En el siglo XVI surgió el primer debate filosófico sobre la conquista española y la subordinación de las poblaciones aborígenes. Enfrentó a los sacerdotes católicos Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573) y Bartolomé de Las Casas (1484-1566).
Ginés consideró como “bárbaros” y “paganos” a los “indios”, además de “justo y conforme al derecho natural” que tales gentes sean sometidas “al imperio de príncipes y naciones más cultas y humanas” así como a la “religión verdadera” (la católica), incluso “por medio de las armas”. Las Casas, en cambio, a pesar de haber sido encomendero, consideró muy humanos a los indios, “infinitas gentes [que] a todo género crió Dios las más simples, sin maldades ni dobleces, sin rencillas ni bollicios [sic] que hay en el mundo”, además de señalar como “injusto y tiránico” todo lo que se cometía contra ellos. El uno defendió la conquista y justificó la guerra incluso con el argumento de salvar la vida de quienes eran sometidos a los sacrificios humanos para los dioses, que fuera un ritual entre los aztecas. El otro condenó el sometimiento brutal y denunció “la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestos”; pero, además, sostuvo que ningún gobernante podía mandar sin consentimiento del pueblo; que nadie puede inferir perjuicio alguno a la libertad; y que hay una “justa guerra” al levantarse contra tales opresiones, con lo cual Las Casas se adelantó dos siglos al pensamiento ilustrado.
El reconocido filósofo latinoamericanista Enrique Dussel, profesor de la UNAM en México, ha sido contundente en señalar que el pensamiento de la colonialidad (y de la “modernidad”), nacido desde Ginés, perdura hasta el siglo XXI. Ha atravesado, por tanto, toda la larga historia de América Latina.
El pensamiento de la colonialidad se ha evidenciado, con profunda agudeza y una vez más, a propósito del levantamiento indígena y popular en Ecuador durante los primeros días de octubre (2019) y del golpe de Estado en Bolivia, que derrocó al presidente indígena Evo Morales.
A lo Ginés, elites económicas, sociales y mediáticas, han admitido la “guerra justa” contra los “indios de mierda”. Es el mismo contenido tras las palabras proferidas desde el poder, cuando se dice a los indígenas que “vuelvan a sus páramos”, cuando se los reprime por “irracionales” y se los persigue por “violentos”; o cuando también se les advierte que para seguir sus propuestas económicas “primero ganen las elecciones”, o para masacrarlos por ser seguidores de Evo Morales. Los golpistas que ingresaron al palacio de gobierno en Bolivia no dudaron en exclamar su moderno evangelismo: “Ha vuelto a entrar la Biblia al palacio. Nunca más volverá la Pachamama”.
Ginés de Sepúlveda consideraba: “es justo, conveniente y conforme a la ley natural que los varones probos, inteligentes, virtuosos y humanos, dominen sobre todos los que no tienen estas cualidades”; y añadía, al contemplar la vida de relación comunitaria entre los indígenas: “Todo esto es señal ciertísima del ánimo de siervos y sumisos de estos bárbaros”.
Bartolomé de Las Casas, en esta, Nuestra América Latina actual, revive como peligroso, subversivo y defensor de “indios violentos” que se lanzan contra el poder constituido. Como ocurriera con los conquistadores y colonizadores de hace cinco siglos, hoy se libran de toda culpa quienes imponen el modelo económico neoliberal-empresarial, quienes acuden a los golpes de Estado blandos o tradicionales, además de utilizar el lawfare y la criminalización de la protesta social, así como quienes evaden impuestos, sobre y subfacturan, fugan capitales a paraísos fiscales, sucretizan deudas o las resucretizan, se benefician de feriados bancarios y salvatajes millonarios, se subordinan al imperialismo y a sus instituciones, violan derechos humanos con impunidad o demandan esclavitudes laborales contemporáneas para maximizar ganancias y reproducir la concentración del poder y la riqueza.
A tal punto ha llegado la aberración de quienes se sienten, a lo Ginés, como dueños de lo que es “humano” y “civilizatorio”, que hasta reniegan de sus orígenes. El científico genetista César Paz y Miño verificó, en sus estudios sobre el ADN, que los ecuatorianos mestizos tenemos un 61% de indígenas, un 32% de europeos y 7% de afros. Me comentó que su artículo sobre el tema provocó un océano de ataques y descalificaciones. Es decir, hasta la ciencia es negada por el racismo y el pensamiento colonialista del siglo XXI.