No he encontrado otra forma de definir los actuales ataques permanentes contra nuestra realidad y nuestra gente, que acudir a Pierre Bourdieu y su concepto de” violencia simbólica”. El afamado sociólogo francés logró explicar, de una manera magistral, los esquemas de actuar, pensar y sentir en concordancia con la posición social. Estos esquemas, surgidos en una etapa precapitalista, salen a relucir definitivamente en las sociedades capitalistas desarrolladas, y cobran mayor fuerza en aquellas más relacionadas con el actuar imperialista.

El enardecimiento de algunas actitudes está íntimamente ligado a las directrices que emanan del poder político y económico. Algo que fue usual en los años 90s, cuando muchos se alegraban de las penurias de nuestro pueblo a causa de la crisis del Período Especial, retornaba con mayor inquina a partir del año 2018, cuando las políticas de la Administración Trump marcaban un total distanciamiento de los pasos emprendidos por Barak Obama al final de su mandato.

El 4 de febrero de este año, 2020, la periodista Gisela Salomon de la AFP, en un artículo reproducido en el Chicago Tribune, se preguntaba si había regresado la intolerancia, en la esfera cultural,  en la Florida: “Desde que asumió el poder en enero de 2017, Trump ha impuesto nuevamente sanciones y restricciones reclamadas por los sectores más conservadores del exilio cubano de Miami, un grupo pequeño pero influyente en la política local y codiciado por políticos que buscan sus votos. La legislatura de la ciudad de Miami, por su parte, aprobó en 2019 una resolución solicitándole al Congreso nacional que termine el intercambio cultural con los artistas provenientes de Cuba. “Hemos vuelto a la Guerra Fría”, dijo Andy Gómez, un analista político y exdirector del Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami. Y agregó que gran parte de la ofensiva contra los artistas cubanos estaba relacionada con las elecciones de 2020, tanto locales como nacionales.

La violencia física y económica es acompañada entonces por una forma más sutil, aunque no menos explícita. Se traduce en llamados a seguir ahogando en sanciones a nuestro país, disfrazando las arengas con un prometido final luminoso para un pueblo, no importa cuáles sean las consecuencias. Detrás de esos llamados hay todo un esquema bien pensado de mantener una presencia permanente en la palestra pública, que, además de ser coincidente con los aires que soplan desde el gobierno trumpista, permite retomar posiciones de poder hasta cierto punto perdidas hace unos años. Pudiera parecer un movimiento desorganizado, pero que no puede esconder sus similitudes cuando se acercan en algunos pasos que han dado, ya sea de “protestas” o de supuestos intentos de “ayudas”, otra de las formas descritas por Bourdieu tras las cuales se esconden las manifestaciones del “capital y la violencia simbólicos”.

Se crean nuevas alianzas a la luz de los tiempos. Estos encadenamientos, que se traducen en el uso de las redes sociales y el streaming acompañante, pueden aunar empresas y  personajes lejanos unos de otros en sus radios de acción económica, de manera  tal que unos financian y otros propagan. Al final se van apropiando de las nuevas maneras de comunicar. Y con ello ejercen esa violencia simbólica a la cual se refiere el sociólogo francés. O me agradeces y no te ataco, o te llevo a la pérdida de lo ganado. Me recuerda la famosa frase de Bush en 2002: “O estás conmigo o contra mí”.

Ante estas realidades, aquellos que no ven otra manera de subsistir que plegándose a los nuevos y otros no tan nuevos amos, recurren a las poses de adalides de la lucha contra el socialismo en cualquiera de sus formas, tal como ha dictado la política de Washington de manera pública. En esta subsistencia a lo que dé, se pierde el límite de la cordura para ofender y hacer parecer al pueblo cubano como un manso rebaño. El irrespeto a todo lo que emana de nuestra historia es cuestión cotidiana. Todo tiempo pasado fue mejor, gritan ellos y ellas. En 60 años no se hizo nada, solo destruir, alegan.

Lo peor es que el lenguaje va subiendo de tono en la medida en que se aproxima noviembre. Con esa convicción inyectada de que no cambiará nada en las elecciones por venir, siguen copando espacios. Detrás de ese apuro también está un poco de miedo subyacente. En caso de que no salgan las cosas como está previsto, al menos habrán aprovechado los espacios y el aliento que recibieron para ganar más dinero y presencia. Es la lógica del capital simbólico, que conlleva al ejercicio de esa violencia, también simbólica, en su concepto de defensa de símbolos.

Más difícil para esos personajes es ver, con impotencia, cómo un país organizado ha ido cumpliendo una estrategia ante la pandemia de la COVID 19, que se basa, antes que todo, en la defensa de la vida humana. Al no encontrar cómo negar un ejemplo visible, que traspasa fronteras, se mueven entonces hacia el continuo ataque y, lo más violento, a la burla. Porque no hay manera más cruel de ejercer la violencia que burlarse de las carencias. Y en ese mismo carro se montan aquellos que, en medio de una situación mundial como la actual, han olvidado que solo la solidaridad humana salvará al mundo. Aprovechar este momento para atacar un sistema que defiende la vida, los coloca como modelos de la “depreciación identitaria de los grupos sociales” a la cual se refería otro sociólogo francés, Philippe Braud, pues pierden la brújula de cómo actuar en un momento de definiciones humanas.

En la medida de sus propias capacidades intelectuales (muchos carecen de ellas), se define el lenguaje de su violencia simbólica.  Si es menor esa capacidad, más violenta será la diatriba. Algunos llaman abiertamente a que mueran todos los comunistas y ofenden con palabras soeces a quienes defendemos el socialismo. Otros, quizá habiendo recibido educación en nuestro país, la usan para demeritar los logros cubanos, tal vez amargados por no poder dejar de decir que son graduados de nuestras escuelas y universidades. Pero al final, es violencia. Una menos simbólica que la otra. Pero cuyo intríngulis es el mismo: si para acabar con un ejemplo hay que destruir a todos los que en él viven, adelante. Si Bourdieu llamó víctimas a quienes se acogen a la violencia simbólica, entonces podríamos definir que esas supuestas “víctimas” están convencidas de otro papel en su desorientación identitaria: el de victimarios.

Entendamos entonces que los agresores verbales, en su afán de mostrarse fieles y lograr supervivencia, acogen con sumisión la violencia propuesta y se adjudican el papel de voceros de la ofensa y las campañas de desprestigio. No importa dónde estén o cuál sea su trabajo, al repetir una y otra vez los conceptos inducidos, se convierten en conscientes víctimas de un sistema que los recibió y les exige obediencia infinita. Son instrumentos manejados por otro poder superior. Bourdieu quizá no pensó concretamente en ellos en su momento de esplendor creativo. Y muchos se ofenderán cuando se les aplique este concepto, pero creo que la mejor manera de definirlos es esa. Es como decía mi abuela: Que se cuezan en su propio caldo.

Más claro, ni el agua.

Por REDH-Cuba

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