En los países templados del hemisferio norte, cada abril representa el renacer de la vida. El trigo ha ido madurando bajo el manto húmedo de la nieve. Con el fin del invierno, brota con fuerza incontenible. Dentro de poco, estará listo para la siega. Los árboles secos se cubren de verdor. El aire parece más ligero y un sentimiento de alegría alienta a los seres humanos en la faena cotidiana.
Nosotros carecemos de la vivencia del paso de las estaciones. Transitamos de la temporada seca a la lluviosa. Por otras razones, también percibimos en abril el permanente renacer de la vida. Se manifiesta en el despertar de sucesivas promociones de pioneros, tantas que en algunos casos contemplan el nacimiento de sus primeros nietos. Todos aspiraron en su momento a ser como el Che, quizá sin percatarse del verdadero alcance de un propósito que trasciende las circunstancias epocales, porque los paradigmas verdaderos contienen numerosas aristas.
Abriendo un breve paréntesis en su pudor habitual, el Che afirmó que todo revolucionario está movido por profundos sentimientos de amor. El suyo no estaba orientado hacia la humanidad en sentido abstracto. Había crecido en el contacto concreto con el dolor de la América Latina sufrida. No recorrió sus tierras a la manera del turista acomodado. Lo hizo desde abajo, hospedado cuando podía gracias a la generosidad de quienes compartían lo poco que tuvieran. Conoció a los mineros chilenos, a los leprosos, a los desamparados de nuestros países y a las víctimas de la intervención norteamericana en Guatemala. Desde el reconocimiento de la condición del colonizado, llegó al marxismo.
Crítico severo ante lo mal hecho, más implacable aún en la autocrítica, su esencial cercanía a la persona se revela en las notas íntimas de su diario de Bolivia, en su correspondencia y en Pasajes de la guerra revolucionaria, donde la dimensión heroica de los personajes se trasluce de los rasgos definitorios de cada individuo.
Asumía de esa manera la función de educador, tal como había sabido forjar su propio espíritu. Aquejado desde temprano por la gravedad extrema de su asma, rechazó caer en la autoconmiseración. Para esculpir el alma con mano de artista, se planteó siempre nuevos desafíos. En Cien horas con Fidel, recordaba el Comandante que en México intentó reiterada e infructuosamente escalar el Popo. Pero nunca renunció al empeño.
Su apego a la verdad podía llegar a la imprudencia, agregaba Fidel en la entrevista concedida a Ignacio Ramonet. Pienso que constituyó, además, un acicate para el persistente empeño en la superación propia y de los suyos, con el propósito de no permanecer en la superficie de los hechos, y preservar el ininterrumpido hurgar en el rescate de la realidad subyacente, para escapar a la reiteración mecánica de los errores.
Así, en los promisorios 60 del pasado siglo, en plena efervescencia de los procesos de descolonización, advirtió algunas de las fisuras existentes en las bases de la Europa socialista. Como un escolar sencillo, en horas tempranas, recibía clases de Matemáticas de Salvador Vilaseca, a fin de obtener las herramientas necesarias para abordar los problemas más complejos de la economía en su relación con el hombre y la sociedad. Concedió primacía a la formación de valores morales, porque martianamente reconocía en el amor una fuerza revolucionaria.
Hoy el mundo se encuentra ante una disyuntiva dramática. Una pandemia de origen desconocido se abate sobre el planeta. Los científicos trabajan afiebradamente en la carrera contra la muerte en la búsqueda de vacunas, de remedios, de causas.
Las raíces del problema traspasan el campo de la biología. Son las repercusiones de la fase neoliberal del capitalismo. Cuando salgamos del túnel, las estadísticas oficiales de las víctimas quedarán por debajo de la cifra real. No contarán a los desamparados, inexistentes para sociedades donde las brechas entre los poderosos y los carentes de la protección más elemental se agigantan.
No puede valorarse todavía la dimensión de la crisis económica que ya apunta y precisa determinar quiénes habrán de pagar los costos. El combate se produce en el ámbito de la ciencia, de la economía, de la política y de la conciencia. En esa lucha, el Che sigue viviendo.
Entre nosotros, el legado del Che, su confianza en las fuerzas morales y en los seres humanos, su prédica solidaria más allá de los límites de la Isla está presente en quienes se desvelan sin reclamar el reposo necesario por defender la vida, hombres y mujeres de todas las edades y sobre todo en aquellos, pioneros ayer, que ponen en riesgo la propia existencia para preservar la de otros.
Lo hacen afincados en sus saberes, desde la ciencia y las instituciones sanitarias, desde el aseguramiento de la logística hasta la preservación del orden, desde la información pública, tan necesaria como el oxígeno que respiramos. Está presente también en la muchachada estudiantil que, con total sentido de la responsabilidad, participa en la agotadora tarea de la pesquisa cotidiana, esos jóvenes que muchos observaban con recelo porque sus gustos y sus costumbres ya no son los nuestros. En ellos reside el brote primaveral de abril, anuncio de la cosecha de mañana.