Quedará en el baúl de los recuerdos del folklore político argentino el reto de patrón de estancias que nos propinó Macri a las y los argentinos al día siguiente de la paliza electoral que recibió en las PASO (elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias) del domingo 11 de agosto. Luego de abandonar el dólar a su suerte pudiendo intervenir desde el banco central para regular su precio como lo dicta el acuerdo con sus jefes del FMI, volver a aumentar locamente las tasas de interés y generar la caída en la bolsa, nos echó la culpa de todo eso a las y los electores porque votamos mal, y al kirchnerismo por el gobierno que tuvo hace 4 años y el que tendrá a partir de diciembre. Pero de todas las barbaridades que dijo, hay una que resaltó mas porque constituye el anhelo político de la clase dominante para un país presidencialista con un importante grado de desarrollo capitalista, dependiente, claro, como la Argentina. A saber, que tenemos que ser como Chile donde, con un férreo control social, vigilancia y disciplinamiento, la sociedad vota entre dos opciones que se disputan la administración del mismo modelo neoliberal: el heredado de los Chicago boys de Pinochet.
Si analizamos las propuestas que se disputaron en cada batalla electoral presidencial desde el regreso de los procedimientos democráticos en 1983, tendremos herramientas para ver si, como dice el presidente caído en desgracia, estuvimos mejor cuando éstas consistían en elegir quienes iban a administrar el mismo modelo de concentración del capital y despojo del pueblo o cuando se pusieron en confrontación dos modelos diferentes de país. Hagamos historia.
1983: democracia o dictadura
A la salida de la dictadura cívico militar, en 1983, por supuesto que la contradicción “democracia o dictadura” teñía el clima político de la época. Y el pueblo elector tendió a apoyar a aquella opción que entendía podía fortalecer mas una nueva institucionalidad democrática y el respeto a los derechos humanos.
Después de la llamada “primavera democrática” con su auge en el juicio a las juntas militares, los tibios intentos reformistas del alfonsinismo espantaron al Dios de Macri: el mercado, que necesitaba culminar el plan económico que la dictadura había comenzado.
Así la llamada “patria contratista” (grandes grupos económicos enriquecidos con el terrorismo de estado entre la que tuvo un lugar predilecto la famiglia Macri) generó un proceso hiperinflacionario que precipitó la salida de Alfonsín y mediante el shock social creado por la virtual desaparición del dinero y del salario (principales mediaciones de las relaciones sociales en el capitalismo) posibilitaron el retorno del proyecto oligárquico en 1989, de la mano de un peronismo metamorfoseado por aquel. Como bien lo ha explicado la economista venezolana Pasqualina Curcio, la hiperinflación es un arma imperial.
1989: hiperinflación o estabilidad
El proyecto neoliberal que se asentó con la convertibilidad, la liberalización del comercio exterior y el proceso de privatizaciones a partir del 91, tal como el que tuvimos que soportar durante los últimos 4 años, consistió fundamentalmente en acelerar la concentración y centralización del capital, entregando los bienes sociales y naturales a los monopolios extranjeros y generando condiciones para maximizar la explotación del trabajo. Lo que multiplicó la “población sobrante” desde el punto de vista del capital.
De manera que en el 89, la batalla electoral se construyó desde las usinas del poder apelando a la vieja figura de “yo o el caos”, es decir: “hiperinflación o estabilidad”. Bajo esa trampa se disputaron las elecciones en toda la década del 90.
1995 y 1999: la administración del modelo neoliberal
Así el fantasma de la hiperinflación y el caos utilizado como arma de terrorismo económico para ocultar la fenomenal transferencia de ingresos hacia el capital mas concentrado, inclinó la balanza popular a favor de su verdugo en 1995, así como en las elecciones de medio término del 97, en las que irrumpió la Alianza entre el viejo radicalismo y el nuevo FREPASO que venía a reciclar al bipartidismo para disputarse durante 10 años con ese PJ prostituido quién administraría el mismo modelo neoliberal.
Al igual que en las presidenciales de 1995, en las de 1999 se jugó la misma batalla y asumió un rápidamente desgastado Fernando de la Rua, que nos recuerda a Macri por su desconexión con la realidad, por tener al FMI como única utopía y por el rápido descreimiento popular que se gana. Es importante mencionar que el repudio popular al modelo neoliberal y quienes lo administraban se expresaron en las urnas en las elecciones legislativas de 2001 con el boom del llamado voto bronca (en blanco o anulado). De la Rua será recordado por haber huido en helicóptero, como otros presidentes latinoamericanos que hambrearon a los pueblos, en medio de una insurrección popular con la que escribimos historia y un profundo quiebre al interior de las clases dominantes.
