En el año 2017, al ver mi reacción ante el discurso de Donald Trump en Miami, en el que anunciaba el fin de las medidas de la Administración Obama hacia Cuba, un amigo muy sabio me dijo: “Paciencia, Omar, paciencia”. Me explicó con lujo de detalles la diferencia entre un imberbe en la política y un presidente. Cómo dirigir un país tan poderoso necesita de mucha experiencia, de la cual carece Trump. Y concluyó diciendo: “su permanencia está programada por sus actos. En breve sus impulsos se harán ya obsoletos. Nadie le hará caso”

Tres años han transcurrido desde esa excepcional traducción de lo que sería la Administración Trump. Cuando la analizas desde todos los enfoques y ángulos posibles, se ratifica que ha estado plagada de errores y falta de liderazgo político, por mucho que el multimillonario se haya esforzado en dar una imagen de hombre poderoso. En su país, a pesar de tener un significativo número de fanáticos seguidores, las burlas y los “memes” son permanentes en las redes sociales e, incluso, en la gran prensa estadounidense. Sus bases, formadas sobre todo por supremacistas blancos y, en alguna medida, por temerosos inmigrantes o minorías que lo apoyan pensando que así salvarán su estatus, comienzan a debilitarse.

Poco a poco, sus acciones internas y a nivel internacional han provocado repulsa y enojo. Con golpes destinados solamente a llamar la atención, ha causado un gran daño al volátil equilibrio mundial. Desde aquella imagen grosera, cuando en una Cumbre en Europa empujó a un mandatario de un pequeño país para ponerse delante, pasando por los anuncios altaneros de retirada de tratados logrados con mucho esfuerzo, como el de la lucha contra el cambio climático, o el cese del financiamiento a la OMS, o los castigos a los jueces de la Corte Penal Internacional.

Más que peligrosos, por sus alcances, han sido sus arrebatos de odio contra Irán, así como el rompimiento definitivo con el pueblo árabe al reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. Ha intentado descollar como un caso único de desafío a lo logrado después de la Segunda Guerra Mundial, que ha sido muy poco, y ha colocado al mundo ante el peligro de un nuevo desequilibrio, esta vez posiblemente inmanejable. Con sus decisiones, que son apoyadas por un grupo de corruptos de los que se ha rodeado en su gobierno, ha tratado de minar el papel de la ONU como lugar para tratar los temas más peliagudos entre las naciones, convirtiendo la arena internacional en un circo de desacuerdos y encontronazos.

La corrupción y el mal uso de los recursos de los contribuyentes norteamericanos salen a la luz con pruebas. Sus continuos viajes a sus propiedades en la Florida causan un deterioro de muchos millones a las arcas públicas. Su Secretario de Estado, que se ha convertido en el vocero de las mentiras cotidianas de Trump, está envuelto también en acusaciones de uso de miembros del Servicio Secreto para pasear a su mascota personal. Ya de otros “asesores” de los que empujan a Trump a otras aventuras en América Latina hemos hablado y no vale la pena repetir sus historias de corrupción y negocios dudosos.

Y, para completar el cuadro, el horrible manejo de la crisis causada por la pandemia que ha provocado decenas de miles de norteamericanos fallecidos y millones de desempleados ha puesto sobre el tapete la falta de liderazgo de quien llegó a la Casa Blanca gracias a un sistema electoral que le permitió ser presidente, aunque haya perdido el voto popular por más de tres millones en relación con su rival. Un multimillonario mediático, acostumbrado a ofender y a satisfacer su ego en un programa llamado “El aprendiz”, en el cual les gritaba a los perdedores del show:  “You´re fired!!” (¡¡Estás despedido!!), ha tratado de trasladar ese modus vivendi a su accionar en el gobierno. Y ya ha sonado la alarma en el establishment.

Todos los expresidentes que aún viven, entre ellos un republicano, han declarado que votarán por el candidato demócrata. Han denunciado que Trump ha colocado la solemne figura presidencial en el máximo del ridículo. En el ejército (ojo con esto) es masiva, según los propios medios estadounidenses, la percepción de que el actual presidente no tiene la altura de un Comandante en Jefe, salvo las atribuciones que le otorga la Constitución norteamericana, así como el peligroso detalle del maletín nuclear que siempre viaja con los mandatarios de ese país. Pero muchos generales en retiro, que públicamente pueden hablar del tema, se refieren al clima de desconfianza en la capacidad de Trump para dirigir un país como los Estados Unidos. Los dos últimos ejemplos de esa incapacidad son el mal manejo de la crisis sanitaria y la reacción ante el estallido social por el abuso policial en el país.

Un presidente que, ante los ataques, ha reaccionado mandando 200 tweets en un día, en lugar de trabajar por tratar de salvar vidas de estadounidenses, no se ha dado cuenta que se ha convertido en una figura obsoleta. Que son ya mayoría, según las encuestas, los norteamericanos que exigen un cambio en la Casa Blanca y en el sistema. Tenía razón mi amigo el sabio, cuando hace tres años me dijo: “su obsolescencia está programada por sus actos”. Y muchos esperamos que, en noviembre, sea el pueblo de los Estados Unidos el que le espete en la cara a Donald Trump: “You´re fired!!!”

Por REDH-Cuba

Un comentario en «Caso Trump: Obsolescencia programada. Por Omar Olazábal Rodríguez»
  1. Excelente artículo. Gracias a su autor por exponer y compartir reflexiones necesarias en momentos de despertar.

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