No todo gira hacia la derecha en América Latina. Previo al triunfo de Bolsonaro en Brasil, Antonio Manuel López Obrador, más conocido por sus siglas AMLO, candidato del Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) derrotó a sus adversarios derechistas en primera vuelta, con más del 54% de los votos válidos. AMLO lidera una propuesta de gobierno que se autodefine de izquierda, que convoca a resistir las reformas neoliberales y las políticas antipopulares basada en un programa progresista con objetivos sociales definidos y un papel del estado acorde con ello.

Ambos hablan del papel del estado como un elemento central que define la orientación de sus políticas, pero uno, Bolsonaro, para achicarlo y otro, AMLO, para transformarlo frente al desafío social que tiene la economía y la sociedad mexicana por delante.

Ambos hablan de abatir la corrupción, pero AMLO la tiene muy bien delineada, de tal forma que el financiamiento de buena parte de su programa de protección social está afincado en los recursos que de la menor corrupción surgirán. Bolsonaro habla de la corrupción como un instrumento de política electoral, y seguramente seguirá hablando y actuando para justificar muchas cosas, y para mantener a Lula preso. De ahora en adelante, ¿quién le pone el cascabel al gato? El juez Moro ya cumplió su papel, y ahora es ministro. Por lo que la corrupción “desaparecerá” o en realidad ya no será investigada (excepto la que ya pasó), más allá que la historia ha demostrado que las diversas formas de fascismo y/o dictaduras, suelen estar vinculadas a graves delitos de Estado.

DOS PUEBLOS EMPOBRECIDOS POR EL NEOLIBERALISMO

Los dos colosos del continente enfrentan un período crítico en todo sentido, en la economía, en lo social y en la política. Brasil con 210 millones de habitantes, tenía (al 2017, Fuente CEPAL y BID) 16 millones de desempleados y 41 millones de pobres e indigentes, pues volvieron a incrementarse en los tres años de gobierno de Temer. México en el mismo año (Fuente ídem), tiene 130 millones de habitantes, de los cuales 2 millones y medio no encuentran trabajo, sumado a que un altísimo porcentaje de los ocupados lo hace de manera informal (un tercio de los empleados, 17 millones de personas en empleos vulnerables), y 77 millones (68%) viven en la pobreza o en la indigencia según la CEPAL. Números terribles.

El cuadro Nº 1 nos permite comparar resultados de los Gobiernos del PT en Brasil (Lula-Dilma) con los de los gobiernos del PAN-PRI en México. Por ejemplo, en 2004 en Brasil había 63 millones de pobres y en México 38.5 millones. Luego de una década, en Brasil había 27 millones de pobres y en México 51. Los números se habían invertido. La indigencia en Brasil tuvo similar comportamiento, pero en México si bien aumentó hacia el 2014, bajo en igual proporción que se incrementó la pobreza en los 3 últimos años.

El panorama comenzó a cambiar a partir de 2014, en un nuevo escenario mundial y regional, que será uno de los motivos de los cambios políticos e institucionales de carácter tan diferente como los que se dieron en México y Brasil.

El Brasil que hereda Bolsonaro no es, como se intenta mostrar en un planteo simplista, el Brasil de Dilma, sino que recibe el Brasil que comenzó a transformar Temer luego de derrocar judicialmente a Dilma Rouseff. En 3 años de gobierno Temer duplicó el número de desempleados y el monto de la deuda pública alcanzó un nuevo record, llevando el déficit fiscal del sector público brasilero a más del 7% del PBI. Es un anticipo de lo que puede pasar, del futuro, en la medida de que Bolsonaro impulsa el mismo modelo de política económica y social.

El México que hereda AMLO es una economía que crece poco en comparación con el crecimiento de su población, y un aumento de la deuda pública que limita las posibilidades de financiamiento de sus planes sociales, imprescindibles en un país tan empobrecido.