La aguda crisis económica y de representación política (crisis hegemónica) y los reclamos populares que emergieron de ese proceso de lucha modificaron los escenarios electorales.
2003: valorización financiera vs productivismo exportador, y la sorpresa: golpe de timón hacia el proyecto nacional y popular
Parafraseando a Mao Tse Tung, al igual que en la lucha de clases, cuando ésta se canaliza hacia el terreno de la lucha electoral, también se expresan contradicciones fundamentales, principales y secundarias. Es entonces que en las presidenciales de 2003 la batalla electoral principal versó entre, por un lado, quienes bajo la candidatura del viejo carcaman, Menem, apostaban a volver a la entrega de soberanía a lo que en ese entonces llamaban “primer mundo” y que hoy el tristemente presidente argentino llama “el mundo” a secas -los grandes capitales financieros transnacionales y sus mandamases como Trump y el FMI- y quienes, por otro, planteaban un modelo económico de corte productivista pero orientado a la exportación, tal cómo lo expresaba su principal referente, Eduardo Duhalde.
Este modelo conllevaba también un alto ajuste sobre lo que el capital denomina “costo laboral”, o sea, nuestros salarios y condiciones de vida y de trabajo, para “mejorar” la competitividad en el mercado internacional, además de la devaluación ya instaurada desde su mandato como presidente transitorio en 2002. Es decir que ya se esbozaban modelos diferentes comandados por diversas fracciones de las cúpulas burguesas, pero ninguno que pudiera beneficiar a las mayorías.
Sin embargo, el ganador con solo el 22% de los votos positivos en primera vuelta electoral, Néstor Kirchner, nos dio una sorpresa muy grata a todos los y las argentinas desobedeciendo a quien lo había llevado a candidatearse a la presidencia -Duhalde- y orientando, en cambio, el comando del Estado hacia un proyecto nacional que redinamizó el mercado interno y la producción mediante la redistribución de la riqueza.
Además, demostró su vocación soberana con los cambios simbólicos fundamentales que recuperaron nuestra dignidad y soberanía en el plano político internacional con el fuerte impulso a la integración y unidad en Nuestra América. Tanto que desde la derrota del ALCA en 2005 a esta parte, en las batallas electorales el poderoso contendiente del proyecto nacional -y cada vez queda mas en evidencia- es el gobierno estadounidense.
2007 y 2011: la continuidad del proyecto nacional y popular vs. proyecto oligárquico neoliberal
Por supuesto que en 2007, entonces, la batalla electoral se jugó por la continuidad del proyecto nacional, mientras las fuerzas oligárquicas trataban de reagruparse y rearmarse
a duras penas alrededor de la construcción mediática de la “inseguridad” personal, pero sin lograr atar cabos y construir una idea fuerza que aglutinara a más voluntades en una base social consolidada, lo que sí lograrían a partir de la utilización política del suicidio de Nisman en enero de 2015. En las elecciones presidenciales de 2011 volvió a jugarse la continuidad del proyecto nacional y tuvimos la fuerza y la dicha (ayudada por la dispersión del enemigo) de poder darle continuidad 4 años más, en todo caso disputando internamente hacia dónde profundizar el proyecto nacional por un lado, y quién administraría en lo sucesivo dicho proyecto, lo que llevó a la perdida de aliados clave, como sucedió con una parte fundamental del movimiento obrero organizado.
2015: proyecto nacional y popular vs. retorno de la oligarquía neoliberal. La misma batalla, otro escenario
Sin embargo, para 2015 la nueva contienda electoral presidencial ya contaba con otro escenario. Una derecha con una base social consolidada y refrendada, lamentablemente, con el ascenso social sin formación política de masas, luego de 12 años de gobierno nacional y popular con el desgaste que ello implicaba, el agudo trabajo de la “embajada” y el departamento de estado norteamericano con sus usinas de manipulación mediática, sus campañas segmentadas de big data y la formación de cuadros en la nueva escuela de las Américas jurídica, política y periodística, se encontraban en mejor posición para disputar el gobierno nacional.
