda la hegemonía construida, se les derrumba en treinta segundos, cuando la española Arantxa Tirado publica en la web las imágenes de un establecimiento de McDonald´s, en Caracas, donde la gente merienda en paz. Entonces, el neoimperialismo se quita la careta y aparece el verdadero rostro de la dictadura, persiguiendo con saña a la española que osó retar su poder omnímodo.
Hay ciertos corolarios en todo esto que debiéramos aprender de memoria:
1. La primera línea de combate hoy es el ciberespacio. Recuérdese lo que Lula le confesó a Frei Betto, acerca de que no habían sabido manejar la web tan bien como la derecha brasileña. Solo una izquierda diestra en internet puede contrapesar a la siniestra derecha.
2. El neoimperialismo, en gesto biónico, imita a la naturaleza, que convierte la necesidad de preservar la especie en el placer del sexo. Esa es la base de su hegemonía.
3. No basta con decir la verdad, hay que saberla decir con ciencia y con arte, hacerla profunda y amplia, pero también disfrutable.[ii]
4. Si la escuela de hoy no enfatiza en obtener el conocimiento a partir de la práctica y la razón, estaremos contribuyendo a crear receptores pasivos de información, víctimas de la estrategia mediática, que explota los sentidos y la comunicación.
5. Un pueblo incapaz de razonar su práctica histórica es vulnerable a la manipulación de los medios.
6. La principal zona de combate no es la trinchera ni el congreso, es la familia. Es en ella donde se ganan o se pierden los debates decisivos.
7. Las fake news son true lies. La propaganda neoimperialista es una mentira construida a base de noticias falsas, pero funciona.
8. La izquierda necesita un mecanismo de contrapropaganda ágil, inteligente, capaz de desmontar falsedades. La verdad ha de ser, no solo más viril, sino también más viral que la mentira.
9. Los medios temen a la razón y a la práctica porque saben, por experiencia histórica, que la revolución es el arma más poderosa de la verdad y que la verdad sigue siendo el alma indiscutible de toda revolución.