EL PROGRAMA DE AMLO-MORENA

El presidente electo de México, líder del MORENA, inicia una etapa que, de acuerdo a sus principales definiciones programáticas, sería muy similar a la que recorrieron en sus comienzos los gobiernos progresistas sudamericanos. Su principal desafío, superar la debacle económica, social y política originada en la aplicación de las políticas neoliberales. Con ese objetivo proponen llevar adelante un Nuevo Modelo Económico

Se define este Nuevo Modelo Económico, bajo la consigna de “La Revolución de las Conciencias”, como un conjunto de políticas destinadas a “incrementar el bienestar de la población” poniendo los énfasis en las políticas sociales con una fuerte impronta de combate a la discriminación, apostar a la participación con nuevos protagonistas en el desarrollo nacional: trabajadores en general e indígenas y mujeres en particular.

En ese sentido aparece como un tema central el fortalecimiento del mercado interno, un componente del crecimiento y del desarrollo económico llamado a tener una incidencia muy importante. De esta manera el Salario Mínimo Nacional tendría un importante aumento, junto al desarrollo de iniciativas para promover el empleo, la formación en carreras tecnológicas para aumentar la oferta de fuerza de trabajo capacitada, becas de estudio, pensiones no contributivas para personas en niveles de pobreza. Aquí también resalta el compromiso de acabar con los monopolios de la distribución y los precios abusivos que de ellos provienen.

México tiene un serio problema alimentario, con un sector agrícola afectado por tratados de libre comercio con sus poderosos vecinos norteños, y orientado a la exportación. La agricultura por tanto sería un sector planificado para constituirse en un motor de crecimiento, para disminuir la pobreza mejorando el acceso de la población a los alimentos (soberanía alimentaria), y reducir la dependencia de las importaciones. Es increíble constatar que en el ejercicio del libre comercio irrestricto México actualmente importa el 98% del arroz que consume, el 55% del maíz y el 43% del trigo. Mucho habrá que trabajar para levantar tales obstáculos, con la expansión de la pequeña y mediana producción campesina, precios de garantía y crédito para los productores agrícolas, producción de fertilizantes, y el rechazo a los transgénicos (especialmente en el maíz, el bien más preciado en la cultura alimentaria mexicana).

El mercado interno tiene un componente esencial, la masa salarial compuesta por el empleo y el nivel de los salarios. Serán impulsados los salarios justos y la democracia sindical, abatiendo la injerencia del estado en las organizaciones sindicales (propia de los gobiernos del PRI) y promoviendo el dialogo social. No hay un compromiso expreso acerca de la mediación del estado en dicho diálogo y en la promoción de la negociación tripartita, un faltante que deberá promover el movimiento sindical. La intervención estatal se situaría en la fijación del salario mínimo.

El otro componente importante de la demanda interna es el propio aparato estatal. Aquí el énfasis está ubicado en la inversión pública, visto como defensor de áreas estratégicas, especialmente en infraestructura, energías renovables, ejes de comunicación vial, banda ancha, todos componentes imprescindibles de la competitividad a escala nacional. Se destaca la intención de ponerle fin a la privatización de PEMEX (Petróleos Mexicanos, creada por Lázaro Cárdenas en 1938), de CFE (Comisión Federal de Electricidad) y a la entrega del territorio a empresas mineras. Las empresas públicas han sido un puntal fundamental en la propuesta de crecimiento con distribución de los países progresistas. Aquí un nuevo desafío pero a la vez un hecho casi inverosímil: la gasolina es el principal rubro de las  importaciones mexicanas. Por tanto la apuesta es a la industrialización y la multiplicación del poder de refinación del petróleo.

El gasto corriente del estado será también importante, especialmente en las áreas donde la deuda social se afinca con mayor fuerza, la educación y la salud. Por tanto objetivos como la educación gratuita y la salud universal deberán ser financiados. No hay una reforma tributaria estructurada en el programa del MORENA. Los planes sociales y la inversión pública se preve financiarlos con una política austera que detenga el despilfarro en otros gastos corrientes, mediante el combate a la corrupción y con el aporte adicional proporcionado por un mayor crecimiento económico[1]. De esta forma no se anticipan aumentos de impuestos ni creación de impuestos nuevos, manteniendo el tope del impuesto a la renta en 35% y del IVA en 16%, aunque se anuncia una mayor progresividad para que “las grandes corporaciones y los más ricos paguen más”, y disminución del IVA a medicinas y alimentos.