De esta manera, en una región en la que se configuraba otra correlación de fuerzas desfavorable para los pueblos y gobiernos populares, coronada luego con la destitución golpista de Dilma Rousseff en Brasil, la batalla electoral en las presidenciales argentinas volvió a centrase en la disputa entre el proyecto nacional de soberanía política y económica y el retorno al neocolonialismo de la mano de la renovada sociedad entre las oligarquías, ahora financieras, y el capital monopólico trasnacional, sobre todo estadounidense. Pero esta vez, aunque por una ínfima diferencia, se perdió la lucha electoral, abriéndole paso al comando del capital más concentrado al manejo directo del aparato del estado. Único caso en la región en este ciclo progresista que se desalojó a un gobierno popular por el voto, pues el resto fueron desalojados por golpes de estado o traiciones.
Se ha consumado en estos casi 4 años un saqueo monumental del país y, al igual que en los 90, han intentado generar condiciones para maximizar las ganancias del capital mediante reformas estructurales de las que sólo pudieron lograr una parte de la reforma previsional que aspiraban. La recesión inducida mediante las descomunales tasas de interés generaron una flexibilización laboral de hecho, aunque no tuvieron la fuerza de cristalizarla con fuerza de ley. Pero la precarización, la desocupación y la pérdida del salario real son una realidad al igual que el avance en la desintegración de América Latina, la entrega de soberanía política (cuya mas lamentable muestra son los acuerdos sobre nuestras Islas Malvinas con la potencia ocupante), el retorno a las relaciones carnales con los Estados Unidos y la sumisión a su política exterior imperial, las políticas represivas y la nueva modalidad del persecución judicial a lxs lideres políticas populares.
2019: al corazón de la contradicción principal: nación o imperio
Que estemos en condiciones y se hayan construido los alineamientos necesarios para dar batalla sin eufemismos ni ingenierías políticas para disfrazar el centro de la contradicción principal, nos muestra una conciencia con sentido del momento histórico de una gran parte de nuestro pueblo.
El domingo 11 de agosto con las PASO demostramos que no estamos dispuestos a seguir como espectadores y victimas de semejante saqueo. El pueblo argentino tiene su memoria de lucha y su capacidad de resistencia y, lo que es de una importancia estratégica, un movimiento obrero fuerte.
Las organizaciones populares han expresado casi cotidianamente en las calles la resistencia contra la ofensiva recolonizadora y neoliberal y hoy, luego de 4 años de padecimientos insospechados, de retrocesos y destrucción de conquistas populares, de desamparo profundo y de pérdida derechos, estamos diciéndole basta a estos ricachones que vinieron a establecer una ceocracia tercermundista.
El vergonzoso discurso del presidente del lunes 12, por el cual luego salió a pedir perdón, exuberante de antidemocracia, de odio a la voluntad popular, de lenguaje patotero de patrón de estancia, de enorme desprecio a la expresión del pueblo y sus referencias políticas, y de fanatismo religioso con lo que él llama “el mundo” y “los mercados”, frente al discurso de la reconstrucción y salvación nacional con un proyecto de soberanía interna y externa, de integración latinoamericana y la prioridad en el pueblo y no en los bancos, pone en evidencia que esta batalla electoral, que ya comenzó y que estamos ganando por goleada, nos coloca, como hace 16 años, en la contradicción principal de la coyuntura: defender los intereses nacionales o defender los intereses imperiales.
No tendrán las clases dominantes ni sus amos imperiales la tranquilidad de saber que en la Argentina se alternarán opciones políticas para cuidar sus negocios, como sucede en en Chile, Perú o Colombia según nos recordaba y recomendaba un Macri furioso y desesperado por haber agotado en solo 4 años la posibilidad de seguir neoliberalizando al país y poniendo a la Argentina de rodillas frente a los amos del norte.
A partir de diciembre llegará nuevamente al gobierno una fuerza social política gestada en las calles y en las urnas que promete recuperar la soberanía política, la justicia social y la independencia económica (la madre de todas las batallas).
Que el próximo gobierno de salvación nacional se constituirá, al igual que otros gobiernos progresistas, como un gobierno en disputa pocas dudas caben, en virtud de la amplitud de la alianza lograda para desalojar a la ceocracia. Y por ello también queda claro que tanto el margen de maniobra que permitan las correlaciones de fuerzas geopolíticas internacionales, como la capacidad de movilización y de presión popular en las calles, definirán finalmente la profundidad del rumbo tomado a partir de 2020.