Hace exactamente 44 años la Argentina caía al abismo. Una sangrienta dictadura cívico-militar se adueñaba del país y ponía en marcha, desde el Estado, un plan sistemático de exterminio de quienes soñaban con construir un mundo mejor. No dejaron crímenes por perpetrar y vidas por cegar. Espiaron, persiguieron, secuestraron, aplicaron inimaginables e infinitamente crueles métodos de tortura, asesinaron, desaparecieron a sus víctimas, robaron todo lo que estuviera al alcance de sus manos ensangrentadas y prostituyeron palabras como “patria”, “derechos humanos”, “democracia” y “justicia.” Actuaron con absoluta impunidad de consuno con otras dictaduras de la región y sus acciones fueron impulsadas y coordinadas desde Estados Unidos en el marco del proyecto continental de reorganización y reafirmación del dominio neocolonial concebido por Henry Kissinger durante la Administración Nixon. El proyecto era de amplio espectro y cubría asuntos económicos, estratégicos, militares y políticos, entre los cuales se incluía la “Operación Cóndor” destinada a conseguir la eliminación física de líderes y militantes populares a escala regional.
Las madres que buscaban sus hijas e hijos fueron tratadas como “locas”, con la escandalosa complicidad de los medios (que desde entonces no cesan de dar “lecciones de democracia y republicanismo”) y el sonambulismo de una sociedad que enfrentaba el día a día con una mezcla variable de indiferencia, terror e incredulidad. Pero las madres, persistieron. Otros organismos de derechos humanos se plegaron a sus luchas y finalmente la dictadura fue derrotada, aunque tardó más de un año en abrir paso a la democracia. Hoy, cuando recordamos ese momento aciago de nuestra historia es preciso también reconocer que la sociedad tardó demasiado tiempo en reaccionar. Faltaron reflejos. No lo hizo al ver el huevo de la serpiente, o ni bien aparecieron los primeros signos de la tragedia. Durante mucho tiempo madres, abuelas, organismos sobrevivieron casi en el ostracismo. Después de un largo y doloroso aprendizaje las cosas han cambiado. Definitivamente. Hoy la consigna “memoria, verdad y justicia” es una cláusula fundamental del consenso social construido por largas décadas de lucha. Aquella tragedia no debe volver a ocurrir. Hay que recordarla pero sabiendo que, en un mundo como el actual, es una amenaza constante y que no se puede bajar los brazos. Los monstruos todavía están allí, agazapados, a la espera del momento oportuno. Y el que piense que exagero, o que esto es paranoia, le recomiendo que mire atentamente las atrocidades perpetradas en Bolivia para derrocar a Evo Morales y que continúan al día de hoy. Allí también pensaron que la violencia criminal de la dictadura era cosa del pasado. Se equivocaron. El imperio, más acosado que nunca por el ascendente papel de China y Rusia en los asuntos internacionales, necesita reafirmar el dominio de su “patio trasero.” Para ello recurrirá a cualquier método. Si con la pseudo-democracia al estilo Sebastián Piñera no funciona buscarán la forma de reinstaurar una dictadura militar, con un mascarón de proa civil como la impresentable Jeannine Añez. Por eso debemos estar en constante estado de alerta. Y gritemos con fuerza: ¡Nunca más!
Fuente: Blog del autor