El pasado jueves, el dólar alcanzó frente a la moneda brasileña una nueva marca histórica: 4,66 reales (un aumento de 1,5%). El euro escaló a 5,02 (suba de 2%) y la Bolsa de Valores se desplomó casi 6%.
Tal tarifa, sin embargo, es la oficial: casas de cambio, el dólar se cotiza a 5,11 reales y el euro, 5,9. Se confirmó, así, que la moneda brasileña es la que más valor perdió frente a la norte-americana en lo que va del año: 15,6% hasta el pasado viernes.
Ese mismo jueves, para contener la escalada de la moneda norteamericana el Banco Central vendió tres mil millones de dólares de sus reservas (desde enero, el total quemado supera los diez mil millones). El viernes, otros dos mil millones.
En buena parte, ese cuadro es reflejo de la crisis global. Pero se aceleró con la divulgación del resultado de la economía brasileña en 2019: en lugar de un crecimiento anunciado con pompa y circunstancia por el ministro de Economía, Paulo Guedes («por lo menos» 2,5%), en el primer día de gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro, el resultado final ha sido de 1,1.
De inmediato, Guedes trató de eludir responsabilidades. Además de la crisis global a raíz del coronavirus, mencionó «el colapso» de Argentina y el accidente que perjudicó a la minera Vale como responsables por el desempeño ínfimo de la economía el año pasado.
Analistas –tanto del mercado financiero como independientes– comparten esa visión, pero advierten que sus efectos sobre la economía fueron muchísimo menores que los desastres provocados por Bolsonaro, cuyas actitudes mantienen al ambiente político en turbulencia permanente.
Además, crece y se profundiza la incertidumbre provocada por un presidente que muestra señales evidentes de profundo desequilibrio, agresividad incontrolable y desconfianza absoluta junto a los que lo rodean, a excepción del trío de hijos que actúan en política.
La reiteración de tal panorama hizo con que solamente en los dos primeros meses de 2020 volasen de la Bolsa de Sao Paulo unos nueve mil millones de dólares de inversionistas extranjeros. Más que en todo 2019.
Frente a ese cuadro, economistas, analistas financieros y buena parte de políticos de distintas tendencias lanzaron mano de un dudoso humor al decir que además del coronavirus, hay otro, igualmente violento, provocando corrosión en la economía y el mercado: el «Bolsonavirus».
Se refieren a las continuas muestras de agresividad por parte del presidente, además de la muy seria crisis abierta en el Congreso. A eso, hay que sumar iniciativas desacertadas de la mayoría de sus ministros, especialmente en lo que se refiere a relaciones exteriores, educación y medioambiente.
Sin embargo, es gracias al programa económico de un neoliberalismo fundamentalista que el ultraderechista mantiene el respaldo del empresariado y de los grandes medios hegemónicos de comunicación. En realidad, no apoyan a Bolsonaro sino a Paulo Guedes y sus acciones destructoras del Estado.
Desde un primer momento los inversores, tanto nacionales como extranjeros, dejaron en claro que su foco estaba en el programa de Guedes, un exfuncionario de Augusto Pinochet que tuvo una trayectoria académica absolutamente oscura en Brasil y solo se hizo conocido por su éxito como especulador financiero.
Ocurre que Guedes no logró alcanzar ninguna de las metas estruendosamente anunciadas. Y si antes del sacudón global provocado por el coronavirus las perspectivas de recuperación significativa en 2020 ya eran más bien escasas, ahora desaparecieron. Las reformas prometidas y que supuestamente servirían de acelerador para la economía dependen de aprobación del Congreso.
Con Bolsonaro uniéndose a sus seguidores más radicales, que lo respaldan con devoción de fanáticos, para criticar duramente tanto al Congreso como a la Corte Suprema, el panorama no deja de presentar un horizonte cada vez más turbio.
Si a eso se suma el número creciente –son docenas de millones– que retornán a la pobreza extrema y a la miseria, la extinción de programas sociales y el descalabro en el sistema de pensiones, lo que aparece es un cuadro perfecto no sólo para no atraer, sino directamente para asustar inversores.
Para el domingo que viene, día 15, seguidores de Bolsonaro e integrantes de movimientos de derecha y ultraderecha convocan marchas para, entre otras reivindicaciones, pedir el cierre del Congreso y de la Corte Suprema. El mismo Bolsonaro apoyó la convocatoria.
Si logran una adhesión multitudinaria, Bolsonaro podrá sentirse en condiciones de radicalizar aún más sus acciones. Y esa perspectiva asusta a todos, incluso al mercado financiero.
Fuente: Página 12