Desde el primer día de su gestión presidencial, Donald Trump se fue erigiendo en supremo guerrerista mundial, en real dios de la guerra. Su primer viaje internacional fue para venderle un lote de armas norteamericanas a Arabia Saudita, que no está en guerra con ningún otro país, pero que es una gran base militar de los Estados Unidos. Un lote por cien millones de dólares.

Posteriormente, Trump ha enarbolado la bandera bélica en Afganistán, Libia, Irak, Irán, Siria, todo el Oriente Medio. En Irak su desfachatez criminal se tradujo en el asesinato del General iraní Soleimani, respetado negociador de la paz en esa convulsionada región. A la vez Trump ha venido impulsando a la OTAN para rodear de bases militares a Rusia.

En fecha reciente, dispuso lo que pomposamente llamó “El acuerdo del siglo para la paz entre Israel y Palestina”, esto con la presencia y el aplauso de Benjamín Netayahu, el máximo guerrerista de Israel, y con prescindencia de representantes palestinos. Acuerdo que mantiene el descoyuntamiento de Palestina en varias regiones controladas por Israel, incluyendo la capital histórica de Palestina: Jerusalén.

Mientras hace público alarde de que Estados Unidos posee “el ejército más poderoso del mundo”, este gran mercader de la guerra anuncia que su país destina actualmente un trillón de dólares para comprar armas “todas producidas por nosotros, los Estados Unidos”, para acrecentar más todavía el poderío de las distintas fuerzas.

Si no se le frena a tiempo en sus ínfulas hitlerianas, la consecuencia de los delirantes designios imperiales de Trump no puede ser otra que el holocausto de la humanidad en una cuarta guerra mundial.

En este escenario, la suerte de América Latina está echada: vivimos y viviremos episodios de violencia contra gobiernos legítimos, agresiones a Cuba, Venezuela y otros países, fomento de golpes de Estado, persecución a mansalva a todos quienes se atrevan a levantar la voz contra el imperio. Una reedición de gobiernos tipo Pinochet en el continente.

En ese contexto, el papel que juega nuestra patria ecuatoriana comienza a ser y será a ritmo acelerado el de una valiosa pieza de la maquinaria bélica norteamericana.

En tal dirección,  desde 2018 se viene aplicando el plan militar de Estados Unidos para ocupar Galápagos a partir de la base aérea de San Cristóbal, supuestamente para la supervisión del narcotráfico, conformando luego una triangulación con la base aérea Eloy Alfaro de Manta y la  base aérea de Guayaquil, con lo que prácticamente queda encerrado en ese triángulo más de cincuenta mil kilómetros cuadrados de mar territorial y suelo de la patria.

El mecanismo de la  supervisión se ha fijado en el empleo de dos tipos de aviones: el Orión P3 y el Awak, aparatos de alta tecnología y gran radio de acción exclusivamente destinados al espionaje.

Al momento, la cacareada visita oficial de Lenín Moreno y su costosa comitiva a Estados Unidos tiene, entre otros intereses de los Estados Unidos y del Ministerio de Defensa del Ecuador -que no del país- la ampliación de estas operaciones, sin que medie ningún tratado específico ni normas expresas como se entrevé por la renuncia del ex embajador ecuatoriano en Washington, Francisco Carrión, sustituido por Ivonne Baki,  con el beneplácito pleno del Senado dominado por los republicanos y aprobado por el gobierno de Trump.

A propósito, bien vale recordar que la nueva embajadora ha servido a gobiernos derechistas y que pese a sus ancestros árabes más bien se halla sumada a la política sionista contra Palestina.

La personalidad de Ivonne Baki figura -de grandes escenarios sociales y económicos- está signada por una vanidad parecida al de este dios de la guerra. Basta recordar la entrevista que hace unos años le hiciera la revista Diners de Fidel Egas, magnate del Banco Pichincha, en la cual ella se vanaglorió de sus permanentes éxitos, señalando que eso no era nada raro pues era: “la mimada de Dios” (título con el cual se publicó la entrevista).

Con estos antecedentes, bien cabe suponer que el encuentro Trump – Lenín Moreno, agenciado por la embajadora, no traerá resultados positivos para el hambreado pueblo ecuatoriano que hoy, sumido en el desempleo, no alcanza a comer las alcachofas que los sabios economistas del gobierno ofrecen al apetito de los norteamericanos. Servirá para la autopropaganda del régimen, cada vez rodando al precipicio, para consolidar el dominio del dios de la guerra sobre nuestro país y elevar los bonos mediáticos y la cartera personal de “la mimada de Dios”.

Fuente: Blog del autor

Por REDH-Cuba

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