La Seguridad del Estado de Cuba ha documentado 581 agresiones en 41 países contra representaciones de la isla en el exterior . Aquí hablo de dos que me tocaron cerca afectivamente. La bomba de alto poder que estalló en la embajada de Cuba en Lisboa cerca de las 5 de la tarde cuando estaban al entrar al lugar los pequeños hijos de los diplomáticos cubanos que regresaban de la escuela. Como un rayo, fulminó a Adriana Corcho Calleja y a Efrén Monteagudo Rodríguez, de 35 y 33 años, respectivamente, funcionarios de la sede diplomática. El dispositivo fue dejado junto a la puerta de uno de los departamentos que formaban parte de la representación cubana por un individuo que entró al vetusto edificio y se retiró de manera apresurada.
Era el 22 de abril de 1976, cuatro meses después de que tropas cubanas derrotaron una importante agresión esmeradamente organizada por la CIA contra la naciente República Popular de Angola. Estados Unidos lanzó una potente columna del ejército racista sudafricano, numerosas fuerzas del vecino Zaire y experimentados mercenarios blancos contra el joven Estado. Al percatarse de lo que se avecinaba, el presidente angoleño Agostino Neto solicitó el apoyo de Cuba. Yo había conocido a Adriana durante una misión reporteril en la Lisboa de la revolución de los claveles y esto hizo que mi estremecimiento fuera mayor ante la noticia del atentado. Muy cerca de donde estalló la bomba conversamos en más de una ocasión y pude aquilatar su pensamiento revolucionario, competencia profesional y buen talante.
La primera derrota militar ante Cuba en Angola –todavía faltaba otra mucho más contundente en 1988– enfureció al gobierno del presidente Gerald Ford y en particular a la CIA. Justo seis meses después del crimen en Lisboa y en nuevas circunstancias luctuosas por el sabotaje contra un avión de Cubana en vuelo donde murieron sus 73 ocupantes, Fidel Castro expresó: En los últimos meses el gobierno de Estados Unidos, resentido por la contribución de Cuba a la derrota sufrida por los imperialistas y los racistas en África, junto a brutales amenazas de agresión, desató una serie de actividades terroristas contra Cuba. Esa campaña se ha venido intensificando por días y se ha dirigido, fundamentalmente, contra nuestras sedes diplomáticas y nuestras líneas aéreas.
El 11 de septiembre de 1979, Félix García, mi amigo y diplomático de la misión de Cuba ante la sede de la Organización de Naciones Unidas en Nueva York, se dirigía a una cena en el barrio de Queens, después de haber acompañado a amigos chilenos a un acto para recordar al presidente Salvador Allende, asesinado exactamente seis años antes en un golpe de Estado orquestado por la CIA, pero no pudo llegar a su destino.
Al detenerse su auto en un semáforo, el terrorista Pedro Remón, entrenado en ese tipo de acciones por la central de inteligencia gringa, le descargó desde una motocicleta una ráfaga de tiros que puso fin a su vida. Ya nunca más Félix iluminaría mi oficina en la revista Bohemia con sus dicharachos criollos y simpatía personal.
Félix es el único caso de un diplomático acreditado ante Naciones Unidas que haya sido asesinado en Nueva York. Remón reivindicó el crimen en llamadas a los medios, pero no fue hasta avanzados los años 80 que resultó juzgado y condenado por un tribunal estadounidense, cuando sus sangrientas acciones terroristas habían comenzado a perjudicar intereses de Washington.
Por cierto, en cuanto cumplió su condena continuó con absoluta impunidad su actividad terrorista contra Cuba, dentro y fuera de Estados Unidos.
Los dos casos anteriores están entre los más notables atentados perpetrados contra sedes y funcionarios diplomáticos cubanos, pero también en muchos otros ha corrido sangre, no sólo cubana, sino de personas de otras nacionalidades. Aquí mismo en México el ya mencionado terrorista Pedro Remón tuvo una participación en un intento de secuestro, en 1976, de Daniel Ferrer Hernández, cónsul de Cuba en Mérida, en el que resultó asesinado el técnico de pesca cubano Artagnan Díaz Díaz.
La historia del terrorismo contra Cuba y, en particular, contra sus sedes diplomáticas, es larga. Pero hay razones para pensar que la mafia fascista de Miami y sus amigochos en el (des)gobierno de Donald Trump se proponen estimular la vuelta a esas prácticas.
Estados Unidos continúa su mutismo cómplice respecto del ametrallamiento de la embajada de Cuba en Washington, cometido el pasado 30 de abril. Ni una palabra sobre un hecho tan grave parece esconder algo inconfesable. Si este atentado no es investigado y esclarecido con apego a las leyes de Estados Unidos y a la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas sentará un nefasto precedente.