El Banco de México mantendrá su autonomía (desde 1994 no es una dependencia de la Administración Pública Federal), continuando con una política antiinflacionaria estableciendo metas de inflación a través de la política monetaria, cambiaria y de tasas de interés, en un marco fiscal que se propone de cero déficits sin aumento de la deuda pública. Tampoco hay referencias claras al manejo de la deuda externa, aunque el objetivo parece ser mantener su nivel como porcentaje del PBI.

En síntesis, un conjunto de políticas transformadoras en lo que hace a la distribución del ingreso, la participación del estado en la economía y en la regulación y como garante de derechos y proveedor de bienes públicos, y planificando un mayor crecimiento económico en base a la diversificación de su economía y el fortalecimiento de la agricultura. Un modelo de política desde la administración del aparato del estado,  sin control de los principales resortes del poder  económico ni mediático, algo que también lo asimila al resto de las propuestas progresistas del continente.

EL PROGRAMA DE BOLSONARO-PLS

El programa de Bolsonaro y el Partido Social Liberal (PLS), denominado “Proyecto Fénix”,  es la antítesis de “La Revolución de las conciencias” de AMLO-MORENA, en la medida de que implica continuar con la restauración neoliberal iniciada por Temer a partir del derrocamiento de Dilma Roussef. Y esta propuesta sí que cuenta con el apoyo del poder económico brasilero, de la derecha del continente y por supuesto de EE.UU.

Si observamos su programa descubrimos rápidamente la naturaleza de estos apoyos. Su principal objetivo es promover la libertad de la iniciativa privada en un entorno de mercados desregulados (en particular el de fuerza de trabajo) garantías al libre uso de la propiedad privada y apertura económica al exterior. Este programa que algunos caracterizan de ultraliberal por sus definiciones en otras áreas, requiere de “menos estado”, que regule menos y que cobre menos impuestos.

La situación fiscal pasa entonces a ser el principal problema. En este ámbito lo más difundido ha sido la propuesta de disminución de ministerios, promoviendo una muy peligrosa concentración de poder ministerial, el recorte de gastos y de la nómina de sueldos. En segundo lugar la reforma previsional, reorientando el sistema de pensiones hacia la capitalización, que tendrá, como en Uruguay, un gran costo inicial para el estado y luego para la población.

También se propagandeó la lucha contra la corrupción. Pero esto no figura en los planes del futuro ministro de economía Paulo Guedes (uno de los Chicago Boys de la dictadura de Pinochet), como sucede con el programa del MORENA mexicano. La corrupción en Brasil se constituyó en un motivo político para ganar las elecciones, y luego seguir investigando lo mismo para ocultar falencias de resultados, como hace Macri en Argentina. Pero no está integrada al programa económico de gobierno.

En un programa donde el déficit fiscal es lo primero, la reforma tributaria no podía estar ausente. Lo cierto es que se reducirán los impuestos a la renta para el tramo de más altos ingresos (los más ricos) de 27,5% a 20%, invirtiendo la proclama progresista de tal forma que para Bolsonaro el objetivo es “QUE LOS QUE PAGAN MAS PAGUEN MENOS”. Esto se financia con un aumento del impuesto a las sociedades y a los dividendos (que hoy están exentos).

El otro recurso  para bajar el déficit público y pagar la deuda externa son las privatizaciones de las empresas públicas, entre las cuales se encuentran las refinerías de PETROBRAS, el Banco do Brasil, desestatización del gas natural, trenes, puertos y aeropuertos. Como podemos apreciar, la acumulación de diferencias con las políticas a implementarse en México crece cada vez más.

Para retomar el crecimiento, nada de mercado interno, solo apertura y crecimiento hacia el exterior, para lo cual el MERCOSUR dejó ya de ser una prioridad. “Los países abiertos son los más ricos” dicen Bolsonaro y su economista Guedes, invirtiendo nuevamente los términos. En realidad los países desarrollados se abrieron al mundo una vez que fueron ricos, nunca antes. En virtud de esas creencias, el futuro de Brasil es el alineamiento a EE.UU.

Para retomar el crecimiento, en el credo neoliberal, nada mejor que bajar salarios, reglamentar sindicatos, flexibilizar los contratos de trabajo, facilitar los despidos, eliminación del aporte sindical. Son los clásicos planteos  de “fomento del empleo” donde la víctima (el trabajador desempleado) pasa a ser el victimario. Veamos un ejemplo: habrá una Carta de Trabajo Azul y otra Verde-Amarilla. La Azul mantiene el ordenamiento jurídico tradicional actual y la Verde-Amarilla será un contrato individual que prevalece sobre el contrato colectivo. ¡El sueño del pibe!!  negociar empresa con cada trabajador por separado.

En cuanto a políticas sectoriales, el programa de Bolsonaro-PSL solamente menciona como sujeto de apoyaturas especiales al sector agropecuario, sin duda el origen de una de sus principales bases electorales. La primarización de la economía brasilera, otrora un gigante industrial, no está aislada de los resultados electorales que llevaron a la extrema derecha nuevamente al poder. Allí se mantuvo el corazón del conservadurismo en Brasil que ahora tendrá “seguridad rural” (seguramente contra el MST- Movimiento de los Sin Tierra), inversiones en logística y apertura de nuevos mercados externos.

En la macroeconomía, seguirá la meta fiscal a la cual se atan los demás equilibrios, metas de inflación y tipo de cambio flexible.

En síntesis, una restauración neoliberal que deja bien claro que consiste en hacer más ricos a los más ricos, concentrando poder económico privado, disminuyendo al Estado, y tal vez produciendo algún “derrame” de ingresos para alguna otra parte de la población. En este plano el populismo de Bolsonaro llega a extremos ridículos: propone una Renta Básica Universal mayor que la Bolsa Familia de Lula, cuando lo que más le importa es recortar gastos y disminuir impuestos.

MEXICO Y BRASIL, DOS RUMBOS DISTINTOS Y UN FUTUROS INCIERTO

Están claro los dos rumbos distintos. ¿Por qué con futuro incierto? En el caso de México, las dificultades de llevar adelante un programa progresista vienen de la mano de la existencia de un vecino ultra liberal como el gobierno de Trump, luego de una campaña electoral con una violencia nunca vista antes, y la oposición de las principales corporaciones mexicanas nucleadas en el Consejo Mexicano de Negocios liderado por Carlos Slim.

En el caso de Brasil, porque se trata de un programa inconsistente, que a pesar del amplio apoyo electoral (hoy ya debilitado) y del poder económico, su raigambre neoliberal tiene muchas posibilidades de desencadenar la peor crisis de nuestro vecino norteño, como ya ha sucedido tantas veces en tantos lugares, y está sucediendo en el propio Brasil donde hasta el FMI alerta sobre la posibilidad de que su endeudamiento llegue al 100% del PIB en los próximos años, previendo un crecimiento no mayor al 1,8% para el 2019 y que la Deuda Bruta superaría ya el 90% del mencionado indicador.

Nota:

[1] El equipo económico de MORENA ha estimado en 20.000 millones de dólares (30% del PBI de Uruguay) los recursos provenientes del ajuste del despilfarro y del combate a la corrupción en el estado mexicano.

Una primera versión de este artículo fue publicado en la Revista EconomiaPolitica.uy Nº9 AÑO I Noviembre 2018, Montevideo, y en el portal www.economiapolitica.uy, en el mismo mes y año.

Por REDH-Cuba

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